miércoles, 28 de marzo de 2012

La voz de la primavera

Hay días en que amanece a la hora establecida, pero no sale el sol. Sobre todo cuando las persianas siguen bajadas como párpados apretados a la una del mediodía. Ahora los árboles aún raquíticos se bambolean en el viento chinchón, y unos pocos coches manchan el asfalto con prisas obscenas. Un pajarraco ulula, pero no sé qué quiere decir. Ya se ha callado: quizá porque nadie comprende su lengua.

En medio del polvo y el desorden de cinco meses, a pesar de las flores que la primavera ha abortado, encuentro aquí también mi rincón. El mundo redondo está lleno de recovecos y refugios donde podemos recluirnos, protegernos del viento y el ruido, del fracaso de la primavera famélica. Me gusta montar mi caseta como cuando era pequeña: a veces un árbol, a veces cuatro ramas, en ocasiones hasta una casa de ladrillos sin cemento con un tejado de sacos. Ahora mi refugio es la ventana, el pájaro ululando al que debo prestar atención, este bloc en el que apunto mis cosas como en un diario secreto (aunque me gusta daros las llaves del candado a vosotros, tres o cuatro para los que siempre escribo). Voy ligera de equipaje: es la única manera de caber en los rincones. Esta mañana traigo también una canción con la que me he levantado en la cabeza: "...pero a tu lado". Y el recuerdo de un sueño: una casa enorme y muy vieja, yo con una escoba incapaz de poner un poco de orden, yo ansiosa perdida en mis intentos por que mi hermanito no se soltara de la mano y cayera en algún peligro en la casona inquietante.

Eso es todo lo que traigo esta mañana, y aquí lo expongo como en un rastrillo. Mira, un pájaro grande planea sobre el monte pelado por el fuego. Sin esfuerzo alguno marca un suave camino de eses. Ahora sube aún más alto, y desaparece.

¿Hay algo más en esta mañana? Hay gente, mucha gente. No está aquí, pero yo sé qué hacen, dónde están, a qué dedican la mañana. Pienso en ellos mientras el pájaro vuelve a ulular y me pone la cabeza loca. ¿Qué quieres decirme? No me distraigas, que quiero pensar en la gente a la que la mañana ha colocado ordenada y cuidadosamente en su sitio. Cada persona en su lugar, dedicada a su tarea, sus pensamientos encauzados como los coches chirriantes en la carretera. No he ido a veros: hoy todavía yo sigo fuera del mundo.

Pájaro chillón, ahora sin embargo estás callado. ¿Lo que quieres es que siga tu canto sin armonía y me aleje aún más del mundo? ¿Pretendes que me olvide de regresar? Partículas blancas, nubes quizá escapadas de un almendro, vuelan como confeti de boda al otro lado de la ventana. Así quisiera sentirme yo, como un copo que baila en el aire, que corre alocado, que vuela impelido por una fuerza natural, por un impulso superior a su propia voluntad. La primavera sopla, y el copo abandona el árbol, para no volver.

¿Es eso lo que te empeñas en transmitirme, pájaro irritante? ¿Que no hay vuelta atrás? Abandonarse, volar sin rama ni asidero, alejarse del árbol en la fuerza del viento sin posibilidad de mirar al pasado. No vuelvas tus ojos al invierno, o te convertirás en piedra. Quizás ese es el sentido de la primavera. Sigues tu lamento, y yo te escucho atentamente. Insistes, pero sabes que al final se hará el silencio. Escucho y comprendo, aunque has de acabar por asumir que yo ya no puedo tornarme copo, que a mí no deben abducirme tus cantos, que tus avisos ominosos no desarrancarán mis raíces del suelo terroso. Puede que al final acabe por lanzarme al aire, pero volaré contracorriente, camino de las cumbres invernales.

Pájaro bonito, pájaro preocupado que no cejas en tus avisos, ¿acaso no es esa la interpretación de tu mensaje, no tiene tu voz la primavera tambaleante? Ahora callas, y luego hablas a intervalos cortos. ¿Eso es lo quieres?, pareces preguntar anhelante. Y puede que sea ahora cuando comienzo a comprender. Ahora leo en tu canto alegre, alto y repetido como gritos de júbilo, que nada de lo que dices es verdad, y nada es mentira. Tu silencio repentino me lo confirma. Estoy cansada del orden, de la razón, de las hipócritas buenas intenciones. De las recetas para un vida perfecta, de los ejemplos imposibles, de los libros de autoayuda, de las perlas sobre lo psicológicamente correcto que acaban por engarzarse en un collar que convierte mi corazón en el de una señorona.

Pajarito lindo de voz penetrante, he oído tu canto, y lo he transcrito. Por eso ya ha sobrevenido el silencio. La primavera hoy quería que escribiera esto. Que vendrán las flores, y yo pasearé entre ellas por el campo. Que oiré a mi corazón, y se desbordará el sentimiento. Que conoceré el éxtasis, y después volveré a acurrarme en un sillón con cojines y pasaré la tarde al brasero entre las faldillas. Pero no caeré, esta vez comprenderé el cambio de estaciones; no volverá el daño ni el espejo que se rompe traerá siete años de maleficio. Hoy la primavera canta con voz chillona, y me advierte de que ha de volver el sentimiento, que los muros de contención están a punto de ser anegados, que puedo ser feliz dejándome arrastrar como un pétalo en la brisa. Sin pensar, sin cuidados, sin tomar precauciones. Por eso hoy digo que volaré con todos, pero tú seguirás conmigo como un globo de niño. Escribiré para ti, desconocido y cambiante como eres, engañoso y a veces dañino, porque yo he de seguir siendo yo, porque tú eres parte indisoluble de mí, porque yo siempre seré tú. Porque tus ojos pardos, allí al fondo aunque cegada por el sol, siguen irradiando la misma luz de suave luna llena, pura y redonda, que inundó el cielo una noche de enero.

Aún sin flores, sin agua, con viento fresco, en el valle se ha presentado la primavera ingenua. Y ya me impele, me arrastra, me levanta del suelo y me transporta como un copo de almendro, despreocupado, feliz y juguetón, hacia un destino incierto. No es tiempo de pensar ni de faldillas enfermeras: es hora de volar, sentir, confundirse, y llenar el corazón de excitación y aventura, de impulsos y desventuras. Aventuras fallidas acaban siendo todas las de la emoción. Pero ha llegado la primavera, y nos llama desde la ventana, no puedo sino escucharla. No es sensato resistirse a su llamada. La sabiduría no se encuentra en vuestras perlas de psicólogos de libro, sino al otro lado del cristal, en el aire cierto. La verdad está en la locura, en la equivocación buscada, en el deseo y en la libertad del alma. No es época de buenos consejos ni de preocupaciones profilácticas. Hay que vivir, soñar, luchar, caer para luego levantarse. El viento primaveral nos ayudará a mantenernos a salvo sobre la emoción, nos llevará hasta el borde mismo del abismo de nuestra imaginación.

Querido pájaro, ave líndisima, ahora te entiendo y disfruto del silencio: he de volar con el atrevimiento de la emoción liberada, como se lanzan trémulos los pétalos de almendro al aire.  Así después podré posarme un día en el reposo soleado y amarillo de los campos infinitos de verano. Solo el sol eterno y calmo del estío calentará los granos de trigo cuyo dulce y tierno pan nos alimentará durante el invierno helado. Volamos hacia delante para acabar volviendo al mismo punto, en un eterno etorno, en un círculo sin fin alrededor de nosotros mismos y de nuestros más queridos amores.



He muerto y he resucitado.
Con mis cenizas un árbol he plantado,
su fruto ha dado y desde hoy algo ha empezado.
He roto todos mis poemas, 
los de tristezas y de penas, 
lo he pensado y hoy sin dudar vuelvo a tu lado.
Ayúdame y te habré ayudado,
que hoy he soñado en otra vida,
en otro mundo, pero a tu lado.
Ayúdame y te habré ayudado,
que hoy he soñado en otra vida,
en otro mundo, pero a tu lado.
Ya no persigo sueños rotos,
los he cosido con el hilo de tus ojos,
y te he cantado al son de acordes aún no inventados.
Ayúdame y te habré ayudado,
que hoy he soñado en otra vida, 
en otro mundo, pero a tu lado.
Ayúdame y te habré ayudado, 
que hoy he soñado en otra vida, 
en otro mundo, pero a tu lado.

lunes, 26 de marzo de 2012

Desayuno con diamantes

Hoy he desayunado sola. Aún así me he preparado un buen desayuno, que ya se sabe que es la comida más importante del día. Yo desde luego no me lo salto nunca. Incluso en mis buenos tiempos, cuando me levantaba después de la comida, siempre era hora de desayunar.  Por eso en Estados Unidos no acabé de acostumbrarme al brunch de los fines de semana: demasiado salado. ¡Hay que empezar el día con algo dulce, y en compañía!

Siempre he pensado que desayunar sola es bastante triste. Por eso a la gente le gusta tanto tomarse cafés a media mañana: para poder compartirlos con los demás. Cuando estaba en Southampton y no había nadie en mi piso, me agarraba los enseres necesarios y me plantaba a desayunar en el piso vecino. Y a esa rara gente que no desayuna, le hago igualmente sentarse a mi lado. Lo importante es compartir el momento. Pero vamos, mucho mejor ante un buen desayuno. En realidad, podría desayunar a cualquier hora del día. Al fin y al cabo, el café con pastas de por la tarde no es más que la versión vespertina del desayuno mañanero. Cuando no hay tiempo por la mañana, qué mejor que compartir la merienda, y estoy pensando ahora en las largas tardes con Cristina en nuestro salón-pasillo con las tazas de la abuela...

El desayuno es todo un rito. ¿Qué es eso de beberse corriendo un café y agarrarse unas galletas para el camino? Acabo de formular la teoría de que la persona que sabe dedicarse sus siete minutillos a sentarse y disfrutar del desayuno, no solo está cuidando su cuerpo, sino también su alma. Sin prisas, con cariño, dedicándose un tiempo para ella, tratando de empezar el día con la mejor disposición posible.

Ya dicen que reconocerás al amor de tu vida porque será aquel con el que no te importaría desayunar cada día del resto de tu vida. El que aún tendrá algo que decirte, una sonrisa que arrancarte, cariño para envolverte cuando sigáis desayunando juntos mil años después.

Yo hoy no he podido desayunar con quien he compartido desayuno estos últimos meses. ¡Un buen desayuno en compañía es la mejor razón para salir de la noche, aunque el día parezca oscuro! Le pondrán para desayunar mañana un poco de agua-chirri de cualquier manera, y cuatro galletas insípidas envueltas en un celofán de plástico. Pero lo cuidarán bien, y volverá dispuesto a tomarse su café en vaso y su mermelada light. 

Mientras yo me iré con el desayuno a otra parte, porque ya es hora, porque me han cuidado bien, porque la leche tristemente sin café de cada mañana me ha traído la seguridad y la calma que siempre ofrecen los rituales repetidos del amor. Y no han faltado bollos, madalenas y rosquillas en esta casa cada mañana, gracias a la gente amiga que sabe cómo se digiere el cariño.

Me gusta pensar que soy las camas en que he dormido, y los desayunos son igualmente hitos que marcan las etapas de mi vida. Toca sustituir la bandeja azul de ikea y la taza de la infancia por nuevos desayunos y nuevas compañías. Y lo hago contenta, porque esta ha sido una etapa más degustada (a pesar de lo repulsiva que pueda parecer) completa y entregadamente, otra experiencia vivida y asimilada de la que saldré renovada y distinta. Madalena a madalena, taza a taza, en cada lugar y con cada persona, sigo adelante; en contínuo cambio pero siempre yo, enlazando desayunos, tratando de comenzar el día con un poquito de paz, de respeto por mí misma, y en buena compañía.

Esta etapa que tantas cosas inesperadas ha traído, también me ha invitado a desayunar con mi padre. Bastaría eso para que estos meses cobraran sentido. No se trata solo de la madalena o la bandeja azul: he comido palabras como coherencia y búsqueda, resistencia y cambio, preocupación y calma, sensibilidad y fuerza. Y muy pronto comenzarán a notarse los resultados de tan buena alimentación y de la mejor compañía.

Este ha sido el último desayuno:

domingo, 25 de marzo de 2012

"Something inside so strong"

Para ver la imagen en tamaño completo, pinchar en la esquina superior derecha.
Un poco de color al día como la pizquita de sal a la comida. Que nos quieren pintar la vida de gris, y la mirada ávida se cansa de ver la realidad en blanco y negro como a través de un televisor viejo. Hoy toca la vida en technicolor, en 3-D y en vivo y en directo.

Con fuerza, mucha fuerza, para pintar de colores las piedras insípidas, para atreverse a abrir el corazón y caer cuando sea necesario. Fuerza para volver a levantarse siempre, para ponerse lentes de colores y reírse de los que son tan tristes que destiñen un gris que nos salpica y mancha.

Alegría para deslizarse por el arco iris y dejar atrás las nubes de los que nos llueven tanto mal encima, y aducen hacerlo en nuestro propio beneficio. Fuerza, alegría y color para levantar el día, para jugar con el sol al balón y bajar por el tobogán del arco iris a toda sonrisa, para sentir el aire fresco en la cara y caminar con energía, decisión y coraje, sabiendo que hemos elegido el camino de la libertad y nos hemos puesto la dignidad por corona.

Fuerza, mucha fuerza para bailar y disfrutar, para amar y reír, para trabajar y luchar, para creer y para saltar. Colores para todos, sonrisas mil, amor y perdón. Porque soy fuerte, muy fuerte, porque salgo de mí como un géiser, porque me gustaría que un poco de color y verdad tiñeran tu corazón obtuso aunque dulce como una de tus piruletas.

Ahora voy de cabeza por el tobogán, muerta de alegría, para encontrarme con los seres de luz, júbilo y abrazos, que contagian fuerza como risa. Mi fuerza, que sigue surgiendo de lo más genuino y hondo pese a todo, en cascada violenta, como siempre fue. Fuerza que se alimenta de la primavera temprana de tanta gente coherente, sencilla y valiente.

Fuerza para creer en la magia, para volar, para equivocarme, para seguir creyendo, para andar sin parar de dar saltos. Fuerza que tú no pudiste ni podrás arrancarme, llegaste a quitarme la piel pero no mordiste mi corazón de manzana roja.  Fuerza para que a ti y a otros os pinten un día mis pinceles de colores vivos. Muy vivos, y coleando.

miércoles, 21 de marzo de 2012

Poema-flor

21 de marzo. Comienza la primavera. De toda la vida, aunque ahora nos informen del segundo exacto en que tal hecho acontece. Parece ser que la nueva estación entró ayer sobre las seis de la tarde, pero yo no llegué a notar nada. Quizá pasó sin llamar, o puede que aún esté escondida, demasiado tímida todavía para hacer notar su presencia. Seguro que muy pronto empieza a carraspear para llamar la atención.

Yo tengo mi primavera particular, que no es nada más que la vuelta a los juegos de la infancia, las tardes infinitas, la libertad para seguir el instinto. Los mayores, pobres, no logran hacer un hueco en sus agendas para atender lo que su corazón les reclama. Un poco de diversión, de despreocupación, de creatividad y abandono. Yo juego con las palabras y hago poemas-flor.

Un día en el que me sentía un tanto inquieta me sugirió un amigo ponerme a escribir algo. Bah, dije yo, no tengo la cabeza para tanto esfuerzo. Pero es que para escribir no se necesita hacer ningún esfuerzo: simplemente hay que jugar, dejarse llevar por la mente cuentista, no pensar en el tiempo. Así que cogí el primer boli que encontré y un papel viejo, y me puse a escribir sin intención alguna. Y no sé por qué, resulta que me puse a hablar de margaritas. Será porque la margarita encierra en sus hojas el amor y sus dudas.

Dudas, dudas, dudas. Los niños no se plantean la realidad. Se limitan a moverse por ella como en un parque de atracciones. No se cuestionan su existencia ni intentan cambiarla. Así que seguí jugando, y con los papeles de la cesta de retales coloqué cuidadosamente el poema en pétalos. Creo que desde parvulitos no jugaba con papel pinocho.

Cuando era pequeña tenía un rechazo visceral a todo lo que oliera a manualidades. Porque implicaba una valoración, un ajustarse a lo que esperaban de nosotros. Y yo no era buena tratando de imitar lo que yo interpretaba que esperaba el profesor. Ahora no imito, y por fin mis dibujos parecen los de una niña de seis años. Creatividad y libertad no son términos que yo asocie con mis años escolares. (Excepto en los recreos, de la mañana y del mediodía, donde jugaba como una loca, incapaz de parar mis piernas rápidas y mis ansias de viento en el rostro.)

Pero si releo el poema no me siento más una niña, sino una adolescente, nostálgica de algo que no ha vivido, confusa, posada en el suelo como un pájaro que no sabe mover las alas, expulsado del árbol por algún insensato que sacudió fuerte las ramas. Los adolescentes, la amistad y el amor. Qué despliegue de sentimientos, qué fácil sentir el todo, ahogarse en la nada, suspirar, extrañar, desear, y entregarse por completo. En la adolescencia no existe la red protectora, nos limitamos a caminar por la cuerda floja, sin mirar atrás, sin miedo a caernos; solo hay miedo de nosotros mismos y de nuestros deseos inconcretos, hinchados, dolorosos.

Ahora soy una mujer que ha visto muchas primaveras , que es niña y adolescente al tiempo, que entra en la primavera como quien pone el pie en el agua fría del mar, que se dispone a bañar en los almendros en flor como si fuera la primera vez. Una niña, una adolescente, una mujer que tiene en su mano, sin deshojar, la primera margarita del año.

Para que la primavera venga solo necesitamos purpurina. Mucha purpurina.


A veces todo es tan confuso como una margarita que pasa del sí al no en cada pétalo.
Todos dicen saber qué es el amor...
Psicólogos, gurús y poetas explican cómo amar sana, sabia, locamente.
Yo solo sé que amar es un verbo que no puede conjugarse en pasado.
¿Amo o  no amo? ¿Un sí o un no? Amo el aire, las cosas bellas, los buenos sentimientos. Amo cuando amo en una margarita el mundo.
Amo como una nube: a veces blanca y de algodón; otras palpitante en el cielo limpio;  a veces llora y llueve; a veces cubre de niebla el monte.
¿Amo o no amo? ¿A quién amo? A veces a todo, a veces a nadie.
¿Me amo? Me gusta respirar el sol. ¿Os quiero? Siempre que puedo: amaros es amarme.
Y a ti, ¿te amo? Por siempre, ya lo sabes.
¿Un sí, o un no? Ahora, nube clara, tengo que salir a pasear por el sendero del sol.

(la margarita tiene 10 pétalos; me quedo con el corazón de sol)

Fotografías: Lc

lunes, 19 de marzo de 2012

En el día del padre...

...¡los hijos se divierten! Hoy le hemos hecho a mi padre un regalo de lo más original. No sé si le ha acabado de gustar, o más bien la emoción que creí percibir era simplemente la reacción natural ante el hecho de comprobar en vivo y en directo que, efectivamente, su hija mayor está como una cabra... La pilló con las manos en la masa... No creo que haya dudado ni un segundo en identificarme a mí como instigadora de la acción. Delito no ha sido, pero bien que venía él con la cayada a ver quién era esa panda de grafiteros... "os parecerá bonito", tenía pensado decirles a ese hato de indignados.

Pero no le hemos regalado un grafiti, sino algo mucho más acorde con el entorno rural... Si os apetece probarlo en casa, esto es lo que se necesita:

INGREDIENTES
  • un día 19 de marzo
  • una mañana sin lluvia
  • botes de pintura alegres
  • los correspondientes pinceles (y agua y papel para lavarlos)
  • una carretera o camino por donde los padres paseen
  • una gorra y braga o bufanda para ocultarse de las miradas de los curiosos
  • una piedra más bien grande al borde de dicho camino o carretera, colocada en vertical a ser posible
  • estar un poco locatis (ingrediente fundamental, en opinión de la mamma)
  • un poco de imaginación (no temáis pasaros, cuanta más mejor)
NOTA IMPORTANTE: todo el mundo puede realizar esta actividad. No hay límite de edad, ni por arriba ni por abajo; no se requiere una especial forma física (quizá sí para las partes superiores de la piedra, pero se trata de un trabajo en equipo); y lo más importante de todo: no se precisa de habilidad para el dibujo ni de especiales dotes artísticas. Con IMAGINACIÓN y locura, vamos más que sobrados.

PROCESO
  • coger un pincel
  • elegir un color
  • ponerse a pintar sobre la piedra
  • limpiar el pincel y cambiar de color
¿Parece sencillo, verdad? ¡Pues lo es! Ni siquiera hace falta un plan previo, aunque un poco de coordinación con el resto del equipo nunca está de más. Con imaginación, basta, ¿lo había dicho ya?

RESULTADO
  • te lo pasas de un bien que ni te esperabas. No hay nada como liberar el lado infantil que tanto nos reprimían en la escuela. A mí por lo menos, que nunca fui capaz de hacer ni un solo dibujo (me los hacía mi vecina, superdotada para las bellas artes)
  • al divertirte y relajarte, te salen del pincel flores, corazones, mariposas... Vamos, todo el color y la imaginación que atesoras desde niño
  • los coches al pasar atisban una mezcla de colores raros, y se quedan pensando... pero no se la dan, porque la piedra está un poco escondidilla
  • a tu padre se le queda cara de tonto (de la emoción que sea, no puedo asegurar si era perplejidad o arrobamiento, aunque tengo una ligera sospecha de hacia dónde acabó por decantarse su expresión)
  • tu madre va a ver la piedra con el coche, pero no la encuentra (recordad que está escondidilla)
  • tu madre ve una foto del dibujo famoso, deseosa de admirar el talento de su hija. Seguidamente a tu madre le da un ataque de risa
  • te lo has pasado pipa, y de la manera más simple plasmas con tu arte (ejem) el valor de la familia. Solo por esto ya podemos pasar de clasificar esta expresión artística como "naif" a "arte social" (nada del arte por el arte, sino que si además de pasarlo bien nuestro arte vale para algo, mejor que mejor, qué caramba)
  • los caminantes se detienen a contemplar el dibujo, se forman atascos de coches parados para que los conductores puedan retratarse frente al muro, sube aún más el precio de la gasolina para cubrir la demanda. Acuden incluse autobuses con familias enteras, deseosas de compartir los valores familiares que el lienzo natural transmite
  • otras personas anónimas aprovechan las piedras vecinas para reflejar sus propios valores y dar rienda suelta a la imaginación. Piedra que ven, piedra que dibujan
  • se crea un nuevo estilo, definido en la wikipedia como "naif-social"
  • la idea se extiende por caminos y carreteras rurales de toda España
  • al poder expresarse la población libremente y al compartir sus puntos de vista, se produce una revolución en nuestro país, que ha pasado a conocerse en los libros de texto como "Revolución de la Imaginación"
  • por primera vez lo rural aparece en las noticias, periódicos y programas de cotilleo
  • dicha revolución acaba con el aburrimiento vital, el vacío existencial y la nada económica de la crisis y de las medidas anti-crisis
  • un día, POR FIN, llueve, y el agua borra la pintura (es ecológica)
  • el movimiento pasa al olvido, hasta que arqueólogos del futuro descubren el primer resto de pinturas rupestres del siglo XXI

Aquí empezó todo

Manos a la obra

Arte

Musho arte

Detalle de la vestimenta del artista carretero (que no callejero)

Detalles de la obra




"La Obra" al completo en primicia mundial

Y si todo esto os parece cosa de niños...

...¡estáis en lo cierto!

A la de una...

...a la de dos...

... ¡y a la de tres!

¡¡Diversión total!!

Y amor, mucho amor, para todos los padres y para todas las familias.

Porque, tengamos o no su presencia física... ¿cómo podríamos avanzar en nuestra carretera particular sin ellos, sin su firmeza, sin su ejemplo de vida, sin sus cuidados?

¡FELIZ DÍA DEL PADRE!

jueves, 15 de marzo de 2012

Corazón de manzana verde

Bello doncel, debajo de los árboles tu canto
ya no puedes cesar, como no pueden ellos deshojarse.
Osado amante, nunca, nunca podrás besarla
aunque casi la alcances, mas no te desesperes:
marchitarse no puede aunque no calmes tu ansia.
¡Serás su amante siempre, y ella por siempre bella!

John Keats


Basta un frasquito de agua del cielo para que los campos broten amorosos, tras una cópula divina. A pesar de la escasa lluvia, la naturaleza presurosa se las apaña para traernos primavera, verdura, esplendor, y un poco de alegría en forma de tarde soleada.

¿Quién podría estar triste mientras la luz templada te acaricia y la brisa suave te acuna? Ah, ese olor a primavera que se zambulle dentro y nos inquieta, que comienza a fundir el hielo de las venas rojas.Los vientos de marzo arrastran por campos y ciudades deseos azarosos de vida como polen amenazante; por el aire se transmite el frenesí de las mariposas que no saben dónde posarse.

Días como estos te ponen la cabeza loca: mil estímulos reclaman la atención a un tiempo, y no acertamos a decidir en cuál detenernos. La primavera gira imparable como un carrusel de colores múltiples, de agitación febril, de efervescencia vertiginosa. Y es en el mero movimiento, en la excitación estéril que no se posa en parte alguna donde radica la atracción por el abismo. Estas tardes de sol primerizas nos conducen hasta el borde mismo del enajenamiento.


Así andamos todos, atolondrados. Pero seguimos adelante porque hay algo en estos días tiernos, recién cocidos, que nos recuerda a los juegos interminables de la infancia. En medio de la confusión, del horno maternal fluye un raro sosiego. Olfateamos la confianza en que una sucesión de días idénticos nos aguarda, y nos perfumamos con la convicción de que en ellos será sencillo vivir, amar, gozar.

Por eso, aún en medio de la vorágine primaveral, atinamos a lanzar nuestras flechas y nos atrevemos con dianas móviles, persuadidos de poder acertar en el centro mismo de nuestros corazones. En realidad no podemos resistir el movimiento que nos empuja con fuerza centrífuga, no somos capaces de frenar el carrusel. Nos montamos en la primavera carnívora como sobre un potro indómito, nos disponemos a cabalgar en el caballo hasta que escape del círculo maquinal del tiovivo y sienta qué es la libertad.


Después llega el invierno, y de nuevo nos refugiaremos en nuestras casas y echaremos la llave a los arcones, temerosos tanto del dolor como del placer que la libertad inflinge. Pero mientras tanto disfrutemos alocados, gocemos, vivamos, persigamos al galope el amor y la libertad. Todos formamos parte del mismo ímpetu febril, dados de la mano bailamos en corro. Juntos nos movemos, giramos, volamos. En el entusiasmo colectivo solo sentimos el ardor y la fiebre, la adrenalina impide medir el alcance de las heridas, deliramos juntos en la creencia de que nuestro corazón caerá en blando: la primavera lo acogerá entre sus amplias carnes. Marzo ha acabado con los pocos sobrios que podrían delatar a los borrachos infractores.


Llueve una nube apenas, y el campo muestra orgulloso su pecho verde. ¿Cuántas gotas necesitamos nosotros para desprendernos de las mantas asfixiantes, para retirarnos del fuego que nos provoca cabritillas en las piernas, para deshacernos del nido de hielo que se vuelve agua en el tejado, para decidirnos a vestir de colores frescos y abrir la puerta al riesgo? No es fácil salir afuera para los que saben de las mentiras del deshielo, para los que han embalado su corazón con la cinta marrón de los aeropuertos. Unos recuerdan inviernos eternos, otros conservan la memoria de veranos que les abrasaron la vista.

¿Es posible tirar la puerta abajo, romper el candado de las siete llaves, salir afuera y olvidar, acaso aferrarse a una memoria nueva o puede que vacía? ¿Podrá sentirse el ardor de marzo con la misma furia que en los años de la juventud? Quizá deberíamos hacer como los jóvenes enamorados del ánfora de Keats, permanecer para siempre petrificados en el tiempo antes del momento de la pasión, antes del estallido de la primavera, de forma que el amor no perezca, no caduque ni se marchite. Una manzana verde ácida para siempre aferrada a un árbol.


Pero quién podría resistirse a la llamada del amor ácido, de la locura verde, del delirio fresco. Parece que llaman a la puerta, tocan la aldaba, y es un viento mágico. Vendrá la vida de nuevo, como las hierbas brotan sin necesidad de excusa año tras año, como los caballos del carrusel vuelan alborotados cada marzo. Salgo a la puerta con las manos vacías, el pelo suelto, las pulseras nuevas sobre el vestido ligero. Trae la primavera como siempre la inflamación y el rapto.


Los enamorados ignorantes siguieron adelante, devoraron ávidos la manzana verde, y luego trataron de volver al jardín prohibido, y ya no pudieron encontrarlo. Acorralados por el hambre, arrancaron por igual hierbas venenosas y frutos sensuales. De todos probaron, y todos rechazaron. Desaparecieron dolor y placer mortales. Abandonados a su suerte, condenados a avanzar sin remedio, arrastrados por el espacio y el tiempo fuera de su vasija protectora, conocieron otras heridas de las que no morían, goces que no los elevaban sobre la tierra parda. Encontraron finalmente cobijo bajo un árbol famélico.


Supieron de la ceguera del verano que abrasa, y de la quemazón del invierno helado. Se abrazaron fuerte y comieron gusanos. Una noche la tormenta rugió desatada, y del árbol cayeron miles de manzanas como rayos ácidos. En el pueblo vecino se oyó el estruendo, y de mañana temprano acudieron los lugareños al rescate. Encontraron a los amantes sepultados bajo el manto verde, y aún alcanzaron a oír los últimos latidos de un único corazón de manzana.


Si os acercáis por la villa, podréis admirar los antiguos corazones rojos convertidos para siempre en fruta esmeralda tras los cristales de una vitrina sucia. Se conserva la reliquia en la iglesia vieja, y hay quien dice que en las tardes soleadas de primavera del corazón destila el néctar como lágrimas agridulces. Cuenta la leyenda que, si tienes la fortuna de apresar un poco de este líquido en un frasco, los jóvenes amantes regresarán para retozar sin fin en su ánfora.

Pero has de saber, desventurado u osado lector que en el vértigo de esta tarde de primavera crees poder escapar a tu suerte mortal, que el precio es alto y las condiciones estrictas. Debes huir con tu frasco al galope en el aire alocado de marzo, tendrás que escapar más aprisa que la primavera demencial, ser más veloz que el amor consumado, beber el jugo raudo como las manzanas que se desploman desde los árboles. De lo contrario, como siempre ocurre sobre esta tierra parda, solo fugazmente enverdecida, probarás el fruto ácido de la primavera, y te condenarás al invierno eterno.



 Fair youth, beneath the trees, thou canst not leave
Thy song, nor ever can those trees be bare;
Bold Lover, never, never canst thou kiss,
Though winning near the goal—yet, do not grieve;
She cannot fade, though thou hast not thy bliss,
For ever wilt thou love, and she be fair!

John Keats

Dibujos: CRLS
Tratamiento de imágenes: Lc

martes, 13 de marzo de 2012

Fotomatón

Un vistazo rápido que deje constancia de esos objetos sentimentales que nos acompañan en cada etapa y que reflejan nuestro día a día. Un fotomatón de los chismes que no solo muestran el camino por el que vamos, sino que actúan como señales que nos marcan la dirección a seguir. Pequeñas cosas que se convierten en hitos, y al tiempo actúan como faros en la noche.

Esta es la repisa de la mesa de mi habitación (limpia y colocada después de una tarea titánica, y a ritmo de Mary Poppins... ya sabéis, con un poco de azúcar esa píldora que os dan, esa píldora que os dan, pasará mejor... y su labor, convierte en diversión... el ser feliz, un juego es al fin...).

  • pastillero con dibujo vintage, regalo de Roma en Navidades
  • agenda naranja, porque es hora de volver a hacer planes
  • libro de mandalas y correspondientes pinturas para colorearlos, porque de vez en cuando todavía es necesario hacer un esfuerzo para concentrarse, relajarse, y no pensar en nada más
  • planta con flores rosas recién traída del mercadillo... simplemente porque es bonita y da alegría... aunque tengo que mejorar mi relación con las plantas... no me duran mucho
  • un marco con foto recuerdo de un bonito viaje entre amigas
  • ah, la copa que me regalaron mis alumnos de tutoría al final de curso, cuando ganaron el campeonato de fútbol... para recordarme que con esfuerzo se gana, para darme confianza en mi capacidad, y para devolverme la convicción de que hacer mi trabajo lo mejor posible merece la pena
  • una foto de mi hermano de pequeño con un cordero... porque como al Principito me encantan los corderos, y porque me gusta rodearme de principitos. El marco me lo regaló una buena amiga con una cariñosa foto... pero era hora de renovar los contenidos
¡Así que alegría, orden y mucho cariño!

¿Qué objeto os representa a vosotros justo ahora?



INDIRECTA: ¿a que quedarían bien unos dibujitos en el macetero de plástico? ¿Qué tal unos corderos?




lunes, 12 de marzo de 2012

Tres estrellas

He leído por algún sitio que un truquillo para mantener las emociones positivas es recapitular al final del día tres cosas que nos hayan salido bien, o simplemente nos hayan gustado, en el día en cuestión.

Hay días en que hay que rascar un poquito, pero aunque no estés en general muy satisfecha del día o de tu actitud, siempre hay mil cosas por las que dar gracias y con las que poder ser feliz.

Por positiva que no quede, así que aquí van mis tres estrellas del día:



Despertar por la mañana con un beso de buenos días... y poder seguir durmiendo en la cama



Tomar tarta al whisky del Dia (my favourite!), y además con fresas, para celebrar un cumpleaños en familia


Servir de conejillo de indias para una sesión de coaching en el jardín, y descubrir que se puede cambiar la mentira personal de "yo no controlo la situación", pasando por el "yo hago lo que tengo que hacer", por la creencia (o "injerto", que me voy a volver una experta en la materia, como mi coach personal) de que "yo hago lo que elijo"



We are all in the gutter, but some of us are looking at the stars
Oscar Wilde

jueves, 8 de marzo de 2012

Rafaela (8 de marzo)

Rafaela se sienta en el sillón verde. Desde que llegó al centro sus compañeras le han reservado para ella el lugar junto al ventanal. Saben que desde ahí contempla los parterres del pequeño jardín, el paso de las nubes, los pájaros que en las mañanas de sol chapotean en la fuente. Comprenden que para Rafaela esas visiones, ese descanso de los ojos y la mente, han supuesto toda su realidad durante un tiempo. Antes ni aún siquiera eso tenía, tan solo los ojos sellados a la paz y la alegría del mundo, una ventana clausurada con cal en el centro de una hermosa fachada.

Rafaela, siguiendo el orden sereno de las horas en el centro, ha echado un vistazo a los periódicos tras el desayuno, antes de vestirte. Ahora ya no necesita ayuda para asearse, pero todavía le cuesta enfrentarse al momento, a tamaño derroche de energía. Es 8 de marzo, por lo que no le extraña encontrarse en los diarios con varias columnas de opinión y editoriales tratando el tema de la igualdad de la mujer. Se habla de la diferencia de sueldos entre hombres y mujeres, se sacan a relucir por énesima vez las cifras relativas a la violencia de género, se debaten las dificultades de la mujer trabajadora para compatibilizar empleo y maternidad... Se discute incluso sobre el sexo de las palabras.

A esta mujer enflaquecida con el pelo cobrizo recogido en un moño rápido y un sencillo vestido de flores a juego con sus ojos añil, todas estas discusiones y opiniones le suenan huecas, repetidas, obligadas, prescindibles. Rebusca entre las páginas de los diarios, y encuentra su cosecha diaria, de la que da fe su libro de recortes, cada vez con menos páginas libres. Una empresa debe compensar a una modelo a la que rescindieron el contrato por aumentar su ridícula cintura dos centímetros. En Afganistán una nueva proposición de ley pretende que la sociedad vuelva a las condiciones establecidas por los talibanes: mujeres con velo y sometidas a la voluntad de los maridos, separación de hombres y mujeres en lugares de trabajo y ocio, imposibilidad de salir sin la compañía de un hombre. Marca con una cruz roja, de sangre y muerte, el relato de unas jóvenes que han logrado escapar de las FARC: las reclutan con 12 o 13 años, las violan y las obligan a abortar. A un bebé que llegó a nacer le clavaron un bisturí en el corazón. Las niñas saben que las condiciones de vida con las FARC son espantosas, pero explica el periodista que aún así constituyen una salida para aquellas que sufren ya una situación terrible en casa o para las que carecen de alternativa ninguna.

Dice el periódico que las guerrilleras han de ocultar su dolor. Si muestran algún tipo de sentimiento ante el asesinato de su retoño, si se les escapa una lágrima... los guerrilleros considerarán que han sobrepasado el límite de "desmoralización insuperable"... y no será del hijo de sus entrañas de lo único de que se desharán estas bestias. Rafaela frunce el ceño, lo que Rosa reconoce como síntoma inequívoco de que la nueva está pensando demasiado. ¿Qué te pasa ahora?, le pregunta sonriendo. Rafaela habla en voz alta: ¿Dónde estará el límite de desmoralización insuperable? ¿Lo alcanzamos alguna vez? ¿O quizá demasiadas veces? Rafaela lee la noticia sobre las guerrilleras a la buena de Rosa en voz alta. A Rosa, que está aquí tras que le mataran al hijo en venganza por su huida, se le enciende el corazón. Han pasado tres años, y Rosa, la inocente Rosa, que dejó la escuela para casarse con su marido a los 15 años, se ha convertido en la madre de todos los hijos e hijas de las residentes en el centro.

Pero no es esta noticia horrenda, la marcada con la cruz roja de lo inconcebible, la que ha despertado la indignación de Rafaela, una excitación que ya pocas veces renace en ella. Ha echado un vistazo rápido a la columna de un tal Salvador Sostres, quien dice desayunar feliz comiendo jamón y leyendo el periódico, ritual del que parece ser gustan de disfrutar todos los hombres en soledad. Hasta que vienen sus mujeres, explica resentido el personajillo, y se empeñan en hablar y en ser escuchadas. Gracias a que este Sostres es consciente de su deber, logra disimular su desprecio hacia la insustancialidad de la mujer, de todas las mujeres, que “no entienden este proceso porque carecen de mundo interior”, y acierta a esconder su desolación en una sonrisa tierna.

Rafaela, la del sillón verde, no cree que este hombre tenga en realidad esposa. Más bien lo que tiene es la desfachatez de los idiotas: no puede ser casualidad que en el día internacional de la mujer trabajadora le dé por dedicar una columna a la banalidad del género femenino. Rosa, ¿dónde crees que tenemos nosotras el límite de la desmoralización? Rosa, con el corazón de manzana roja, lloró por su hijo como una leona herida. Después tuvo la sabiduría animal de lamerse las heridas y perdonar, olvidar al depredador que en un ciclo que a ella se le antojaba natural, le había arrebatado su bien más preciado. Ahora lloraba por las noches la alegría sana que manaba a borbotones de su pecho maternal cuando cuidaba y jugaba durante el día con los niños y bebés del centro.

Rafaela no acertaba a dibujar tanto dolor, el dolor de Rosa le resultaba tan extraño como el de las guerrilleras colombianas. A ella nunca le habrían puesto la mano encima, de eso creía estar casi segura. Rosa apenas había ido a la escuela, se había escapado de la casa humilde de sus padres para casarse con Juan. Cuando volvieron, con el niño ya hecho, sus padres los acogieron sin preguntas. Tampoco hablaron cuando comenzaron a notar el carácter agresivo del yerno, cuando los celos le llevaban al bar cada noche, cuando los llantos del pequeño le alteraban los nervios. Cuando encontraron al pequeño Juan en el fondo del río, cuando su hija se volvió loca como una fiera herida, tan solo acertaron a pedir a dios clemencia. Ahora era Rosa la que los consolaba cada domingo en horario de visitas, la que trataba de poner palabras al horror y la culpa que se había quedado petrificado en los ojos de los padres, incapaces ya de llorar.

¿Dónde está el límite de la desmoralización insuperable? ¿Quién podría aguantar la humillación de las guerrilleras, el desgarro del corazón de Rosa? Rafaela se había roto en pedazos como una hucha de barro. Arañazo a arañazo había encerrado en el cerdito unos cuantos sentimientos, algunas palabras de amor, unos pocos te quiero. Había luchado ardiente, ciegamente, por hacerse con su pequeña fortuna, con su amasijo de emociones salvadas de las palabras que chocaban como trenes en explosiones temerarias, de los insultos que saltaban por los aires como bolas de cañón. Atesoraba frenesís rebañados en el furor de los cuerpos jóvenes, en las miradas que se reconocían inflamadas como minas confundidas con alijos después de la guerra, reunía pasiones rescatadas de la devastación final, del silencio sepulcral y la tierra yerma que sigue a la batalla final.

A ella nunca le habrían puesto la mano encima, no podría enseñar con resignada naturalidad las señales en su cuerpo, en la cadera, en la espalda, en las muñecas apretadas con fuerza. Recordaba las palabras, las únicas palabras, del primer psiquiatra a la que sus padres la habían llevado a rastras: ahora se toma usted estas pastillas y luego busca ayuda para ver cómo es que a una joven con estudios le puede pasar esto. ¿Soy yo la que lo he hecho mal?, se preguntaba Rafaela, ¿al final es mi culpa porque tengo estudios, por no haber sabido reconocer las señales, parar a tiempo? ¿Acaso es de gente ignorante amar demasiado?

Rafaela había ido a los mejores colegios, había vivido en el extranjero, encontró rápido trabajo en el hospital de su localidad. Ella era liberal, salía y entraba cuando quería, vivía en libertad, soñaba y sus sueños se cumplían. Pero Rafaela, la de la personalidad decidida, la inteligencia rápida, la dulzura bondadosa, el estilo en el vestir, en el fondo sabía que algo no iba bien. ¿Por qué si no aceptó aquel trabajo, a 400 kilómetros de su familia, sus amigos, a 400 kilómetros de él? ¿Porque le ofrecía mayores oportunidades de futuro, como les explicó a sus padres? ¿Por los pocos euros más que le ofrecían, con lo que dejó satisfecho a Fernando y a sus planes de compra de casa? ¿Por cambiar de aires antes de comprometerme definitivamente, como contestó a sus amigas?

Rafaela, la dulce y guapa, la chica inteligente y sensible que hacía tan buena pareja con Fernando el ingeniero, con el atractivo Fernando, tan alegre y extrovertido que equilibraba la emotividad y timidez de Rafaela. Con Fernando, que volvía el mundo del revés como un niño inquieto y trasto al que todo se le perdona en su encanto, Rafaela olvidaba su desconcierto y melancolía e iba por la vida dando saltos bajo el sol, siempre de la mano adorada de su Fernando.

De la mano de su Fernando. ¿En qué momento esa mano comenzó a aferrarle las muñecas, a ahogarle la garganta, cuándo comenzó ella a temer los arrebatos de ira cada vez más frecuentes de su amor, los desplantes en público, las salidas de tono? ¿Cuándo hablar se convirtió en imposible, cuándo Rafaela se encerró en el silencio salvador, cuándo fue que él comenzó a disparar razones para las que solo cabía el escudo del mutismo? ¿Podía acordarse ahora Rafaela cuándo comenzó ella a "estar loca", a ser egoísta, a vestir mal, a dejarle en ridículo?

Fernando era ingeniero y ahora trabajaba en la empresa familiar, pero sus padres no se lo habían puesto fácil. Rafaela aguantó a su lado los desplantes del padre, que nunca consideró que su hijo pequeño fuera capaz de compartir la empresa con el hábil hijo mayor, que se había sacado la difícil carrera a curso por año, que había trabajado junto a su padre desde que cumplió los 18. El padre había creado la empresa piedra a piedra; cuando tuvo a su primer hijo juró que dejaría su puesto de obrero y le daría a su primogénito el orgullo de poder decir que su padre no era un simple albañil como lo había sido su abuelo, sino que se había convertido en empresario de chalé con piscina y coche caro. Después vinieron las hijas, y mucho más tarde, de forma inesperada, en un desliz que el padre siempre había considerado desafortunado, el pequeño Fernando, el mimado, el benjamín.

Su madre había tenido la culpa de todo, su madre que siempre lo defendía ante él, ante el padre, que era quien había inculcado a la familia el valor del trabajo y la constancia, quien había sacado el negocio adelante. Pero Fernando, guapete y zalamero, se descuidaba en los estudios, tonteaba con chicas, no dejaba de pensar en el fútbol. Ya en la Universidad, salía hasta las tantas, se despertaba al mediodía, les mentía en los estudios. Y siempre a las faldas de su madre, una ignorante sin estudios que no se adaptaba a su nueva condición de privilegiada, de “señora de”, que se empeñaba en seguir fregando a mano los suelos del inmenso chalé, como había hecho de recién casada en el apartamento alquilado en la capital. Su madre siempre protegiéndole, dándole dinero a escondidas, derretida por una caricia o sonrisa del sinvergüenza. ¡Tú es que eres un bruto!, le gritaba Fernando a su padre cuando éste arremetía contra las debilidades de la timorata esposa y madre.

Rafaela había compartido juergas con Fernando durante los primeros años, las había soportado después cuando ya su trabajo le impedía trasnochar, le había escuchado en sus interminables lamentos por sus fracasos en la carrera, le había confortado en sus mentiras, había estado siempre a su lado y, sobre todas las cosas, había creído en él. Cuando Fernando terminó al fin la carrera y el padre celebró una cena en su honor, con champán Moët Chandon, y entre brindis y brindis le dio un abrazo, y le ofreció a Fernando un puesto de categoría en la empresa, Rafaela pensó que su vida empezaba de nuevo, que ya ahora serían, como habían soñado desde el principio, Rafaela y Fernando para siempre.

Con estupor acogió ella su primer ataque súbito: si no hubiera sido por ti, habría acabado mucho antes la carrera. ¿Cómo por mí?, acertó a decir ella. Pues sí, por tu egoísmo, siempre con tus viajes al extranjero, tus estudios, tu familia, tus responsabilidades en el trabajo. ¿Y yo qué? ¿Es que yo no valía tanto como todo eso? ¿Es que tú te crees más por tu familia? No sé de qué me hablas, farfulló ella, pero Fernando ya salía airado por la puerta. Rafaela calló y creyó comprender: demasiada presión, frustración, fracaso. Ahora ya por fin dejarían toda esa desazón e incertidumbre atrás. A Fernando le había regalado su padre hasta un coche, ahora había llegado el momento en que disfrutarían, viajarían juntos, serían independientes y compartirían alegrías y preocupaciones. Había llegado el tiempo de madurar.

Pero Rafaela, inopinadamente, se fue a trabajar a cuatro horas de distancia de la capital, ella que ni siquiera conducía y había acabado por odiar los autobuses. Fernando no se opuso; ahora estaba centrado en el trabajo de la empresa, apenas tenía tiempo para dedicarle a Rafaela a diario, y al fin y al cabo se trataba de algo temporal. Ahora era la oportunidad para demostrarle a su padre y a todos que él era tan capaz como cualquiera, como su mismo hermano mayor, el sagaz e inteligente, comprobarían que podía ganar su propio dinero y gastarlo como le viniera en gana.

Rafaela no acababa de explicarse qué hacía allí tan lejos, pero al firmar el contrato por un año sintió un alivio que la confundió durante un tiempo, hasta que prefirió no pensar más en ello. Alquiló una casa con unos compañeros del hospital, y cada noche se sorprendía de dormir plácidamente, de no echar de menos los modales cada vez más adustos de Fernando, quien olvidaba darle el acostumbrado beso de buenas noches, quien ya no la abrazaba antes de dormir porque estaba cansado, quien se molestaba si ella se indisponía por la noche. Rafaela observaba con admiración, en las visitas que a sus compañeros les hacían sus respectivas parejas, la tranquilidad que se respiraba en la casa, la cantidad de planes que hacían juntos, la forma civilizada y afectuosa de discutir las cosas. Rafaela nunca sabía cuándo iba a estallar Fernando, cuando ella iba a decir algo que él consideraba injusto o equivocado, cuándo ella no iba a comprender lo estresado que andaba en el trabajo. Ya no hablamos como antes, decía ella, parece que ya no me quieres. Ya estás con lo mismo, gritaba él, con tu egoísmo, malinterpretas todo lo que digo, ya no valoras todo lo que hago por ti, parece que lo haces adrede para joderme ahora que me va bien, ¿no ves que vengo hasta los huevos del trabajo, de mi padre y de mi hermano? Parece que tú también quieres provocarme, como si no tuviera bastante con ellos.

Rafaela se marchó sin saber por qué, pero ahora comprendía, con cada noticia del periódico que recortaba para su álbum, que huyó para poder estar a solas con su silencio, para poder dormir sin compañía. Fernando no había venido a verla. Habían pasado ya seis semanas y sus compañeros y la gente del hospitial le habían causado muy buena impresión. La habían acogido con los brazos abiertos y la incluían en sus planes. Pero seis semanas no era suficientes para que Rafaela saliera de su timidez, esperaba ávida cada sábado la visita de Fernando como este le iba prometiendo. El séptimo sábado Rafaela se quedó sola en la ciudad aún por descubrir. Sus compañeros de piso habían programado una excursión de fin de semana con algunos amigos al campo. Rafaela rechazó la oferta, y se quedó sentada a la mesa del desayuno durante largo rato mientras esperaba a Fernando. A la una por fin supo de él: se había liado en el trabajo y estaba muy cansado. Pero a la noche había programada una cena con los trabajadores, era ella la que debería venir. Pero es que ya me había hecho idea de que íbamos a estar aquí, con la casa tranquila, y ya lo tengo todo preparado, te he comprado tortellini y la cerveza que te gusta, y además ya sabes que no me gusta conducir y la única forma de volver mañana, si me fuera hoy en autobús, sería traerme el coche, pero no me atrevo a meterme por la ciudad, y menos esta que no la conozco, ya lo sabes. Fernando no le dio opción: yo siempre he hecho todo por ti, ahora te toca a ti demostrar que eres capaz de venir por mí, para una única cosa que te pido me vas a salir otra vez con tu egoísmo proverbial.

Rafaela no tuvo elección: pasó el fin de semana sola. Al séptimo fin de semana llamó a Fernando, que es mejor que no te molestes ya en venir, le dijo, si es que estabas pensando en ello, que ahora soy yo la que quiere quedarse sola. Pero unos días después Fernando se presentó en el piso: traía una caja con los regalos que ella le había hecho a lo largo de los años, pequeñas bobadas, tarjetas, velas, cajas de chocolate vacías, libros, muñecos u objetos que le recordaban a él y que ella compraba en kioscos y pequeñas tiendas, incapaz de no verle acompañándola en cada momento de su vida, aunque en ocasiones estuvieran tan lejos. Siempre hay algo especial que nos acaba uniendo, pensaba ella, seríamos incapaces de estar separados, en el fondo somos como dos drogadictos que se necesitan mutuamente, necesitamos la magia de nuestro amor. Nos compenetramos perfectamente, yo tan blanca y él tan morenito, la dulce niña buena y el malote de la clase. Las lágrimas de Fernando hacían charcos en el suelo, junto a las ruedas de su coche, mientras Rafaela sostenía la caja de plástico: he perdido a la mujer de mi vida.

Rafaela pasó el año trabajando, confiando ingenua en los milagros del tiempo. Todo pasa, un mes más, se decía cuando las tardes después del trabajo la sorprendían llorando, un mes menos, ya queda menos para saber vivir sin ti. Apenas salía de casa, si acaso para compartir alguna actividad tranquila con los compañeros: un paseo, una copa rápida después del trabajo. Ni siquiera aceptaba una invitación al cine: le recordaría demasiado a Fernando, a cómo le acariciaba el brazo entero en sus primeras citas, hasta que le provocaba molestas cosquillas, pero ella se callaba, deseosa de sus ternezas, no podría dejar de pensar en sus besos largos durante los créditos, echaría de menoss la manía de no levantarse del asiento hasta que se encendía la luz de la sala. No estaba para fiestas, a las pocas que asistía lo hacía por obligación, por no desligarse del grupo de trabajo, pero le faltaba la alegría, la vitalidad, el espíritu de niña que obtenía de Fernando, la confianza que había aprendido en la mano de él a los 16 años, desde que empezaron a caminar juntos bajo el sol feliz. Toda la energía la reservaba para el trabajo, ahí encontraba sus mayores satisfacciones, en los pacientes que cada día le agradecían su total dedicación.

Al año regresó a casa de sus padres, en la capital. Fernando se acercó una tarde a verla, y a ella se le rió descontrolado el corazón. Quizá todo ya había pasado, quizá se habían olvidado los gritos y el silencio, quizá –si no las palabras- les uniría como siempre la química, la adicción de sus cuerpos, el reconocimiento candoroso de los corazones. Puede que un año fuera tiempo suficiente para volver a empezar. Fernando le contó, como a su más querida y vieja amiga, tratando de compartir su recobrada alegría, que esperaba un hijo. Rafaela sintió cómo se desgarraba por dentro mientras huía a trompicones del salón, y finalmente se tronchó por fuera en alaridos terribles una vez que su madre lo invitó a salir de la casa. La muñeca de porcelana no había aguantado, había acabado por fragmentarse en mil trozos irreconciliables.

¿Qué había conseguido durante todo este año de paciente, resignada esperada? ¿Cómo podría seguir, empezar de nuevo, caminar para atrás? El mundo no existía, el amor era un engaño, su torpeza imperdonable, su ingenuidad pecaminosa; la actitud de su amor, del amor de su vida, incomprensible. ¿Había intentado alguna vez entender él lo que le pasaba? ¿Había querido escuchar cuando ella le hablaba de su soledad, sus heridas, su decepción? ¿Cómo podía siempre él tener razón, justificar sus gritos, sus cambios de humor, sus ataques? Ya lo había dicho él, se te ha cruzado un cable y te vas a arrepentir. ¿No la iba a querer por siempre? ¿No había estado ella angustiándose, culpándose por el sufrimiento que le causaba a Fernando, al amor de su vida, a la persona que más quería, que juraba no poder vivir sin ella? ¿Y no le venía él ahora con que había encontrado a la nueva mujer de su vida, y que esperaba un hijo de ella? ¿Por qué tendría que escucharle ella?

Y Rafaela se volvió loca, se hizo la oscuridad, alguien vino a recoger los trozos de la muñeca muerta. Él nunca fue capaz de comprender que la noche no vino porque ella quisiera volver con él, que la noche venía de antes, de cuando la incomunicación a gritos comenzó a tapar la luz del sol, de cuando voces y miedos, complejos e inseguridades, ofuscación y desplantes, eclipsaron la luz inmensa del astro rey, su dominio eterno. Él ya la había perdonado, el daño terrible e irreparable que le provocó la actitud de ella, repentina, irresponsable, radical; se apiadó de ella cuando supo que sus padres la habían llevado al centro de mujeres maltratadas.

Pero todo el mundo sabía, su mujer, sus padres, la gente de la empresa, su círculo de amigos comunes, que él nunca le había hecho mal ninguno, que jamás pondría la mano encima a ella ni a nadie, que preferiría morir o matarse antes que hacer algo así. Él no había hecho más que quererla y cuidarla, ella había sido lo más importante para él, todos habían visto que él hacía siempre lo que ella quería, había sido su esclavo, su monigote. Todo lo había hecho por ella, y ella se había acostumbrado, no había sabido valorarlo, y ahora al fin, cuando ya era demasiado tarde para él, ella se arrepentía. Ya se lo había advertido Fernando muchas veces, en más de una ocasión le había dicho que estaba loca. Y ahora podía comprobarlo toda la gente, adónde la habían llevado su ceguera y falsa superioridad, qué había conseguido con su egoísmo y terquedad, ya sabía todo el mundo que estaba loca. Pero había sido la mujer más importante de su vida, y a Fernando no podía sino causarle lástima su estado actual.

Lo que Fernando nunca podría entender es que era tarde para los dos, también para Rafaela, sentada en su sillón verde leyendo el periódico. ¿Hasta dónde puede llegar el desmorone?, se preguntaba en alto; interrogaba a Rosa y rememoraba su pavorosa historia, dibujaba terribles cruces rojas sobre la foto de las guerrilleras de Colombia. Las chicas de las FARC, que habían logrado escapar de la organización, con las caras cubiertas querían avisar a las jóvenes de que la guerrilla era el espanto, de que aquella era la tierra de la atrocidad y la violencia, de que nunca podrían ser madres ni convertirse en seres completos.

Las chicas de las FARC, con sus hijos asesinados a cuestas, volvían para contarlo, para avisar a las incautas. A Rosa nadie le había enseñado que una mujer no debe aguantar ni un solo golpe del hombre, que la sociedad no lo permite, que los gobiernos ofrecen medios antes de que sea demasiado tarde, que el maltrato físico se previene desde la escuela. Rafaela pensaba que alguien debería saber que ella había vuelto a ver el verde de los parterres, a percibir la tierra húmeda, después de meses con la mirada ciega fijada a través de la ventana, que volvía a sentir la libertad de los pájaros en la fuente, a paladear el frescor del agua cayendo en cascada del surtidor.

A Rafaela, con su vestido de rosas y sus ojos añil, sentada en el sillón verde, le gustaría que un día los niños de la residencia supieran que ella había vivido durante un tiempo como un fantasma, que confundió la vida con la muerte, el amor con la sinrazón, que el eclipse había sobrevenido mientras ella creía hallarse en el centro del sol. Alguien debería saber que ella, como Rosa, como las madres de todos esos niños, también había estado allí, en la ignorancia, que ella tampoco sabía, que nadie le había enseñado, qué significa ser mujer. Que ella había estado allí, pero que había vuelto para contarles a los niños y a las niñas que otra vida era posible. Que ella lo sabía porque había sido la muerte, la ceguera, la oscuridad, y después, al fin, fue la luz, y Rafaela vio, y Rafaela comprendió.

Algún día los niños y niñas futuros sabrían que nadie tiene derecho a apropiarse de su mirada, a quitarles la luz, a oscurecerles el alma. Entenderán que jamás deben poner su felicidad en las manos de otros, dejarse agarrar por las muñecas, entregar cuchillas con las que les corten las venas. Porque entonces dejarían de ver el verdor de los parterres, no podrían sentir más el frescor del surtidor, el aleteo de los pájaros. Y eso no es posible, Rosa, no, no puede ser, un día se lo diremos a todos los niños y niñas, toda la sociedad lo sabrá, nuestras historias no aparecerán en los periódicos. Rosa no responde, pero comprende, vaya que si comprende. A un tiempo y en silencio fijan ambas la mirada en los niños que juegan en la fuente. Ese día en el que ellas hablen y todos sepan, Rafaela dejará al fin de recortar noticias en los periódicos.