martes, 28 de febrero de 2012

Escenas matrimoniales

ESCENA I. Estás muy locuela, le dice su artista, y hasta se ríe. Eres de lo que no hay, con tu fe en el amor que no acaba lanzada en SMSs como botellas de salvación al mar.


Anda, no me hagas caso y vamos al sol. Tú que eres alto, aúpame a hombros a ver si lo toco. Huy, quema, y la chica de rosa llora un poco. Después ven media película y duermen en un abrazo largo hasta la mañana siguiente. Dame otro beso, y alcánzame la bata. Ah, y conduce con cuidado.






ESCENA II. Últimamente estoy tan loca que hablo con Ifigenio, el perro. ¿Usted también le dice cosas al suyo, doña Herminia? Pues claro, contesta la vecina en el portal agarrada a su bolsa transparente, no hay nada malo en eso, los animales son mejores que muchas personas. La chica ojea el correo y se mete las cartas en el bolsillo de su bata rosa. Ya, ríe, pero es que yo no tengo perro. Doña Herminia enarca las cejas y se revuelve incómoda. 


La loca de la bata continúa: De todas formas Ifigenio y yo nos lo pasamos pipa y nos levantamos de muy buen humor. Adiós, buenos días, doña Herminia. Pues que siga la alegría, murmura la vieja entre dientes. Sale del portal maldiciendo a Paco que otra vez ha olvidado bajar la bolsa de las heces, y el humor incomprensible de la juventud.







ESCENA III. Dos noches antes, un par de mensajes de texto cruzados fueron interceptados, y el móvil del hombre se presentó como prueba del delito. Te echo de menos, me gustaría a veces poder verte, darte un abrazo, decía ella. Me acuerdo de ti y claro está que siempre te querré mucho, cuídate, escribía el ex.



La chica se saca una carta del bolsillo de la bata rosa. Certificada y urgente, la remite su antiguo amor: la nueva pareja requiere una orden de alejamiento. La ex firma la carta mientras Ifigenio parece encontrar graciosa la situación. Yo declaro que olvido y reniego de la pasión entregada, del amor recibido, del cariño construido. Y añade por iniciativa propia: Adjunto los posos que quedan en el colador del recuerdo y del olvido, del odio y del perdón, del amor y del dolor. Por la presente envío lo que resta de las lenguas entrelazadas y de la incomunicación de las palabras, por si pudieran servir como prueba de mi acatamiento a la moral judicial.



El nuevo amor de su ex mandó analizar en secreto los posos de los que se había apropiado, en un laboratorio de su confianza. Encontró dos pepitas de oro y con ellas le regaló al novio un anillo de compromiso: ¿Me querrás para siempre, mi amor? ¿Verdad que soy la primera y única mujer en tu vida? 






ESCENA IV. Cuando una noche en una terraza de verano la chica de rosa vio brillar el anillo,  en las  manos entrelazadas reconoció el fulgor vulgar e intenso de la baratija de segunda mano. Se acercó a la barra y pidió un vodka con naranja, por los viejos tiempos.



El vaso reflejaba las pepitas auténticas de dos pendientes largos. El presente se engarza en la libertad y la confianza. ¿Quién puede poner reglas al amor auténtico? ¿A quién se le  ocurriría aprisionar en una jaula el cariño verdadero? Cruzó las piernas y presumió de minifalda. El artista apuró su Coca-Cola sola.



A veces el hombre que la aupó al sol y la chica de rosa todavía jugaban a buscarse desnudos bajo la vieja bata, ahora cubierta de flores blancas que la mano de él dibujaba delicadas. Picarón el artista le recordó al oído que Ifigenio les esperaba en casa. 


Dibujos de CL
Tratamiento de imágenes: Lc

lunes, 27 de febrero de 2012

Parasiempres


Para JL, porque los parasiempres existen
Para mi hermana C, por regalarme el perro Ifigenio
Para C y su coche, por venir a merendar conmigo desde la otra punta de la región
Y para el Dr Jekyll y Mr Hyde porque con él la vida, muy a mi pesar, es siempre una montaña rusa

NOTA: leer con tono idiota

El sol y la luna lunera juegan y ríen
juntos en el febrero primaveral.
Después comen torrijas y leche con miel.
A veces el mundo es perfecto de seis a ocho
y se encuentran las cuatro patas al gato:
tipos cabales que no racanean el amor
ni la necesaria inteligencia. Extienden la amistad
generosamente sobre la rebanada de pan.
Con un poco de mantequilla para endulzar.
Umm, me la zampo para merendar.

Hay personas que siempre caben en los bolsillos.
Yo llevo un bolso cada vez más grande,
y ahora también tengo un perro en la barriga.
Lo cuido, lo mimo, lo saco de paseo.
Se llama Ifigenio.
Ifigenio y yo nos llevamos bien
y solemos dormir juntos.
A veces se pone farruco, y entonces
comprendo que es hora de dar una vuelta.
O quizá de acariciarle la cabeza.
Mi perro siempre está vigilante y si me ve
en peligro, hace que me duela la tripa.
A veces me caigo en el camino
y entonces se vuelve a lamerme los brazos cansados.
Por la noche nos arropamos calentitos
y nos imaginamos que dormimos bajo
las estrellas junto a una hoguera en el Lejano Oeste.

Hay otras personas que se escurren
por los agujeros rotos de los pantalones.
Es cansado comprobar siempre si ya
las has perdido. Si no estás atenta,
vas a tener que buscarlas mucho, mucho
y por todas partes. A veces esos personajillos
se tiran en picado al mínimo descuido.
Por ello hay que vigilar con atención,
ya que tienen tendencia a ahogarse en charcos.
Es un trabajo cansado, recogerlos del
barro, pero es gratificante y de buen ciudadano.

En el amor hay verdades que nunca se comentan
y al fin de los tiempos nos topamos con ellas.
Sin embargo hay mentiras que se llaman "te quiero",
y mucho más a menudo "para siempre".
A veces los parasiempres se estrumpen como globos
 y te estallan en toda la jeta.
Los parasiempres y los nomeolvides
acostumbran a tener los pétalos impares.
Pero yo nunca me acuerdo de si
empezar por el sí, o si las cuentas cuadran
con el no. ¿Me quieres? ¿O me olvidaste al fin?

Yo te quiero, que te lo he dicho con el viento
y a veces lo lloran las nubes.
Aunque antes era más común que lo radiara
el sol. Por eso, claro, tú estás tan moreno,
y yo tan blanca. Estoy también un poco flaca:
menos mal que hoy meriendo. Y puede que
me veas avejentada, pero eso es que me miras
con malos ojos. Brillo, reluzco y resplandezco,
pero por supuesto no siempre en la oscuridad.
Porque tanta oscuridad acaba por cansar.

¿Torta o beso, cal o arena, desgracia o felicidad?
Tiro la moneda, y siempre cae de cara.
¿Qué significa eso?
Interpreto el mapa: tira recto.
Compruebo la brújula: me dirige al norte, por más
vueltas que le dé yo al aparatejo. El velero
se deja arrastrar sereno. Y siempre, siempre lo impulso
con los pies del corazón. Y eso que tengo cabeza, no se crean.
 ¿Qué se hizo del tuyo,
sigue siendo rojo sangre? A veces parece
que te hayan destripado con un cuchillo jamonero.
Dr Jekyll, Mr Hyde, siempre me pilláis con el paso cruzado.
¡La próxima vez, válgame dios, haced enviad
vuestra tarjeta de presentación!

Dice la madre de las flores con su sombrero vegetal
que Pandora nos salvó al dejar escapar la esperanza.
¿O más bien la lió parda? A veces es mejor dejarla
morir de inanición.
En todo caso, parece que efectivamente voló,
porque blanca y delicada
se ha posado sobre mi hombro.
Yo tengo esperanza, y creo en ti, y en mis parasiempres,
aunque no comprendo tanto empeño
 en poner la lámpara
debajo de la cama, como las doce doncellas muertas,
y luego andamos dando tumbos contra los muebles.

CL

Yo mientras salto y jaleo porque tengo verdades
que no son pasado sino que se renuevan
cada vez que cambio de sábanas.
Además tengo unos cuantos amigos suficientes para merendar
seis días a la semana (el séptimo acostumbro a ayunar),
así como bombillas de larga duración
y bajo consumo. Energía pura. Y encima de la cama.
Yo me veo y veo, me alumbran,
y alumbro,
veo de repente en 3-D y sin necesidad de gafas.
¿No era la tierra plana?
Camino con zapatos nuevos que dan
zancadas de siete leguas.

Anda, pero si estás feliz ahí escondido.
Pues que sepas que me regocijo, pero hijo,
sal del escondrijo, que (todavía) no muerdo.
¿Encontraste la vida, el amor, la felicidad,
tralalá?
Yo guardo una piedra en un bolsillo para cuando vengas
a por ella. Pedruscos hay en todas partes, pero
no todos son verdes, mágicos ni refulgen
en la oscuridad.
Lo sabes, ¿verdad? Hay cosas que no se olvidan
por más que uno se esconda
al otro lado del teléfono.
A la espera de tu desaparición absoluta,
que sepas que hay aquí un rayito
que será tuyo con un parasiempre de esos que yo pronuncio,
de los que a pesar de todo siguen siendo verdad.
Ah, y pierde cuidado, que no son dañinos
ni te partirá en dos su electricidad.
Además solo con tu consentimiento
nos pondremos a bailar
bajo los truenos.

Hay otros que vacían los bolsillos de monedas y
aprovechan para tirar por el desagüe
 a la gente que llevan dentro.
Hala, venga, como migajas, y así luego no os extrañe
que no puedan leer el camino
marcado por las migas de pan.
Niegan el agua a los sedientos
y el abrazo a los necesitados,
¡y eso no es de recibo, que es mandato divino!
A veces nos pisan con menos miramiento
que a un feo escarabajo pelotero que cruje
al romperse, o simplemente nos dejan panza arriba,
pataleando con las patas impotentes.
Y encima hay veces que ni siquiera recogen
los sentimientos espachurrados
 para tirarlos al contenedor como corresponde.
¡Y eso, señores, aquí y en la Conchinchina,
denota muy mala educación!

Parasiempre y nomeolvides, aquí os tengo,
prendidos al ojal. Una mentira 
no convierte a la vida en trampa mortal, como tampoco
una verdad hace de este mundo un huerto.
Pero una verdad sí tengo: la del respeto propio
y desde ahí, tiro porque me toca,
el ajeno.
Traigo también un par de mentiras: no eres tan feo
como tus palabras que lapidan,
ni tan guapo como tú te piensas
cuando restallas la fusta de tus justas razones.
Pero siempre pensaré que eres encantador
como tu voz zalamera, y auténtico
como aquel corazón de niño que me enviaste
por carta. Por eso en mi caja
se recuesta la esperanza, y por eso un día brindaré
con café con leche. Ahora todavía no:
los nervios y demás achaques
propios del momento.

Mientras, brinco, rebrinco,
amo, gozo, y me abrazo sobria a las farolas.
Porque he salido del infierno,
y más allá, querido público, aquí en medio
pone en un cartel que he llegado a  la vida.
¿Más detalles reveladores del lugar? Esta es la tierra
de las medias verdades y las mentiras camufladas,
de traiciones y nuevos amores,
de lágrimas, abandono y cambios de canal.
Cuentan las leyendas que en algunos corazones
anida la sed de eternidad,
y que algunos seres extraños han conocido el amor verdadero.
Fuera del pozo reposa la esperanza sobre mi hombro
y este enorme parasiempre
espera tu abrazo
hipnotizado por la luna clara.

Un beso grande para todos los guapos que os creéis feos,
y para todos los feos que os las dais de guapos.
A todos os quiero y me gustáis por igual.
A ti, que te disfrazas de feo y yo te sé guapo,
(excepto cuando te crees George Clooney
y yo te veo más en plan Hannibal Lecter),
a ti que eres bueno aunque te empeñes
en acabar con mi cordura a base de electroshocks ,
a ti a quien nunca olvido,
a ti a quien siempre quiero
por esconder un corazón verdadero
tras tanto cristal empañado por el paso de los años,
te envío besos al corazón perdido
y abrazos futuribles con sabor a mentol,
con reconocidas propiedades curativas
tales como despejar la razón.

Tu querida amiga, siempre tuya,
con un número indeterminado de pétalos,
que parasiempre te quiere y no te olvida,

Lc


La caja de Pandora

Alivio barato a falta de GPS

Hay veces que parece que el mundo está al revés. Como si lo hubieran diseñado mal a propósito. Una lavadora defectuosa sin garantía, un coche que incluye de serie un motor que explota, unos zapatos de tacón carísimos que te destrozan los pies. El mundo está mal hecho, y hemos perdido el ticket para cambiarlo o devolverlo.

¿Hay plazos para devolver lo que no nos gusta del mundo? ¿Podemos probarnos la vida como un jersey y cambiarlo si no se nos ajusta perfectamente? Quizás no los hay, pero eso es lo que hacemos: picotear aquí y allá, adentrarnos por un camino y luego desandarlo, tirar para el norte cuando queremos ir al sur, entrar en un bar solo para darnos cuenta de que preferimos otro, cursar económicas cuando lo que nos gusta es la historia, ir al fin del mundo y preguntarnos qué carajo hacemos allí tan lejos.

A veces decimos que el mundo está mal hecho, y puede que los que no sepamos manejarlo somos nosotros. Es como cuando se queja la gente después de que aguas torrenciales hayan destruido miles de casas de adobe y ahogado a otras tantas personas, no existe dios, si existiera no habría permitido que ocurriera tal desgracia. Y digo yo, qué culpa tendrá dios de que en la otra parte del mundo dejemos que haya pobres abocados a construir casuchas endebles en zonas peligrosas, qué culpa tiene dios de que nosotros no sepamos coordinar las ayudas, de que prefiramos meternos el dinero en el bolsillo corrupto.

Qué culpa tiene el mundo de que yo no sepa leer los mapas, de que el manual de instrucciones solo venga escrito en chino. El mundo debe de estar bien hecho, hoy nos ofrece en primicia y fresco fresco un sol primaveral y el sonido de los regatos correteando. Bueno, bonito y barato, oiga, lléveselo puesto a su casa y verá qué cómoda. Solo tengo que asomarme a la torre del jardín para contemplar la vida que ríe plácida como un bebé bien alimentado: las gallinas picoteando, mis queridos corderos, los becerros trasteando, los toros grandes desperezándose un poco más lejos, el pino cubierto de pardales gordos con barrigas de niño pequeño, tractores que suben y bajan como un reguero de hormigas, la gente que cumple en orden y sin dudas sus quehaceres cotidianos. Vida, bullicio, sol como en un mercadillo alegre lleno de tenderetes.

Ay, cómo me gustaba ir a los mercadillos cogida de tu mano. Pero tú dices que ya no me quieres a mí y yo no debería quererte a ti, y a ti que eres perfecto yo no te puedo querer, y yo solo quiero quererme y jugar con el sol a la rueda rueda. Un psicoanalista se forraría conmigo, pero no creo yo que el psicoanálisis aporte soluciones para el amor. ¿Qué se puede entender en todo esto? ¿Dónde tengo el sentido de la orientación? ¿Han inventado ya GPSs para las cosas del alma?

Yo solo sé que no me gusta verte llorar, que eres tan completo y luminoso como el sol de esta mañana, que mi amor es negro, y que mi brújula siempre siempre señala el norte.

Es muy poco todo lo que digo, lo sé. Es un alivio muy barato juntar cuatro palabras de desahogo. No valen más que una casucha de pobre condenada a ser anegada por las aguas. El torrente nos arrastrará a todos, y dios no tendrá la culpa. Si nos bastara con el sol perfecto de esta mañana... pero  porque, ¡oh, por qué!, no basta eso.

Pero, ¿sabes?, a veces el sol es todo lo que hay. Y puede que no sea poco, aunque tampoco es mucho. Sin embargo ahora voy a salir a pasear y a bañarme en su alegría, porque eso es lo que tú me has enseñado.

UN RELÁMPAGO APENAS, Blas de Otero

Besas como si fueses a comerme.
Besas besos de mar, a dentelladas.
Las manos en mis sienes y abismadas
nuestras miradas. Yo, sin lucha, inerme,
me declaro vencido, si vencerme
es ver en ti mis manos maniatadas.
Besas besos de Dios. A bocanadas
bebes mi vida. Sorbes. Sin dolerme,
tiras de mi raíz, subes mi muerte
a flor de labio. Y luego, mimadora,
la brizas y la rozas con tu beso.
Oh Dios, oh Dios, oh Dios, si para verte
bastara un beso, un beso que se llora
después, porque, ¡oh, por qué!, no basta eso.


viernes, 24 de febrero de 2012

Cajas de secretos

Y mi voluntad sigue,
inútilmente,
empeñada en la lucha más terrible:
vivir lo mismo que si tú existieras.
Ángel González

Dice Cernuda que la caricia es mentira, el amor es mentira, la amistad es mentira. Yo también lo he pensado muchas veces, que el amor es mentira, y unas cuantas amigas sabrían repetir de memoria la explicación: dejad al amor de vuestra vida, o sed abandonados por dicho amor eterno, y a los seis meses, nueve a lo sumo, ambos os encontraréis con el nuevo hombre o mujer de vuestra existencia. Os iréis juntos de viaje a una isla paradisíaca y pasaréis the time of your life. Encontrar el nuevo amor de la vida dura menos que la gestación de un niño. Y eso sin necesidad alguna de ser Guti.

En el parque de los Jesuitas, junto a mi prima E., de pequeñas, enterrábamos a los pájaros que nos encontrábamos muertos. Hacíamos un pequeño montículo de tierra junto a los parterres de flores, y hasta trazábamos una cruz sobre la tierra. ¿Qué dignidad puede tener un pájaro muerto y destripado en medio de la civilización? Las señoras pasan y apartan la mirada del ave seca y roñosa hasta que con los días se desintegra por completo. Desaparece sin que nadie le haya dado la más mínima importancia a la muerte del pájaro que antes piaba entre la rosaleda. A lo sumo, la visión de su muerte ha provocado un gesto de asco o desagrado.

Ya de mayores, su hermano, mi primo D., abrió un día una caja de tesoros de la infancia. Apareció un papel en el que había escrito algo a los siete años. Aunque sé de los talentos de mi primo, me sorprendió que a esa edad pudiera un niño mostrar tal sensibilidad y profundidad. Se había muerto un chico de su bloque, un vecinito, y mi primo decía que todo el mundo le iba a olvidar, que pasaría el tiempo y ese niño sería como si nunca hubiera existido. Pero que él lo iba a recordar siempre para que no muriera del todo, para dejar constancia de que un día existió. Hace no mucho comenté esta nota de la caja de secretos con mi primo. No recordaba ni siquiera que hubiéramos visto hace unos pocos años el papel escrito en su infancia.

Otra caja secreta apareció el otro día entre los trastos olvidados de un viejo altillo. Contenía fotos familiares de la época de mis abuelos, incluso de tiempos antes de que mi padre hubiera empezado a ser un niño. Las personas de las fotos parecían estar en la vida para actuar frente a un decorado de alegría. Muchas fotos reflejaban faenas camperas, y resultaba impactante que la vida de hace dos generaciones no haya variado tanto de la que nosotros llevamos actualmente. Hacían herraderos, y entre risas los adultos cogían a los niños pequeños para que recortaran a las churras recién salidas del mueco. Detrás, los niños más mayores esperaban su turno de llamar la atención de la becerra y sortearla sin daño.


En otras fotos, esas personas en blanco y negro tentaban vacas, y reían después saliendo en parejas con un recién llegado inexperto a torear al alimón. Muchas fotos las dominaba mi abuelo, claramente disfrutando de la compañía viril, socarrona y firme de amigos igualmente de traje, vestidos con la elegancia propia de la época. Había grupos de mujeres en bodas y reuniones que lucían su vitalidad bellas y despreocupadas con el glamour natural que hoy se ha convertido en bodas y bautizos en horterada y ostentación. Por último, me llamaron la atención grupos de jóvenes, veinteañeros y veinteañeras, que se tumbaban en la hierba del jardín, se abrazaban unos a otros o se hacían bromas, y hasta jugaban al corrro picarones delante de la que hoy es mi casa.


Nada en nuestra vida actual en el campo difiere mucho de lo que reflejan las pequeñas fotografías: el herradero es una fiesta, las tientas, meriendas y tertulias el pan nuestro de cada día, continúan la alegría y la vitalidad que da la pasión por el campo bravo, jóvenes y mayores se divierten en reuniones con amigos. También encontré fotos de la procesión del Viernes Santo en la que primos y hermanos seguimos saliendo de nazarenos. Y esto mismo, esta afición al campo, esta intensidad en las vivencias, este respeto y deseo de continuar sin apenas darnos cuenta la senda que han marcado el ejemplo y la pasión de los que nos han precedido, la heredarán sin duda los hijos de mi generación.


Quizá por eso el sentido de continuidad es tan consustancial a mí en otros ámbitos de mi vida. Al fin y al cabo soy la mayor, la depositaria de muchas de esas vivencias que se legan en recuerdos, historias y ejemplos. Mi memoria para los datos es pésima, así como mi afición a las fechas y parentescos. Pero me quedo con los detalles capaces de evocar una época y una manera de estar en el mundo, y con las briznas de sensibilidad que escapan como pajas de los fardos del pasado.

¿Es por esto que me niego a olvidar, que sé a ciencia cierta que sin sentir el pasado como parte de mi vida mi presente tendría menos fuerza, menos presencia? Hoy digo como mi primo D. en su nota infantil: yo recordaré para dejar constancia de que una vez fuimos y existimos. No sé cómo ni de qué manera pero el amor no morirá en mí.

(Tengo una caja de flores con recuerdos y vivencias, sentimientos y pasiones, cuya tapa no cierra. Shhh, guárdame el secreto.)

YA NADA ES AHORA, de Ángel González

Largo es el arte; la vida en cambio corta
como un cuchillo
Pero nada ya ahora
-ni siquiera la muerte, por su parte
inmensa-
podrá evitarlo:
exento, libre,
como la niebla que al romper el día
los hondos valles del invierno exhalan,
creciente en un espacio sin fronteras,
ese amor ya sin ti me amará siempre.

miércoles, 22 de febrero de 2012

Mi amiga D***

Para mi primo R.

Aprovéchate, me dice mi jefa de estudios. Viniendo de ella, el desafortunando comentario puede que quiera mostrar hasta amabilidad y comprensión. Es una de esas personas difíciles que se vanagloria de mandar el corazón al exilio.

Me gustaría a mí saber cómo se aprovecha alguien de doña D***. Mire, señora, antes de ayer fue uno de los mejores días de mi vida en mucho tiempo. ¿Y sabe por qué? Porque por primera vez en meses fui capaz de ir a una peluquería y de entrar en un Zara, y sí, hasta cometí la osadía de disfrutar con el masaje capilar y de comprarme bien a gusto unas botas hiperfashion (bueno, como no tengo ni idea de lo que está fashion últimamente, a lo mejor resulta que cuando por fin me las ponga ya están pasadas de moda...). Así que ya ve, efectivamente me aprovecho de mi situación todo lo que puedo...

Y aún hay más: el viernes tengo entradas para un espectáculo flamenco, y pienso ir aunque sea a la rastra. La última vez que acudí a ese mismo recinto para tratar de distraerme con un concierto de música clásica poco faltó para que tuvieran que sacarme de allí con camisa de fuerza. Voy a ir, si todo va bien, y será una gran victoria. Poder volver y asistir al concierto como una más será la prueba de que estos meses de lucha sorda y espera ciega van dando sus frutos.

Últimamente solo hablo de mí: yo, yo, yo y mis sentimientos. Al fin y al cabo hasta en los malos momentos sigo poniéndome mi mundo por montera y expresándome como me da la gana. Esa soy yo, y su esencia no se ha perdido en este laberinto de anulación y despersonalización que trae consigo mi amiga D***.

D*** sigue siendo tabú, pero no es tan mala como parece. Es un aviso a tu cuerpo de que la mente no va por buen camino. Y, mi querida jefa de estudios, vaya que si me aprovecho de tan grata compañía: en todo momento he sido consciente de que soy una privilegiada. Tengo un trabajo que me permite un tiempo para restablecerme, unos médicos que me tratan, una familia que no pregunta ni presiona, que simplemente me apoya y me acoge, unos amigos que no se cansan de decirme que esto es un proceso lento y que debo darme tiempo.

Darme tiempo, asumirlo. Esto es algo que me ha costado mucho: ante el más mínimo síntoma de mejora pensaba que ya me curaba, y que al día siguiente, a la semana siguiente como mucho, estaría trabajando como si nada, viviendo como siempre. Pero entonces otro paso atrás, y con él el desánimo y la frustración. Al final he acabado por aprender que a doña D*** solo puede combatírsele haciéndote amiga suya. Has de coger lo que te ofrece, y no pedirle nada más.

Vivo al día, cada mañana revela lo que esta sombra mía trae para compartir: incapacidad repetida, o pequeños avances, y yo no puedo más que subirme en la ola cotidiana con mi tabla de surf, y nadar a favor de la corriente. Aunque me arrastre mar adentro. Porque resistirse a su fuerza no es una posibilidad. Solo me cabe tratar de mantenerme a flote en mi tabla.

Me aprovecho, sí, de mi condición de privilegiada. Cuánta gente habrá que se tope con la incomprensión, con el desconocimiento, con las dificultades económicas, con las presiones de la vida, con las responsabilidades insalvables... Cuántas personas habrá en este momento pensando que su caso no tiene solución, que jamás van a salir del pozo hondo, que nunca más verán la luz, que no puede haber claridad ni normalidad para ellos.

Yo solo pedía ser normal, volver a ser normal. No una pálida versión de mí misma incapaz de reconocerse el alma en los espejos. Me quedé sin nada: no sabía quién era, no recordaba qué me gustaba ni cómo era el mundo,  me convertí en una máquina rota sin manual de instrucciones. Es muy difícil de explicar las sensaciones vividas. Incapacidad no solo de disfrutar sino de manejar la ansiedad, de moverte, de salir de casa, de controlar tus pensamientos, de tener voluntad, de ayudar a tu padre enfermo, de interesarte por lo que antes te gustaba hacer..., incapacidad en los peores momentos hasta de comer y dormir.

Yo lo comparo con una gripe. A nadie se le ocurre decirte con una gripe que te aproveches de ella... Se asume que tienes unas limitaciones causadas por una enfermedad (quizá un frío que cogiste, o alguien que te la pegó), y que pasarás por un proceso preestablecido hasta recuperarte del todo. Has de tomar medicinas y cuidarte con caldos calientes y mimos. No vas a ponerte mañana a subir el Everest, pero nada impedirá que lo subas en un futuro cercano si ese es tu deseo y te preparas para ello.

Yo ya no quiero ser normal; ahora quiero ser más que eso: quiero volver a ser yo y aún alcanzar un yo mejor, más alto, más ancho. Quiero un yo con voluntad y ánimo, con alegría para repartir, con convicciones, con esperanza, con miríadas de sentimientos bien vividos, de emociones exprimidas. Porque ser feliz no es lo contrario de estar triste; ser feliz es tener vitalidad, es saber aceptar la vida como viene, navegando cada ola en nuestra pequeña tabla de surf sintiendo la perfección del mar, ya esté en calma o embravecido.

Es mi amiga D*** la que me ha enseñado que puedo luchar, que vale la pena seguir desarrollando mi potencial, que un pequeño gesto puede hacer tanto por los demás...  Que la familia y la amistad es lo más importante, que es vital cuidar de nuestras emociones , que cada día es una oportunidad para avanzar como personas, para dar gracias por todo lo bueno de la vida, y para compartirla con los demás.

Vas a un camping y vuelves a casa apreciando las comodidades que damos por sentadas: una ducha de agua caliente, una cama blanda. Cuando el simple hecho de poder asearte se convierte en una odisea semejante al viaje de Ulises, no vuelves a hablar de las pequeñas cosas de la vida. Mi amiga doña D*** me ha mostrado la verdadera dimensión de las cosas pequeñas y la importancia fundamental del respeto a uno mismo y de la entrega a los demás.

Escribo y escribo de mí y de mis sentimientos, aunque en ocasiones sean tan negros como mi bata rosa. No aspiro ni espero que mi jefa de estudios sepa por qué es imposible aprovecharse de esta situación. Solo prentendo que un día la depresión deje de verdad de ser un tabú.

NOTA: no me fue posible asistir al concierto.




Dibujos: CRLS

"Cheap Love Song" by Robbie Williams

Take your time, to unwind
You will find it's love you are living
Clear the space, find a place
You will see it's love you are giving.


Take your time to make things last
Love for the future, not the past
I can't change the way I am
This is all I got, this Cheap Love Song.


Take your time, make it rhyme
You will see it's all believing
One fine day, you'll find a way
You will reach your own destination.

Seven clowns with different faces
Love we've lost, but we're still chasing
One day we'll leave this town,
It's all we've got, this Cheap Love Song.

Take your time, feel fine
You will see, it's all believing.
One fine day, you'll find a way
You will reach your own destination.


Come on, carry on now...
Better make a try now...
Hold your head up high now...
Win love.
 



 It's nothing superficial,
Been wrote to break the dish, oh
I'm making it 'ficial
In love.


Carry on now...



lunes, 20 de febrero de 2012

La bata rosa (II)

Quisiera un río, recogido y fresco bajo el sol ardiente, en el que poder volver a bañarme en amor. Solo entonces, solo después, estaré preparada para la muerte redentora. Hasta ese momento, como un alma en pena, resistiré en el limbo de los inocentes condenados. Solo habrá cielo o infierno después de haber vivido.

Espero la resurrección sin fe, sin deseo, sin futuro; con el amor perdido, recuperado y vuelto a extraviar, con el amor que es como las olas del mar; con la ausencia de rencor, con la paz de los buenos sentimientos, con los sollozos ahogados en el océano del acompañamiento y la familia.

Espero quieta, pensando en ti, pensando en nada. Yo sabía lo que era la felicidad, y hasta la plenitud, pero ahora son solo palabras en el diccionario. Definiría esfuerzo, esperanza y compromiso, pero las definiciones no podrían llenar el continente de significado. Tengo recuerdos como alucinaciones de un pasado que quizá existió antes de reencarnarme en piedra. Reminiscencias de una verdad que quizá solo es posible en una dimensión de la que la máquina del tiempo me ha expulsado.

¿Dónde está mi centro, el punto exacto donde confluyen los radios de mi circunferencia? Ahí no hay resplandor de huesos ni lamentos penitentes; solo certeza, sol, risas, confianza, una mano que dar y a la que darse.

Si una vez fui, si una vez fuimos, si me he bañado febril y ardiente en ríos y mares gélidos, si he podido caminar hacia el centro por los radios de mi circunferencia, si el tic-tac del reloj se ha detenido para cincelar en roca momentos eternos... ¿no podría dejar de ser piedra para volverme canto rodado al lado de una laguna cualquiera? Quizá con eso bastaría.

Rodar y rodar por la arena, conocer el sol, pegar tres o cuatro saltos en el agua, divertida y rápida, antes de sumergirme en unos ojos puros y transparentes, expandirme sobre la superficie en círculos infinitos y concéntricos, jugar alegre y niña con los peces, enlodarme de recuerdos rientes, bañarme en amor, resguardar a los bichos pequeños, sentir el paso sereno de los días confiados.

Ah, volar, ensoñar, fantasear con las palabras... pero la alondra de Keats ya desaparece en la espesura... la imaginación pierde altitud, cae a tierra... Queda el acompañamiento incesante del reloj, el crepitar de la lumbre ya preparada, el pintor realizado en sus pinceles, la bata rosa que al entrar en calor ya empieza a desprenderse de la piel quemada como una serpiente que cambia de muda; quedan también los cacharros que me voy a poner a fregar y ordenar.

Eso es todo. No sé si es poco, o si es mucho. Creo que la felicidad asoma su nariz traviesa todos los días y en todas las circunstancias. Incluso en este túnel kilométrico sin airear, con algo de iluminación y unas cuantas salidas de emergencia, donde todos los días se suceden iguales entre luces engañosas.

No quiero escribir. No quiero decir lo mismo todos los días, cada día, cada kilómetro del túnel recorrido sin direccíón aparente. Mejor me voy a fregar, a poner orden en una montaña de cacharros que parece insalvable, a encontrar solaz en la realización de la mentirosa tarea sencilla; a no pensar, sin dejar de pensar en el hoy claustrofóbico, en el ayer de siempre, en el futuro de nunca.

Y todo, todo, invariablemente igual. Como un alma condenada a penar hasta que un tiempo nuevo venga a la tierra. Ángeles del bien, ángeles del mal, llevadme en vuestras alas hasta que la bata rosa desaparezca entre las nubes pálidas.




Un martes de carnaval, de gitana me vestí,
y en un salón de baile a mi novio perseguí.
No te cases con la rubia que serás un desgraciao;
cásate con la morena y serás afortunao.

domingo, 19 de febrero de 2012

La bata rosa (I)

Lo torcido no se puede enderezar, y lo incompleto no puede contarse.
Eclesiastés, 1:15

Domingo de carnaval. Con la bata rosa, la casa sin hacer, la ceniza de la lumbre sin recoger, el cuarto sin limpiar ni colocar desde que llegué. ¿Qué cantaba mi padre, que cantaba mi abuela, por carnaval? Un domingo de carnaval, de gitana me vestí... No se lo puedo preguntar a mi padre ahora; ha dejado al reloj del salón haciendo tic-tac, marcando orden y vida, y se ha sentado a descansar en el sillón verde. Durante una semana fueron las diez menos cuarto, impasibles, sin tregua. Yo esperaba secretamente el momento en que volviera y el reloj se lanzara alegre a caminar.

Desde mi atalaya en el sofá, junto a la lumbre, noté cómo se le fue la vista al reloj de pared, de la misma manera que uno percibe un cambio nimio en una habitación e inconscientemente se pregunta cuál es la diferencia. Al momento, sin pensarlo pero con resolución, como un ritual aprendido al que uno se debe, se acercó a ponerlo en hora. ¿Te ayudo, como cuando le damos cuerda? No, hija, si está parado no hace falta. Ahora sigue activo el ritmo de la casa, los golpes del reloj entrelazados con tus toses que no dejan de acudir puntuales, marcando los cuidados, los desvelos serenos, el amor a la obra que tú empezaste.

Hoy es carnaval, y yo me visto con la bata rosa de mi abuela. ¿Nos disfrazamos de otros en carnaval, o somos aquellos que secretamente escondemos, nos convertimos en aquello que el resto del año preferimos obviar? Me lo pregunto porque esta enfermedad no estoy segura de si es algo sobrevenido, o soy más bien yo misma, al desnudo, con la cara de cádaver que se le pone a los enfermos, donde ya se empiezan a adivinar los huesos de la calavera.

Y tengo miedo, miedo que en las noches de frío y sudor de pesadillas y gritos en la cama, se convierte en frustración y anhelos imposibles, en escaleras de las que caigo, en zapatos que se me salen de los pies, en amores que no alcanzo. Por la mañana, como efectos secundarios, dolor de cabeza, mareos, incapacidad para vestirme, inexistencia de planes y deseos; también una voluntad sorda y una esperanza soterrada que me impiden enterrarme en vida. Tiene que haber árboles en algún lado, verdor, una pradera serena, hierbas amorosas que se mezan con la brisa. Tiene que ser posible sentir el sol suave sobre la piel de verano.

No quiero escribir, porque no hay claridad mental, porque no hay epifanías ni revelaciones, porque no quiero poner palabras a lo que quiera que sea esto que me pasa. Porque sigue siendo tabú, porque es algo que yo misma no quiero comprender. No quiero sentir la frustración, el rechazo, la conmiseración, la locura, la incapacidad. No quiero que se acaben los sueños, me resisto a creer que me han cercenado mis capacidades, que me han amputado lo que yo más valoraba en mí.

Precisamente por preservar mi valía, mi reloj interior, la circunferencia perfecta con la que a todos nos dotaron en origen, por expandirla y limarla, comencé a apartarme de la vida. Me faltaba el aliento y el empuje, solo una confianza ingenua en que el tiempo corría a mi favor, y una entrega fervorosa al trabajo. Pasaban las cosas, pero no me pasaban a mí.

Se sucedían los paisajes, los días de sol, los paseos sin fin. Y yo estaba en medio de la postal idílica, pero puede que le faltara el sello para poder llegar a destino. Era una película que discurría ante mis ojos, y yo era la protagonista, al tiempo que aturdida me sentaba como un clavel de pasión y muerte en la butaca carmesí . Vino el amor, y yo no disfruté de sus mieles, de sus aniñados y despreocupados comienzos. Porque se marchó el amor, y yo me aferré a las hieles.


No quiero escribir, porque no quiero saber, porque no quiero que los demás sepan. No quiero comprender que quizá mi incapacidad no es un disfraz, sino mi verdad al descubierto. Como los huesos de una calavera, la enfermedad desvela mi auténtico ser. Las ilusiones y la fe yacen moribundas sobre el lienzo áspero de la bata heredada. Alrededor del cuerpo se ciernen las sombras, la amenaza de la oscuridad eterna. Se oye el ruido de cadenas y el rechinar de dientes, los fantasmas se pasean por mi cabeza, el futuro pende sobre mí como una espada de Damócles.

Es un miedo descorazonador, una angustia como carcoma, una certeza aciaga que avanza como un cáncer. Los huesos arderán con fuegos fatuos, los gusanos devorarán la última esperanza, alguien extenderá la bata rosa para cubrir mis ojos para siempre abiertos.

¿Qué penitencia tengo que cumplir, por qué pecados malditos me hacéis pagar, ángeles del demonio, ángeles del bien y del mal que mi yaya siempre enfrentaba en sus cuentos inventados? Creo que ya es suficiente, tengo que haber cumplido ya con la pena. Pero sigue sin haber vida ni resurrección.

Solo un silencio blanco y cegador que se extiende ante mí como un desierto de nada.