sábado, 3 de octubre de 2015

Incoherencia

El toreo es el arte de la verdad. No cabe el pico, la trampa, lo fácil. Puede que se engañe al público, pero jamás al entendido. Es un arte para iniciados. Criar toros bravos es un oficio que solo puede acometerse desde el romanticismo; al menos eso es lo que me enseñaron en casa. He conocido manipuladores, peseteros, interesados y soberbios en este mundo, pero jamás han sido amigos de mi padre. He visto sufrir muchas veces a mi padre, en su sensibilidad honda hecha de espigas y arcilla. Creo que todas estas vivencias marcan: aspiras a la coherencia, y conoces su precio.

He heredado de mi padre esa sensibilidad primigenia, y nunca podré saber con certeza si se trata de un don o de una envenenada carga. Es una tendencia instintiva a detectar la mentira, la falsedad, la incoherencia. Prende en las vísceras como un fuego que sube a la garganta. La diferencia es que mi padre, a sus más de setenta años, no es consciente de ella. El resultado es que sigue manteniendo la inocencia y que seguirá sufriendo hasta el día que se muera. Eso sí, lo hará rodeado de gente sencilla y buena.

Yo, en cambio, soy consciente del peso que este don envenenado encierra. Y lucho y me rebelo, y bajo y vuelvo a subir, y hasta he llegado a encerrarlo, a pisotearlo y hasta casi aniquilarlo. Pero la serpiente acaba regresando porque anida en mi corazón. Sé que cada uno ve el mundo desde donde lo mira, y yo veo la incoherencia porque por temperamento y por experiencia he conocido la verdad y la coherencia.

Hoy he venido a preguntarme por qué me molesta tanto la incoherencia. Quizá es porque sé del pesado precio que se paga por ser fiel a uno mismo, por no traicionar a los otros, por saber cuáles son tus principios: el precio de ir por el camino menos hollado. El camino de la soledad, del silencio, de los espacios eternos como campos de cereal. Ahora sé que es así, y lo acepto, y sé también que no podría ser de otra manera.

Y la única manera que yo conozco de seguir luchando contra molinos de viento y no acabar como un caballero loco montado en su jamelgo es venir hasta aquí, y transformar los sentimientos en una sucesión de letras.


Así mañana podré seguir creyendo y sintiendo, cabalgando al lado de los sanchopanzas del mundo que llenan la tierra de vulgaridad y torpeza como los malos toreros aclamados por la masa.