domingo, 13 de septiembre de 2015

Ser del revés

Que yo soy al revés, siempre lo he sentido. Ahora, además, lo sé. Esto, sin duda, añade complicación a la tarea de crearse una vida a la medida. Esta noche me desvelé. Dicen que la conciencia tranquila permite dormir a pierna suelta. Yo creo que se concilia mejor el sueño desde la falta de conciencia. Para entrar en mi casa en ferias, mi marido pega patadas a vasos y platos de plástico sucios que depositan los comepinchos de las casetas en el escalón del portal. El esfuerzo no siempre produce resultados. En ocasiones hacer lo correcto es la manera más segura de no alcanzar el éxito. La suerte es para los que no la necesitan. El mal existe, y está dentro de cada uno de nosotros. Para unos pocos elegidos, vivir supone un palacio de cristal con las paredes empapeladas de billetes. Para los demás, la única dignidad disponible es la de afrontar la adversidad. Vivir de puertas adentro: eso es lo que nos queda a los que vamos al revés. Sentir tanto es bueno para algunas cosas, supongo. Quizá para desarrollar un talante artístico. Para todo lo demás, es malo. Navegar sin que los golpes de timón los dicte el estado de ánimo, ese es el reto. De vez en cuando dar un golpe sobre la mesa y decir aquí estoy yo. Eso, sabe a gloria. Trabajar en un sistema donde los principios coinciden con mi revés, pero la práctica se hace conforme a la derecha del mundo. Es decir, todo al revés. Este curso he caído en un desierto. Un secarral. Perfecto. Seguramente en este momento así tenía que ser. Algo esencial va a salir de esto, aunque ahora mismo mi imaginación no logre crearlo. Hay oasis, pero no están en este sistema. Sé que acabaré en uno de ellos, pero aún queda un largo camino. Ser del revés es sentir la soledad, el sinsentido, la pena. Escribir para no perder la cordura. Porque la vida no es esfuerzo, ni éxito, ni lucha, ni buenas obras. Es solo encontrar la belleza en medio del caos. Hacer surf en la ola del huracán para mantenerse en el vórtice. Y así desplazarse a velocidades de tormenta tropical. Destrozar y arrasar, conocer el mal, y después volver a crear. No existe ley ni orden, beneficios o cuenta de resultados. Al menos así creo que es para los que vivimos al revés. No es mucho, vivir así. Eso es lo cierto. Algunas pocas veces compensa. El resto es cansancio, lucha inerme, esfuerzo en vano. Solo queda tratar de no bambolearse en exceso. Y esperar esos momentos en que sientes con los niños y con los árboles, y eres risa, frescor intenso, juego, inocencia y una enorme posibilidad que dará al mundo la vuelta. Y entonces alguien te abraza, te ve sin mirarte, y se dirige directamente a la semilla de desazón y prodigio que se agazapa en tu estómago mientras te espeta un "me encantas".
Dibujado por CSB

jueves, 3 de septiembre de 2015

El horror a cada ola

Ahora nos echamos las manos a la cabeza porque vemos un niño muerto. ¿Acaso me vais a decir, de verdad me lo vais a decir, que no sabíamos el sufrimiento del absurdo montón de niños que mueren injustamente cada día, todos los días, y ahora mismo mientras yo escribo esto, y después otros cuantos, mientras tú lo lees? Hoy, yo la primera, vomitamos la comida. ¿Y luego? Ah, sí, exigimos ayuda humanitaria. Exigimos, digo. Y para ello le damos a un botón del facebook. Eso, que alguien haga algo, que den dinero, que manden aviones que tiren bombas o corazones de papel. Puagh. Veo al niño muerto, y veo a todos a los que nuestra hipocresía le queda por matar. Ah, no, que tú no tienes nada que ver. Es verdad, que tú solo pasabas por aquí y este mundo de asco no lo inventaste tú. Que tú no llevas dentro la parte de muerte y horror, que tú no te agarras como una garrapata a tus privilegios del primer mundo, que los bárbaros son otros, que el mundo es de otros. Que a esos niños los van a salvar tu dinero, tu buen corazón, tus exigencias, tus vómitos. Pues sigue vomitando, o para, porque si no nos volveríamos todos locos. Pero mira un día de tu vida, un solo día, y dime que no hay nada en ti ni en las estructuras de las que disfrutas que participa del horror. Dime que no, y no habrá esperanza. Quedará la muerte, el vómito, tu dinero que a nadie salva, tus exigencias que nada cambian. Resulta que vamos todos de salvadores del mundo, y en nuestros esfuerzos por hacer el mundo a nuestra medida condenamos al otro. Creo que desde lo que somos y hacemos, es imposible que el mar deje de traer el horror a cada ola. Ojalá podamos paliar algo desde nuestras limitaciones, eso sin duda ya será mucho. Y, sin embargo, nada cambiará, porque nosotros seguiremos siendo los mismos.