lunes, 13 de agosto de 2012

El periódico nuestro de cada día

Leo el periódico del día antes... a veces hasta de hace un par de meses, o puede que en una bolsa aparezca un ejemplar viejo, e igualmente lo analizo con detenimiento. Si te da por leer las noticias... qué más da de cuándo sean... ¿Acaso va a cambiar algo de lo que allí quedó reflejado? ¿Vas a apagar el fuego que se relata en primera página, ocurriera ayer o hace dos años? ¿Van a dejar de arrancar brazos y ojos en las guerras de cerca y de lejos? ¿Alguien se va a preocupar por las mujeres que piden ayuda desde los balcones de sus casas, nos vamos a interesar por las angustias de los inmigrantes ilegales, vamos a apoyar las reinvidicaciones de los que cortan la avenida principal de las ciudades? 

Todo es ya viejo en el momento en que se escribe, los acontecimientos son olvidados incluso antes de leerlos, la descripción de los hechos no altera lo acontecido. Hacemos acopio de noticias, almacenamos datos, comentamos detalles inauditos que nos parecen extraños... y sin embargo resultan ser siempre los mismos.

La historia se repite en el diario de cada día, la realidad se perpetúa en el relato cotidiano de los acontecimientos del mundo. Creemos que la fecha del noticiero nos ayudará a interpretar la realidad cuando lo cierto es que el mundo siempre es el mismo. Ni siquiera el relato que hacemos de lo acontecido cambia. 

Nos hacemos la ilusión de que cada mañana la fecha del diario nos despierta con aires nuevos. Pero al pasar las hojas tan solo se mueve el aire enrarecido. Los periódicos y telediarios son habitaciones confinadas donde nunca se abren las ventanas, donde el ventilador se limita a mover el mismo aire confuso que habíamos creído expulsar de nuestro cuerpo sucio. El cambio no es posible. Solo a veces surge la chispa de la indignación. Después, se extingue, y entonces pasamos la hoja y seguimos leyendo sobre brazos despedazados, montes arrasados, mujeres solas, parias que no leen los periódicos.

Los diarios exponen nuestra condena, nos cuentan nuestra historia. El relato de las noticias se convierte en el antídoto contra la acción y el cambio. Por eso nos gusta el café con periódico: en nuestra conciencia mojamos la inmovilidad, echamos azúcar a la parálisis. Preferimos saber lo que fue antes que plantearnos lo que podría llegar a ser. Necesitamos cargar cada mañana con nuestra piedra de Sísifo. Todavía no entendemos que no quedan dioses que nos vengan a salvar.

Sísifo, de Tiziano

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