domingo, 4 de marzo de 2012

El pájaro rojo

CL/Lc

Media luna se cuelga del abismo,
pero la tarde se extiende inagotable.
Mi amor, aquel a quien entregué mis alas, se ha marchado.
Abrí la jaula para volar, y el pájaro huyó
pusilánime. Yo clavé mis garras
dentro. Quizá aprendí a amar
                                           los barrotes.

Se revuelve inquieta el ave esperando
la vuelta de sus crías. No sabe
que en su juego unos niños derribaron el nido
idolatrado con sus tirachinas
                                          torpes.

¿Cuánto tiempo aguarda una madre?

El pájaro rojo revolotea y chilla. ¿Quién
escuchará su llanto? En las montañas
mortecinas reverbera el sonido
de la niebla cerrada y del silencio
                                               decidido.

¿Puedo gritar sin que tú me oigas,
sin que tu alma recoja mi canto?

El corazón sigue inundado de la savia
verde de las encinas primeras.
¿Dónde fueron los polluelos? ¿Quién oye el tañido
inútil de sus entrañas
                              anhelantes?

Me descubro el pecho. Dentro
solo hay un reloj que cada hora toca
a muerto. A las doce late el canto
de pájaros lejanos, de pájaros que volaron
                                                                hace tiempo.

Hoy no acaba, el presente permanece
indiferente. Lo que fue insiste inerme en la luz
embustera de la media luna.
La madre aún porfía, aunque el eco le cuenta
que los corazones de huevo
roto
      ya no existen.

¿Por qué seguís anunciando el tiempo, manecillas
traidoras? Voy a encerrar en la jaula vuestros latidos,
hasta que mi cabeza de pájaro, hasta que
la madre ferviente, con el cuello eterno estirado
hacia la dicha
frustrada, entre los estrechos barrotes, quede
al fin
                      estrangulada.





                 

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