jueves, 31 de marzo de 2016

Ceporra, cabezona y empecinada. Si voy con el coche y me confundo, jamás me doy la vuelta. Aunque acabe por tardar tres horas en llegar de El Tiemblo a Ávila. ¿Que hay una pared en medio? Yo p'alante. Hasta que la tire abajo. Estaría todo muy bien si no fuera porque hay paredes que no hay ni dios que las mueva. En ese caso hasta que no vienen a recogerme en ambulancia, yo allí erre que erre. Madre del amor hermoso, en nombre de qué grandes cosas me da por obecarme. Parece que no he aprendido nada. Pero quizá sí: al menos percibo un olor a chamusquina en el ambiente... Hay lecciones que una no puede permitirse que se las enseñen dos veces. ¿Se puede saber dónde está el paso de peatones para cruzar a la acera de enfrente? ¿O hay que tirarse a pelo?

domingo, 27 de marzo de 2016

La afirmación de que cada gota de agua que llevamos en el pico contribuye al bien del mundo puede conducir a cierto desánimo y escepticismo. Quizá se entiende mejor desde el punto de vista que ofrece Hannah Arendt y su teoría de la banalización del mal: los grandes males no los causan los malvados y poderosos, sino las personas pequeñas y corrientes que asumen y acatan el orden establecido puesto que no es posible cambiarlo ni luchar contra él. Rebelarse, en muchos casos, traería invariablente muerte y sufrimiento.
En la película sobre Hannah Arendt (judía que pasó tiempo en un campo de detención nazi, filósofa destacada en sus estudios sobre el totalitarismo, profesora de universidad en Estados Unidos) se muestra cómo desarrolla su teoría sobre la banalización del mal a partir del juicio en Israel al nazi Adolf Eichmann. Escribe Hannah en el New Yorker que Eichmann es un hombre absolutamente anodino y mediocre, incapaz de estar a la altura del extremismo del mal que provocó.
Este hombre no tenía en absoluto ninguna conciencia de haber asesinado a nadie; se limitaba a cumplir su trabajo: organizar en un determinado tramo el paso de los trenes. Y realizó su trabajo con absoluta dedicación y entrega, de lo que se siente orgulloso, pues para él el valor más importante es respetar la ley y trabajar con profesionalidad.
Eichmann está convencido de que cumplió con su deber. Hannah Arendt explica esta situación porque suspendemos la capacidad de pensamiento y se la traspasamos a otro que decide por nosotros. Aunque quizá ese otro u otros a su vez en realidad no pueden decidir nada, y al final nadie parece ser responsable del horror creado entre todos.
Hannah se atreve a dar un paso más allá y plantea que en cierto modo la actuación de los líderes judíos puede estudiarse desde los mismos parámetros, pues se limitaron a acatar lo que no podía cambiarse. Por estas afirmaciones la escritora es acusada de arrogante e insensible, y sufrió el rechazo masivo y visceral de judíos y no judíos.
La misma Hannah, a pesar del rechazo, hizo lo único que estaba en ella hacer: pensar y abrir a los demás caminos del pensamiento. No juzga la actuación de los líderes judíos, y sin duda considera que Eichmann merece la condena de morir colgado. Solamente constata que el mal pervive por la colaboración de las personas anónimas. Como antídoto, propone el pensar, como fuente de fuerza especialmente en aquellos momentos en que todo parece perdido.
Dice la pensadora, y es mi conclusión, que el mal puede ser extremo, pero nunca radical: radical y consciente solo puede ser el bien.
Es difícil pensar cuando las estructuras del mal nos constriñen el cerebro como un casco con tuercas de tortura. Por eso el bien es la revolución, dura, difícil y solitaria. Por eso el mal lo tiene tan fácil, y nosotros somos y nos sentimos tan limitados.
Se equivocaba el águila al mofarse del colibrí con su gota de agua en el pequeño pico para apagar el fuego; no supo ver la conciencia y radicalidad que llevaba el pájaro consigo. Es así como la gota se convierte en necesaria y revolucionaria y como acabará por llamar a otros y apagar el fuego.

viernes, 25 de marzo de 2016

Entre las muchas falacias del coaching superficial se encuentra para mí la de cambia tú y cambiará el mundo. Mira, deja de chocarte contra un muro y sal corriendo. Todo está bien contigo. En otra parte está lo que buscas y gente maravillosa que compartirá tu camino. Eres flor, y no una flor cualquiera: la rosa solo puede ser rosa, y nunca lirio. Así que no mires tanto a tu flor marchita, y sí al suelo donde viertes tu semilla. Vamos, que por mucho que te quieran vender el fertilizante, no crecen rosas en el Ártico. (Eso sí, se dice más fácil que se hace).

jueves, 24 de marzo de 2016

Random things en una tarde de Semana Santa


En dos días puedo comprarme perfectamente veinte libros, mangar uno, y recoger dos bolsas de ejemplares viejos del contenedor de basura. Quizá en otra vida quemé libros en hogueras, destruí bibliotecas enteras, hice mi guerra contra el saber, y ahora me vuelve el karma como una condena inexorable.
En una vida futura seré romancista, un viejo con frío en los huesos y joroba en la espalda que irá de pueblo en pueblo contando historias, recitando romances, aprendiendo cuentos. Tal vez aún pueda ocurrir el milagro de desarrollar joroba en esta vida presente.
Otro año más tengo un padre que cumple años, repetido y viejo como la película de Ben-hur que lleva varias horas viendo, sentado tras de mí, con sus cascos en las orejas sordas. ¿Quedarán aún familias enteras sentadas en el sofá arremolinadas en torno a la tarde viendo Ben-hur? Yo puede que nunca haya visto ni siquiera un fragmento. Pero el día que dejen de echar la película por la tele (o mi padre de verla, que será lo mismo), me costará mucho más entenderme.
Me gusta ir conociendo a las personas poco a poco, ser observadora de su evolución, de cómo se revelan ante cada pequeña circusntancia de la vida. No creo en las primeras impresiones; me gusta poder cambiar de opinión. Y descubrir así a personas tan corrientes y pequeñas que de pronto se convierten en perfectas y plenas. Y que ya lo son para siempre.
Solo puede existir la imperfección perfecta, el amar a los demás por el equilibrio de sus limitaciones, o por la lucha contra ellas. Personas malhumoradas, locuaces, calladas, amargas, excesivas, insignificantes, pacíficas, vehementes o turbulentas que de pronto se colocan el corazón en la mano, y se exponen valientes para que tú las veas.
Me gusta pensar que no todo el mundo puede verme, ni aún con mi corazón en la mano.
Está bien a veces decir no, aunque sea demasiado tarde, aunque quedes fatal, aunque la vergüenza y la culpa te indiquen que deberías haberlo hecho mucho antes. Nos hemos montado un mundo con demasiadas responsabilidades, donde no hay tiempo para equivocarse ni oportunidad para arrepentirse. Coge tu sombrero y tu paraguas, no sea que llueva aunque en el cielo luzca el sol, y preséntate cada día en la oficina a las nueve menos tres.
Como una gallina sin cabeza. Me ha hecho gracia acordarme de esta expresión, y un poco menos entenderla por primera vez. Como pollo sin cabeza, me doy cuenta ahora de que así es la expresión original. Pero al borde de los cuarenta, me veo más como gallina. Casi huera, quién sabe. A lo mejor estoy a punto de poner el gran huevo, y aún no lo sé. Confio. He aprendido que es lo único que puede hacerse. Lo contrario es ser... gallina sin cabeza.
El antónimo exacto de gallina decapitada es espalda dolorida. Entonces dejo de hacer todo eso que tanto cansancio me trae y que no sé si me lleva a algún lado, y cuando paro es cuando todo lo que busco llega: un pájaro se acerca a mi balcón en la ciudad, y yo lo veo sin prisa en un segundo eterno; escucho a Lorca musicado y muero cuando dice Soledad Montoya "vengo a buscar lo que busco,/ mi alegría y mi persona", y después me pregunto si todo el mundo sufrirá como yo con la perfección de la palabra que pone en un momento el mundo del revés como un calcetín maloliente y agujereado.
Veo ovejas a los lados de la carretera, entre el verde luminoso de este día de primavera. Mirar a las ovejas es como mirar al cielo y ver nubes alegres y blancas entre la luz inocente del día. Las ovejas saltan y dejan en el alambrado de mi imaginación vellones de paz. No comparto en absoluto la mala fama de las ovejas: para mí son la esperanza.
El flamenco me despierta el ansia por los toros, ese anhelo de la emoción más verdadera que te sobreviene perfecta y orgásmica. Más tarde me siento enfrente del ordenador y escribo mis bobadas. Me he metido en una tarde sin historia, larga y conocida como la película que ve mi padre.
Siento cierto respeto por mis dos hernias: me paran y me gritan bien alto "adónde vas, muchacha". Y yo suelto un ay callado, y les hago caso.
Desde aquí, ya en el campo, observo pájaros nuevos que se colocan de diademas las flores breves del árbol que es mitad ciruelo. Y me visto yo también de comunión: ya no veo el árbol, lo siento, lo entiendo, soy parte de él.
Contemplo como Blake el mundo en un grano de arena, y sé que todo está bien. Que nada tiene que ser porque ya es. Y que siendo es como una se hace a sí misma y renueva el mundo.
Todo lo que hace falta es una tarde larga, y escribir cosas sin importancia.
La película ha terminado. ¿Qué haces ahí toda la tarde?, pregunta mi madre sin esperar contestación. Y en el no esperar nada, me ofrece a mí la respuesta.



martes, 22 de marzo de 2016

El mal es una pequeña piedra que alguien tira al agua, y entonces las ondas comienzan a sucederse en la superficie, estrechas al principio, después cada vez más amplias. Un día el mal explota en un aeropuerto, y las ondas continúan su camino, afectando a las vidas de personas que conocemos, y hasta las nuestras propias. El guijarro termina por quedar enterrado en el lodo, pero nuestro estupor no desaparece. Cada día, cientos de miles de millones de piedras son lanzadas al agua. ¿Aún no comprendes? Toma tu canto, mira bien tu mano, y lánzalo al agua. Todos estamos interconectados.

Guijarros

El mal es una pequeña piedra que alguien tira al agua, y entonces las ondas comienzan a sucederse en la superficie, estrechas al principio, después cada vez más amplias. Un día el mal explota en un aeropuerto, y las ondas continúan su camino, afectando a las vidas de personas que conocemos, y hasta las nuestras propias. El guijarro termina por quedar enterrado en el lodo, pero nuestro estupor no desaparece. Cada día, cientos de miles de millones de piedras son lanzadas al agua. ¿Aún no comprendes? Toma tu canto, mira bien tu mano, y lánzalo al agua. Todos estamos interconectados.

sábado, 19 de marzo de 2016

Ayer en la presentación del último libro de Ana Rosetti apenas había nadie. Estaba yo, y sentía que estaba donde tenía que estar. Eran poemas basados en situaciones de injusticia y desigualdad: desapariciones en México, pena de muerte en Texas, deshaucios en España, refugiados del mundo. La autora misma encarna la conciencia social y ética en su prurito moral y en su activismo: parece haber estado en todas las partes del mundo (comenta que hasta que no estás allí, no te puedes hacer idea de lo que significa para la gente cada problema social). Ahora mismo me nace de dentro la certeza de que la educación es en valores, o no es. Nos dan en el instituto una charla sobre los refugiados: siempre hay uno que dice que aquí estamos peor; recogemos dinero para ONGs: para qué vamos a darlo si lo van a robar, y además más nos hace falta a nosotros; vamos al campo a observar pájaros: los pájaros son para matarlos y la naturaleza es un aburrimiento; vamos a dejar recogida la clase para que las señoras de la limpieza puedan hacer su trabajo: les pagan para recoger nuestra mierda. Todas estas frases son solo de ayer, escuchadas a lo largo de una mañana. Cierto es que hay alumnos maravillosos con las ideas claras y el valor para hacerse oír. Luego veo el telediario con mi pequeño sobrino, y salen políticos corruptos, hinchas de fútbol que humillan a mendigas, mendigas que parecen cómplices, vándalos que destrozan la ciudad de Vitoria en nombre de la mejora de la educación, padres indignos de tal nombre que dejan solos a sus bebés en el coche. Hablamos Lorenzo y yo, y llegamos al acuerdo de que vamos a hacer un mundo mejor, y vamos a empezar ahora mismo, queriéndonos mucho y aprovechando cada momento que nos pone la vida por delante para hacernos mejores. Mejores, repite el niño. Mejores, pienso yo, aunque tú ya lo eres. Todos fuimos niños y fuimos buenos, y después adolescentes y había un camino claro de justicia, y entonces había salvación, y nos hicimos mayores y sigue habiéndola, porque es el momento de la responsabilidad y la conciencia. Y hay un paso más allá, que es la acción, y ese es el que salva al mundo y lo hace mejor y donde nosotros volvemos a ser mejores, y recobramos el tamaño de mi sobrino. Pero es difícil la acción, amar siempre, estar a la altura de cada situación, no dejar que en la reacción a cada situación cotidiana lo que salga afuera sea lo peor de nosotros. La lucha por un mundo mejor se está librando ahora mismo dentro de cada uno de nosotros. Mientras, nos siguen doliendo las imágenes del éxodo de los refugiados. La conciencia no es suficiente. El quererse mucho, como en esos momentos en que tía y sobrino contemplan el horror en el telediario, imprescindible. Contaba Ana Rosetti el cuento del colibrí que llevaba agua en el pico para apagar el incendio del bosque. Se mofaba el águila del pequeño pájaro. Hago lo que está en mí hacer, contestaba el colibrí. Hago lo que está en mí hacer. Qué es lo que se nos pide a cada uno de nosotros? Necesito vacaciones, pero las voy a emplear en seguir buscando mi sitio hasta que mi sitio me encuentre a mí: el lugar en el que pueda dar lo mejor de mí, y desde el que vuele con mi gota de agua en el pico.