lunes, 16 de mayo de 2011

Primera de feria: Capotazos

Palmas de tango en el tendido 7. "Por algo no quiero yo venir a la plaza en Madrid". Pues anda, durante casi 30 años has acabado viniendo varias veces por temporada, y las que te quedan.

Los toros no son para pusilánimes. Si a los que están tristes les recomiendan forzar la sonrisa hasta que por imitación del gesto físico el alma termine por contentarse, con la misma prescripción acudo yo a la plaza.  Hasta que por mímesis recobre el valor de mirar de frente a la vida.

Cada corrida en Madrid como si fuera la primera. O aún peor: la carga de lo que alguna vez lograste, el peso de todo lo que sueñas alcanzar. La sensación repetida y paradójicamente siempre recién nacida de asomarse al abismo, de lanzarse al vacío en caída libre. De estar en el circo romano esperando el veredicto del emperador: ¿hacia dónde apuntarán los pulgares esta vez?
Imposible acostumbrarse; inútil tratar de aprenderse la lección de cómo sobrellevarlo. Cada año la herida me hace costra. Sólo cabe esperar que supure con optimismo consciente y afición.

La emoción volverá como un contundente pase de pecho: profundo, templado e infinito. Como el pase de pecho definitivo que aparece y deslumbra cada cierto tiempo. El cometa Halley.

Puff, si lo pienso bien, esta plaza imponente y enorme me ha visto crecer. Los rezos inútiles de niña, la presión adolescente por elegir cuidadosamente el vestido, los besos a escondidas, las comidas familiares, los madrugones, el frío a la vuelta, el bocadillo de Villacastín, los nervios compartidos en silencio, los mensajes de los amigos, la entereza forzada, la alegría siempre contenida, el ejemplo del temple, unos cuantos pases ya olvidados pero indelebles en la memoria de la sensibilidad. Cierto orgullo y cierta resignación, tu compañía. Y ahora un nuevo camino por el que se vuelve sola y en autobús.

¿Cómo será ver los toros desde la barrera? ¿No tener el corazón encogido? ¿Ignorar lo que hay detrás? ¿Poder obviar la dedicación?

Toro, responde de lejos, arráncate, no desaires al matador que te llama ni al ganadero que te invoca. Pero hombre, quédate luego, ¿no ves que el torero insiste, que el ganadero aprieta los puños, que la multitud tiene sed de eternidad?

Esto son los toros: una montaña rusa de medias verdades y de buenas intenciones.

Suenan las campanillas de las mulillas minutos antes de terminar la faena. Avisan del final: la suerte está echada. Sin embargo, el torero se afana y el público sostiene la esperanza. Con sus expectativas mantiene en el aire la bola de corcho blanco de los juegos infantiles.
Y al final hubo palmas.

Las intermitencias de la vida, de la muerte, del toreo. Se resumen en una expresión: "qué pena". El toro muy noble muy noble... pero rajao.

Ahá, esa es la sonrisa que provocan la verdad y la hondura. Inicio de faena. Con eso a veces basta. Suficiente para esperar. Se entreabre la puerta de algo más.  Esa luz, ese túnel: ¿está el cielo al final?

Ahora se lo pasa  por delante y le aguanta. Y ahora lo llama y se pasa el abismo de los cuernos por detrás. En las bernardinas finales torea las guadañas. Palmas de verdad y un qué bonito ha sido. Los del 7 le recriminan la colocación en el pase de pecho.

¿Una estocada, un aviso, una oreja? La vuelta al ruedo que nunca se da en Madrid me la llevo para mí.

El sexto en el medio del ruedo. Las verónicas de saludo en el mismo centro. Ahí es donde se hunde la plaza y donde se sube al cielo.

Primera de feria. Unos cuantos capotazos... y algunas verdades.

domingo, 1 de mayo de 2011

Con resaca de Madrid

Quiero un mundo donde suenen las campanas
que regulan una vida sencilla y en orden,
una vida comunitaria donde el espíritu planee
como un ave de rapiña,
una vida que mire hacia dentro, y se vuelque hacia fuera,
(como estas campanas que tocan hoy como cada día en el pueblo,
          y que me han despertado;
como los minaretes que en Estambul cinco veces al día llamaban a la oración, íntima y compartida)

un mundo donde no me sienta tan cansada,
donde tenga a room of my own,
donde comparta el desayuno,
donde alguien cocine y yo pueda oír el amor
          machacándose en el mortero

donde los padres no mueran,
donde la gente llegue a fin de mes,
donde no haya cinco millones de parados
(o los haya, y el mundo reviente)

donde las ciudades no me ahoguen
(o entienda por qué no ahogan a todo el mundo),
donde la suciedad de las calles no me huela
           a incomunicación,
un mundo donde la pobreza del metro me golpee
por la pena, y no
          por la fealdad (se me revuelve el estómago: quiero salir y obviar)

donde no exista la calle Serrano,
donde la ropa no sea de usar y tirar,
donde los zapatos no tengan la suela de plástico a pesar de venderse
como artículos exclusivos,
donde el modelo de elegancia no me haga daño
          a la vista, y sobre todo al espíritu,
donde no exista el lujo, sino la personalidad,
la clase (que no sabe de clases), y el tiempo

donde los gastos de una sola boda pudieran salvar a aquellos que
durante el evento se han muerto de hambre, donde lo decente no fuera
repartir las sobras entre las ONGs,
donde yo disfrutara como hoy de las fotos, los vestidos
y el glamour de la boda real con desorbitada
          coherencia

donde yo descubriera cada vez el libro
que es necesario leer,
donde pudiera mantener la fuerza de una faena de dos orejas, de un toro
          embistiendo hasta el fin,
un mundo donde se pudiera vivir con tamañas convicción y presencia

un mundo donde el dinero nos llenara el espíritu ( o por lo menos no nos lo rebane),
donde los vendedores no dijeran medias verdades (o donde yo no
las crea),
donde estemos a la altura de las ilusiones de las jóvenes,
donde los institutos no sean establos
                                                  sino hipódromos,
donde no queden alumnos por el camino (o donde sepamos qué falla, y nos importe),
donde no asistamos impávidos a la agonía lenta de las capacidades y el futuro,
un mundo donde los adolescentes de hoy un día nos salven

un mundo donde todos pensemos diferente pero actuemos unidos,
un mundo donde yo escriba,
donde tú estés feliz,
un mundo al que yo me asome de frente

un mundo en el que la gente ame y vierta su amor al exterior,
un mundo que yo acepte, en el que aspire a la serenidad,
en el que vosotros sigáis siendo felices,
en el que yo salga afuera y comparta
          la alegría

un mundo donde la vida sí me quepa en el pecho, y aun se triture
                                                                                                  en los intestinos,
donde yo sea de nuevo y como siempre una niña guiada
por un viejo sabio a la que el mundo maravilla

un mundo donde me cobijen las encinas milenarias,
donde los árboles no mueran,
donde mis pies se enraicen firmes en la tierra fértil
            y en los secarrales, y aun así sigan
                                                           a borbotones
                                                                          el camino
                                                                                       alto
                                                                                             del sol