jueves, 28 de enero de 2010

Adolfo Suárez: la serie de televisión

No suelo ver mucho la tele. De hecho, ha habido muchas temporadas de mi vida en las que ni siquiera he tenido el aparato. Y tan a gusto. Total, en internet puedes elegir lo que quieres ver, y así sólo ves lo que realmente te apetece, y no la bazofia que toque para cenar. Tampoco es que vea nada en internet, pero al menos siempre está ahí la posibilidad.

No veo la tele mucho, y no es por nada. No es que vaya de antitele y antibasura. Es simplemente que normalmente suelo tener la cabeza en otra parte: estoy comiendo, y pensando en otra cosa, conduciendo, y pensando en otra cosa, caminando por la calle, y pensando en otra cosa. Creo que el mundo se puede caer a mis pies, que no me enteraría. Seguro que se me han atravesado no sé cuántos animales en la carretera y yo ni me he enterado. Porque es que dice el periódico que cada semana los animales provocan cuatro accidentes en Salamanca. Y mejor que no los haya visto, no te creas, porque si no seguro que me salgo de la carretera simplemente del susto que me pegan.

El caso es que me pongo a ver la tele, y al rato me doy cuenta de que ha pasado no sé cuánto programa, o no sé cuántas noticias, y yo he estado mirando pero sin ver nada. Entonces, claro, me aburro, y como me aburro, pues dejo de ver la tele (que, total, no la estaba viendo de todas maneras).

Y básicamente esa es la razón por la que no veo la tele: porque no me da la cabeza ni la capacidad de atención para estarla mirando mucho rato seguido. Recuerdo que cuando estudiaba en el internado me decía una compañera, qué capacidad de concentración, no te enteras de nada de lo de alrededor. Más bien se trata de que cuando hago una cosa, sólo puedo hacer esa cosa y no ninguna otra, de forma que ver la tele me exige una gran esfuerzo de atención.

Lo bueno es que así no me engancho a la basura aunque quiera. La primera vez que vemos un programa, todos nos damos cuenta de que es basura. Y lo vemos sin muchas ganas, un trocito quizá. Pero al día siguiente, vemos un trocito más largo, al tercer día nos lo tragamos entero, y a partir de ahí pasamos a necesitar nuestra dosis cotidiana de telebasura. Ya estamos perdidos, ya ni siquiera nos damos cuenta de la mierda que estamos viendo.

Afortunadamente, gracias a mi incapacidad para hacer dos cosas a la vez no me da la cabeza para llegar a engancharme a la telebasura. El no tener un sillón para ver la tele también contribuye. Si vas a ver la tele desde una silla, ya te piensas dos veces si la incomodidad de la postura va a merecer la pena.

Pero me gusta coger el programa de la tele y descubrir un programa que me interesa. Aunque normalmente ponen demasiado tarde los programas interesantes, a partir de las doce de la noche. O sea, que tampoco los veo. Sin embargo, ayer habían anunciado por la tele un programa que me atraía y que empezaba poco después de las diez de la noche. Y lo habían anunciado tantas veces, que hasta yo me había enterado. Seguramente muchos de vosotros también lo visteis, aunque quizá no lo disfrutásteis tanto como yo. Probablemente porque vosotros estáis acostumbrados a ver más programas interesantes. Es lo que tiene ver la tele: algo bueno caerá de vez en cuando.


Hablo de la miniserie sobre Adolfo Suárez. Me pareció un programa serio, correcto y comedido. No cae en el morbo en ningún momento ni me sentí manipulada. Obviamente contarán la historia como a los directores les parezca, pero a mí me dio la sensación de rigor y objetividad en los hechos que contaban. Y a mí lo que me parece más destacable de esta miniserie es precisamente los hechos que se cuentan.

Si hay una intención que asoma en la serie es la de mostrar esos hechos, la de darlos a conocer. Todo eso pasaba poco antes de mi nacimiento, y la generación anterior vivió esos hechos históricos en primera persona, sin darse ni siquiera cuenta, supongo, de la trascendencia del momento. Los de mi generación hemos oído hablar sobre lo que pasó durante la posguerra, en la transición, en los primeros años de democracia, con lo cual también conocemos la historia no como nos la presentan los libros de texto, inútil y caduca, sino como se nos cuenta la historia de nuestra familia, la historia personal de nuestros abuelos. Oímos esas historietas con cierto interés, estamos acostumbrados a convivir con referencias a ese pasado vivo y reciente, que como un present perfect del inglés sigue teniendo relevancia en nuestro presente.

Pero a pesar del cierto interés con el que escuchamos y las referencias frecuentes al pasado (una anécdota que se recuerda, un objeto antiguo, una vieja tía segunda que nos encontramos por la calle, una pregunta distraída, "y quién era esa, papá") cuando mueren nuestros abuelos se llevan sus historias -su historia- con ellos. Y también un buen trozo de la nuestra. Un día habría que apuntar todas estas cosas para que no se nos olvidaran, nos decimos al escuchar una anécdota. Pero por supuesto nunca llegamos a anotarlas, y un día nos encontramos con que simplemente se han borrado de nuestra memoria. Y seguimos viviendo como si nunca hubiera habido un pasado, como si nuestros mayores nunca hubieran sido jóvenes que empezaban una vida, que luchaban por encontrar su sitio, y que haciéndolo escribían la historia de todos. Seguimos viviendo como si nunca fuéramos a convertirnos nosotros mismos en unos viejos con un puñado de sueños y de vivencias gastadas que la tierra árida rechazará una vez más como semillas huecas.

Leo en la crítica de El Mundo que el producto televisivo de Adolfo Suárez peca de ser excesivamente didáctico. Pero quizá por ello yo lo disfruté, porque me permitió no solo colocar los hechos en una sucesión lineal y coherente, adquiriendo así las imágenes inconexas sentido, sino sobre todo porque abre una ventana a los valores del pasado. Es difícil definir la época presente: podemos retrotraernos a los años 60, 70 o 90, y una serie de acontecimientos, de modas y de actitudes nos vienen a la cabeza. ¿Pero cómo identificar la época actual? Quizá sólo por comparación con las pasadas. Podemos llegar a la conclusión de lo que nuestro tiempo no es: no es un coche 600, ni pantalones campana, ni la moda glam, ni fiebre del sábado noche.

Y ayer, cuando veía la serie, sentía una brisa de tiempos pasados que ya ha dejado de soplar, si acaso apenas la sentimos como el olor a naftalina al abrir un armario lleno de trastos inservibles. Deben de ser los años, el hecho de que cada vez me alejo más de la infancia, ya ni siquiera mi juventud es fresca ni nueva. Son otros los que me han sustituido en la inocencia primero y en las turbulencias después. Y entonces, alejada de mis primeros años, me doy cuenta de que yo llegué a ver atisbos de un pasado del que ya no queda nada, un pasado cuyo olor no conocerán las nuevas generaciones. Desapareció otra generación, y una visión del mundo con ella. El olor de las habitaciones de nuestros abuelos, sus palabras veladas, la mirada de sus ojos gastados. Incapaces de entender sus desvelos, nos limitamos a echar sobre el pasado paladas no sólo de olvido, sino muchas veces de confusión. Y en el guirigay que creamos, no somos capaces de entendernos unos a otros ni de reconocernos a nosotros mismos.

Adolfo Suárez: un tipo con la dignidad que dan los valores, con el carisma de la vehemencia y con la elegancia del autocontrol. No sé si la política española, o si la sociedad en general, da ahora mismo para personajes así, para ciudadadanos así. No sé si hemos dejado sitio para la excelencia y para la admiración por aquellos que la logran, no sé si es más difícil ahora encontrar modelos de comportamiento a los que imitar (quizá no disponemos nada más que de "modelos", anoréxicos en su mayoría), quizá la lucha por el bien común se ha diluido en la carrera por adquirir (y ni eso, con que nos den el crédito es suficiente) las mayores comodidades individuales.

No entiendo la fama o la riqueza por sí mismas. El dinero y la popularidad deberían estar al servicio de algo. Uno no es rico para tener un yate ni comodidades materiales, sino para alcanzar un trampolín que le permita estirar su potencial lo máximo posible. Adolfo Suárez empezó desde abajo, haciendo diferentes trabajos como vender enciclopedias o limpiar cristales que le permitieran ayudar a su madre. Tenía un plan de vida, y utilizó sus mejores años para cumplir sus objetivos: estudiar primero, entrar en política después. Consiguió un patrimonio, pero eso fue una consecuencia y no el fin de su trabajo. La dignidad y el saber estar los traía de su infancia en un frio piso de Ávila con las ventanas desvencijadas. Y eso fue lo que, junto a su mujer, transmitió a sus hijos. Todos creían que la lucha de su padre, de su esposo, estaba al servicio de algo que trascendía a la familia y que sin embargo les engrandecía a todos.

Dice Alberto Rey en El Mundo que debido a la intención didáctica la serie se queda simplemente en digna, sin llegar a convertirse en una serie memorable, pues las escenas resultan demasiado claras y comprensibles. Bueno, pues no se convertirá en una serie de culto, pero si yo fuera profesor de historia la serie, junto con el documental sobre la vida de Adolfo Suárez que pusieron a continuación (y que incluía declaraciones muy sinceras del ex-presidente), sería de visionado obligatorio en clase.

Concluye el crítico televisivo:

Con sus defectos y virtudes, Adolfo Suárez, el Presidente es un producto televisivo más que digno. Como crítico de televisión, me conformo de sobra con eso.

Como espectadora, a mí también me parece que no es poco, que es bastante que la tele presente producciones como esta de vez en cuando, que es suficiente con que a veces el pasado nos lleve de la mano y nos acompañe por la senda del presente. Escribía hace unos días Antonio Garrigues en El ABC:

El sistema democrático se perjudica y se deteriora si la imagen de los políticos y los partidos políticos se relaciona -y eso es lo que está sucediendo- con la corrupción, la falta de principios, el tacticismo, la ineficacia, la doble moral y otros males.

Y sigue explicando el articulista:

Se debe de añadir de inmediato, e incluso asegurar, -yo lo aseguro- que esta imagen no corresponde a la realidad, que la situación, aún siendo negativa, no es ni mucho menos tan desoladora, pero entonces habrá que hacer algo, y habrá que hacerlo pronto y bien, para que la sociedad comprenda con toda claridad el papel necesario e institucional del estamento político en un régimen democrático.

Con series como la de ayer, el valor del trabajo político se hace evidente, y la necesidad de aunar esfuerzos por el bien común parece necesaria. Pero sobre todo la excelencia política y la lucha por el bien común se antojan posibles.

Sin embargo, es responsabilidad de todos, no sólo de los políticos, el contribuir a un clima social en el que estos valores encuentren caldo de cultivo, en el que todos tendamos a esos ideales, y así sea más fácil exigirlos, y lograrlos.

De lo contrario, yo no veo el panorama muy halagüeño. Parece que todo el mundo grita, va a lo suyo, nos enzarzamos en pequeñas luchas que nos dividen y con cada tema de discusión parece que se aproxima el fin del mundo. Estamos llegando a un punto en el que por lo visto todo el mundo tiene que pensar igual, pues de lo contrario no es posible el entendimiento.

Concluye Garrigues (y yo no podría estar más de acuerdo):

La sociedad en su conjunto se ha ido radicalizando de una forma inquietante. A veces se tiene la sensación de que estamos regresando a la más vieja y antigua hemiplejia derecha/ izquierda, con toda su intensidad demagógica, con expresiones cada vez más frecuente de odio visceral y un componente religioso a flor de piel. Hemos olvidado, una vez más, que la democracia es un sistema cuyo objetivo básico es el de facilitar la convivencia, no en el acuerdo, que sería cosa de poco mérito, sino justamente en el desacuerdo, -que es lo que suele haber- y esa convivencia es precisamente fruto de un diálogo en el que hay que aceptar, como principio rector que no podemos tener -porque nunca se puede tener- toda la razón y que siempre se pueden buscar soluciones aceptables o, como mínimo, tolerables para todos.

Que cada uno piense como quiera, y que todos podamos vivir en paz. Me contabas el otro día que el cantante de Huecco era muy de izquierdas, y que contaba que su mejor amigo era absolutamente de derechas. Y te repito lo que te comenté el otro día: lo de esos dos tipos es para... 


...quitarse el sombrero.






domingo, 24 de enero de 2010

Vicente Amigo y los toros, o la emoción

Entrevista al guitarrista Vicente Amigo en El Mundo, domingo 24/01/2010, por Antonio Lucas

Su otra pasión es la música callada del toreo.
-José Tomás.
-A los toros llegué por Finito de Cordoba. En él descubrí otra forma de belleza. A partir de ahí: Curro Romero, Rafael de Paula, Ponce, Julio Aparicio, Morante, José María Manzanares... Y cómo no, José Tomás. Él me ha hecho llorar. Solo de imaginarlo toreando me rompe el llanto. Tomás es un artista que me duele. Eso es lo bonito. En su toreo hay una batalla interior con uno mismo. Eso nos hace cómplices.

La música de Vicente Amigo, y la música callada del toreo. ¿Qué tienen en común? Arte y belleza. Dos manifestaciones del arte, la emoción que se te agarra al alma y te revela el mundo. Arte de verdad, de ese que te duele y, como dice Vicente Amigo, te rompe el llanto.



...yo le doy mucha importancia a lo místico, a la hora de percibir el arte. Yo no soy del mundo de los toros pero voy a ver a algunos toreros por razones de arte. Mi abuelo me llevaba a los toros y me aburría porque no entendía muy bien... pero hay artistas del toreo que te dejan enganchaos para siempre. Y hay flamencos que hacen a la gente venirse de otros países porque les ha llenado. No es que digan "voy a ir porque he visto el flamenco". No, han escuchado a algún artista que ha cambiado sus vidas. El arte es eso.

Y eso son los toros: la emoción que te llena y que te hace recorrer las plazas en un periplo a la búsqueda de otro momento efímero e irrepetible de arte. Es arte en el sentido auténtico del término, arte del que hacía exclamar al romántico inglés John Keats que encerraba la verdad y la belleza. "Beauty is truth, truth beauty".

Explica Amigo que a veces se aburría porque no entendía. Y es así con todo tipo de arte: tiene una técnica que es necesario dominar para comprender el valor y la profundidad de la obra de arte. Pero como con todo arte, la música, la pintura, la poesía, basta a veces una nota, un verso que se te agarre al alma y te permita vislumbrar todo el mundo de belleza que se esconde detrás. Y entonces "has visto el flamenco", o la pintura, o los toros, y ya no puedes parar, exiges tu parte en ese mundo de descubrimientos. A veces explota la realidad que corría oculta a tus pies, y colma las ansias durante tanto tiempo confusas e insatisfechas. Como dicen en el mundo del los toros, "te ha entrado el gusanillo".

Ojalá que queden muchos versos, muchos pases, muchos cuadros y muchas notas que exploten a nuestros pies, que nos descubran y que nos transformen, porque yo soy de las que está convencida de que el arte nos hace mejores. Mantengamos los ojos y los oídos abiertos, sigamos al acecho y multipliquemos las siempre escasas oportunidades de la vida.


Da también el guitarrista una definición del arte en la música que se aproxima bastante a lo que los toros me hacen sentir:

Mira, el arte es divino pero no existiría si no están aquellos que lo perciben y se emocionan con él. Y el gusto se puede desarrollar y hay mucha gente que se emociona con música con la que yo no me emociono. De todas maneras, lo que me hace emocionar yo considero que tiene arte. Y nada más por el hecho de que me pueda emocionar con el arte ya estoy teniendo algo de divino.


Ahora os traigo una oportunidad de emocionaros, abrid bien los oídos para escuchar a Vicente Amigo en la canción que cerraba la película de Almodóvar Hable con ella, y que lleva el título de la película.

http://www.youtube.com/watch?v=2KQlAifGB00




 Y para terminar, os lanzo una pregunta: ¿de dónde viene eso de "la música callada del toreo" de la que hablaba el periodista en la entrevista?

jueves, 14 de enero de 2010

Por si no lo sabían: a mí también me gustan los toros (poema de Joaquín Sabina)

No conocía este poema de Joaquín Sabina, que por lo visto apareció publicado en 2008 en Interviú. Os lo brindo a todos los que llevamos los toros por bandera, y estamos orgullosos de ello.

POR SI NO LO SABÍAN

A Francisco de Goya le gustaban los toros,

a Rafael Alberti le gustaban los toros,

a Pablo Picasso le gustaban los toros,

a Agustín Lara le gustaban los toros,

a Ernest Hemingway le gustaban los toros,

a la bella Ava Gardner le gustaban los toros,

al orondo Orson Welles le gustaban los toros,

a José Bergamín le gustaban los toros,

a Gerardo Diego le gustaban los toros,

a María Félix le gustaban los toros,

a Ignacio Zuloaga le gustaban los toros,

a García Lorca le gustaban los toros,

a Miguel Hernández le gustaban los toros,

a Ortega y Gasset le gustaban los toros,

a Indalecio Prieto le gustaban los toros

y a mi abuelo también.


A Bryce Echenique le gustan los toros,

a Miquel Barceló le gustan los toros,

a Joan Manuel Serrat le gustan los toros,

a Mario Vargas Llosa le gustan los toros,

a Caballero Bonald le gustan los toros,

a Enrique Morente le gustan los toros,

a Albert Boadella le gustan los toros,

a Almudena Grandes le gustan los toros,

a Felipe Benítez le gustan los toros,

a Francisco Brines le gustan los toros,

a Carlos Marzal le gustan los toros,

a Sánchez Dragó le gustan los toros,

a Luis Eduardo Aute le gustan los toros,

al Gabo García Márquez le gustan los toros,

a Caco Senante le gustan los toros,

a Raúl González le gustan los toros,

a Rosa Aguilar le gustan los toros,

al japonés del siete le gustan los toros,

al defensor del pueblo le gustan los toros

y a mí también.



miércoles, 13 de enero de 2010

Nosotros no somos racistas

Nosotros no somos racistas, pero queremos que se vayan y que no vuelvan más


El telediario es el fast food de las noticias. Noticia tras noticia, sólo unas pocas relevantes, todas resueltas en un par de pinceladas. Apenas se ofrecen unos cuantos datos, insuficientes para interpretar lo que te están diciendo (a veces ni siquiera te da para entender lo que te cuentan). Demasiada grasa, y mucha escasez de nutrientes. Con anemia mental vamos a acabar todos.

¿Y cuando te cuentan una historia o un problema, te dejan intrigado, preocupado, removido por dentro o simplemente con curiosidad, y después nada se vuelve a saber de la noticia y de sus protagonistas? Y tú te acuerdas de vez en cuando, como de viejos conocidos con los que se ha perdido el contacto: qué habrá sido de ellos, qué tal les irá, habrán salido adelante, cómo irán de lo suyo.

Estos días se ha hablado de los negros de Rosarno, un pueblo de Italia donde los han echado a todos a palos, a patada limpia.

Me pongo a escribir porque no logro entenderlo. No logro entender cómo seguimos aquí todos de brazos cruzados, cómo apenas se ha mencionado un par de veces el incidente en los periódicos, cómo los hemos abandonado a su suerte. Cómo permanecemos indiferentes.

Porque no son unos pobres negritos muriéndose en África, donde nuestras conciencias han resuelto no llegar, parapetadas tras la distancia infinita de los 14 kilómetros del Estrecho de Gibraltar. Se nos han metido en Europa, los tenemos aquí mismo, y aun así seguimos optando por no mirar. ¿Nos tendrán que poner uno a nuestra puerta, colocárnoslo en la mesilla de noche?

Claro, que quizá es mejor que se mantengan lejos, no sólo es que los metamos debajo de la alfombra, es que podemos echarlos a la sopa, tentarles con el veneno que nos ha sobrado de los topillos, colgarlos o arrojarlos en un saco al río como antes se hacía con los perros. Pero mejor nos lo ahorramos, basta con sacarles los dientes, hacerles sentir que no son bienvenidos, y ya se darán cuenta ellos solos que aquí no los queremos, que tienen que marcharse. Es mucho mejor si no tenemos que mancharnos las manos.

Aunque siempre alguien tendrá que hacer el trabajo sucio. Así que podemos declarar a los italianos los héroes de Europa. Por lo bajini en público, un poco más alto en los bares, y ya a grito pelado en nuestro hogar, más seguro y fuerte que nunca.

Mi padre ya había nacido, y millones de judíos seguían muriendo en las cámaras de gas. La idea misma del holocausto no deja nunca de sorprenderme. Que a los judíos no se les hacía la vida imposible primero y se les exterminaba después en tiempos remotos, que no es una barbarie de siglos pasados, que no es un acto de gente ignorante: que caían como moscas a los pies de la generación de mis abuelos, unos pocos años atrás.

Hoy son otras moscas las que mueren de los mismos manotazos, y siguen amontonándose a nuestros pies. Pienso que dentro de unos pocos siglos hablar de la inmigración de África, de seres humanos dejándose la vida en el drama de las pateras, de nuestra indiferencia o aun abierta hostilidad, será como referirnos ahora a la existencia de la esclavitud. Y los relatos de su pobre vida  y de las injusticias que cometimos nos impactarán como si leyéramos hoy de nuevo la historia de Kunta Kintie, haciéndose sus necesidades encima mientras viajaba de pie atado con el resto de esclavos en el fondo del barco.

Hoy echan los italianos a los negros de su pueblo. Y los echamos nosotros cada día, unos con los comentarios racistas que se oyen cotidianamente entre gente de bien, clase media, con educación. Los negros, ya se sabe, no se integran. Otros con su silencio ante estos comentarios. Con el terrible y culpable silencio de los borregos.

Ahí van unas perlas:

Medio centenar de vecinos armados con palos, bastones y bidones de gasolina están apostados en las cercanías de una antigua fábrica abandonada, y han manifestado su intención de no moverse del lugar hasta que no se hayan ido todos los inmigrantes.

En esa fábrica se hacinaban los 2.500 inmigrantes, que estaban contratados para recolectar naranjas en Rosarno. Sus condiciones de vida eran muy precarias, sin luz ni agua corriente, y con tan solo seis retretes químicos.

"Hay una escuela enfrente. Los niños veían a esos negros haciendo sus necesidades delante de sus narices, y eso no se puede consentir".

"Claro que me voy. Nos vamos todos porque si nos quedamos nos matan. Están disparando contra nosotros. Por no hablar de las palizas, de los insultos... Nos llaman esclavos, negros, animales, camellos, perros. Y encima mira en qué condiciones vivimos".

"Nosotros no somos racistas, pero queremos que se vayan y que no vuelvan más".

El ministro del Interior, Roberto Maroni, dijo que el Gobierno había "resuelto brillantemente el problema de orden público" y dio las gracias a la policía por organizar el éxodo "de un modo ejemplar".


De todas estas barbaridades, la que más me impacta es la de que no se puede consentir que los niños vean a los negros haciendo sus necesidades. O sea, que se puede consentir que vivan en condiciones infrahumanas, pero no que nuestros inocentes niños tengan que verlo.

Parece absurdo que tenga que venir nadie a separar el bien del mal, a contarnos que los negros son seres humanos. ¡Pero es que aunque parezca increíble la gente parezca no tener ni idea¡ ¡Nosotros, borregos, los más ignorantes de todos! Las palabras del Papa no dejan de resultarme blandas, pero por lo menos parece que alguien no ha perdido la cordura:

"Un inmigrante es un ser humano que se diferencia sólo por su lugar de origen, su cultura y su tradición.
El inmigrante es una persona a la que hay que respetar, con sus derechos y responsabilidades, y debe respetársela especialmente en el ámbito del trabajo, donde existe la tentación de explotarle".

¿Volverán a acordarse de los negros en las noticias? ¿O se pudrirán todos sin que nosotros lleguemos a verlo?

domingo, 10 de enero de 2010

Las cosas que he visto hoy

A Ina, porque sé que leer esto le va a provocar punzadas de hiel.

Hoy tenía unos planes estupendos en la ciudad. Pero cuando me levanté caía la nevada que desde hacía un tiempo nos andaba esquivando. Tantas veces anunciada en vano, que me sorprendió muchísimo que esta vez de verdad estuviera todo blanco. Una nevada en condiciones, como esas pocas que cayeron de pequeña y que nunca olvidas.

La nieve se veía tan nueva y esponjosa que no podía esperar a salir fuera y ponerme a hacer fotos. El resultado no ha sido como esperaba. Contra lo de no ser una gran fotógrafa, no puede hacerse mucho (excepto combatir quizá la impaciencia y la falta de práctica); pero esperaba al menos haber contado con la cámara "buena". Esta mía no tiene zoom, y además se me puso a nevar en las fotos de los churros, y luego directamente se estropeó la cámara; después se arregló en casa y volví a salir, pero ya no quedaba apenas luz, y los pájaros y los caballos no estaban donde yo los había dejado. Y el colmo es que ahora que bajo las fotos, me las estropea el horrible rótulo diciendo la hora que era.

Pero nada consigue estropearme un magnífico día, ni todavía se me ha borrado el color de las mejillas, ni la sensación vivificante del frio. Salgo a la calle, y el mundo renovado sólo para mí. Nadie más en millas a la redonda dispuesto en un domingo a hollar la nieve. Todo el manto inmenso sólo para mis pies. Y para los de los perros, que no cesaban de brincar durante el paseo, presos de la misma excitación que yo.

El mundo aparece nuevo, todo lo sucio, feo e imperfecto oculto por un día. Se nos ofrece en cambio la inocencia y virginidad que casi nunca son posibles. Cae la nieve, y trae el olvido. Y se nos despiertan los ojos, y todo nos sorprende y nos fascina. La misma realidad de siempre como no hemos aprendido a verla. Me llevan con el todoterreno a hacer las fotos, y en medio del campo, donde nadie más puede llegar, lejos de carreteras y edificaciones, se abre un mundo secreto. Los animales nos vigilan en la distancia, nos observan antes de salir corriendo, las encinas viejas lo parecen aún más cargadas de nieve, las montañas se alzan imponentes y profundas, parecen haber crecido, y contemplarlas es como ver el mundo hace millones de años. Es la sensación de que el paisaje conecta con un mundo extraño y antiguo que duerme dentro de mí. Las fotos aparecen en blanco y negro, a veces un tono iridiscente y azulado, y de vez en cuando una mancha mágica de color.

No pueden reflejar las fotos lo que he visto y sentido hoy- hablo de sentir con los sentidos corporales. La nieve blanda y suave abriéndose ligera bajo mis botas; los toros como bolas gordas y negras, dejando constancia de su poderío, su fuerza y su imponente presencia aún en las condiciones más adversas, aumentando de tamaño como lo han hecho las montañas; las vacas finas resignadas bajo la nieve, siguiéndonos inmóviles con la vista, que es su modo de implorar comida; los becerritos juntos al lado de los troncos, sin entender por qué la madre naturaleza rompe su promesa de vida lanzándolos al mundo en los meses más frios (si veo un churro muerto por el frio, iba a odiar la naturaleza por siempre jamás). He visto los caballos claros como luz de vela, apenas distintos de la nieve; los he visto también comiendo hierba debajo de la nieve, haciendo un hueco en la nieve y formando un cerco de tierra y verde alrededor de sus cabezas inclinadas sobre el suelo; he visto bandadas de pájaros pardos como copos infinitos sobre las ramas desnudas de los fresnos; he visto el cementerio más humilde y digno que nunca; he oído a los toros mugir y a las madres desgañitarse, las voces de las reses llamándose entre ellas, dirigiéndose solitarias al mundo clamando por entender el secreto del frio, que se yergue sobre ellas como una amenaza de muerte. Las he oído clamar como si sus voces vinieran de otras épocas, de lo más hondo de la tierra, y como si fueran lo único que quedara de un mundo que la nieve ha hecho desaparecer.

He pensado en la inmensa suerte de vivir en el campo, y he tenido la certeza de que en días como este los cantos de sirena de las ciudades no pueden ofrecernos sustituto alguno.

Os dejo con alguna de las fotos:







sábado, 9 de enero de 2010

Llamo al toro de España

Hoy va de acertijos.

Esta es la última estrofa de un poema titulado "Llamo al toro de España":


Despierta, toro: esgrime, desencadena, víbrate.

Levanta, toro: truena, toro, abalánzate.

Atorbellínate, toro: revuélvete.

Sálvate, denso toro de emoción y de España.


Sálvate.


¿Sabéis quién es el autor? Ahí van un par de pistas:
  • seguro que conocéis alguno de sus poemas con el toro como símbolo
  • colaboró en la redacción de la enciclopedia El Cossío
  • y si os digo que este año celebramos el centenario de su nacimiento, ¿no os lo estoy poniendo demasiado fácil?

¡Espero vuestras respuestas!

jueves, 7 de enero de 2010

Un poema para empezar el día, para empezar el año

Un poema para empezar el día, para empezar el año:


PARA EMPEZAR EL DÍA

Vamos a trabajar
el pan de este poema.
Hay que traer un poco de alegría;
que cada quien tome su cesta.

La noche gira sobre la esperanza
y desgasta sus párpados la estrella.
Surgen las graves letanías del trigo
por los labios abiertos de la tierra.

La espiga se desnuda sobre el aire
y el agua suelta sus cadenas.
Con un poco de esfuerzo y de ternura

vamos a trabajar
el pan de este poema.

(Victor Sandoval, 1974)


Oídlo en la voz del poeta, merece la pena:
Poema en audio: Para empezar el día de Víctor Sandoval por Víctor Sandoval

 ¿Habéis tomado vuestra cesta? ¿Tenéis preparada la alegría? ¿Dispuestos al esfuerzo y la ternura?

¿Qué poema, qué pan, qué habremos creado al fin del año?


Y vosotros, ¿tenéis un poema favorito para empezar el año?

miércoles, 6 de enero de 2010

Solsticio de invierno

Dicen que por enero lo notan los bueyes. Empiezo así porque se ve que estoy imbuida de cultura rural, aunque no debe de ser para tanto porque voy a tener que ir a preguntar si exactamente es así el refrán.

O sea, que lo más oscuro del largo invierno ya ha pasado, y a partir de ahora sólo nos queda ir hacia delante, caminar hacia la luz.

Y ahora que lo pienso, este tiempo de hibernar no se me ha hecho tan largo. ¿Quizá hasta debería haberlo sido más? Y eso a pesar de la depresión postverano que siempre me cojo, cuando llega septiembre, y en ferias se mete el frio por la noche y te pilla sin medias. Se acabó la libertad de poder moverse por el mundo cálido sin necesidad de maleta. A partir de ahora hay que ir a todas partes con siete sayas, y veinte capas de quita y pon para adaptarse a cada variación y antojo de este raro clima mesetario.

Puede que me deprima por otras razones, pero sin duda esta de perder la libertad del sol es la fundamental. Con sol y calorcito, ¿quién necesita nada más? Imposible no ser feliz en verano. No hace falta ni intentarlo: se disfruta de la vida aún sin quererlo, y eso es todo.

Pero estos tiempos de oscuridad e invierno también son necesarios. Y son sabios aquellos que saben adaptar su ritmo al de las estaciones y cambios del año. En The Waste Land T. S. Eliot critica a aquellos que huyen del invierno, porque en realidad huyen de la vida. Es necesario el despertar, el volver a la vida después del olvido que trae el invierno ("Winter kept us warm, covering Earth in forgetful snow"), y por eso afirma que "April is the cruellest month". Se acabó el tiempo de espera y de reflexión, y hay que pasar a la acción, llega la hora de abrirse y recibir. Pero en el invierno también hay oportunidades para vencer los miedos y ser libre: "In the mountains, there you feel free. I read, much of the night, and go south in the winter". No parece una buena idea, pues, huir al sur para evitar el invierno.

Yo puede que muy sabia no sea, porque siempre voy con la lengua fuera detrás del tiempo, me cuesta habituarme a los cambios, me cuesta quitarme la ropa de verano, pero cuando llega el calor no quiero desprenderme de mis abrigos de invierno. Es difícil aceptar cada día como viene y ajustar el horario interno a la realidad exterior. Pero el mecanismo del mundo sigue dando vueltas esté yo con la pila puesta o no, así que más me vale correr y subirme en el último momento, no me vaya a quedar como una florecilla helada o como un montón de nieve reducida a agua evaporada. Muy lejos no iba a llevarme eso; bueno, a las nubes, pero mejor estoy bajada de ellas, mordiendo los pedazos de realidad.


Entonces me maravilla que en medio de lo más oscuro e impenetrable del invierno, los antiguos pobladores de la tierra ya supieran encontrar la esperanza, el punto de inflexión en el que empieza la cuenta atrás para la luz y el calor. Marcan la mitad del invierno, el solsticio, y a partir de ahora ya toca mirar hacia el futuro, empezar a prepararse para él. Como invitada a una boda a la que quieres acudir con ilusión y sin tener que pensar en los aspectos prácticos, y para ello días, semanas antes, ya te vas ocupando de encontrar el vestido y juntar todos los complementos necesarios. ¿Cómo vas a poder disfrutar de la boda si no, si te encuentras el día antes con el "no tengo nada que ponerme", y luego pasas la fiesta con complejo de rana, sin encajar en el espíritu de alegría, fiesta, delicadeza y belleza?

¡Pues qué listos los antiguos, que vivían cerca de la tierra, en conjunción con la naturaleza! Y nosotros, en la cultura cristiana, todavía tenemos algo que nos recuerda que el mundo renace de nuevo, que llega el fin de la pasividad, y nos ponen un niño que nace y que nos llama a la vida. Este sentido de la navidad realmente me maravilla, aunque quizá pase desapercibido, o quizá por eso, porque veo estas fechas cristianas de navidad, o paganas del solsticio, tanto da, como una raíz que va creciendo gorda bajo tierra, y que si prestamos mucha atención, pero mucha, con el oído en el suelo, podremos escuchar el enorme estruendo que está montando ahí abajo, debajo de nosotros, resquebrajando los terrones de tierra, moviendo placas, removiéndonos por dentro, y preparando nuestras pasiones para que alcancen el punto de ebullición.

Uno de mis libros favoritos de pequeña era Las aventuras de Vania el Forzudo, de la serie naranja de Barco de Vapor (los libros de la serie roja, a partir de 12 años, nunca los entendí mucho, y me pasé directamente a los de Gran Angular, ya para adolescentes). Vania, que sería de Rusia, se pasó siete años bajo el tejado de su casa, durmiendo y cogiendo fuerza. Creo que sólo se despertaba un día al año y se comía un saco enorme de cereal. Tras siete años, de forma natural se despertó, y salió al mundo a cumplir su destino. En cada cruce del camino, tiraba una moneda mágica que le indicaba el camino a seguir, y él desarrolló su vida como mejor pudo.

¿Habré dormido yo lo suficiente este invierno? ¿Habré comido mi saco entero de cereal? He aprendido estos tres meses de invierno (el otoño se reduce a septiembre, unos meros días de transición, una oportunidad para aclimatarnos) a mantener afectos, a preparar proyectos. En los meses que vienen intentaré ir por los caminos, cada día siguiendo mi destino, lanzando al aire la moneda mágica cuando me sienta perdida, o antes de perderme, y acercándome paso a paso y sin miedo al sol enorme y abrasador, inmensa bola de fuego, que como siempre nos está esperando.





martes, 5 de enero de 2010

Quiénes somos, a dónde vamos, de dónde venimos

Los toros son la fiesta más culta que hay hoy en el mundo
García Lorca

Voy a empezar el año escribiendo de toros, pensando en toros. Quizá no puede ser de otra manera. Puede que este sea el año de mis oposiciones, y ojalá sea así y consiga una plaza de interina, la oportunidad de trabajar en algún pueblo, de enfrentarme con una clase, de pagarme mi propia cama. Pero aunque no lo sea, porque el temario es muy amplio (aunque interesante) y las unidades didácticas llevan mucho tiempo de preparación (si bien es muy entretenido buscar los materiales), el tiempo de estudio es una oportunidad de enriquecerme con los temas culturales y también de familiarizarme con materiales y estrategias que me serán útiles para dar clase. Y el próximo año, pongo a estas montañas que vigilan mi estudio cada día por testigo, estaré dando clase donde sea, aunque para ello tenga que remover la última piedra que encuentre en el camino. Porque ya es hora, porque lo echo de menos, porque lo estoy deseando. Por eso a veces me resulta tan difícil quedarme sentada en la silla, concentrarme, tener las oposiciones en la cabeza. Porque se hacen cuesta arriba la espera y la inactividad. A pesar de la oportunidad que este año de reposo encierra.

Pero tengo más cosas en la cabeza. Y una de ellas es los toros. Este año, recluida en la casa familiar, también supone la oportunidad de poder pensar en toros, de reflexionar sobre lo que significan. Y de leer de toros.

En Hemingway desde España se recogen varios artículos. Uno de ellos se titula "Hemingway y el ruedo ibérico", escrito por el profesor Carlos Clementson. Este profesor menciona una novela llamada Bestiarios, escrita por un francés, Montherlant.

Hoy lo que os voy a presentar es la dedicatoria con la que este francés abrió su libro. Sobre la dedicatoria, nos dice Clementson: "Y advirtamos que este importante libro de Montherlant está expresa y cordialmente dedicado con agradecimiento, desde su mismo prólogo, ni más ni menos que a Gaston Doumergue, Presidente de la República Francesa, por haber hecho legalmente posibles las corridas con muerte de los toros en el Sur del país, y cuyo nombre en amplios caracteres sirve de pórtico a esta novela de apasionado taurinismo, en la que el sentido ritual y sagrado de la fiesta irradia ya desde sus primeras líneas".

Y se recoge en una cita a pie de página la dedicatoria en el prólogo:

A Gaston Doumergue, Presidente de la República Francesa
Presidente:
A usted debemos las corridas de toros, con muerte, en el Mediodía de Francia. Aunque ya habían entrado, hacía medio siglo en las tradiciones del pueblo meridional -en lo profundo le pertenecían desde  sus orígenes-,se nombró en el año 1900 una comisión parlamentaria para que dictaminase sobre ellas. Usted sólo en contra de la comisión entera, logró usted hacer que triunfara la fe. Cuánto me complace aquella frase que usted dijo a sus adversarios, y que suena al triste acento de Séneca: "Se comprende que los hombres tengan tan pocos amigos cuando los animales tienen tantos."
Quizá se acuerde usted aún de otra frase: "Las corridas de toros han contribuido y no poco a mantener el vigor de la nación española." Pero indudablemente, Juan Jacobo Rousseau, que la escribió (en el Gobierno de Polonia), será también un bruto inhumano, un sostén de la regresión.
Ha nacido usted, se ha criado usted en la religión del toro. En Nimes la violenta, esa Roma de las Galias, la catedral, el arco de Augusto, el circo, donde se luchaba con los cornúpetas en tiempo de Suetonio, las piedras tienen esculpida la bestia mágica. He visto a veinte mil almas, en la plaza, aclamando al Sol, al salir de entre las nubes. Si no con su inteligencia, con sus entrañas, sabían que desde hace treinta siglos adoran al Sol y al toro, que es un signo solar. "En el Mediodía taurino la pasión de los toros tiene raíces aún más hondas que en la misma España", como usted mismo ha dicho, Sr. Presidente.

A principios del siglo XX se logró que la tradición y el rito se reconocieran legalmente, y el Presidente francés consiguió que se aceptaran  las corridas con muerte del toro.

Se cita ya entonces a aquellos que se ponen del lado de los animales ignorando al ser humano. El nombre que hoy se dan los antitaurinos, el de "animalistas", me parece muy adecuado. Porque para mí no tienen que ver con los ecologistas o con el amor a la naturaleza. Es la defensa bobalicona y mojigata del animal, al que vienen a salvar a pesar de sí mismo. Al que se han propuesto defender sin tener ni idea de lo que el toro implica, de lo que su mundo encierra. Ni idea tienen, ni el más mínimo interés en tenerla, que para eso son superiores moralmente.

¿Que es difícil de entender? Pues sin duda lo será. Pero vamos, yo lo entiendo y tampoco es que sea Einstein. Lo que me irrita profundamente es el desprecio por entender, y el fanatismo de llevar la ignorancia por bandera y no dudar en cargarse todo a su paso. Decía Nietzsche que lo contrario de la verdad no es la mentira, sino el prejuicio, y yo añado que lo que más daño ha hecho al hombre son los ideales. Los ideales que guían el comportamiento y que impiden ver la realidad, que siempre es compleja, profunda e infinita.

Se cita a Rousseau, que interpretaba la tradición taurina en clave histórica. Tantos otros filósofos y artistas han comprendido la esencia de los toros. Pero muchos se empeñan en equiparar toros y garrulismo, como leía el otro día en un artículo carente de todo rigor en El País. El articulista explicaba que desde Andalucía se invitaba a los parlamentarios catalanes a conocer el mundo de los toros. Pero el periodista, o lo que fuera, respondía que los catalanes podían ahorrarse el viaje, pues ya se sabe cómo es el mundo de los toros: castizo, atrasado, cateto... y en suma, representante de unos valores caducos de los que afortunadamente las generaciones nuevas se han liberado. ¿Alguien da más prejuicios y cerrazón mental?

Las corridas de toros son un espectáculo absolutamente actual, vivo y moderno. Es más, para mí, es el espectáculo que mejor representa la posmodernidad. Y es muy astuta la campaña de presentar los toros como algo caduco y que ya no interesa a nadie. En la encuesta de La Sexta, nada sospechosa por tanto, se reconocía que un tercio de los españoles tenía interés en los toros. Se interpretaba estos datos añadiendo que "sólo" un tercio mostraba interés. Pero para mí es un dato positivo: ¿cuánta gente tiene interés en la pintura o en el teatro? Y no porque la gente ni sepa de arte ni la pintura tenga la más mínima relevancia en sus vidas, se le ocurre a nadie que la pintura vaya a desaparecer. Cuanto menos un espectáculo que significa tanto para tanta gente. Pero la campaña de los abolicionistas está muy calculada: tú di, di, que algo queda.

Me topé en un blog con un artículo en la misma línea. En este, un profesor de universidad trata a los taurinos de incultos y atrasados, asegurando que gracias a la educación y a la escuela logrará acabarse con la lacra de los toros. Una cosa es que trates de debatir sobre por qué los toros son o no una crueldad, pero que empiecen con tantas bobadas es que me pone mala. Al menos este hombre hasta cierto punto se ve sorprendido por la incongruencia de su planteamiento, pues reconoce que no se explica cómo pensadores y artistas de reconocidos talento e intelecto han podido sentirse fascinados por los toros. Pero lo arregla pronto: no es que estas personas de amplia cultura y gran capacidad intelectual hayan podido comprender algo que él no es capaz de ver. No. Es que están todos engañados, y punto.

En la dedicatoria Montherlant sigue describiendo la fuerte presencia de la figura del toro en Nimes. Y yo tengo ganas de que llegue mayo y llegue Nimes, con su calor, su pasión, su respeto y su absoluta modernidad. Un espectáculo del siglo XXI y para el siglo XXI, una muestra de que desde las enseñanzas de la tradición y la historia, se puede disfrutar de un espectáculo contemporáneo y para gente de hoy en día.

Si a principios del siglo XX los franceses del sur hicieron comprender sus argumentos a la mayoría francesa que no participaba de esa realidad, a principios del siglo XXI tenemos la maravillosa oportunidad de que se reconozcan y respeten nuestros derechos a seguir disfrutando de una fiesta absolutamente viva y moderna, a pesar de los que tratan de echar paladas de oscurantismo, buenismo y pseudoprogresismo sobre ella.

Seguiré leyendo, y seguiré compartiéndolo con vosotros, porque es importante que expliquemos de una vez quiénes somos, de dónde venimos, a dónde vamos.