miércoles, 14 de noviembre de 2012

El día después de la huelga. Dramatización.



Nota: Esta historia surgió de esta misteriosa fotografía, publicada el 30 de marzo de 2012 en El Mundo. ¿Quién sería esa señora? ¿Qué la había llevado a ese café el día de la huelga general? ¿Qué pensamientos interrumpió el flash del fotógrafo? Esta historia, absolutamente ficticia e inventada, puede que tenga algo de realidad también hoy, día de otra huelga general.

“Una mujer, tomando una consumición en una cafetería del centro de Madrid, ayer, en el día de huelga.”


-Doña Concha, ya la vi ayer en los periódicos, anda, que la pillaron que no se lo esperaba usted. Estos periodistas no tienen respeto por nadie, no me extraña que se quejen tanto los famosos en los programas de la noche.
-Sí, Nicanora, hay días en que nadie puede escapar de la realidad.
-Dígamelo a mí, que me paso en la portería encerrada todo el día. Antes, cuando vivía mi marido que en paz esté, al menos podía escaparme un rato y darme una vuelta por Preciados, pero ahora ni eso. Claro que con la crisis y según están los precios, ya se asusta una aunque no vaya más que con intención de comprar. Pero no la entretengo más, doña Concha, que bastante tiene usted con lo suyo.
-Si no me molesta, Nicanora, ¿no ve que ahora tengo todo el tiempo del mundo? Entre los jubilados y los parados que entramos y salimos a deshoras, no se aburrirá usted últimamente…
-Ay, si yo llevo aquí toda la vida y les quiero a todos como si fueran mis hijos. Gente de bien ha sido siempre la de este edificio, y ni Ricardo ni yo hemos tenido nunca ninguna queja. Al contario, bien felices hemos sido desde que mi marido heredó la portería de su primo, y aquí se han criado nuestros hijos entre señores. Pero me da una pena ahora de estos jóvenes, que los he visto yo crecer con mis propios ojos. Mire usted los de Barbero-Martín, las tres hijas con carrera, masters y todas esas cosas, que han sido siempre muy listas, y ahí están, las tres de vuelta a su casa. Ayer se fue la pequeña a la huelga, que buena se puso su madre. “¡Adela, que se va a juntar toda la gente alrededor de las calles de casa, y con el lío que se va a formar te va a pasar cualquier cosa, hija! Si ya sabemos lo que piensas, pero hay que tener cada vez más cuidado”- le decía su madre. “Ay, si es que  acabo de ver por la tele las imágenes de Barcelona, y la gente desesperada se pone muy violenta”. Pero a Sol se fue la Adela de todas formas, diciéndole a su madre que no había por qué preocuparse.
-Vería usted de todo desde la portería, Nicanora. ¿No habrá tenido usted ningún problema?
-No, señora, gente sí que pasaba, que ya sabe usted los líos que se forman en Arenal, que estaba el metro de la plaza que lo tuvieron hasta que cortar. Pero la manifestación fue muy tranquila, que pasaban familias enteras y jóvenes muy formales, y había hasta alegría, que ya sabe usted que esa nunca falta en casa del pobre.
-Sí, Nicarona, la alegría que no nos falte, que esa no nos la pueden arrancar, por mucho que lo intenten. ¿Y no le entraron a usted ganas de unirse a la marcha, con lo que guerrera que usted siempre ha sido?
-Bueno, yo ya estoy mayor para esas cosas. Yo ya solo espero la jubilación, a ver si para cuando me toque todavía queda algo para los viejos. Pero yo ya he luchado mucho en esta vida, que en menudos líos me metía Ricardo con sus sindicatos. Pero ahora ya no es lo mismo, ya no hay ilusión ni sabe una contra qué o quién tiene que luchar. Al menos cuando Franco todo era más claro, los buenos y los malos, pero ahora es que no hay dinero, Doña Concha, dicen que no hay dinero, y no les dan a los hijos la oportunidad de trabajar, que dicen que es cosa de Europa y de la crisis, que desde aquí poco se puede resolver. Así que digo yo que por lo menos nos quedemos trabajando los pocos que podemos. Ya fueron a protestar mis hijos, que bien orgullosa estoy de lo buenos muchachos que son, que pasaron por aquí a darme un beso, pero ellos entienden que yo no puedo dejar esto desatendido, después de todas las atenciones que han tenido ustedes con nosotros… Nadie tiene la culpa, yo solo pido que miren por el trabajo de los jóvenes, pobres, todos necesitamos una oportunidad a su edad, si no mírelos, que se dan al botellón y se meten en líos, y los padres sin controlarlos. Pero es que hay veces que no se puede hacer nada, doña Concha, yo ya no puedo hacer nada más que confiar en que no me echen.
-No se preocupe usted, Nicanora, que ya sabe que mientras quiera usted esta es su casa.
-Si ya se lo decía yo a mis hijos, que no se preocupen por mí, que miren por ellos e intenten arreglar lo suyo.
-Todos tendríamos que arreglar la situación en la medida en la que podamos, en eso tienen razón Adelita y sus hijos. Pero es que a veces, como dice usted, no sabemos ni qué podemos hacer, ni somos capaces de analizar qué es lo más conveniente, ni siempre acertamos a distinguir a los que van con buenas intenciones de los que solo buscan el beneficio propio. Es muy complicado, Nicanora, cada día más, pero ayer me he dado cuenta de que necesitamos al menos hacernos oír, que lo mínimo es que sepan que seguimos aquí, y que no se olviden de que están trabajando por nosotros.
-Pero, señora, si usted no ha pasado nunca penurias ni tenido problemas, con la buena familia de usted, doña Concha, que todavía me acuerdo de su padre don Raúl, siempre alegre saludándome con el sombrero y diciendo galanterías, que llevaba él muy a gala lo de ser madrileño nacido en la calle Princesa, castizo, como decía él. Y llevando los asuntos de los pobres, que no saben de leyes, y nunca les quiso cobrar nada ni nadie le oyó alardear sobre ello, y eso que Ricardo cada vez le traía a más gente de los sindicatos.
-Sí, Nicanora, he tenido mucha suerte, pero la vida tiene que ser algo más que la situación que le haya tocado a cada uno. Todos deberíamos poder tener la mejor educación y unas condiciones dignas de trabajo, de eso sabe usted, que siempre ha estado al tanto de las luchas de su marido, apoyándole en todos sus empeños, y mira que a veces se metía en líos. ¿Se acuerda usted de cuando se escondió en casa tras pegar aquellos carteles, y la policía se metió dentro sin orden judicial ni nada? Ahora me río, pero vaya sofoquina que pasé entonces, ¡si es que se le veían los zapatos asomando debajo de la cama! Enseguida que me di cuenta me puse delante, y el policía se azoró al ver lo nerviosa que me ponía, creería que era por lo que él suponía que delataba la cama deshecha a las ocho de la tarde y con las sábanas por el suelo… ¿Se acuerda usted qué risa luego? A Ricardo no se le había ocurrido otra cosa que deshacer la cama y esconderse debajo con las sábanas tapándole por el lado frente a la puerta, pero se le olvidaron los pies, ¡que me acordaré de los zapatos negros con el polvo de los solares donde pegaba los carteles mientras viva!
-Ay, sí, doña Concha, bien que me acuerdo de esa y de otras muchas, menudo liante era. Pero tuve yo mucha suerte con el marido, vaya sí la tuve. Un hombre trabajador y con las ideas claras, que nunca nos faltó de nada, pero arriesgaba su propio trabajo porque decía que lo que debía a sus  hijos era luchar por sus derechos futuros. También tuvo usted mucha suerte con el suyo, qué guapo y qué buena planta tenía su inglés, doña Concha. Todavía no ha pasado mucho tiempo, pero permítame que le diga que la veo a usted mejor, y eso es bueno, que hay que quererse y seguir para adelante, no tenemos otra, aunque me hago cargo de que esto no es fácil para nadie, y menos para usted, que se les veía siempre tan bien avenidos, siempre juntos a los viajes. Pero no pensemos ahora en eso, que se le ve a usted muy buena cara después de sus días en Tenerife, que ha venido usted muy guapa, morena y saludable como cuando su marido…
-Sí, Nicanora, me ha venido bien cambiar de aires, que a veces se ahoga una aquí todo el tiempo metida en el piso, o como mucho caminando por estas calles de Madrid siempre tan llenas de gente y de alboroto. Pero sobre todo vengo animada por los nietos, si los viera usted qué graciosos están, comenzando a hablar con ese acento suavón… Y sobre todo, Nicanora, he pasado unos días con mi hija, que se siente allí tan sola, aislada de todos después de lo de Martin, y no deja de preocuparse por cómo estoy yo. Pero ya ha visto que sigo con mi vida, no he querido que me viera mal, y al final he sido yo la que la he tenido que reconfortar, pues ya sabe lo unida que estaba a su padre. Y me vengo contenta porque hemos hecho lo único que podemos hacer en estos momentos: compartir recuerdos, hablar con amor del muerto, pasear y jugar con los niños, y querernos mucho, que seguimos siendo una familia, más familia que nunca.
-Claro que sí, así es como se pasan las penas, que si no la gente se encierra y luego se cogen depresiones y cosas de esas. Tristes estamos todas, qué le vamos a hacer, pero nosotras nos hemos quedado aquí, y tenemos que seguir. ¿No va usted hoy a tomar hoy el café enfrente como todos los días? A lo mejor se le han quitado las ganas después de ver que ahí la retrataron para el periódico, que no está una tranquila en ninguna parte.
-Ahora voy, no se preocupe usted. La verdad es que desde que Martin no está se me hace un mundo desayunar sola en casa. Es cuando más lo echo de menos, en el momento de levantarme de la cama. Así por lo menos me obligo a vestirme y a bajar a la calle, y con ese ritual y ese esfuerzo ya se da por iniciado el día. Pero ha sido muy impactante cuando me han traído el correo esta mañana y he visto ahí la foto. Me ha dado mucho que pensar…
-Pues no se preocupe usted, que no ha salido tan mal. No tiene usted nada de lo que avergonzarse, está estupenda a sus años, ya quisieran muchas. Se la ve elegante, tranquila, bien vestida y con modales, como es usted, doña Concha. Lo único esa cara de sorpresa, que le ha salido el rictus como de susto, y parece que tiene usted muchas más arrugas, que en eso no le hace la foto justicia. Pero claro, qué se va a esperar si van disparando así con la cámara y pillando a cualquiera para la foto, sin respetar el derecho de nadie a estar tranquilo, que parece que porque es día de huelga no puede una ni tomarse un café. A ver por qué no va a poder abrir el Juanito el bar, con lo que le cuesta el alquiler, nada que ver con los precios de cuando vivían sus padres, ahora dentro de nada no veremos más que cadenas de esas de hamburguesas por las calles, que esto ya no parece Madrid ni nada.
-No sé si sabe que tuvieron que llamar al cerrajero para que arreglara las cerraduras de los establecimientos de toda la calle, que las habían sellado con silicona… Al final abrieron por la mañana prácticamente todos los comercios, aunque los cerraran luego, claro está, a la hora de la manifestación, que con tanto gentío dejar abierto podría ser un caos. Y yo me pude tomar el café como todos los días, que Juan tiene todo el derecho del mundo a hacer lo que le parezca mejor para su negocio. Pero si quiere que le diga la verdad, ni cuenta me había dado al bajar al bar de que era día de huelga, de tan metida como estaba yo en mis recuerdos y mis rutinas. Por eso me quedé tan sorprendida al ver a un joven equipado con una cámara que parecía pesar toneladas, y con bolsas de accesorios colgadas por todas partes, al otro lado de la cristalera del bar. Me estaba enfocando a dos palmos del cristal, y en ese momento saltó el flash y me quedé aturdida. Alguien dijo que eran los de la tele, que buscaban carnaza aunque de mañana estuviera la calle tan tranquila, y el bar tan lleno como cualquier otro día de trabajo, con la gente que se toma un café rápido antes de entrar en la oficina. Pero el hecho de que me hubieran hecho a mí una foto, a mí que ni siquiera había caído en que era el día de la huelga, me dio que pensar, Nicanora, y creo que hoy no ha aparecido la foto por casualidad. Esa foto quiere decirme algo, que yo creo mucho en esas cosas. Dése cuenta si no en mis aprensiones antes de que cayera el vuelo de Martin, y las amigas diciéndome que eran cosas mías, que no me preocupara. Pero yo de alguna forma no me sentía bien, y vine corriendo para casa, y cuando al fin llamaron yo ya estaba preparada.
-Ay, doña Concha, se me ponen los pelos de punta cada vez que lo cuenta usted, como cuando la vi entrar por la puerta ese día toda desencajada. Y luego después cuando me vino a contar la noticia, a mí la primera, con una serenidad que asustaba. Pero dígame, ¿qué ve usted en la foto? No sale nada raro, me parece a mí.
-No se trata de nada raro ni sobrenatural esta vez, pero yo no puedo evitar leerla como una señal. Cuando salí del local, que me tuvo que llamar Juan para coger la vuelta, y yo le dije que daba igual, miré el cartel pegado en el cristal: “Cerrado por huelga”, decía, y en letras más pequeñas se añadía la leyenda “yo voy”. Y sin embargo, Nicanora, ni el bar estaba cerrado ni yo tenía previsto ir a la huelga. Me preocupó mucho que el fotógrafo me hubiera elegido precisamente a mí para marcar el contraste con lo que rezaba el cartel. No pude dejar de preguntarme si es que el chico habría visto en mí el prototipo de señora que no va a la huelga. Y me miré desde fuera, y empecé a preocuparme. Nunca he tenido dificultades ni he tenido que luchar como Ricardo, pero sin embargo de alguna forma siempre me he sentido comprometida. En mis clases he tratado de despertar conciencias, me he formado, he leído, he echado una mano a quien he podido. Pero quizá todo eso al final no vale de nada, Nicanora, solo queda la imagen de una señora de bien dándose el lujo de un café tranquilo en una cafetería céntrica en día de huelga.
-Pero doña Concha, qué le importa a usted lo que piense nadie, los que la conocemos sabemos de su sencillez y buen corazón. Nadie tiene la culpa de dónde ha nacido.
-Pero es que después de ver el cartel, y acordarme de mi sorpresa y susto iniciales, después de salir aturdida a la calle, me di cuenta de que a mí sí me importaba. Que llevo encerrada en mi pena mucho tiempo, que últimamente, entre la jubilación y el no querer salir, no me preocupo por nada, que no veo la televisión ni apenas mi interesa la prensa, que casi ni sé qué están haciendo con este país. Así que por la tarde quedé con Adelita, que no tenía duda de que una chica como ella se uniría a la protesta, y acudimos juntas a la manifestación. Ayer abrí bien los ojos y los oídos, y escuché las historias de Adelita y de sus amigas, la preocupación por mantener el trabajo aquellas pocas que lo tienen, la aceptación casi masoquista de las condiciones de otras, el desánimo suicida de que aquellas que han perdido la esperanza de encontrar algo. Y vi luego a jóvenes, a parejas con niños, a profesores con pancartas, a empresarios con el agua al cuello, a cincuentones con familia y sin prestaciones, que no se dan cuenta de lo patéticos que resultan al tratar de dar ánimos a sus esposas. Y me vi a mí, viuda, sola, con una buena jubilación, con viajes, con educación, con todas las oportunidades, y me pregunté cuántos de los que estaban ahí llegarían a mis años con las mismas facilidades que yo. Caminábamos por las calles hacia delante, todos impelidos hacia Sol, arrastrados por la fuerza de la masa. Pero a mí me parecía que no caminábamos, que muy despacio comenzábamos a movernos hacia atrás, como en una película rebobinada a cámara lenta. No me mire usted así, Nicanora, fue una impresión muy fuerte. Como si nos hubiéramos retrotraído años atrás, como si estuviéramos luchando por cosas que en realidad deberían estar ya superadas. Y no sé de quién es la culpa, si es de Europa, de Aznar o de Zapatero. Pero sé que todas esas personas, los niños, los jóvenes, las mujeres, los inmigrantes, los hombres que van perdiendo pelo, no pueden seguir caminando para atrás. Podemos luchar, sacrificarnos, resistir, intentar dar la vuelta a la situación, pero necesitamos esperanza, necesitamos que nos digan la verdad, tener las cosas claras. Necesitamos saber que es por nosotros por quienes luchan, que toman medidas pensando en la gente, en la educación y la innovación que es donde está el futuro, en la salud, en la creación de empleo. ¿Qué vamos a hacer si resulta que todavía más gente se va al paro? ¿Van a pagar todas esas familias el rescate del país con su frustración y su asfixia? Tenemos que asegurarnos de que van a dar oportunidades a la gente, de que piensan en el ciudadano y no en Angela Merkel, de que el mercado se adapta a la política y no la política a la economía, de que las reglas del mercado no dictan el destino de los hombres. Me tengo que asegurar, Nicanora, de que todos estos recortes no nos van a llevar a la desesperación y al suicidio colectivo. Ahora voy a tomarme el café como todos los días, y después no se preocupe si a la hora de comer no he aparecido. Voy al centro cultural a ver a unos chicos que por lo visto buscan colaboradores para dar forma a sus ideas. Nos haremos oír, Nicanora, y no dejaremos morir a la cultura. La educación y la cultura son las que me han abierto las puertas del mundo, necesitamos recursos para saber quiénes somos, para darnos forma a nosotros mismos, para explicar nuestro mundo y redimirnos. Yo eso lo puedo hacer, Nicanora, aunque estos meses no haya salido de mí misma. Sigo teniendo dentro todo lo que la sociedad me ha dado, sigo siendo profesora, y me voy al centro cultural a seguir aprendiendo con los demás y a contribuir a crear oportunidades.
-Ya le dije yo que le había sentado bien el aire del viaje a Canarias. Viene usted como nueva, y sin embargo ahora vuelve a ser la de siempre. Cómo me alegro de verla así, nos seguirá animando y dando ejemplo como de costumbre.
-El ejemplo nos lo da usted, Nicanora, toda la vida trabajando, sacando adelante a sus hijos y apoyando a su marido en su lucha obrera.
-Todos tenemos mucho que barrer, aunque solos no alcancemos más que unas pocas baldosas. Pero acuérdese de lo que decía mi marido: “Si todos barremos nuestra puerta, al final tendremos una calle limpia”. Vaya usted, doña Concha, y hable y crea, busque y construya, porque somos nosotros los que tenemos la responsabilidad de nuestras calles.
Pero primero el cafetito, Nicanora! Luego veremos qué nos cuentan estos jóvenes.
-No deje de avisarme en cuanto tengan algo. Que cojo mi escoba y allí me planto, como en tiempos de mi Ricardo…