sábado, 19 de marzo de 2016

Ayer en la presentación del último libro de Ana Rosetti apenas había nadie. Estaba yo, y sentía que estaba donde tenía que estar. Eran poemas basados en situaciones de injusticia y desigualdad: desapariciones en México, pena de muerte en Texas, deshaucios en España, refugiados del mundo. La autora misma encarna la conciencia social y ética en su prurito moral y en su activismo: parece haber estado en todas las partes del mundo (comenta que hasta que no estás allí, no te puedes hacer idea de lo que significa para la gente cada problema social). Ahora mismo me nace de dentro la certeza de que la educación es en valores, o no es. Nos dan en el instituto una charla sobre los refugiados: siempre hay uno que dice que aquí estamos peor; recogemos dinero para ONGs: para qué vamos a darlo si lo van a robar, y además más nos hace falta a nosotros; vamos al campo a observar pájaros: los pájaros son para matarlos y la naturaleza es un aburrimiento; vamos a dejar recogida la clase para que las señoras de la limpieza puedan hacer su trabajo: les pagan para recoger nuestra mierda. Todas estas frases son solo de ayer, escuchadas a lo largo de una mañana. Cierto es que hay alumnos maravillosos con las ideas claras y el valor para hacerse oír. Luego veo el telediario con mi pequeño sobrino, y salen políticos corruptos, hinchas de fútbol que humillan a mendigas, mendigas que parecen cómplices, vándalos que destrozan la ciudad de Vitoria en nombre de la mejora de la educación, padres indignos de tal nombre que dejan solos a sus bebés en el coche. Hablamos Lorenzo y yo, y llegamos al acuerdo de que vamos a hacer un mundo mejor, y vamos a empezar ahora mismo, queriéndonos mucho y aprovechando cada momento que nos pone la vida por delante para hacernos mejores. Mejores, repite el niño. Mejores, pienso yo, aunque tú ya lo eres. Todos fuimos niños y fuimos buenos, y después adolescentes y había un camino claro de justicia, y entonces había salvación, y nos hicimos mayores y sigue habiéndola, porque es el momento de la responsabilidad y la conciencia. Y hay un paso más allá, que es la acción, y ese es el que salva al mundo y lo hace mejor y donde nosotros volvemos a ser mejores, y recobramos el tamaño de mi sobrino. Pero es difícil la acción, amar siempre, estar a la altura de cada situación, no dejar que en la reacción a cada situación cotidiana lo que salga afuera sea lo peor de nosotros. La lucha por un mundo mejor se está librando ahora mismo dentro de cada uno de nosotros. Mientras, nos siguen doliendo las imágenes del éxodo de los refugiados. La conciencia no es suficiente. El quererse mucho, como en esos momentos en que tía y sobrino contemplan el horror en el telediario, imprescindible. Contaba Ana Rosetti el cuento del colibrí que llevaba agua en el pico para apagar el incendio del bosque. Se mofaba el águila del pequeño pájaro. Hago lo que está en mí hacer, contestaba el colibrí. Hago lo que está en mí hacer. Qué es lo que se nos pide a cada uno de nosotros? Necesito vacaciones, pero las voy a emplear en seguir buscando mi sitio hasta que mi sitio me encuentre a mí: el lugar en el que pueda dar lo mejor de mí, y desde el que vuele con mi gota de agua en el pico.

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