viernes, 28 de diciembre de 2012

El librero Vollard

Me hubiera gustado leer El librero Vollard en un club de lectura. Comentar las impresiones de lo leído en voz alta, compartir puntos de vista, tirar del hilo de la aportación de un compañero y adentrarse en el propio bosque de significados personales y reverberaciones únicas. Solo así se pone para mí el verdadero punto final al libro: construyendo significados después de haber leído. Y hablar del libro y de lo que nos sugiere es un buen paso para comenzar la tarea, para levantar un nuevo edificio en la ciudad de los libros que a su vez nos construye a nosotros.

El librero Vollard lee mucho, en todas las situaciones se le puede ver con un libro en la mano. De niño, se aferra a la lectura mientras sus compañeros de colegio abusan de él; de joven, es capaz de concentrarse en la palabra escrita en medio del caos de una manifestación en mayo del 68. Ya adulto, no puede más que estar al frente de una librería. Una librería de viejo, de segunda mano, donde no tiene cabida la vorágine de las novedades ni llegan los reclamos publicitarios. Una librería donde solo se oye el murmullo de todas las palabras verdaderas como se oye el rumor de las olas frente al mar.

El librero Vollard es grueso, es de tamaño desmesurado, y así ha sido desde su infancia. A medida que crecía su cuerpo grotesco aumentaba el acopio de pasajes literarios que Vollard atesora como una maldición. No puede desprenderse de lo que ha leído, las frases, las citas, pasajes enteros inundan su cabeza y le asaltan en cualquier momento. Jamás puede dejar su mente en blanco.

Al comienzo del libro nos encontramos a Vollard rodeado de libros, como no podía ser de otra manera, al volante de su pequeña furgoneta, en la que a duras penas se acomoda su cuerpo sin forma. Le seguimos en su camino hacia la librería, que queda interrumpido al atropellar a la pequeña Eva.

La pobre niña huye del abandono de su madre, que una vez se retrasa indefinidamente a la hora de recogerla a la salida del colegio. Teresa, su madre, conduce cada día su propio coche por carreteras desconocidas en busca del olvido, deseando alcanzar la nada a la que se entrega, y deshacerse en ella.

Eva queda en coma. Su madre apenas pisa por el hospital, y cuando lo hace es incapaz de seguir las recomendaciones de las enfermeras: hablar mucho a la niña. ¿Qué podría decirle? No existe nada en Teresa que pueda ser comunicado; todo lo que le une a su hija es una historia de huida, de negación, de búsqueda del vacío.

De forma que es nuestro librero el que se sienta junto a la cama de la desmadejada Eva y le recita de memoria, sin aparentemente ningún acto de voluntad, las palabras atrapadas en su cerebro.

Y, efectivamente, un día la niña despierta. Despierta, llega a moverse, apenas recobra el gusto por el comer, no profiere una sola palabra. El librero trata de llevarla de paseo, animarla chapoteando en el río, jugando con las flores. Pero la voluntad de Eva no se ha activado, sus actos son mecánicos, sus reacciones exiguas. No puede sino consumirse en el vacío que tanto ansiaba su madre, y finalmente muere.

En una escena determinante, y para mí la mejor contada de la novela, Vollard se encuentra con un grupo de jóvenes que se lanzan llenos de vida al vacío haciendo puénting. Libres y despreocupados, con gestos fáciles y risas naturales, se tiran con la cuerda atada al pie para llenar el vacío con su vida feliz. Regresa manchado de vómito, cubierto en sudor, y con su actitud torpe y fuera de lugar trae el silencio y la gravedad a los muchachos, que le olvidan agradecidos un momento después.

El librero Vollard regresa a la vida que ya sabemos, después de esta escena, que no es vida. Su vida de libros, de visitas al sanatorio, de frases y citas reverberando en su cabeza, de paseos con una niña incapaz de hablar, de reaccionar ante el paisaje, de asirse a la vida que su madre le ha negado desde mucho antes del atropello.

Vollard vive en un mundo de vacío y sin sentido, un mundo radicalmente alejado de la vida a chorro, natural y feliz, representada por los chicos del puénting. Estos chicos desafían despreocupados a la muerte y a la nada, y salen victorios del combate. Vollard solo tiene sus palabras para defenderse, y estas demuestran no ser suficientes.

Los fragmentos de sus libros lograron despertar a la pequeña Eva, pero solo para devolverla a una realidad de ausencia. Embebido en la lectura le acosaban sus compañeros de colegio, quienes la tomaban quizá con aquel a quien sus mismos hábitos extraños- siempre con un libro en la mano- le señalaban como incapaz para la vida activa y un poco brutal de los niños que heredarán el mundo.

Eva refleja en un espejo la infancia solitaria del librero, y a ninguno de los dos consiguen salvar las palabras. Fuera de las palabras existe un mundo al que los libros no dan acceso. A la vida no se llega por los libros: esto es lo que parece demostrar la historia del librero Vollard y su encuentro con la pequeña Eva.

Las palabras que persiguen a Vollard se revelan como una cárcel: no puede escapar a ellas, estallan contínuamente en su cabeza, no dejan lugar para la vida de sol ejercida por los chicos del puente. Al final, buscando acallar las voces de su cabeza, Vollar salta por última vez desde el puente.

Este libro me ha resultado desconcertante: parece un canto a los libros y al poder de las palabras, pero en realidad las palabras- esas palabras que también trataba de reunir en pequeñas frases Teresa, la madre de Eva, en un pequeño cuaderno que recogía todo lo que era- forman un filtro que no deja pasar la luz.

Las palabras o la vida, parece decir el libro. Y a través de las palabras nunca se llega a la vida.

 
¿Es esta la elección? ¿No leemos para tener más vida? ¿Quizá en realidad nos ocultamos en los libros de una realidad pobre y hostil? ¿Leemos por incapacidad para vivir? Cómo me gustaría compartir estas impresiones en un club de lectura, y llegar a través de las visiones compartidas al centro de mi bosque.

domingo, 16 de diciembre de 2012

En las vías del tren

La foto de un tío atrapado en una vía de metro. El vagon de tren a punto de pasarle por encima. El hombre intentando encaramarse al muro. ¿De qué vale una foto como esta? ¿Qué premio pensaba llevarse el fotógrafo?
 
Sin duda, un documento sin igual: la foto recoge la indiferencia de la sociedad. El fotógrafo se limitó a darle al botón de la cámara; el resto de la gente en el andén parece ser que se quedó donde estaba.
 
Habría que saber qué le pasa ahora a esa gente por la cabeza, después de haber presenciado (¿atónita, impasible, paralizada, con miedo?) la muerte de un hombre.
 
Quizá ocurre todo tan rápido que es muy difícil reaccionar. Y, sin embargo, tuvo tiempo el fotógrafo de accionar su cámara.
 
Puede que a diario nos enfrentemos a situaciones parecidas. Menos impactantes, pues por fortuna no todos los días dejamos a morir a un hombre delante de nuestras narices. Pero de alguna manera igualmente letales.
 
¿Qué permitimos que muera cada día? ¿Qué actos de omisión condenan a otros a la soledad y a la desgracia? ¿Qué no somos capaces de ver? ¿Cómo podríamos salvar a otros, y salvarnos a nosotros mismos de la culpa y la vergüenza, y ni siquiera nos damos cuenta?
 
¿Cómo se tiende la mano al que ha caído en las vías, al que ha perdido la seguridad del andén, la protección de las reglas del mundo en orden? ¿Podemos imaginarnos desde nuestra posición tras la línea amarilla la angustia y el aislamiento entre las vías?
 
Creo que situaciones así se multiplican con cada nuevo recorte. Uno tras otro vamos cayendo a las vías, y no hay manos que nos salven.

http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/12/05/actualidad/1354739676_137775.html
 

miércoles, 12 de diciembre de 2012

Últimas noches en La Adrada

El viento en los árboles
hace un ruido mullido,
y parece que la noche
camina sobre una alfombra.

Las palmeras se pasan el cepillo
cien veces sobre la melena.
Yo tengo el pelo largo y rizado.
Lo llevo suelto y casi nunca me peino.

Antes de dormir juegas con mis cabellos libres
como un niño en la playa que rastrilla la arena.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

El día después de la huelga. Dramatización.



Nota: Esta historia surgió de esta misteriosa fotografía, publicada el 30 de marzo de 2012 en El Mundo. ¿Quién sería esa señora? ¿Qué la había llevado a ese café el día de la huelga general? ¿Qué pensamientos interrumpió el flash del fotógrafo? Esta historia, absolutamente ficticia e inventada, puede que tenga algo de realidad también hoy, día de otra huelga general.

“Una mujer, tomando una consumición en una cafetería del centro de Madrid, ayer, en el día de huelga.”


-Doña Concha, ya la vi ayer en los periódicos, anda, que la pillaron que no se lo esperaba usted. Estos periodistas no tienen respeto por nadie, no me extraña que se quejen tanto los famosos en los programas de la noche.
-Sí, Nicanora, hay días en que nadie puede escapar de la realidad.
-Dígamelo a mí, que me paso en la portería encerrada todo el día. Antes, cuando vivía mi marido que en paz esté, al menos podía escaparme un rato y darme una vuelta por Preciados, pero ahora ni eso. Claro que con la crisis y según están los precios, ya se asusta una aunque no vaya más que con intención de comprar. Pero no la entretengo más, doña Concha, que bastante tiene usted con lo suyo.
-Si no me molesta, Nicanora, ¿no ve que ahora tengo todo el tiempo del mundo? Entre los jubilados y los parados que entramos y salimos a deshoras, no se aburrirá usted últimamente…
-Ay, si yo llevo aquí toda la vida y les quiero a todos como si fueran mis hijos. Gente de bien ha sido siempre la de este edificio, y ni Ricardo ni yo hemos tenido nunca ninguna queja. Al contario, bien felices hemos sido desde que mi marido heredó la portería de su primo, y aquí se han criado nuestros hijos entre señores. Pero me da una pena ahora de estos jóvenes, que los he visto yo crecer con mis propios ojos. Mire usted los de Barbero-Martín, las tres hijas con carrera, masters y todas esas cosas, que han sido siempre muy listas, y ahí están, las tres de vuelta a su casa. Ayer se fue la pequeña a la huelga, que buena se puso su madre. “¡Adela, que se va a juntar toda la gente alrededor de las calles de casa, y con el lío que se va a formar te va a pasar cualquier cosa, hija! Si ya sabemos lo que piensas, pero hay que tener cada vez más cuidado”- le decía su madre. “Ay, si es que  acabo de ver por la tele las imágenes de Barcelona, y la gente desesperada se pone muy violenta”. Pero a Sol se fue la Adela de todas formas, diciéndole a su madre que no había por qué preocuparse.
-Vería usted de todo desde la portería, Nicanora. ¿No habrá tenido usted ningún problema?
-No, señora, gente sí que pasaba, que ya sabe usted los líos que se forman en Arenal, que estaba el metro de la plaza que lo tuvieron hasta que cortar. Pero la manifestación fue muy tranquila, que pasaban familias enteras y jóvenes muy formales, y había hasta alegría, que ya sabe usted que esa nunca falta en casa del pobre.
-Sí, Nicarona, la alegría que no nos falte, que esa no nos la pueden arrancar, por mucho que lo intenten. ¿Y no le entraron a usted ganas de unirse a la marcha, con lo que guerrera que usted siempre ha sido?
-Bueno, yo ya estoy mayor para esas cosas. Yo ya solo espero la jubilación, a ver si para cuando me toque todavía queda algo para los viejos. Pero yo ya he luchado mucho en esta vida, que en menudos líos me metía Ricardo con sus sindicatos. Pero ahora ya no es lo mismo, ya no hay ilusión ni sabe una contra qué o quién tiene que luchar. Al menos cuando Franco todo era más claro, los buenos y los malos, pero ahora es que no hay dinero, Doña Concha, dicen que no hay dinero, y no les dan a los hijos la oportunidad de trabajar, que dicen que es cosa de Europa y de la crisis, que desde aquí poco se puede resolver. Así que digo yo que por lo menos nos quedemos trabajando los pocos que podemos. Ya fueron a protestar mis hijos, que bien orgullosa estoy de lo buenos muchachos que son, que pasaron por aquí a darme un beso, pero ellos entienden que yo no puedo dejar esto desatendido, después de todas las atenciones que han tenido ustedes con nosotros… Nadie tiene la culpa, yo solo pido que miren por el trabajo de los jóvenes, pobres, todos necesitamos una oportunidad a su edad, si no mírelos, que se dan al botellón y se meten en líos, y los padres sin controlarlos. Pero es que hay veces que no se puede hacer nada, doña Concha, yo ya no puedo hacer nada más que confiar en que no me echen.
-No se preocupe usted, Nicanora, que ya sabe que mientras quiera usted esta es su casa.
-Si ya se lo decía yo a mis hijos, que no se preocupen por mí, que miren por ellos e intenten arreglar lo suyo.
-Todos tendríamos que arreglar la situación en la medida en la que podamos, en eso tienen razón Adelita y sus hijos. Pero es que a veces, como dice usted, no sabemos ni qué podemos hacer, ni somos capaces de analizar qué es lo más conveniente, ni siempre acertamos a distinguir a los que van con buenas intenciones de los que solo buscan el beneficio propio. Es muy complicado, Nicanora, cada día más, pero ayer me he dado cuenta de que necesitamos al menos hacernos oír, que lo mínimo es que sepan que seguimos aquí, y que no se olviden de que están trabajando por nosotros.
-Pero, señora, si usted no ha pasado nunca penurias ni tenido problemas, con la buena familia de usted, doña Concha, que todavía me acuerdo de su padre don Raúl, siempre alegre saludándome con el sombrero y diciendo galanterías, que llevaba él muy a gala lo de ser madrileño nacido en la calle Princesa, castizo, como decía él. Y llevando los asuntos de los pobres, que no saben de leyes, y nunca les quiso cobrar nada ni nadie le oyó alardear sobre ello, y eso que Ricardo cada vez le traía a más gente de los sindicatos.
-Sí, Nicanora, he tenido mucha suerte, pero la vida tiene que ser algo más que la situación que le haya tocado a cada uno. Todos deberíamos poder tener la mejor educación y unas condiciones dignas de trabajo, de eso sabe usted, que siempre ha estado al tanto de las luchas de su marido, apoyándole en todos sus empeños, y mira que a veces se metía en líos. ¿Se acuerda usted de cuando se escondió en casa tras pegar aquellos carteles, y la policía se metió dentro sin orden judicial ni nada? Ahora me río, pero vaya sofoquina que pasé entonces, ¡si es que se le veían los zapatos asomando debajo de la cama! Enseguida que me di cuenta me puse delante, y el policía se azoró al ver lo nerviosa que me ponía, creería que era por lo que él suponía que delataba la cama deshecha a las ocho de la tarde y con las sábanas por el suelo… ¿Se acuerda usted qué risa luego? A Ricardo no se le había ocurrido otra cosa que deshacer la cama y esconderse debajo con las sábanas tapándole por el lado frente a la puerta, pero se le olvidaron los pies, ¡que me acordaré de los zapatos negros con el polvo de los solares donde pegaba los carteles mientras viva!
-Ay, sí, doña Concha, bien que me acuerdo de esa y de otras muchas, menudo liante era. Pero tuve yo mucha suerte con el marido, vaya sí la tuve. Un hombre trabajador y con las ideas claras, que nunca nos faltó de nada, pero arriesgaba su propio trabajo porque decía que lo que debía a sus  hijos era luchar por sus derechos futuros. También tuvo usted mucha suerte con el suyo, qué guapo y qué buena planta tenía su inglés, doña Concha. Todavía no ha pasado mucho tiempo, pero permítame que le diga que la veo a usted mejor, y eso es bueno, que hay que quererse y seguir para adelante, no tenemos otra, aunque me hago cargo de que esto no es fácil para nadie, y menos para usted, que se les veía siempre tan bien avenidos, siempre juntos a los viajes. Pero no pensemos ahora en eso, que se le ve a usted muy buena cara después de sus días en Tenerife, que ha venido usted muy guapa, morena y saludable como cuando su marido…
-Sí, Nicanora, me ha venido bien cambiar de aires, que a veces se ahoga una aquí todo el tiempo metida en el piso, o como mucho caminando por estas calles de Madrid siempre tan llenas de gente y de alboroto. Pero sobre todo vengo animada por los nietos, si los viera usted qué graciosos están, comenzando a hablar con ese acento suavón… Y sobre todo, Nicanora, he pasado unos días con mi hija, que se siente allí tan sola, aislada de todos después de lo de Martin, y no deja de preocuparse por cómo estoy yo. Pero ya ha visto que sigo con mi vida, no he querido que me viera mal, y al final he sido yo la que la he tenido que reconfortar, pues ya sabe lo unida que estaba a su padre. Y me vengo contenta porque hemos hecho lo único que podemos hacer en estos momentos: compartir recuerdos, hablar con amor del muerto, pasear y jugar con los niños, y querernos mucho, que seguimos siendo una familia, más familia que nunca.
-Claro que sí, así es como se pasan las penas, que si no la gente se encierra y luego se cogen depresiones y cosas de esas. Tristes estamos todas, qué le vamos a hacer, pero nosotras nos hemos quedado aquí, y tenemos que seguir. ¿No va usted hoy a tomar hoy el café enfrente como todos los días? A lo mejor se le han quitado las ganas después de ver que ahí la retrataron para el periódico, que no está una tranquila en ninguna parte.
-Ahora voy, no se preocupe usted. La verdad es que desde que Martin no está se me hace un mundo desayunar sola en casa. Es cuando más lo echo de menos, en el momento de levantarme de la cama. Así por lo menos me obligo a vestirme y a bajar a la calle, y con ese ritual y ese esfuerzo ya se da por iniciado el día. Pero ha sido muy impactante cuando me han traído el correo esta mañana y he visto ahí la foto. Me ha dado mucho que pensar…
-Pues no se preocupe usted, que no ha salido tan mal. No tiene usted nada de lo que avergonzarse, está estupenda a sus años, ya quisieran muchas. Se la ve elegante, tranquila, bien vestida y con modales, como es usted, doña Concha. Lo único esa cara de sorpresa, que le ha salido el rictus como de susto, y parece que tiene usted muchas más arrugas, que en eso no le hace la foto justicia. Pero claro, qué se va a esperar si van disparando así con la cámara y pillando a cualquiera para la foto, sin respetar el derecho de nadie a estar tranquilo, que parece que porque es día de huelga no puede una ni tomarse un café. A ver por qué no va a poder abrir el Juanito el bar, con lo que le cuesta el alquiler, nada que ver con los precios de cuando vivían sus padres, ahora dentro de nada no veremos más que cadenas de esas de hamburguesas por las calles, que esto ya no parece Madrid ni nada.
-No sé si sabe que tuvieron que llamar al cerrajero para que arreglara las cerraduras de los establecimientos de toda la calle, que las habían sellado con silicona… Al final abrieron por la mañana prácticamente todos los comercios, aunque los cerraran luego, claro está, a la hora de la manifestación, que con tanto gentío dejar abierto podría ser un caos. Y yo me pude tomar el café como todos los días, que Juan tiene todo el derecho del mundo a hacer lo que le parezca mejor para su negocio. Pero si quiere que le diga la verdad, ni cuenta me había dado al bajar al bar de que era día de huelga, de tan metida como estaba yo en mis recuerdos y mis rutinas. Por eso me quedé tan sorprendida al ver a un joven equipado con una cámara que parecía pesar toneladas, y con bolsas de accesorios colgadas por todas partes, al otro lado de la cristalera del bar. Me estaba enfocando a dos palmos del cristal, y en ese momento saltó el flash y me quedé aturdida. Alguien dijo que eran los de la tele, que buscaban carnaza aunque de mañana estuviera la calle tan tranquila, y el bar tan lleno como cualquier otro día de trabajo, con la gente que se toma un café rápido antes de entrar en la oficina. Pero el hecho de que me hubieran hecho a mí una foto, a mí que ni siquiera había caído en que era el día de la huelga, me dio que pensar, Nicanora, y creo que hoy no ha aparecido la foto por casualidad. Esa foto quiere decirme algo, que yo creo mucho en esas cosas. Dése cuenta si no en mis aprensiones antes de que cayera el vuelo de Martin, y las amigas diciéndome que eran cosas mías, que no me preocupara. Pero yo de alguna forma no me sentía bien, y vine corriendo para casa, y cuando al fin llamaron yo ya estaba preparada.
-Ay, doña Concha, se me ponen los pelos de punta cada vez que lo cuenta usted, como cuando la vi entrar por la puerta ese día toda desencajada. Y luego después cuando me vino a contar la noticia, a mí la primera, con una serenidad que asustaba. Pero dígame, ¿qué ve usted en la foto? No sale nada raro, me parece a mí.
-No se trata de nada raro ni sobrenatural esta vez, pero yo no puedo evitar leerla como una señal. Cuando salí del local, que me tuvo que llamar Juan para coger la vuelta, y yo le dije que daba igual, miré el cartel pegado en el cristal: “Cerrado por huelga”, decía, y en letras más pequeñas se añadía la leyenda “yo voy”. Y sin embargo, Nicanora, ni el bar estaba cerrado ni yo tenía previsto ir a la huelga. Me preocupó mucho que el fotógrafo me hubiera elegido precisamente a mí para marcar el contraste con lo que rezaba el cartel. No pude dejar de preguntarme si es que el chico habría visto en mí el prototipo de señora que no va a la huelga. Y me miré desde fuera, y empecé a preocuparme. Nunca he tenido dificultades ni he tenido que luchar como Ricardo, pero sin embargo de alguna forma siempre me he sentido comprometida. En mis clases he tratado de despertar conciencias, me he formado, he leído, he echado una mano a quien he podido. Pero quizá todo eso al final no vale de nada, Nicanora, solo queda la imagen de una señora de bien dándose el lujo de un café tranquilo en una cafetería céntrica en día de huelga.
-Pero doña Concha, qué le importa a usted lo que piense nadie, los que la conocemos sabemos de su sencillez y buen corazón. Nadie tiene la culpa de dónde ha nacido.
-Pero es que después de ver el cartel, y acordarme de mi sorpresa y susto iniciales, después de salir aturdida a la calle, me di cuenta de que a mí sí me importaba. Que llevo encerrada en mi pena mucho tiempo, que últimamente, entre la jubilación y el no querer salir, no me preocupo por nada, que no veo la televisión ni apenas mi interesa la prensa, que casi ni sé qué están haciendo con este país. Así que por la tarde quedé con Adelita, que no tenía duda de que una chica como ella se uniría a la protesta, y acudimos juntas a la manifestación. Ayer abrí bien los ojos y los oídos, y escuché las historias de Adelita y de sus amigas, la preocupación por mantener el trabajo aquellas pocas que lo tienen, la aceptación casi masoquista de las condiciones de otras, el desánimo suicida de que aquellas que han perdido la esperanza de encontrar algo. Y vi luego a jóvenes, a parejas con niños, a profesores con pancartas, a empresarios con el agua al cuello, a cincuentones con familia y sin prestaciones, que no se dan cuenta de lo patéticos que resultan al tratar de dar ánimos a sus esposas. Y me vi a mí, viuda, sola, con una buena jubilación, con viajes, con educación, con todas las oportunidades, y me pregunté cuántos de los que estaban ahí llegarían a mis años con las mismas facilidades que yo. Caminábamos por las calles hacia delante, todos impelidos hacia Sol, arrastrados por la fuerza de la masa. Pero a mí me parecía que no caminábamos, que muy despacio comenzábamos a movernos hacia atrás, como en una película rebobinada a cámara lenta. No me mire usted así, Nicanora, fue una impresión muy fuerte. Como si nos hubiéramos retrotraído años atrás, como si estuviéramos luchando por cosas que en realidad deberían estar ya superadas. Y no sé de quién es la culpa, si es de Europa, de Aznar o de Zapatero. Pero sé que todas esas personas, los niños, los jóvenes, las mujeres, los inmigrantes, los hombres que van perdiendo pelo, no pueden seguir caminando para atrás. Podemos luchar, sacrificarnos, resistir, intentar dar la vuelta a la situación, pero necesitamos esperanza, necesitamos que nos digan la verdad, tener las cosas claras. Necesitamos saber que es por nosotros por quienes luchan, que toman medidas pensando en la gente, en la educación y la innovación que es donde está el futuro, en la salud, en la creación de empleo. ¿Qué vamos a hacer si resulta que todavía más gente se va al paro? ¿Van a pagar todas esas familias el rescate del país con su frustración y su asfixia? Tenemos que asegurarnos de que van a dar oportunidades a la gente, de que piensan en el ciudadano y no en Angela Merkel, de que el mercado se adapta a la política y no la política a la economía, de que las reglas del mercado no dictan el destino de los hombres. Me tengo que asegurar, Nicanora, de que todos estos recortes no nos van a llevar a la desesperación y al suicidio colectivo. Ahora voy a tomarme el café como todos los días, y después no se preocupe si a la hora de comer no he aparecido. Voy al centro cultural a ver a unos chicos que por lo visto buscan colaboradores para dar forma a sus ideas. Nos haremos oír, Nicanora, y no dejaremos morir a la cultura. La educación y la cultura son las que me han abierto las puertas del mundo, necesitamos recursos para saber quiénes somos, para darnos forma a nosotros mismos, para explicar nuestro mundo y redimirnos. Yo eso lo puedo hacer, Nicanora, aunque estos meses no haya salido de mí misma. Sigo teniendo dentro todo lo que la sociedad me ha dado, sigo siendo profesora, y me voy al centro cultural a seguir aprendiendo con los demás y a contribuir a crear oportunidades.
-Ya le dije yo que le había sentado bien el aire del viaje a Canarias. Viene usted como nueva, y sin embargo ahora vuelve a ser la de siempre. Cómo me alegro de verla así, nos seguirá animando y dando ejemplo como de costumbre.
-El ejemplo nos lo da usted, Nicanora, toda la vida trabajando, sacando adelante a sus hijos y apoyando a su marido en su lucha obrera.
-Todos tenemos mucho que barrer, aunque solos no alcancemos más que unas pocas baldosas. Pero acuérdese de lo que decía mi marido: “Si todos barremos nuestra puerta, al final tendremos una calle limpia”. Vaya usted, doña Concha, y hable y crea, busque y construya, porque somos nosotros los que tenemos la responsabilidad de nuestras calles.
Pero primero el cafetito, Nicanora! Luego veremos qué nos cuentan estos jóvenes.
-No deje de avisarme en cuanto tengan algo. Que cojo mi escoba y allí me planto, como en tiempos de mi Ricardo…

domingo, 21 de octubre de 2012

fin del finde

Quién soy
          sentir

Dónde estoy
             respirar

Sin correr
         pues para ya



domingo, 14 de octubre de 2012

The Road Taken. El camino seguido.

Un fin de semana cargado de cosas buenas. Para empezar, descanso. Cómo se agradece un pequeño puente cuando se hacen malabares para organizar todas las obligaciones de la semana. Un fin de semana con toros, con teatro, con una exposición. Y aún así hay cosas que aún echo de menos hoy domingo: visita al Puerto, tiempo con mi padre, quedar con los amigos.

Me doy cuenta estos días de la importancia del tiempo, de sentir que lo controlamos, de que no sea él quien nos maneje. Y pienso también con cierto estupor que sin duda ya soy mayor. Me pesan las obligaciones, ando a cuestas con la carga de la responsabilidad, con el hato de dudas sobre cómo lo estaré haciendo, si esto es suficiente o si aún tengo que seguir tensando todas las cuerdas de mi resistencia mental, apretar los dientes, y embestir con lor riñones con la cabeza por delante.

No estoy en la cima, no contemplo el paisaje después de la ascensión. Me muevo entre la neblina que humedece las sábanas y enturbia el despertar. Avanzo con paso firme, eso sí, en una ruta que no todos reconocerán como tal. No es un camino fácil, y ni siquiera es el más justo, ni el más bello, ni el que más lejos conduce. Tan solo es la vía que marcan mis pasos. Existen caminos paralelos, más anchos, más claros, más puros. Pero no son el mío: yo avanzo entre nubes bajas sorteando carrascos, entre piedras con musgo húmedo, por tierras de otoño grisáceo.

Y me sorprende siempre cuando tras un recodo aparece un viajero en dirección opuesta. Viene del frío, y frías son sus opiniones, sus condenas. Tristes como la niebla sus puntos de vista y desabridos como el tacto de una roca sin rocío sus versos. ¿Qué hacer con estos viajeros sin bastón que salen a mi paso dirigiéndose hacia el lugar que yo he decidido dejar atrás?

Miro hacia delante, hacia algún lugar entre la neblina. Afianzo mis pasos entre las rocas duras, siento el escozor del matorral bajo en mis piernas. Camino entre la niebla, con humedad en el corazón y con asfixiante grisura en la cabeza. Camino y sigo respirando, avanzo entre rocas y arbustos inspirando a cada paso, sintiendo el bombear temeroso pero empecinado de la sangre en mis sienes.
Es díficil moverse entre las horas, dejando el tiempo atrás, persiguiendo el tiempo, atrapando los minutos con redes sin remendar. Conjugar las actividades que te planteas, calzar la compañía de todos los que te quieren, alcanzar tus expectativas, cargar con el hato de la responsabilidad, cumplir con lo que otros esperan de ti.

Por eso en este otoño aún caliente no puedo más que juntar pasos como se recogen las uvas de la parra, seguir entre la niebla fiel a mi propia oscuridad. Los viajeros en sentido contrario me ciegan con sus linternas de falsa moral y alegría fingida, pesadas como haces luminosos perdidos en un túnel sin fin. No es esa la luz que busco. La luz que se abre paso entre la niebla solo puede esperarse entre el incómodo rocío de la mañana fría, sobre las piedras musgosas y resbaladizas, bajo la tierra áspera cuajada de pequeñas encinas duras y a la defensiva.

Me da miedo el camino, la humedad en las ropas, la nariz fría. Los viajeros que ríen desdentados y restallan muecas de superioridad. Pero yo me ajusto el exiguo abrigo, siento el calor del hielo en las mejillas, la viveza de mis pies resecos, y marcho entre las piedras, sobre la tierra agrietada que llora rocío, entre las gotas grises de las nubes bajas.

Sigo el sendero de la niebla, levanto el rostro para sentir el aliento del viento que corta sin dejar cicatrices y que mantiene mi sonrisa fresca como pescado en sal. Alzo las manos para recibir el abrazo de los árboles de ramas desnudas y anoréxicas. Y entonces avanzo a saltos, satisfecha del frío, de la niebla y del camino perdido que descubren mis pasos.

Robert Frost, "The Road Not Taken". El camino no seguido.

Two roads diverged in a yellow wood,
And sorry I could not travel both
And be one traveler, long I stood
And looked down one as far as I could
To where it bent in the undergrowth;
 Dos caminos se bifurcaban en un bosque amarillo,
y lamenté no poder seguir los dos,
y ser solo un viajero, así que durante largo tiempo
permanecí inmóvil y perdí mi mirada en uno de ellos
hasta donde desaparecía en la espesura;

Then took the other, as just as fair,
And having perhaps the better claim
Because it was grassy and wanted wear,
Though as for that the passing there
Had worn them really about the same,
 Entonces tomé el otro, igual al primero,
y quizá con mayor derecho 
puesto que tenia hierba y requería limpieza,
aunque en este punto los que habían pasado por allí
habían hollado los dos de igual manera,

And both that morning equally lay
In leaves no step had trodden black.
Oh, I marked the first for another day!
Yet knowing how way leads on to way
I doubted if I should ever come back.
 Y los dos aquella mañana se extendían similares
con hojas que ninguna pisada había vuelto negras.
¡Oh, dejé el primero para otro día!
Sin embargo, consciente de que un paso conduce a otro
dudé de si alguna vez habría de regresar.

I shall be telling this with a sigh
Somewhere ages and ages hence:
Two roads diverged in a wood, and I,
I took the one less traveled by,
And that has made all the difference.      
 Seguiré relatando esta historia entre suspiros
en cualquier parte tiempo y tiempo después:
dos caminos se bifurcaban en un bosque, y yo,
yo seguí el menos transitado,
y ahí radica toda la diferencia.

domingo, 23 de septiembre de 2012

La inocencia violada

Si pudiera, todo lo borraría. No los recuerdos, puesto que no hace daño lo vivido y extraviado en el tiempo. Suprimiría en cambio las huellas en el cuerpo, recuperaría la tersura de mi cara de niña. Duele el cuerpo de la misma forma que las cicatrices son sensibles al cambio de temperatura. Arrastro las heridas como un mutilado de guerra impulsa con los brazos su silla de ruedas.

No me quedan recuerdos que atesorar u olvidar. No me lastima el presente de flores y libertad. Se trata de la inocencia perdida. No sé dónde buscarla. ¿Quedó en el pasado, regresará en el futuro, se reconstruye en el día a día? No perdono la corrupción del entusiasmo y la fe en la vida. 

Yo fui vasija que la contuvo, y la inocencia era yo. Estaba en mi risa y en mi lucha; era mi esperanza y mi piel suave. Decías que el mundo era hostil y áspero; criticabas que en mi ingenuidad optara por saborearlo como un caramelo.

Ahora puedo localizar en el mapa el punto exacto de lo inhóspito y lo duro, de lo impasible y estéril: ese lugar lo llevabas contigo. Ahora sé que necesitabas mi inocencia como los peces precisan del mar, y por eso te la llevaste atravesada por el arpón timorato con el que se extermina a las ballenas blancas. 

Hoy, oculta mi desnudez revelada con una sábana áspera, maldigo la felicidad polvorienta. Agonizan los recuerdos: permanece la marca de tus dedos. En la papelera de mi cuerpo, rebota la bola arrugada de la inocencia extinguida. 

Si pudiera abandonar este cuerpo, comenzaría de nuevo, inocente y bella. Me dispondría entonces a caminar sobre las cenizas del recuerdo, avanzaría al ritmo de las estaciones hasta sentir la hierba fresca brotar bajo mis pies ligeros. Caminaría entre el sol y el hielo hasta que nadie jamás pudiera volver a relacionar tu nombre con el mío.

Si pudiera, todo lo borraría, hasta llegar de nuevo a la fe primigenia y a la alegría innata. Volvería hacia atrás, hasta el origen de la existencia, hasta que mi sangre no contuviera una gota impura, hasta que tú cesaras de haber tenido un lugar en mi vida. Rejuvenecería hasta  conseguir la devolución de la inocencia violada, el elixir eterno de fe y pureza que un día de amor vertí en tus ojos transparentes.



domingo, 9 de septiembre de 2012

Toros y árboles

¿Se puede vivir sin raíces? Los arboles desde luego no. Quizá los pájaros. Pero los pájaros buscan los árboles para posarse y resguardarse.

Los pájaros saltan alegremente de rama en rama, van de árbol en árbol, y mientras vuelan libres y despreocupados. Pero los árboles siempre están ahí.

¿Qué sería de nosotros sin los árboles?

Es septiembre, y llega el tiempo de emigar los pájaros. Nosotros, los pájaros interinos, nos posamos donde la Junta nos lleve. A volar, polluelos. Da siempre miedo dejar el nido, abandonar nuestros bosques. Nos dejaremos arrastar por las corrientes de aire caliente, traeremos pajas y pequeñas hierbas para crear un hogar fresco en el secarral de nuestro nuevo destino.

Yo pienso en mis árboles, en mi gran bosque. Me preocupo por mi compañera cigüeña: qué lejos ha de volar, con cuántas dificultades parece que se encontrará. ¿Dónde quedará el nido? ¿Lo destrozará la inconsciencia de los niños del pueblo?

Por ahora aquí nos quedamos, este tendrá que ser el árbol madre. Queremos chupar su savia, explorar sus venas, remontar la corteza, columpiarnos de sus ramas, esperar la maduración de los frutos. Aunque mientras tanto tengamos que levantar temprano el vuelo cada mañana. Aunque los árboles no nos recojan hasta el caer de la tarde. 

Pero incluso estos árboles qué solos están. Se refugian del páramo en el abrazo de la sierra. Son otros bosques los que riegan la tierra, los que renuevan la savia, los que comunican los corazones. Dice mi padre que hoy no hace falta que vayamos a comer al Puerto, que hoy torea Carlos, el chico del pueblo, y él se va a la novillada.

Eso son las raíces, el bosque que como una Amazonia amenazada se convierte en el pulmón de la tierra seca. De ahí el estupor y la pena con los declaraciones baratas como esta de Antonio Elorza en El País (siguiendo, una vez más, su decidida línea editorial contra la fiesta de los toros)  me alcanzan mientras busco las flores por entre el páramo impuesto:

Por debajo sigue el avance de su contrarreforma, cuyo emblema sería la exaltación de la cultura de los toros a costa de la destrucción de la cultura. (El País, 8 de septiembre de 2012)

¿Salvar la cultura a costa de destruir los toros? ¿Hacer caer los toros (como tan bien se empeñan en conseguirlo los propios periodistas taurinos del periódico) como cae y se destruye todo lo demás? ¿Oponer la cultura en general a las particularidades de la manifestación taurina? ¿Menospreciar al mundo del toro y a todos los que de él forman parte?

Necesitamos bosques, pulmones, respirar hondo. Olvidar el polvo seco que sube del páramo y se abre por las fosas nasales hasta irritar la garganta. Quiero agua, quiero flores. Necesito mis toros como necesitamos los árboles.


miércoles, 29 de agosto de 2012

Dolor de espalda

Ilustraciones maravillosas de CSB


Hay veces que me pregunto de qué estoy hecha, qué tengo por dentro. Qué idea de lo que debo ser y hacer gobierna mi interior, qué creencia trae olas de sadismo a la orilla desde donde miro de pie al mar interrogante.

Bajo la superficie del océano inmóvil luchan perturbadas las placas tectónicas por encontrar su sitio. Hasta que se desencadena el maremoto, la ola de tsunami que arrastra sillas, rocas, recuerdos, ramas de árbol y sábanas gastadas.





El cascarón indefenso abierto en dos al pie del nido.
La mano envejecida del niño que desgajó el huevo.
El chillido baldío del pájaro ahora estéril.
¿Pasará la madre sola la noche en la celda de pajas?

El viento caliente estrangula a las mariposas 
y dispersa las semillas sobre las peñas inertes.
¿Qué frutos tendremos que imaginar, qué sabores añoraremos?
¿Sobre qué tierras yermas irá a morir nuestro deseo?

La pureza  que cayó en terreno baldío.
El embrión del amor despedazado en el refugio .
¿Quién puede recomponer el huevo partido?
¿Quíén puede devolver la pureza al corazón corrompido?




Un curso en un reducto de corazones de colores. Fuera el viento gris mordía los cristales
Meses de inmovilidad compartiendo la inocencia de las pacíficas ovejas a través de la ventana
Después brotó la primavera en una casa como un jarrón rebosante de flores
Ahora solo quiero vivir rodeada de pájaros que vuelan en libertad





Ruptura traumática. 
                                                                          La lógica del cuerpo.
Cita en el traumatólogo. 
                                      


La depresión te parte en dos.
Tras los pertinentes puntos de sutura,
es luego la espalda la que me quiebra.
Si como dice mi coach es una cuestión de flexibilidad, 
definitivamente tendré que empezar a hacer gimnasia.
 




Quisiera quererte mucho, 
quisiera quererte bien.
Quererte en la hierba y en el cielo,
en el silencio y en la música,
en el acto y en la potencia.
Quererte como tú me quieres.

Quiero quererte limpia, quererte fuerte,
quererte clara e íntegra.
Sin cicatrices, sin puntos de sutura.
Mirar al futuro, reescribir el pasado,
inventar la máquina del tiempo.
Llegar a quererte antes
de la ruptura del huevo.





Aparecen los restos de los niños muertos.
La crueldad de un padre que entregó a sus hijos
como tributo al dolor blasfemo.

La mujer compartió cama con el lobo.
En las noches de temblores y dudas
arropaba su matrimonio con la piel de cordero.

Mientras el padre pirómano encuentra la paz 
en la contemplación del monte arrasado,
se borra para siempre en el corazón
de la madre la posibilidad de las flores.



En mi casa me saludan por las mañanas y hacen bromas y me dan besos. Así hubiera podido ser la vida conmigo si no hubieras sido padre soltero de la inseguridad y la escasa autoestima.

La fragilidad pare la dominación y el miedo. Hijos bastardos de la luz y los paseos de manos dadas.

El amor resulta ser sometimiento. Mi miedo se convierte en asco.

Antes de la libertad, la inmovilidad y el llanto.




Volar entre las montañas altas 
como si tú nunca hubieras sido pájaro. 
Como si no hubiéramos conocido la cima,
como si no cazáramos presas envenenadas.


  Creía, luego era feliz.
¿Qué clase de felicidad me resta ahora?


De entre todas las ovejas, 
tú fuiste mi lobo más querido.



sentada en la mecedora a la puerta de mi casa
la luna como una nube de hilo blanco
el aire pacífico, la luz templada
gordas bolas de navidad
relucen los pardales en el pino
voces y pasos de gente en sus quehaceres 
al otro lado de la verja
el pasto amarillo respira aliviado en el fin del verano

las encinas duras, el círculo de montañas
la Corona a un lado vela como una hermana
más lejos, justo enfrente, vigila el Pico Cervero

los guindos, las flores, las petunias blancas
olas de encinas rompen contra la orilla del jardín
toros de cartón tras las bambalinas de encinas
irrumpen tímidamente en el escenario

el aire que arrastra los pájaros
el cielo cambiante en la tarde
la luz cálida de llama vacilante

el lugar donde el amor se guarda en cofre
donde la vida no quema
donde el recuerdo se arrebuja a mis pies
como un perro junto a la mecedora









Son los últimos días de verano, y se dispersan los pájaros. Durante un verano entero el dolor me recluye en casa. Se acerca septiembre y el encuentro temido queda pendiente. Finales de agosto, y yo aún me pregunto por la razón del encierro.

¿Nunca son los meses suficientes para asumir y madurar? Un dolor como un grillete para impedir escaparse en el agua del verano, para evitar escurrirse entre la gente de la calle

¿Huyen los pájaros? Estoy volando con las alas del verano
con los pájaros que en bandadas buscan nuevos árboles.



Semanas de verano engarzadas entre contracturas y dolores musculares.
Días gastados en la inmovilidad que trae la espalda rota.
O quizá fue primero la decisión de la inmovilidad.



Con pasos de pájaro en tierra un día me lanzo al aire
y me saludan los padres y familiares más cercanos. Resulta
que aún soy querida y de mañana se ensaña la impotencia 
por la imposibilidad del movimiento.








Mientras el cielo del atardecer se vuelve rosa 
me siento en la mecedora del jardín
y espero que vuelvan los pájaros.













jueves, 16 de agosto de 2012

Autorretrato de luna

Soy redonda y blanca como luna de nieve. Me gusta llevar diademas de luz esponjosa y amarillenta. Como el astro de plata, tengo cráteres en las mejillas del ánimo. Soy la luna llena en penitente búsqueda de su cara oculta. Con mis zapatos de gitana, bailo en torno a la plata de mi centro.

En las noches claras me baño en las interrogaciones de los charcos y empuño espejos bruñidos en magia. No poseo luz propia; solo un trapo de estrellas con el que pulo mi rostro. Entonces refuljo con el brillo de la emoción hallada, de las palabras certeras, de las convicciones encarnadas en actos. Pequeña y desdibujada, unos pocos también aciertan a reconocerme en la ceguera del día deslumbrado.

Soy el fiel satélite del planeta del agua. Acompaño su movimiento como los nazarenos febriles su paso de semana santa. Piso piedras lechosas de cantos redondeados. Recorro caminos que solían ser ríos. Rodeada de un halo de distancia y alucinación, de perplejidad e inercia, solo mis rayos alcanzan la tierra.

Tuve un amor que era de oro, que era el sol. A los ocho minutos y medio descubrí que los rayos solares ocultaban miedo y dominación. El rey del astro fatuo fue condenado al exilio, y ahora las piedras luna de mi corona irradian destellos de azúcar cristalizado.

En las tardes sin luna estudié la literatura que al menos cada veintiocho días me concede la plenitud, y aprendí a ver el mundo a través de las palabras de plata fértil.

En la oscuridad de un eclipse, en las aguas ennegrecidas comencé a enjabonar cráteres con adolescentes hechos de nubes. Los alumnos son puros y etéreos como marineros, y dejan prendidos en mi alambrada argéntea jirones cándidos de nacaradas ovejas.

Las mareas de la tierra me atraen y repelen en una condena eterna. Desde mi esquina desafecta, grito envuelta en tela de lago en calma. La tierra necesita restituir la pureza de sus mares.

Me pongo mis pendientes de fulgor argentino para celebrar el amor más acá del sol. Visto cota de malla engarzada en hilos de plata para librar la batalla de los oceános. Con las tareas del curso y el ejemplo de todos empiezo a juntar palabras para poner nombre a mi cara oculta y lograr que brame la hierba azul en cada uno de mis cráteres.

Ilustración: Carlos SB ("Princesa de Luna")




martes, 14 de agosto de 2012

lunes, 13 de agosto de 2012

El periódico nuestro de cada día

Leo el periódico del día antes... a veces hasta de hace un par de meses, o puede que en una bolsa aparezca un ejemplar viejo, e igualmente lo analizo con detenimiento. Si te da por leer las noticias... qué más da de cuándo sean... ¿Acaso va a cambiar algo de lo que allí quedó reflejado? ¿Vas a apagar el fuego que se relata en primera página, ocurriera ayer o hace dos años? ¿Van a dejar de arrancar brazos y ojos en las guerras de cerca y de lejos? ¿Alguien se va a preocupar por las mujeres que piden ayuda desde los balcones de sus casas, nos vamos a interesar por las angustias de los inmigrantes ilegales, vamos a apoyar las reinvidicaciones de los que cortan la avenida principal de las ciudades? 

Todo es ya viejo en el momento en que se escribe, los acontecimientos son olvidados incluso antes de leerlos, la descripción de los hechos no altera lo acontecido. Hacemos acopio de noticias, almacenamos datos, comentamos detalles inauditos que nos parecen extraños... y sin embargo resultan ser siempre los mismos.

La historia se repite en el diario de cada día, la realidad se perpetúa en el relato cotidiano de los acontecimientos del mundo. Creemos que la fecha del noticiero nos ayudará a interpretar la realidad cuando lo cierto es que el mundo siempre es el mismo. Ni siquiera el relato que hacemos de lo acontecido cambia. 

Nos hacemos la ilusión de que cada mañana la fecha del diario nos despierta con aires nuevos. Pero al pasar las hojas tan solo se mueve el aire enrarecido. Los periódicos y telediarios son habitaciones confinadas donde nunca se abren las ventanas, donde el ventilador se limita a mover el mismo aire confuso que habíamos creído expulsar de nuestro cuerpo sucio. El cambio no es posible. Solo a veces surge la chispa de la indignación. Después, se extingue, y entonces pasamos la hoja y seguimos leyendo sobre brazos despedazados, montes arrasados, mujeres solas, parias que no leen los periódicos.

Los diarios exponen nuestra condena, nos cuentan nuestra historia. El relato de las noticias se convierte en el antídoto contra la acción y el cambio. Por eso nos gusta el café con periódico: en nuestra conciencia mojamos la inmovilidad, echamos azúcar a la parálisis. Preferimos saber lo que fue antes que plantearnos lo que podría llegar a ser. Necesitamos cargar cada mañana con nuestra piedra de Sísifo. Todavía no entendemos que no quedan dioses que nos vengan a salvar.

Sísifo, de Tiziano

viernes, 10 de agosto de 2012

En Santander, Bahía de los Peligros

En verano a veces
te bañas y siempre juegas
con los niños y yo
vigilo vuestras bromas y
protesto si me salpican
las gotas de agua.

En verano a veces
descubrimos calas
al pie de las montañas
y en las carreteras estrechas
saco la cabeza por la ventanilla
y decimos hola a las flores altas.

En verano a veces
me cubre la arena de
tu cuerpo esquivo y entonces bebo
la coca-cola de tus ojos
y tus labios siempre saben
a regaliz negro.

En verano a veces
me das tu risa y te cedo
mi dicha y después
saltamos las olas
y giramos abrazados en
la demarcación del ecuador.

Y otras veces bailamos
y mueves los brazos alegre
como los gorriones
mientras mis cabellos de ninfa
candorosa toman el color
diáfano del mar.

A veces en verano
nievan copos de invierno
en la espuma de las olas
y nunca trae el mar nieve
bastante para sepultar
el sabor a sal
de los naufragios.


Dibujo: Carlos SB

viernes, 20 de julio de 2012

Maletas de agosto

Es estupendo cuando una etapa va llegando a su fin y todo tu cuerpo y tu mente se va adaptando a la idea de terminar un proyecto. Por suerte o por desgracia, quedan muy pocos días para irme de aquí, y mi ser no está por la labor de ponerse a hacer maletas y desmontar el chiringuito. 

Quizá porque quiero que agosto no sea más que un paréntesis. Quiero volver, y empezar de nuevo, pero desde aquí, desde lo conocido, desde los rincones de mi casa decorada con cariño, desde los lugares en la sierra descubiertos vagabundeando sin rumbo, desde  la gente que se sitúa en el valle como los figurantes en un decorado. 

Todavía tengo mucho que hacer, que sentir, que vivir, que descubrir en este refugio entre montañas.  Sigue habiendo lugares a los que volver, personas a las que seguir aprendiendo a querer.

Y me cuesta estos días separarme de mi casa, moverme, reconciliarme con la idea de meter el verano en un par (o tres...) de maletas.

Aquí soy feliz, aunque sé que estaría feliz en cualquier parte, e incluso incluso más, al enfrentarme a nuevos decorados y nuevas experiencias. Pero tengo en esta casa una felicidad tranquila, segura, hecha de repeticiones y rituales cotidianos, una felicidad doméstica cotidiana en la que no me canso de reflejarme. 

En este momento no necesito emociones fuertes (ni creo que me vendrían bien, qué perra mis hermanos con casarse todos cuando tanta emoción me deja rota, jeje) ni lugares exóticos. Cuando hace unos meses las pequeñas cosas de cada día se convirtieron  en montañas para mí, ahora poder hacerlas y sobre todo disfrutarlas (vivirlas sin que me causen dolor ya es un logro) se convierte en un asombro renovado cada día. 

No me canso de desayunar cada día madalenas en la terraza (me gusta escribir "madalenas"), de colocar los cojines del viejo sillón que se empeñan en deslizarse sobre el asiento, de apilar los vasos en el escurreplatos de metal, de regar las plantas, de sentarme bajo la higuera, de encender las luces de colores a la noche, de trabajar con mis pinturas, de moverme de un sitio a otro de la casa  buscando el fresco siguiendo la evolución del día. De ver mis libros apilados en la estantería, de mi bolígrafo de pájaros, de las fotos con el ipad, de mis lecturas, de mis proyectos. 

Y todo ello en mi casa-barco, que se desliza suave por el mar de la calma y de la imaginación, del presente de tranquilidad y del futuro de entusiasmo, del amor y de la seguridad. 

Sé que tengo lejos a mi familia, y lejos a mis amigos. Pero confío en no hacer daño a nadie, y pronto poder estar todos juntos, construyendo juntos la cotidianiedad de agosto, el entramado del verano alrededor del campo y del pueblo. También entonces resarciré a mi padre, que quizá no entiende mi exilio por mares lejanos. Ahora mi corazón es una cáscara de nuez que se deja llevar sin propósito ni intención por aguas calmas, calentorras y poco profundas, donde las olas ni siquiera chocan contra la orilla. 

Llegará el tiempo de propósitos, de asunción de obligaciones, de entusiasmos y esfuerzos, de ratos compartidos, de vivencias creadas, de recuerdos pintados. Nos sentaremos en los sillones-mecedora a contemplar la luna llena, nos tiraremos a la piscina, bailaremos bajo las estrellas, comeremos panceta en el río, haremos excursiones con tortilla de patata. Cenaremos todos juntos, tomaremos una copa, recordaremoso anécdotas, nos reíremos de la misma manera, exactamente con la misma risa, que nos hemos reído mil veces. Nos querremos porque estamos juntos, y querremos estar juntos para seguir queriéndonos y dando sentido a agosto un verano más.

Pasearé por la charca bajo el mismo cielo, sintiendo el calor del asfalto como tú me lo contaste, oyendo un radiocassete lejano, y sabré que la vida es en cada momento exactamente como tiene que ser. Y que por ello todo está en orden, todo está bien. Chocarán contra mi orilla las olas del rencor, pero les pondré nombre, el nombre de la inseguridad de unos ojos árabes y del miedo de unos labios blandos como dátiles, y seguiré comprendiendo, y seguiré asumiendo. 

A veces cerraré los ojos para no ver, y otras los abriré para seguir comprendiendo. He soñado que me llevabas de la mano, y yo apretaba fuerte los ojos, porque sabía que cuando los abriera volverías a perderte para siempre. 

Escribo porque se acerca el final de julio, y voy a meter agosto en una maleta grande, y voy a viajar hasta vosotros.

domingo, 15 de julio de 2012

Sometimes at night


Este es uno de mis primeros ejemplos de art journal que hago sabiendo de qué se trata. Es un proceso creativo que libera y enriquece, que da forma a las emociones y hace consciente al inconsciente. He llegado hasta el término a través de Wilma de In the Atia's Room (la técnica ya me salía de forma natural, pero al saber que existe como movimiento puedo aprender de lo que otros hacen). Queda mucho por descubrir. Y me encanta.



Sometimes at nigth I cry

Sometimes I think you hurt my heart forever

Then I hate you, and love you, and curse you

Brick by brick you blocked my way


                Your insanity
             your insecurity
          your fear
       your cowardice
    your cruelty
your power
my dependence
    my love
       my fear
          my loss
             my clinginess
                my hope


I cry, I rain

           love            pain
treason
               despair
                              pity
blood            hate
                               hope
condemnation
                       strenght


Someone to hug me-
            pure
               sane
                   real
                   love


In the morning,
I
      dance
   and get
   surrounded
   by garden
   flowers

sábado, 7 de julio de 2012

Mi amiga Manola

Para mi coach particular

Mi rabia se llama Manola, y tiene un humor la jodía que pa qué.  Hasta hace nada me daba bastante miedo. La oía ladrar a mis espaldas y, petrificada, optaba por taparme los oídos, a ver si así me parecía que estaba más lejos. Cuando la rabia se ponía a aullar, me topaba de repente con un muro de muchos metros de alto imposible de traspasar. La pared sin fin me asfixiaba y paralizaba; sus alambres de espinas en la invisible parte superior me protegían de un más allá inquietante e incierto como una amenaza.

Hoy, gracias a mi coach particular, me he dado cuenta de que todas las emociones se producen por algo, y por ello tenemos derecho a sentir y expresar cualquiera de ellas. Si las enterramos vivas, seguiremos oyendo sus nudillos golpeando ansiosos la tapa del féretro. La rabia es mía, que surge de mi estómago, que se enroca en mi esternón, que brota de mi pecho como un géiser y me hace apretar los puños, cerrar los ojos y quedarme con ganas de dar un buen puñetazo. La rabia es mía, y tengo derecho a expresarla, a sentirla, a darle salida. Hay una razón para experimentar cada una de nuestras emociones. Y yo voy a escuchar a mi rabia y ver qué tiene que decirme. 

El problema con la envidia lo solucioné hace muchos años. A raíz de algo que leí en una revista cualquiera, empecé a verla como una aliada. La envidia me indica qué quiero conseguir, me ofrece modelos, me proporciona metas, pone voz a mis carencias y a mis anhelos escondidos.

Fue en Inglaterra. durante mi verano de au-pair, cuando cambió mi consideración de la envidia, que es verde en España y amarilla en los países anglosajones, pero en todo caso asquerosa. Es una de las emociones con peor prensa. Es como la bilis en el estómago que vomitamos con dolor cuando ya no queda más por sacar afuera. Porque la envidia nos produce dolor, nos coloca en un estado de ansiedad, de frustración, de odio al prójimo, al que deseamos lo peor. Como toda emoción experimentada de forma negativa, la envidia nos pone en un sinvivir. Sus víctimas somos nosotros mismos; nunca quien o lo que nos la provoca.

Sin embargo emociones como la ira, la tristeza, la rabia o la frustración no necesariamente han de verse de forma perjudicial. Es cierto que nos pueden crear un gran malestar y que nos traen dolor, pero se producen por algo, y nos proporcionan la oportunidad de mirar de frente a sus causas. Yo tenía envidia a una pareja de novios con la que coincidía con frecuencia en la biblioteca a la que por aquel entonces acudía a estudiar diariamente. La chica parecía doña perfecta: mona, dulce, bien vestida, de sonrisa simpática. Y el novio babeaba tras ella.

Cuando comencé a ver a aquella pareja como un modelo de la pareja que a mí me gustaría tener (no exactamente un novio que babeara por mí, sino simplemente que me aceptara y quisiera, que fuera cariñoso y sano), la envidia dejó de hacerme sufrir. Ahora sabía lo que quería, y lucharía por conseguirlo. Bueno, en realidad este plan no salió muy bien. Más me valdría haberme fijado en las carencias en mi relación que la envidia me indicaba, y haber asumido que hay cosas que no se pueden cambiar. Pero me ha costado mucho aprender que el amor no es lucha, como para esperar haberlo sabido a los veinte años.

En todo caso, lo importante es que desde entonces la envidia no ha vuelto a hacerme daño. Si alguna vez he sentido sus arañazos, enseguida los he neutralizado enfocando la situación de una forma positiva. ¿Qué dice la envidia que no tengo? ¿Realmente quiero tenerlo? Y si es así, ¿cómo conseguirlo?, ¿qué puedo aprender de estas circunstancias que me sirva de modelo, que guíe mi camino?

Con la rabia me ha pasado algo parecido. Me asalta de vez en cuando por sorpresa, y yo trato de apaciguarla. Sentir rabia es algo negativo, me trae odio y asco, rencor y desdén. Y una terrible sensación de daño irreparable. Se produce la rabia cuando alguien te hace mal y ni siquiera se para a planteárselo: se limita a escurrirte como si fueras un spontex, con el perjuicio ignorado hace gala de su poder, afirma su superioridad sobre ti, pobre mosquito espachurrado, cuya voz no es capaz de oír. Así se desgañite y se revuelva panza arriba el dichoso mosquito. 

Mientras siento la rabia, sé que estoy lanzando mi energía a un pasado que no la merece. Creo que esa rabia no va a conseguir nada más que causarme un dolor gratuito, provocarme ganas incontrolables de borrar de un guantazo la sonrisa bobalicona e ignorante de la jeta de los inseguros ejecutores del mal. Pareciera que la rabia solo lograra quitarme tiempo para apreciar lo bello y bueno de mi vida.

Pero hoy la rabia se ha hecho mi amiga, y resulta que tiene nombre, y se llama Manola. Manola es un perro bastante alborotador, pero al que se le va toda la fuerza por la boca. Mira que es pequeño, pero ladra y grita como un condenado. A veces me da vergüenza toparme con los vecinos, a ver qué van a pensar. Otras veces, sobre todo cuando salimos a pasear al parque, apenas la puedo sujetar de la correa. Los niños la miran asustados, pero después se acercan y me preguntan si pueden acariciarla. 

Manola es mi perra, y es mi amiga. Si viviera en el paraíso terrenal, en ese en el que estamos instalados hasta que se nos rompe la inocencia (el germen inocente de la propia inocencia hace inevitable que la inocencia se rompa antes o después...), pasearía de la correa con un tierno cordero o con un pacífico rinoceronte. Pero como ya me he caído del guindo, gracias a dios tengo a mi rabia que me acompaña, me defiende y me aleja de los peligros. O me hace enfrentarme a ellos. 

Manola sabe que su dueña es cabezona, pero ella lo es más, y a ladradora y alborotadora no hay quien la gane. Ciertas personas se le han metido entre ceja y ceja, y a varias situaciones y lugares les tiene una manía que no veas. Así que en cuanto huele a esos personajillos o nos acercamos a determinados lugares, me la monta gorda. Y como con tanto ruido, estrés y griterío no podemos parar en ningún sitio, damos media vuelta y nos alejamos hasta que mi perra se tranquiliza.

Otras veces, Manola ladra y ladra hasta que yo no tengo más remedio que ponerme a aullar también y lanzarle al causante de mi rabia mis cuatro verdades. Por dignidad y por autorrespeto, porque lo normal es que el otro esté tan cegado en sus razones y sus justificaciones que sea incapaz de sentir el mínimo de empatía que se exige a un ser humano. Pero los miedos y las inseguridades están en el origen de todo mal, de la cerrazón, de la autojustificación, de la insensibilidad, de la incapacidad para comprender y rectificar. 

Mi rabia ya no me produce rencor del que quema ni sentimiento de culpa por no disfrutar al cien por cien del presente. Asumo mi rabia, y camino con Manola, de la correa si es necesario, para que huela a las personas tóxicas, para que me alerte de los lugares a evitar, para que espante con su escándalo a los viandantes cotillas. Normalmente corre libre y suelta, orgullosa asumiendo el papel de guía que yo le dejo que adopte. 

Manola me indica que no aún no es tiempo de bajar la guardia, que el daño y el dolor no deben olvidarse, que es necesario estar alerta para que no nos lo vuelvan a hacer, que la herida está aún tierna y no debemos exponerla al aire. Que no debemos volver a los lugares donde fuimos infelices. Y, mientras tanto, camino y salto con Manola por ríos y valles, subo colinas, me enciende el viento las mejillas. 

Antes escribía cartas de amor; ahora cuento historias de emociones negativas que pueden convertirse en las mejores aliadas. Suenan las teclas blancas del piano, y a veces también las negras: con la música que su armonía produce corro tatareando al aire libre, en dirección al mar redentor.

jueves, 5 de julio de 2012

El corredor de la muerte

El amor después del amor
               tal vez
se parece
             a un empacho de cordero
a naúseas y gases
       a un spontex escurrido hasta hacerse daño
       a un cubo de agua con lejía para fregar
a tus ojos oscuros
a tu corazón cobarde
                      arrojado a los perros

el amor cuando termina
      permanece 
              en el polvo de cada bombilla
en las telarañas de la lámpara
en la alegría impía del que más daño hizo
en el bombear lento del que sufrió
              en un cuerpo sin duchar
en una barba recién afeitada
                          con las heridas que escuecen

cuando el amor acaba
        se transforma 
en un horizonte sin relieve
     en el calor del asfalto de verano
           en un apartamento vacío
                en un teléfono sin descolgar
                      en las ampollas al bailar con zapatos de tacón
en gafas de sol oscuras
en cazadora de cuero
       regalo de la novia nueva

tras el fin del amor
lo más puro se vuelve putrefacto
los cadáveres 
     que una vez estuvieron felices para siempre
                                             se descomponen
los esqueletos visten trajes de novia
las calaveras besan con lengua
de los abrazos saltan fuegos fatuos

en mis ojos tu sonrisa deviene en
                                           mueca
el silencio amorata tus párpados
tu mirada transparente para siempre se vela

la confianza agoniza en un charco
de verdades
                        masacradas
las promesas son cráteres en la cara oscura de la luna
         el cariño es condenado a cadena
                                                                   perpetua

    
nuestro recuerdo, espera

                                                                                                                 en el corredor de la muerte


miércoles, 4 de julio de 2012

Relojes en hora

Para ti, of course, que sabes de qué hablo...

Te quiero a las diez y diez,
a las tres y treinta tres,
los lunes de enero
y los miércoles de marzo.

Me gustas los doce de diciembre
y los cinco de mayo,
a las doce en punto del mediodía
y cada media noche.

Tomemos café a las tres y cuarto,
resérvame un baile a las once y veintitrés.
Traeme flores a las seis menos cinco,
acuérdate de nuestra cita diaria pasadas las cinco y cuarto.

Vamos a besarnos a golpe de reloj
y de coincidencias.
Sincronicemos los tiempos;
ajusta la hora.

Esta vez no te haré esperar:
sé puntual.