miércoles, 26 de noviembre de 2008

Historia de una casa


Hoy ha sido mi día libre, un miércoles cada dos semanas. Lo he pasado tratando de estar calentita en casa porque me encuentro un poco mala. Pues bien, me levanto, me pongo a limpiar, y a la hora, ¡el agua caliente que no sale¡ ¡Y la calefacción que no funciona¡


Ay, que esto ya nos pasó otra vez, y tardaron una semana en arreglarlo. Mandamos un mensaje a la china para que se pusiera "inmediatamente" en contacto con la agencia. Haciendo los debidos cálculos, llegamos a la conclusión de que no contactaría con ellos antes de mañana. Entonces se pondría en marcha la operación inoperancia por parte de la agencia. Puedo decir y digo que la agencia a la que la china contrata el piso que a su vez nos subcontrata se ríe de la china en sus narices, a buen seguro por ser china, joven y pava. Y de rebote, en las nuestras.


Después de sufrir la operación arreglo del calefactor el mes pasado, nos enfrentamos a la ardua tarea de conseguir una llave para el portal, pues nos veníamos apañando con una para las dos. El hecho de compartir llave y por tanto estar al tanto de los horarios respectivos, y de ser capaces de dejarlo todo en el momento en que la otra decía ven, seguramente ha desempeñado un papel fundamental a la hora de estrechar lazos entre dos perfectas desconocidas, unidas solamente por una lengua común y un vivir a la pata la llana.


Pero consideramos que llegó el momento de poner a prueba nuestra relación y comprobar si resistía al hecho de llevar llaves separadas. Había llegado el momento porque juntas habíamos ido librando una batalla tras otra a la conquista de esta casa es una ruina. Primero fue el ruido, pero la gente que se reúne los lunes de madrugada bajo nuestras ventanas no fue capaz de disuadirnos de cambiar nuestro lugar de asentamiento. Tampoco las campanas de la iglesia vecina que tocan los fines de semana desde las 9 de la mañana en horario ininterrumpido. Al mismo tiempo el acceso a internet nos fue denegado. Lo pusimos inmediatamente en conocimiento de la casera, quien a su vez traspasó el problema al odiado chino que cada vez que lo veo o huelo literalmente me da un bajón de tensión. El odiado chino dijo que era un problema de la línea y que ya lo había puesto a su vez en conocimiento de la compañía. Una semana después seguíamos igual. (Al final la china confesó que es que el inútil no había pagado la factura. Aunque el problema llegó a solucionarse, yo mantengo una relación de encendido apagado con mi ordenador. A todos los interesados les remito al sketch humorístico de La Muchachada Nui basado enteramente en mi hecho real particular. La conexión se va y como se va viene, sin apiadarse de las trescientas veces que entre medias apago el ordenador enciendo el ordenador apago el ordenador enciendo el ordenador apago el ordenador). Al mismo tiempo nos faltaban los enseres básicos para la casa, incluido el mobiliario. Inmediatemente lo pusimos en conocimiento de la casera, quien rauda resolvió el asunto proporciónandome un armario consistente en una barra de la que se cuelgan las perchas. El número, peso y proporción de cosas a colgar de las perchas tiene que ser ponderado cuidadosamente de forma que las ruedas no casquen, la barra no ceda, el presunto armario no se incline peligrosamente hacia un lado u otro. Con esto y un bizcocho, pensó la casera, apaño yo a estas dos. Así que desde ese momento el libro de páginas del Argos se convirtió en mi libro de cabecera. Noche tras noche buceaba en sus 1798 páginas para encontrar la percha que colgar detrás de la puerta para poder colgar todo lo que no cabía en el presunto armario, para encontrar el colgador de radiador donde poder tender mi ropa, para hacerme con el flexo que me permitiría conservar mi vista (lo que seguramente mi santa encontrará sabio), para rastrear la tostadora más barata, la plancha más económica del mercado, los edredones con mejor relación estampado-precio, la cajonera de 60 centímetros que entrara bajo mi mesa modelo comedor y que fuera... ¿cuál de las 3 bes voy a emplear?... ¿buena, bonita, barata? ¡Bingo! Buena efectivamente no ha salido, porque venía con esas ruedas de serie gemelas de las del presunto armario y contra las cuales voy a dirigir mi próxima campaña (otros se dedican a salvar el mundo, mi tarea es más humilde pero no por ello menos necesaria); lo de bonita daba igual que para eso medía los 60 cm requeridos para caber debajo de la mesa.



Argos es una tienda donde eliges el artículo en el catálogo, apuntas el número, y te lo sirven en un mostrador. O sea, que los objetos vienen a ser sorpresa. Inmediatamente desarrollé la habilidad para localizar los artículos equivalentes a los de dicho catálogo en el Wilkinson, en su versión carne y hueso e increíblemente aún más económica. Voy a abrir un grupo en el Facebook de fans del Wilkinson. En sucesivas incursiones he mercao un juego de tres bandejas por 1.50 libras (oferta especial mitad de precio), un juego de 6 o 7 cazos y sartenes por 8 libras que el árabe se encargó de cargarse el primer día que lo dejamos solo (solo doy gracias de que la sartén de hacer tortillas de patatas de Cristina se librara del envite, porque sino la paz no podría haber vuelto jamás a nuestro pequeño reino), los candados y cerraduras para nuestras puertas de las habitaciones que tuvieron que ser fijados con puntas, el destornillador para tratar de fijar los tornillos del pomo suelto de mi puerta (aunque al final la operación resultó ser más complicada y hubo que cambiar los tornillos por otros más largos), así como la mesita baja que utilizamos en nuestro pasillo-comedor.




También en el Wilkinson se dirimió la batalla final en la lucha con las cortinas. Una batalla que finalmente también, y contra todo pronóstico, acabé ganando. Todo empezó porque tenía unos cortinones colgados de una cuerda naranja toda combada porque no daba para sujetarlos. El riel se había roto y alguien decidió tirar por la calle de en medio. Pero yo no iba a conformarme tan fácilmente. El punto álgido de mi decepción con la casa fue cuando caí en la cuenta de que la parte de atrás que faltaba en la cochambrosa cómoda, la parte que taparía la cajonera por detrás, estaba colgada con puntas encima de la puerta de un armario que hay en mi habitación donde un ser inteligente decidió que en lugar de ropa se iba a colocar el calentador del agua (aunque ahora que lo pienso, quizá esa era su función originaria, teniendo en cuenta que mi habitación es el salón, por lo que también tiene una ventana comunicando con la cocina, que ha quedado debidamente clausurada con un mapa de Londres). Pero como digo, me crecí ante el castigo de la cómoda sin parte de atrás, y decidí coger el toro por los cuernos: arreglaría las cortinas. Dicho y hecho, abrí la sección correpondiente en mi catálogo de autoayuda, o guía para la vida, o enciclopedia que reúne todo el saber posible y necesario, y me puse manos a la obra: comparé en el catálogo arguiano sistemas, cierres, enganches, materiales, medidas y precios. En estas que vino mi príncipe salvador y se ofreció a arreglarme las cortinas. Sí, sí, Jess la casera lo dejó en manos del chino odioso que tiene por apaño, y que desde esa actuación estelar pasó a ser más conocido como el mayor inútil del planeta tierra. Mi caballero andante se presentó ante mi puerta pertrechado con un riel que no le llegaba a mi ventana victoriana ni para el hueco de una muela, y... ¡con nada más! ¿Pero este tío imbécil cómo espera colgar nada si no tiene herramientas? ¡Que se necesita un taladro, que lo pone bien claro, hombre¡ Bueno, pues cuando lo veo que se ha subido a mi mesita baja del pasillo-comedor para coger la caja de herramientas del armarito de la cocina (o sea una caja de cartón con un martillo y cuatro puntos) con zapatos y todo (mi pobre pequeña mesa, delicada como la flor del Principito), para aprovisionarse de su paupérrima mercancía. En la siguiente escena aparece dando saltos en mi cama, tratando de llegar a lo alto de la ventana (es muy bajito), para clavar las puntas, dios sabe con qué finalidad. Después de destrozar la ventana con la punta ominosa, resulta que la finalidad era, ejem, colgar el riel. Como el plan A no funcionó, pasó al plan B, que consistió en tratar de recolocar la cuerda naranja que previamente había arrancado. Antes de que pasara al plan C, decidí que ya era suficiente y con toda la firmeza que mi estupefacción y mala leche me permitieron les conminé a dejar de pegar saltos en mi cama (ahora la china se había sumado a la acción) y a marcharse como habían venido. Pero no, me dejaron aquí el riel, ocupando sitio en mi pasillo-comedor.




En fin, la solución final fue tan fácil como ir al Wilkinson, comprar una barra que se ajusta al marco interno de la ventana sin necesidad de herramientas, y comprar unas cortinas ligeras que soportaran el peso de la endeble barra, lo que significa que entra la luz por ellas y q no se pueden correr porque si no se cae la barra. Entre la luz que entra por las cortinas y la de la ventana de mi habitación que da a la cocina, la vida me da mi preciado antifaz. Pero lo mismo da, yo me apunto el tanto.

Antes de explicaros cómo conseguimos finalmente la llave del portal cinco o seis semanas después de mudarnos, quiero tener un recuerdo muy especial para el producto estrella de mi casita: una mesa plegable que se ajusta perfectamente a las reducidas dimensiones de la cocina, y que feriamos en una charity shop o tienda de segunda mano donde la gente dona cosas que luego se venden con fines benéficos. No sé a quién beneficiarán las 10 libras que pagamos por nuestra mesa; sólo sé que a mí me hicieron la mujer más feliz del planeta. Para conseguir la mesa, hicimos varias incursiones a Boscombe, conocido como el barrio más chungo de la ciudad. Sin embargo, o por ello, yo me siento allí como pez en el agua. Se ve vida por las calles, gente en las terrazas: se ve que a la gente pobre o digamos simplemente inmigrantes o extranjeros les gusta más vivir en la calle, salir de casa, mezclarse los unos con los otros. Me encantan los sábados que voy al mercadillo, veo las bolsas sorpresa de fruta esparcidas por el suelo (por un par de libras, te puedes llevar toda la fruta que haya dentro), compro ricas fresas en pleno invierno, me paseo por las tiendas de 20 duros (bueno, aquí hay dos modalidades: la de todo a 1 pound, y la de todo a 0.99. Como veis, siempre hay clases, y Boscombe no iba a ser una excepción). Después podemos volver andando dando una gran caminata a lo largo de la playa hasta casa. Bien, nuestra primera incursión al mercado de muebles de segunda mano de Boscombe fue un reconocimiento de terreno. Comprobamos los precios prohibitivos del mobiliario en las diferentes tiendas (hay miles, todas juntas, vendiendo muebles de segunda mano), y finalmente vinimos a parar al escaparate de la charity shop. Allí estaba ella, la reconocimos inmediatamente. Ya era demasiado tarde, la tienda estaba cerrada, debíamos volver otro día a su rescate. ¿Estaría ella dispuesta a venirse con nosotras? No dormíamos por las noches esperando el gran día en que pudiéramos acudir a su encuentro, temerosas de que cualquier desalmado nos la hubiera levantado. Pero no, nuestra mesa nos fue fiel y leal, y nos vinimos las tres tan contentas en el autobús, contagiando nuestra alegría a nuestro alrededor, como prueba la pareja de ancianitos que no pararon de reir y sonreír en todo el trayecto, y es que sólo nos faltaba sacar el picnic o las cartas en el autobús y ponernos a merendar/jugar en nuestra linda mesita, que desde ese momento demostró haberse integrado perfectamente en su futuro hogar.

(Con esta historia me he enternecido toda. Esperad un momento que me voy a levantar y darle un beso. Vale, de tu parte también).

Y sí, señoras y señores, me voy acercando al momento llave. El día en el que no-firmamos-el-contrato (o sea, el día en el nos mudamos, porque contrato no hay), nos encontramos con la sorpresa de que sólo tenemos una llave del portal para las dos.Vale que no tengamos mesa, tendedero, lámpara, plancha y demás, pero ¿llave? ¡Cómo no vamos a tener llave, mujer de dios, en qué cabeza cabe¡ Al final nos debió de ver en la cara que por lo de la llave ya sí que no pasábamos, así que en ese mismo momento quedó inaugurada la batalla llave. El problema es que la llave no se puede copiar, que lo pone bien claro en la misma cabeza de la llave: "Do not copy". Llegaron a ofrecernos los chinos 100 libras si éramos capaces de copiarla. Le dijimos a la china que tratara de hablar con la agencia, pues era de cajón de madera de tabla que hacía falta otra llave, pero la china parecía reacia, dijo que en la agencia no le hacían más llaves. Ella esperaba toda pancha que fuéramos a compartir la llave, pues éramos amigas. No sé, será una cosa cultural, su concepto de la amistad. Fuimos a Boscombe, cómo no, a intentar copiarla, pero nos dijeron que hacía falta un permiso. No sé si dijo a letter o a card, pero en cualquier caso nosotras le dijimos a Jess que necesitaba una carta de la agencia. Pasaron una, dos, tres.... dejémoslo en varias semanas, de mensajes y llamadas continuas por nuestra parte (que alcanzaron el paroxismo cuando se juntaron en un mismo mensaje las quejas por la falta de calefacción, agua caliente, internet y llave. Ese día podría haber matado a cualquier pobre vieja que se me cruzara en el camino), que finalmente se tradujeron en Jess toda contenta y pegando saltitos anunciando que por fin tenía la carta de la agencia.

¿Iba a ser todo tan fácil? Obviamente, no; si quisiera las cosas fáciles me habría quedado en casa. Para contribuir al grado de desafío y reto que toda estancia fuera de casa demanda, el cerrajero denegó la petición de copia aduciendo que faltaba un número o que un número estaba mal, con Jess nunca se sabe cuál es la versión correcta. Nos dijo que iría a que la agencia subsanara el error y que vendría al día siguiente, martes. Bueno, pues era domingo y todavía no sabíamos nada de ella, pues no se había dignado contestar nuestros mensajes. El domingo, día de pago, nos suele avisar de a qué hora va a venir, pero este domingo en cuestión lo que pasó es que se presentó aquí el chino inefable. Que venía a cobrar claro, y a decir que la llave no la íbamos a tener, que era imposible y punto. Es un chino que viene y se posa donde le sale de ahí, por ejemplo tirándose en el sillón del pasillo aunque esté lleno de cosas, es un tío que le abres la puerta y cuando te quieres dar cuenta lo tienes en medio de tu habitación. Le dijimos que no habíamos ido a sacar el dinero (mentira) porque normalmente esperamos a que Jess nos avise de que va a venir, y como todavía estábamos esperando noticias suyas desde que el martes dijo que iba a venir, pues estábamos a la espera. Siguieron unos momentos dramáticos en los que pasó a discutirse el tema llave, el argumento estrella siendo que no la íbamos a tener y punto, y el chino venga a reírse. Después el chino se dedicó a hablar por teléfono en chino, a hablar en chino con otro amigo que había traído (y que el pobre no sabía dónde meterse), y a reírse. En chino también. Si no fuera por Josie, ahora mismo estaría odiando a los mil millones de chinos.

Yo no podía más. Entré en la cocina a beber agua a ver si me calmaba, porque me estaba poniendo enferma, allí plantado en medio de mi casa. Luego estratégicamente cogí posiciones para irlo empujando hacia la puerta. En este momento Cristina inesperadamente se levantó como un resorte y dijo muy seria, "tú, fuera de mi casa". El chino cutre pareció bajar del limbo ese donde está habitualmente instalado, y sólo acertó a balbucear, "yo no me voy de aquí sin el dinero", momento en el cual a mí se me hinchó la vena del cuello y me escuché de pronto gritando a mí misma, "are you FUCKING kidding me?", lo cual no sé como se traduce (podeis hacer los deberes vosotros mismos, kidding es tomar el pelo, lo de fucking lo doy por dado), seguido de una perorata sobre lo caradura y cobarde que era presentarse a por el dinero sin dar la cara por tenernos esperando desde el martes ni explicaciones por la llave, y que nosotras hacíamos las cosas con Jess, que era a la que le alquilábamos el piso. El chino se guardaba un as en la manga: que el día anterior Jess le había puesto el piso a su nombre por no sé qué problema con el pasaporte, creí entender. Aun noqueada por este golpe de efecto, y dado que la situación no parecía tener mucha salida, cogí el teléfono y llamé a Jess, casera nuestra o no, y quedé con ella para el día siguiente, lo que comuniqué al chino incompetente, que finalmente se marchó oyendo nuestro alegato de paz: que somos muy buenas y lo único que queremos es que las cosas se hagan bien.

Mientras tanto nos dedicamos a pensar qué número era ese que faltaba en la carta de la agencia, y a maquinar cómo conseguirlo. Tras una intensa búsqueda en internet, resulta que ese tipo de llaves requieren una tarjeta que parece una tarjeta de crédito con una serie de números, que por lo visto ha de tener el propietario. Mientras tanto, mi compañera dedicó sus esfuerzos a contactar cerrajeros via internet que le aconsejaran sobre cómo conseguir una llave.

Yo, queridos lectores, también me guardaba un as debajo de la manga: conocía la dirección de la agencia porque me había encontrado una carta por el piso. Así que, visto que la situación no se iba a solucionar, y consciente del absurdo de la película que se estaba montando a cuenta de algo tan simple y básico y que se encuentra en la declaración de los derechos humanos, como es el poder tener acceso a tu propia vivienda, decidí presentarme en la agencia. Quizá desde vuestra situación de propietarios de una llave, no podais haceros cargo de que esa noche no pude dormir a causa de los nervios. No por la excitación de poder alcanzar mi objetivo, sino por la preocupación de cuáles podrían ser los enemigos que iba a encontrarme en el camino. ¿Sería ilegal el que mi casera nos subarrendara el piso? ¿Sería ilegal que mi habitación fuera el salón? ¿No tendríamos derecho ninguno dado que no teníamos contrato?

Nuestros miedos de quedarnos sin hogar a cuenta de la llave eran tan grandes, que tuve que pedirle a una amiga que me acompañara. Al final Cristina también pudo venir, porque se suspendieron las clases en su colegio del bosque porque había viento o algo. Ay, qué terrible momento. ¿Debíamos decir la verdad sobre que no teníamos llave, o más bien mentir sobre que se nos había perdido? Al final, decidí ir sola y poner cara de buena, para no apabullar, así que armándome de valor me dirigí a la boca del lobo: allí estaba la causa de todos los males, pero también era el único sitio donde podíamos encontrar las palabras mágicas que abrieran nuestra puerta.

Me encontré con una secretaria que sin yo decirle nada, asumió que habíamos perdido la llave y que sin ningún empacho me abrió su corazón en un momento, dándome toda la información que me convertiría en más sabia y poderosa. Me dijo que la china sí que había estado allí varias veces, pero que el jefe (que en ese momento se encontraba fuera, a la puerta) pasaba de ella porque el jefe no se llevaba bien con el propietario del piso, un tal Álex, y entonces pasaba de llamarle. Ah.

Ya os dicho que la china es un poco pava y encima china, y no habla mucho inglés, así que no llegué a ver la cara del jefe pero podeis estar seguros de que me la imagino perfectamente. Un imbécil impotente, fijo.

La secretaria llamó delante de mí al Álex este, que resulta que no estaba, así que habló con su mujer, que no tenía ni idea de nada pero que se puso a buscar tarjetas y revolver papeles. Obviamente, no encontró nada, con lo que la agencia a través de esta trabajadora, que no del jefe, quedó en que se pondrían en contacto conmigo tan pronto como supieran algo.

La cara de la china cuando vino al piso por la tarde fue un poema al decirle yo que me había presentado en su agencia a resolver el problema. ¿Pero dónde, en mi agencia? Sí, sí, ahí mismo. El miércoles tenía que ir ella a la agencia a pagar así que quedamos en que preguntaría por cómo iba lo de la llave. Lo que nos dijo fue que los de la agencia habían dicho que no la iban a hacer, y que si se perdía una llave había que pagar 200 libras. (Vino acompañada del chino, a quien Cristina llamó maleducado, y Jess se unió y le leyó la cartilla al hombre).

Ay, ay, ay. Nuestro último cartucho era ir con la carta de la agencia (que Jess tardó otros cuantos días en traer) a un sitio que nos había indicado el cerrajero con el que contactó Cristina por internet. Allí nos presentamos, y el tío miró la carta, comprobó algo en un libro, y en un pis pas nos hizo la llave por 7 libras con una carta a nombre de una china.

No empezamos a dar rienda suelta a nuestra alegría hasta habernos alejado prudencialmente de la cerrajería, pues no queríamos levantar sospechas. Allí, dimos unos cuantos saltos. Aunque tengo que decir que mi alegría fue un tanto agridulce, pues el hecho de haber conseguido la llave por nuestros propios medios me privó de la ocasión de ir a cantarles las cuarenta a los de la agencia, y de prenderle fuego si fuera necesario.

Al llegar a casa con la llave en nuestras manos, ocurrió que el presunto armario se había venido abajo. Pero la lucha con la casa me ha convertido en una mujer de provecho, de armas tomar, que se crece ante las dificultades, que no ve los problemas sino las soluciones, con una mente práctica y decidida. Así que me dirigí a la presunta caja de herramientas, me pertreché con el celo baratucho, y apañé el armario. Apaño que, a dios gracias, se mantiene en pie hasta el día de hoy. (En este momento tengo que agradecer las enseñanzas de mi padre y Bauti, quienes con un cacho de cinta aislante arreglan lo que sea, incluido el sistema entero de tuberías si es necesario, y quisiera igualmente romper una lanza a favor de la cinta aislante negra o gris y de su pariente más humilde el celo baratucho, pues no han sido siempre bien comprendidos por mentes obtusas y cerradas al progreso como la de mi madre, que no han dudado en denostarlos e infravalorarlos una y otra vez, en una lucha denodada, sin tregua ni cuartel).

Como os decía, ayer (bueno, empecé diciendo hoy, pero la escritura de esta entrada se ha dilatado, menos mal que a cuenta del catarro me he tomado el día libre) se nos estropeó el agua caliente y la calefacción. Ya nos temíamos que estaríamos una semana empantanadas como la otra vez, pero por fortuna Cristina apareció con buenas noticias: ¡el gas de la cocina tampoco funciona! Buenas noticias, porque eso significa que el problema no era con el calentador. ¿Podéis imaginar con que era el problema? Tic tac, tic tac, tic tac... ¡Eureka! ¡Con el chino inútil que no había metido dinero para el gas!

Así que el paso siguiente fue esperar a que se presentara, quedamos a las 3, pero como a las 4 no había venido, tuvimos que salir, a comprar comida entre otras cosas, que no podíamos cocinar. A las mil llamó diciendo que había venido pero que no había nadie, y por fin volvió. Tiene que venir aquí porque por lo visto hay que venir a donde el contador del gas que está en el portal a meter el dinero, con una tarjeta. A las 6 se fue, el agua caliente vino poco después, no así la calefacción (y estábamos heladas, lo que no es la situación ideal teniendo en cuenta que estamos maluchas). De forma que me tiré una hora estudiando en internet el sistema de funcionamiento de un calentador. A la hora me sentí preparada para levantarme y darle al botón correspondiente, era el programador que estaba puesto para funcionar tres horas sí tres horas no. Había que darle al on.

Pero no creais que una vez solucionado este problema se acabaron nuestras desgracias. Al poco viene Cristina, que seguía erre que erre tratando de hacer las lentejas reconstituyentes que no pudo al mediodía debido a la falta de gas, desesperada porque no funcionaba el abrelatas (lentejas en lata, ya cocidas, a las que hay que añadir lo demás, patatas, verduras, y eso, chorizo no, que no tenemos, quien lo pillara). Pero ella también es una mujer de mundo y decidida, así que no me pregunteis cómo, pero esa noche comimos lentejas.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Para los espontáneos

Gracias por vuestros comentarios, si no estuvierais ahí no escribiría.

martes, 11 de noviembre de 2008

Poppies

Desde hace unas semanas empezaron a surgir flores como esta por las calles. Las descubrí por primera vez un fin de semana en Londres. A mi vuelta a Bournemouth, las flores parecían ir multiplicándose, apareciendo en los lugares más insospechados. Desde luego me las encontraba en el autobús, pero también parecían encontrar terreno abonado en las cajas y en los ordenadores de tiendas y oficinas. Hace poco llegué a ver una saliendo de la matrícula delantera de un enorme taxi amarillo.

Al principio creí notar que solo crecían entre la gente mayor o al menos vestida de forma tradicional. Sin embargo, al poco observé que también parecían proliferar entre las generaciones más jóvenes. De hecho, un día me encontré con una frente a frente, en la solapa de la chaqueta del uniforme de uno de mis alumnos. Le pregunté qué era, y me explicó que la flor se llevaba en recuerdo de los muertos en la guerra. En qué guerra, él y su compañero no llegaban a ponerse de acuerdo: según uno, era en conmemoración de los muertos en primera guerra mundial; de acuerdo con el otro, ahora se llevaba en señal de aprecio por los soldados participantes en todas las guerras. Tampoco sabían decirme a dónde iba el dinero que habían donado al recibir la flor. En principio era para ayudar a las familias de los soldados de la primera guerra mundial, pero después empezaron a dudar, pues el año 1918 parecía quedar muy lejano como para que todavía siguiera habiendo víctimas.

En todo caso, las flores no necesitaban razones exactas para seguir proliferando. Hoy, 11 de noviembre de 2008, 90 años después de la contienda, ha tenido lugar la gran explosión: flores rojas en las americanas de muchos alumnos y profesores. Uno de los alumnos me ha llamado la atención sobre la corona de flores que había en el vestíbulo principal (yo había entrado por ahí esa mañana, pero no la había visto). Cuando volví y la busqué, me costó encontrarla: estaba junto a las escaleras, pero era bastante pequeña. Me comentó este alumno que en la reunión de por la mañana (de 8.30 a 9 tres veces por semana, antes de las clases, los alumnos se reúnen en el salón de actos, donde les hablan de diferentes cuestiones relacionadas con el colegio. No he ido nunca porque en el colegio, que es muy grande, no nos mantienen informados de las actividades, algunas de las cuales sin duda serían muy interesantes para conocer mejor sus hábitos y manera de pensar. De todas formas, un día intentaré ir a la reunión matinal. Tiene sentido que hablen a todos los alumnos a la vez porque no existe un grupo clase, sino que los alumnos se van desplazando por las diferentes aulas según las asignaturas que hayan elegido. Para que os hagais una idea de lo poco informados que estamos los asistentes, el lunes después de las vacaciones nos presentamos el francés y yo en el colegio, y resulta que no había clase porque era un día dedicado a reuniones de los profesores, en las que no estábamos incluidos) les habían estado hablando del Remembrance Day (algo así como día del recuerdo), como llaman aquí al día del armisticio (y repito que hubiera sido interesantísimo conocer el enfoque con el que habían tratado el tema), y la corona contenía los nombres de los alumnos del colegio (fundado en 1905, según pone en la entrada principal) que habían muerto en la primera guerra mundial (fin de los paréntesis).

Como asistente, mi tarea consiste en que los alumnos sepan mantener una conversación con el entrevistador del examen de fin de curso, que les preguntará sobre temas de relevancia social. Lo más importante es que los alumnos tengan o aparenten tener una opinión sobre temas como la inmigración, el cambio climático, los grupos minoritarios en España, etc. El resultado es que acaban diciendo opiniones que no tienen mucha base, pero lo importante es que se pongan a opinar de todo con seguridad, con lo que al final, más allá del examen, acaba por ser más importante la opinión que ya se han formado a partir de unos hechos aislados que la búsqueda y análisis de datos que les permitan contrastar, matizar o profundizar en sus opiniones. Así, terminan por tomar por verdades irrefutables que las ciudades de España son muy sucias, que en el fútbol somos unos racistas (por aquel incidente con un futbolista al que llamaron en una pancarta mono, o algo así, y que tuvo mucho eco en la prensa inglesa), que los mejicanos en el sur de Estados Unidos van matando a negros y blancos desde los coches para recuperar el territorio, o que a todos los españoles les encantan los toros (y por cierto, debido a esta idea, todos están muy interesados en los toros, y algunos hasta dicen que les gustan mucho los toros). Así que como mi labor consiste en desafiar las opiniones de los alumnos para que piensen un poco más y elaboren más sus respuestas, le pregunté a este alumno de hoy qué simbolizaba la flor -“those who have given their lives for the peace and freedom we enjoy today” (aquellos que han dado sus vidas por la paz y la libertad de las que disfrutamos hoy)- y si estaba de acuerdo con esta simbología. Me miró extrañadísimo, pues no creo que jamás se le hubiera ocurrido que podía ni siquiera existir otra forma de pensar. Pues claro, me dijo, es algo que todas las personas del país deben hacer por los que han luchado por nosotros.

En la ceremonia celebrada hoy, como todos los años, en Londres, se ha leído un poema de Siegfried Sassoon. Sassoon es uno de los poetas británicos llamados poetas de la guerra: una serie de jóvenes idealistas que respondieron a la llamada del patriotismo y la lucha por la libertad, y que pronto conocerían el horror de la guerra, cambiando su visión ante la misma. Sassoon es conocido por su heroicidad en el frente, una heroicidad que rozaba el suicidio, pues parece ser que fue la única forma que encontró de poder sobrevivir en el absurdo. Vio morir a hermanos y amigos, y pasó años tratando de superar sus vivencias. Condecorado por sus actos heroicos, tiró sus galones a un río. Decidió -había vuelto a Inglaterra convaleciente de una herida- no volver al frente y se posicionó contra la guerra: las autoridades lo recluyeron para que se recuperara de su "neurastenia".

El poema se titula "Aftermath", el después. Todos parecemos olvidarnos rápidamente del horror de la guerra, como basta un segundo para olvidar las imágenes de hambruna y sufrimiento que vomita cada día el telediario. Pero Owen nos pregunta cómo es posible que olvidemos las ratas, y el hedor de los cadáveres pudriéndose en el frente, "and dawn coming, dirty-white, and chill with a hopeless rain?". Nos pregunta si alguna vez nos paramos a pensar si todo esto va a volver a suceder de nuevo, nos hace visualizar de nuevo las caras agonizantes de los hombres que mandamos a la guerra, hombres que antes eran entusiastas, buenos y alegres, y la compasión ciega que entonces se apoderó de nosotros. Acaba preguntando de nuevo si hemos olvidado, y nos exhorta a alzar nuestra mirada, y jurar por el verdor de la primavera, que nunca olvidaremos:

Have you forgotten yet?...Look up, and swear by the green of the spring that you'll never forget.

Creo que habla de compasión ciega porque una y otra vez olvidaremos.

Hoy pueden conmemorar en Francia y en Inglaterra el final de la guerra, pero creo que nos equivocamos si a donde esa compasión ciega nos lleva es a recordar a los muertos como héroes. Si el horror que no somos capaces de digerir nos conduce a crear un marco de sentido y dignidad hacia lo que en realidad no somos capaces de entender. Pienso que no somos capaces de visualizar el horror, de entender hasta qué simas el hombre puede caer. A veces una imagen, una película, unas palabras nos pueden acercar por un momento a parte de ese horror, pero nuestra mente no está diseñada para apresar intelectualmente la esencia del sufrimiento y la bajeza moral. Una décima de segundo dentro de esa realidad, y nuestra mente dejaría de funcionar para siempre.

Como no podemos entender el horror, tratamos de apresarlo ensalzando la lucha, necesitamos a toda costa meter por medio valores e ideales. Tanto horror no puede ser en vano.

Quizá puede parecer extremo el pacifismo a ultranza, el oponerse a cualquier guerra. Una película que creo debería ser obligatoria en el currículo escolar es Hotel Rwanda. Un genocidio como tantos que están ocurriendo ahora mismo en África, y en el que la ONU solo decidió intervenir cuando ya era demasiado tarde.

Quizá puede haber guerras necesarias, pero nunca jamás una guerra justa. Una guerra siempre es el resultado del fracaso humano, y el simple hecho de que los dirigentes, los gobiernos, los pueblos, contemplemos la posibilidad de una guerra indica que en el fondo pensamos que es un recurso más, quizá el último, pero la amenaza está siempre presente. Y cuando tenemos el poder, como individuos y como países, es muy fácil que el último recurso aparezca muy pronto en la lista.

El domingo fuimos de excursión a un pueblo cercano. Ese día se celebraba en las iglesias el día del armisticio, y nos encontramos con un desfile de la legión. Había muchos civiles, ancianos en silla de ruedas a resultas de alguna guerra, niños vestidos de marinerito. Algunas compañeras compraron la flor o poppy para ponérsela en el abrigo; yo siempre soy reacia a estas manifestaciones colectivas. Por un lado, tiene algo de hipnotizante el hecho de que tanta gente, unida por la flor roja, comparta unos ideales y lo haga con respeto y solemnidad, convencidos de que están sacando lo mejor de sus corazones, sus sentimientos más puros y desinteresados. Por otro, no puedo evitar tratar de leer entre líneas. Los sentimientos que vienen en bloque y en compartimentos estancos muchas veces nublan la razón y las buenas intenciones se quedan en sentimentalismo barato. Otra compañera dijo: "sí, será que hay paz y libertad para ti, no te digo". Y pensé que tenía razón.

Quiero terminar con otro poeta de la guerra, Wilfred Owen, quien al contrario que Sassoon no sobrevivió (al igual que no lo hicieron la mayoría del resto de poetas del grupo). Murió el 4 de noviembre de 1918, a los 25 años. Dejó un poema muy conocido titulado "Dulce et decorum est". Es una frase del poeta romano Horacio sobre lo dulce y noble que es morir por la patria. El poema de Owen describe la muerte por asfixia de uno de sus compañeros que no llegó a ponerse a tiempo la máscara ante un ataque con gases tóxicos. La imagen le acompaña noche y día como una pesadilla, no puede quitársela de la cabeza. Si nosotros vieramos ahogarse al soldado en su propia sangre, si nosotros oyéramos los borbotones de sangre, cada uno de ellos, precipitándose por la garganta desde los pulmones corruptos y obscenos como un cáncer, dejaríamos de creer en la vieja mentira de que es dulce y noble morir por la patria. Y lo que es más, dejaríamos de meterles estas ideas en la cabeza a jóvenes, no más que niños, ardiendo por conseguir alguna gloria desesperada.

Los poppies son nuestras amapolas. Para griegos y romanos simbolizaban el sueño y la muerte, pues de ellas se puede extraer opio. También he leído que simbolizaban la resurrección, debido a su color rojo (esta relación la entiendo menos, aunque puede que en la iglesa sea también el rojo el color de la resurrección).

Los campos de batalla de la guerra se llenaron de amapolas, pues pueden crecer en terrenos con la tierra removida, como quedaban los campos después de la lucha. Las flores rojas se confundían con la sangre de los muertos, y de ahí que se convirtieran en el símbolo de los soldados muertos.

¿Qué resurrección puede haber para los muertos? No la de ensalzar su valor y su entrega, sino la de reconocer que puede que muchos hayan muerto en vano, de forma que como pedían Sassoon y Owen no dejemos que el horror se repita. No me importan las razones de una guerra, si son más o menos justas. Puede que altos ideales entren en juego en algunas guerras, pero lo que yo no quiero olvidar es que esos ideales entran en juego en el sitio equivocado. Sólo si no olvidamos, las muertes de Owen y del soldado ahogado no habrán sido en vano.

Y puede que sea sensiblería barata, pero ningún ideal vale la vida de un hijo, de uno de mis hermanos.

jueves, 6 de noviembre de 2008

We can

Estoy viendo el discurso de Obama de aceptación de la presidencia. Lo ley ayer en El País, y ahora quería oírlo en versión original. Parece lo "in" rechazar todo lo americano, tachándolo de simple, superficial e hipócrita. Al menos esa es la reacción de mucha gente ante cualquier manifestación americana, y yo seguramente podría incluirme en ese grupo antes de mi año en USA. Los Estados Unidos tienen la culpa de todo, son unos ignorantes que creen que su forma de vida es superior y la única posible, su único objetivo es el económico y para lograrlo no dudan en utilizar e intervenir en otros países bajo el pretexto de extender la democracia...

Sin duda las cosas pueden verse desde este punto de vista. Pero también hay otros. Yo vi un pueblo dinámico y activo, que cree que las cosas pueden mejorar y que la única forma de conseguirlo es poniendose a ello. Vi empuje y optimismo, por lo que a veces pienso que en Estados Unidos es el único sitio donde pueden surgir cambios para la humanidad. Y seguramente en China y otros países emergentes también: al fin y al cabo, ¿de dónde vienen todos los adelantos tecnológicos? Puede que los europeos estemos demasiado lastrados por el peso del pasado, por un lado esclavos de la tradición y por otro atrapados en el pesimismo de todas las veces que nuestros intentos por lograr algo mejor han fracasado.

De ahí que considere que a veces nos puede la inacción, el para qué intentarlo si ya se sabe cuál va a ser el resultado. En Europa el estado tiene mucho peso: esperamos que pague nuestras pensiones, la educación de nuestros hijos, que cuide de nuestra salud y que nos asegure que nunca vamos a dejar de difrustar del bienestar. Y yo estoy absolutamente de acuerdo con este modelo. Siendo una pesimista yo misma, espero que haya una estructura por encima de cada individuo que garantice que el interés común prevalecerá sobre los egoísmos y mezquindades particulares. Sin embargo, en ocasiones confiamos demasiado en que otros decidirán adecuadamente cuál va a ser ese marco común, y tenemos una tendencia a protestar por todo lo que no nos gusta, una tendencia a protestar que no se traduce en propuestas de cambio o acciones concretas. Sólo unos pocos grupos marginales reúnen a individuos que tratan de conseguir que sus ideales se lleven a cabo; los demás nos limitamos a observarlos como bichos raros o simplemente demasiado ingenuos y en todo caso pensamos que sus esfuerzos apenas podrán cambiar nada. De nuevo el ¿y para qué hacer nada entonces?

Me ha gustado el discurso de Obama porque se muestra comedido y humilde. Y no obstante, tiene en mente realizar un gran cambio. Es concreto en lo que se refiere a qué pretende cambiar:"dos guerras, un planeta en peligro, la peor crisis financiera desde hace un siglo". Se muestra realista en las dificultades que la empresa presenta, en el largo tiempo que acercarse a esos objetivos puede llevar. Llama a la unidad entre partidos, y aún más, se reconoce en los valores de los republicanos. En realidad, mira más allá de los intereses partidistas hacia los valores que conforman al pueblo estadounidense en general. La fuerza de los americanos proviene precisamente de la visión que todos comparten. Es cierto que el que no consiga realizar el sueño americano se quedará en el camino, pero también es verdad que los que lo consiguen sienten que tienen que poner su buena estrella al servicio de la comunidad. Entonces me gustan las palabras de Obama: "Así que hagamos un llamamiento a un nuevo espíritu del patriotismo, de responsabilidad, en que cada uno echa una mano y trabaja más y se preocupa no sólo de nosotros mismos sino el uno del otro".

También me gusta cuando agradece a todos los que han colaborado en su campaña, bien con una pequeña aportación económica, bien dedicando desinteresadamente su tiempo. Me gusta porque reconozco en ellos a muchas de las personas que conocí en Louisville. A veces me parecía que sus logros eran insignificantes o más bien inexistentes, pero en todo caso ahora me parece que lo importante puede ser también simplemente mostrar lo que uno cree, aunque solo sea a uno mismo. O sobre todo a uno mismo.

Y a veces sin duda el esfuerzo de muchos puede traer un cambio, más grande o más pequeño. Normalmente creo que no tengo esta forma de pensar. Quizá las intenciones de Obama no lleguen a hacerse realidad (uy, aquí me ha salido claramente la vena escéptica), pero al menos sirven para que hoy sienta un poco también que el cambio es posible, siempre posible.

Mientras escribo esto dudo si soy realmente escéptica o en el fondo es un idealismo reprimido. En todo caso, lo importante no es qué se es, sino qué se hace. Intentar mantenerse alerta para que la costumbre, la pereza, el miedo o la falta de fe no nos impidan actuar cuando nuestra acción podría significar un cambio. Y hoy también pienso que incluso si lo que nosotros podemos hacer no cambia la situación, cumple su función si al menos vale para que nos reencontremos con nuestra conciencia.

Ayer fue el 5 de noviembre, el dia de Guy Fawkes, un tío que intentó volar el Parlamento en 1605, y ahora se celebra el evento con fuegos artificiales, no sé bien si recreando la explosión que al final no tuvo lugar o más bien en señal de alegría de que The Houses of Parliament sigan ahí plantadas para recreación de los turistas y los euros que dejamos. Si no hubiera sido porque cada año en España me explican o explico en clases de inglés el famoso evento, ayer ni me hubiera dado cuenta de que en Inglaterra era tan importante, pues no oí ni vi ninguna mención al hecho. Sin embargo, como yo ya me venía con la lección bien aprendida de España, me puse a la búsqueda de unos fuegos artificiales. En Bournemouth no eran el día 5, sino el viernes 8, y ya no tiene ningún sentido según lo veo yo celebrar Guy Fawkes Day un día que no es. De todas formas había que pagar en Bournemouth, lo que tampoco entiendo mucho: ¿cómo vas a pagar por ver una cosa que llega al cielo y todo el mundo lo ve? Entonces en Poole, que es un pueblo cercano (prácticamente unido a Bournemouth) había fuegos el día 5 y gratis, así que allí nos dirigimos. También parece que había unos puestos y diferentes actividades para entretener a niños y familias, pero a pesar de que salimos con mucha antelación, había demasiado tráfico, por lo que llegamos sólo a tiempo de ver los fuegos. Los fuegos me recordaron bastante a los de Tamames, con lo que podéis llegar a la conclusión de que quizá los fuegos de Bournemouth sean más como los de Salamanca capital, con eso de que hay que pagar por ellos. Dicho esto, tengo que añadir que los fuegos de Tamames es una de las cosas que me hacen más ilusión de las fiestas. En general, no sé por qué, los fuegos artificiales me hacen mucha ilusión. Me producen una alegría como infantil.

De los de ayer sin embargo esperaba más. Debe de ser porque me los había imaginado con el mar de fondo, pues eran en el puerto. Pero había tanta gente y llegamos tan tarde que desde donde estaba el mar no se podía ni oler. Pero en realidad los fuegos no eran más que una excusa para romper la rutina de los días laborables. La vida aquí es muy tranquila, a partir de las seis ya no se ve un alma por la calle, a las cuatro de la tarde tienes la sensación de que son ya las ocho. Tan tranquila que es casi una sensación física la idea de que nada nunca va a pasar en este lugar, es como si viviéramos bajo un lago helado, y nada pudiera romper o traspasar la placa de hielo.

Así que ayer, Guy Fawkes nos brindó una excusa para salir en masa de nuestras guaridas y dirigirnos en riadas hasta el puerto; tomábamos las calles como esos ratones que en algún país del norte llegan hasta el borde del mar cada año y desde allí se lanzan al vacío. Sólo que Inglaterra ofrece una oportunidad mejor de suicidio colectivo, que es celebrar la presencia humana con unas pintas de cerveza. A mí no me gusta la cerveza, pero podéis estar seguros de que igual celebré el descubrimiento de seres humanos como nosotros.

Para coger el autobús de vuelta estábamos Cristina, nuestro nuevo compañero de piso (un chico de Dubai o Arabia Saudi, según le dé, de 19 años) y yo. Estábamos haciendo cola, pues había bastante gente esperando el bus. Una chica inglesa empezó a colarse, de lo cual yo no me estaba dando mucha cuenta, pues no suelo prestar mucha atención. Pero cuando llegó a nuestra altura de la cola, Cristina le dijo que no se colara, a lo que la chica reaccionó gritando que ella se ponía la primera porque era inglesa y los ingleses eran los que tenían que ir primero. Cristina le repitió que no se colara, y entonces la chica elevó aun más si cabe el tono de voz gritando "¡No me toques!" varias veces. Yo, en mi línea, le dije a Cristina que se calmara, porque no merecía la pena. Y ya es triste pensar que no merece la pena, que la gente está tan corrompida que no se le puede dar siquiera la oportunidad de cambiar. La chica no tendría más de 16 años, pero yo estoy convencida de que ya es demasiado tarde para ella. Era una macarrilla, una buscabullas que sólo puede saciar su sed de comunicación buscando gente que responda a sus provocaciones. Es una chica con la que la educación ha fallado, a duras penas sabrá deletrear en inglés, a saber en qué ambiente familiar se habrá criado, nunca podrá salir de su limitado mundo social. Es el producto de capas y capas de influencias que han ido haciendo un callo en su sensibilidad y un velo en su entendimiento.

Así que pensé, sigo pensando, que la única opción posible es apartarse de su camino, dos mundos paralelos que nunca podrán juntarse en una intersección a pesar de chocar en un autobús.

A pesar de que la chica finalmente se coló, encontramos asiento en el bus, pero cada uno de nosotros en un asiento diferente, cada uno inevitablemente con los pensamientos y reacciones que el pequeño incidente nos fuera produciendo. Cristina dijo que no debería haberse puesto así, pues al fin y al cabo era la adulta. Nuestro compañero de piso dijo que claro que él hubiera reaccionado violentamente enfréntandose a quién le dijera algo así. A mí me entró una necesidad de hacer el bien, de ir esparciendo buenos sentimientos por el mundo, porque de pronto sentía que el mundo tenía que ser un lugar bueno, que era un lugar bueno a pesar de todo, y que sólo hacía falta que no nos olvidáramos de ello. Pensé en otra anécdota que había ocurrido esa mañana en una de mis clases. Estaba con cuatro chicos de unos 14 años, de los más pequeños con los que trabajo, todavía no más que unos niños. Uno de ellos estaba especialmente inquieto, y lo encontraba molesto para la clase (también porque yo me sentía irritada en general). Le dije algo en español para que cambiara su comportamiento (lo que normalmente no hago de forma tan directa, prefiero utilizar formas indirectas que permitan salvar la cara al alumno, y que al final son más efectivas para mantener el buen clima de la clase y favorecer el aprendizaje- pero como digo quizá influyó que ese día tuviera una tendencia a la irritación). Como no me entendió, se lo repetí en inglés (lo que tampoco suelo hacer), y al sentirse puesto en evidencia, murmuró entre dientes: "Como si así la hubiera entendido".

Yo dejé pasar el comentario, no porque pensara friamente que era lo mejor, sino simplemente porque me sentía un poco harta y mi máxima aspiración era que no me marearan demasiado. En definitiva, y como pasa muchas veces, los propios sentimientos y estado de ánimo del profesor limitan su objetividad y distancia profesional. No siempre se puede evitar que esto pase, pero pienso que un buen profesor es el que consigue controlar más veces su caracter. Debe de ser como los toreros, el miedo siempre está ahí: se trata de dominarlo.

Me vino a la cabeza en el autobús, tras el incidente con la chica inglesa xenófoba que pensó que Cristina era paquistaní ("You, paki") el niño de mi clase. Quizá no estaba más que nervioso ante el estrés que una lengua nueva puede producir, nada más que inseguro ante sus propias capacidades, vacilante ante el juicio de sus compañeros. En el autobús pensé que no tenía que haber dejado la oportunidad de enseñarle que cabe otra opción ante los extranjero, ante la diferencia que suponen. Pensé que debía haberle indicado que puede elegir la clase de persona en la que quiere convertirse, una abierta y respetuosa ante otras culturas, o alguien temeroso de lo diferente encerrado en su pequeña torre.

Pero ahora, según escribo esto, según me doy la oportunidad de llegar a capas más profundas, pienso que lo que más hubiera podido ayudar a que se convierta en la persona abierta y respetuosa con otras culturas que busco con mi trabajo, es simplemente que le hubiera comprendido. Que por encima de mi mal humor hubiera sido capaz de comprenderlo y quererlo. Porque como dijo Cristina ante la chica inglesa, yo soy la adulta.