lunes, 20 de febrero de 2012

La bata rosa (II)

Quisiera un río, recogido y fresco bajo el sol ardiente, en el que poder volver a bañarme en amor. Solo entonces, solo después, estaré preparada para la muerte redentora. Hasta ese momento, como un alma en pena, resistiré en el limbo de los inocentes condenados. Solo habrá cielo o infierno después de haber vivido.

Espero la resurrección sin fe, sin deseo, sin futuro; con el amor perdido, recuperado y vuelto a extraviar, con el amor que es como las olas del mar; con la ausencia de rencor, con la paz de los buenos sentimientos, con los sollozos ahogados en el océano del acompañamiento y la familia.

Espero quieta, pensando en ti, pensando en nada. Yo sabía lo que era la felicidad, y hasta la plenitud, pero ahora son solo palabras en el diccionario. Definiría esfuerzo, esperanza y compromiso, pero las definiciones no podrían llenar el continente de significado. Tengo recuerdos como alucinaciones de un pasado que quizá existió antes de reencarnarme en piedra. Reminiscencias de una verdad que quizá solo es posible en una dimensión de la que la máquina del tiempo me ha expulsado.

¿Dónde está mi centro, el punto exacto donde confluyen los radios de mi circunferencia? Ahí no hay resplandor de huesos ni lamentos penitentes; solo certeza, sol, risas, confianza, una mano que dar y a la que darse.

Si una vez fui, si una vez fuimos, si me he bañado febril y ardiente en ríos y mares gélidos, si he podido caminar hacia el centro por los radios de mi circunferencia, si el tic-tac del reloj se ha detenido para cincelar en roca momentos eternos... ¿no podría dejar de ser piedra para volverme canto rodado al lado de una laguna cualquiera? Quizá con eso bastaría.

Rodar y rodar por la arena, conocer el sol, pegar tres o cuatro saltos en el agua, divertida y rápida, antes de sumergirme en unos ojos puros y transparentes, expandirme sobre la superficie en círculos infinitos y concéntricos, jugar alegre y niña con los peces, enlodarme de recuerdos rientes, bañarme en amor, resguardar a los bichos pequeños, sentir el paso sereno de los días confiados.

Ah, volar, ensoñar, fantasear con las palabras... pero la alondra de Keats ya desaparece en la espesura... la imaginación pierde altitud, cae a tierra... Queda el acompañamiento incesante del reloj, el crepitar de la lumbre ya preparada, el pintor realizado en sus pinceles, la bata rosa que al entrar en calor ya empieza a desprenderse de la piel quemada como una serpiente que cambia de muda; quedan también los cacharros que me voy a poner a fregar y ordenar.

Eso es todo. No sé si es poco, o si es mucho. Creo que la felicidad asoma su nariz traviesa todos los días y en todas las circunstancias. Incluso en este túnel kilométrico sin airear, con algo de iluminación y unas cuantas salidas de emergencia, donde todos los días se suceden iguales entre luces engañosas.

No quiero escribir. No quiero decir lo mismo todos los días, cada día, cada kilómetro del túnel recorrido sin direccíón aparente. Mejor me voy a fregar, a poner orden en una montaña de cacharros que parece insalvable, a encontrar solaz en la realización de la mentirosa tarea sencilla; a no pensar, sin dejar de pensar en el hoy claustrofóbico, en el ayer de siempre, en el futuro de nunca.

Y todo, todo, invariablemente igual. Como un alma condenada a penar hasta que un tiempo nuevo venga a la tierra. Ángeles del bien, ángeles del mal, llevadme en vuestras alas hasta que la bata rosa desaparezca entre las nubes pálidas.




Un martes de carnaval, de gitana me vestí,
y en un salón de baile a mi novio perseguí.
No te cases con la rubia que serás un desgraciao;
cásate con la morena y serás afortunao.

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