martes, 28 de febrero de 2012

Escenas matrimoniales

ESCENA I. Estás muy locuela, le dice su artista, y hasta se ríe. Eres de lo que no hay, con tu fe en el amor que no acaba lanzada en SMSs como botellas de salvación al mar.


Anda, no me hagas caso y vamos al sol. Tú que eres alto, aúpame a hombros a ver si lo toco. Huy, quema, y la chica de rosa llora un poco. Después ven media película y duermen en un abrazo largo hasta la mañana siguiente. Dame otro beso, y alcánzame la bata. Ah, y conduce con cuidado.






ESCENA II. Últimamente estoy tan loca que hablo con Ifigenio, el perro. ¿Usted también le dice cosas al suyo, doña Herminia? Pues claro, contesta la vecina en el portal agarrada a su bolsa transparente, no hay nada malo en eso, los animales son mejores que muchas personas. La chica ojea el correo y se mete las cartas en el bolsillo de su bata rosa. Ya, ríe, pero es que yo no tengo perro. Doña Herminia enarca las cejas y se revuelve incómoda. 


La loca de la bata continúa: De todas formas Ifigenio y yo nos lo pasamos pipa y nos levantamos de muy buen humor. Adiós, buenos días, doña Herminia. Pues que siga la alegría, murmura la vieja entre dientes. Sale del portal maldiciendo a Paco que otra vez ha olvidado bajar la bolsa de las heces, y el humor incomprensible de la juventud.







ESCENA III. Dos noches antes, un par de mensajes de texto cruzados fueron interceptados, y el móvil del hombre se presentó como prueba del delito. Te echo de menos, me gustaría a veces poder verte, darte un abrazo, decía ella. Me acuerdo de ti y claro está que siempre te querré mucho, cuídate, escribía el ex.



La chica se saca una carta del bolsillo de la bata rosa. Certificada y urgente, la remite su antiguo amor: la nueva pareja requiere una orden de alejamiento. La ex firma la carta mientras Ifigenio parece encontrar graciosa la situación. Yo declaro que olvido y reniego de la pasión entregada, del amor recibido, del cariño construido. Y añade por iniciativa propia: Adjunto los posos que quedan en el colador del recuerdo y del olvido, del odio y del perdón, del amor y del dolor. Por la presente envío lo que resta de las lenguas entrelazadas y de la incomunicación de las palabras, por si pudieran servir como prueba de mi acatamiento a la moral judicial.



El nuevo amor de su ex mandó analizar en secreto los posos de los que se había apropiado, en un laboratorio de su confianza. Encontró dos pepitas de oro y con ellas le regaló al novio un anillo de compromiso: ¿Me querrás para siempre, mi amor? ¿Verdad que soy la primera y única mujer en tu vida? 






ESCENA IV. Cuando una noche en una terraza de verano la chica de rosa vio brillar el anillo,  en las  manos entrelazadas reconoció el fulgor vulgar e intenso de la baratija de segunda mano. Se acercó a la barra y pidió un vodka con naranja, por los viejos tiempos.



El vaso reflejaba las pepitas auténticas de dos pendientes largos. El presente se engarza en la libertad y la confianza. ¿Quién puede poner reglas al amor auténtico? ¿A quién se le  ocurriría aprisionar en una jaula el cariño verdadero? Cruzó las piernas y presumió de minifalda. El artista apuró su Coca-Cola sola.



A veces el hombre que la aupó al sol y la chica de rosa todavía jugaban a buscarse desnudos bajo la vieja bata, ahora cubierta de flores blancas que la mano de él dibujaba delicadas. Picarón el artista le recordó al oído que Ifigenio les esperaba en casa. 


Dibujos de CL
Tratamiento de imágenes: Lc

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