jueves, 24 de diciembre de 2009

Navidolandia en El Corte Inglés

Hay a quien no le gusta la Navidad. No porque se ponga triste porque eche de menos a familiares que ya no están. No, no hablo de eso, sino simplemente de la gente a la que no le gusta la Navidad y punto. Yo también era de esas, y seguro que hasta escribía navidad con minúscula. Es que yo tuve una adolescencia "mu" mala, y muy tardía. Estaba en contra de todo, y por supuesto la navidad era un blanco fácil. Claro, que luego bien que me ponía de langostinos. Con lo que quiero decir que la Navidad también tenía sus cosas, a pesar de todo.

Ya no me acuerdo bien que era lo que más rabia me daba de la Navidad. Pero sí que me acuerdo de la intensidad del sentimiento de asco hacia el ser humano, que año tras año repetía la misma farsa navideña, odiándola pero sin tener ninguna intención de salir de ella. O eso decían los articulistas que leía. Porque hubo un año que me acuerdo que recorté un montón de artículos y columnas de periódicos que expresaban el mismo odio hacia la navidad con el que yo me sentía tan identificada. Pero no se me ocurre ahora qué puede ser eso que compartíamos tan profundamente y en lo que nos reconocíamos como mentes lúcidas y clarividentes por encima de los convencionalismos y limitaciones de la vida de los pobres seres vulgares que no tenían ninguna capacidad, ni deseo por otra parte, de mirar más allá de sus narices.

Y es que ahora por más que lo pienso no se me ocurre por qué carajos dice alguna gente toda convencida que no le gusta la Navidad. Hombre, entendería que lo dijera mi madre, que lleva todo el día haciendo la compra y con un trapo en la mano, pero vamos, que no la he oído quejarse. Claro, que tampoco voy a preguntarle no siendo que le dé ideas y nos quedemos sin cenar, o se declare en huelga mañana y a ver cómo comemos los veintitantos. No, no, mejor que siga alienada y no le dé por la lucha de clases.

Sí que entiendo, claro está, a todos aquellos a los que se les ha muerto un familiar. Y los admiro mucho más porque todos ellos, todos los que yo conozco al menos, que al fin y al cabo es en lo que se basan mis opiniones y mi idea de la realidad, todos los que quedan vivos hacen el esfuerzo de reunirse para seguir cenando juntos, a pesar de los recuerdos, o precisamente por ellos, para tratar de combatirlos, o de convertirlos al menos en agridulces.

Ya se sabe que la familia es una cosa muy difícil. Básicamente la constituyen grupos de personas que no se aguantan pero que no pueden vivir las unas sin las otras. Otra definición de familiares: aquellos a los que podemos odiar nosotros entrañablemente pero por los que mataremos como alguien ose hacer el menor comentario despectivo sobre ellos. En cuanto a la familia política: célula o grupúsculo a los que despreciamos interiormente porque no hacen las cosas como nuestra propia familia, a la que sin embargo como ya he mencionado odiamos por cómo hacen las cosas. Y así sucesivamente.

Así que para mí, como para tantas otras personas, la Navidad es el tiempo de estar con la familia. El anuncio de El Almendro de "vuelve a casa, vuelve...  por Navidad", cuánto daño ha hecho. Ayer sin ir más lejos salió en la tele una mujer que junto a otra horda de familiares agurdaba la llegada de un avión llenito de militares recién traídos de esas misiones de paz en las que puedes tener la desgracia de volver muerto como si se tratara de una guerra cualquiera. Pues ahí estaba la madre, afirmando que la Navidad no empezaría hasta que no abrazara a su hijo. Y claro, como una ya no es lúcida sino que el vulgo le ha ganado el pulso, pues se me saltaron las lágrimas. Desgraciadamente para los que no les gusta la Navidad, el hijo aterrizó sano y salvo, y la Navidad se ha dado por empezada.

Es complicado esto de la Nochebuena. Como con la edad, a parte de perder lucidez y espíritu combativo, otro hecho científico es que el tiempo pasa más deprisa, en cuanto te descuidas ya se te ha echado la Nochebuena encima otra vez, cuando parece que fue ayer la indigestión de langostinos, el dolor de cabeza del champán, y la discusión correspondiente con esos familiares a los que tantas ganas tenías de ver después de tanto tiempo. Así que el género humano reacciona a la defensiva ante tal intromisión del tiempo: ¿pero otra vez? ¡No tengo ni pizca de ganas! O sea, la reacción más común del género humano ante todo lo que le saca de su estado de acomodamiento y borreguez: la pereza. Lo que pasa es que de la Nochebuena no puede librarse uno como de la cita con el gimnasio, ese libro siempre pendiente, o  ese viaje maravilloso que nunca tenemos oportunidad de emprender. La Nochebuena viene, y punto, y ahí te pilla, estés o no preparado. Pero tampoco hay que dramatizar, como recoge la sabiduría popular: "La Nochebuena se viene, la Nochebuena se va".

Así que para poco tiempo que va a estar, lo mejor es prepararse para aprovecharla un poco. Esto es mucho más fácil si se tienen niños en casa, pues como todavía lo viven como si fuera algo nuevo, no tienen que repetir la farsa de todos los años de hacer como que están imbuidos de espíritu navideño, paz y solidaridad. A los niños les contamos que son días muy especiales, y las criaturas van y sin más los viven como tales. En fin, a nosotros nos cuesta un poco más meternos en faena, pero después del plato de almejas, todo viene rodado, y luego ya es cosa de coger la pandereta y desgañitarnos con el pero miran como beben, emocionados tal como si fuéramos habitantes de un país de un himno patrio con letra y cantáramos el susodicho himno en pleno triunfo internacional de nuestra selección de fútbol, que es de las pocas cosas para las que el sentimiento patrio ha quedado.

Bueno, yo ya he cumplido con mi parte de la preparación. Ayer he hecho de paje, o más bien de reno, y me he cargado a la espalda con una variada selección de regalos para los nueve que cenamos en casa (bueno, ocho sin contarme a mí, porque me iba a haber autorregalado unos zapatos, pero en el último momento pensé que el precio al que estaban iba a haber arruinado mi recién recuperado espíritu navideño. Bueno, siete porque llevaba ayudante que también ha hecho gala de espíritu de renuncia. Pero a pesar de todo, esto de comprar regalos lleva su tiempo y dedicación, que no es cosa de comprar lo primero que se pilla, así que no me voy a quitar ningún mérito). Luego también, como si esto no fuera suficiente, he colgado unas cuantas postales navideñas, y hasta me he enfundado el estropajo y he sacado brillo a la cocina. Cada uno tiene sus rituales, y el mío es que si la cocina no está libre de trastos y los fogones refulgiendo, no hay Navidad. Deberían hacer también un anuncio de esto, y se venderían muchos más limpiavajillas, y luego los beneficios podrían donarse a algún pobre que se ofreciera voluntariamente como navideñamente corresponde para que nuestro espíritu navideño pueda seguir expandiéndose ufano.

Resumiendo, me gusta la Navidad porque pasas un par de días especiales con la familia. También porque en esos días encendemos más la lumbre, con eso de reunirse al calor del hogar, y a mí la lumbre me beneficia psicológicamente. O sea, me da una modorra y un relax que fuera estrés y preocupaciones. Yo ahora mismo estoy todo el día con la familia, pero estos días van a ser especiales, porque va a ser necesario compartir conversación para hacer la partición salomónica de los langostinos, a ver, cogemos uno, el siguiente, otro... y así nos entrenamos en la justicia y la igualdad. Asimismo aguantamos que mi hermana dé la matraca con la cinta de villancicos infantiles (sí, es una cinta), y luego ya yo misma hago acopio de instrumentos varios y todos se maravillan de la alegría que desprendo. También aguanto que mi madre saque las cartas, no llego a los extremos de ponerme a jugar, pero me ahorro el pertinente comentario sobre el aburrimiento supremo que me producen las cartas. Pero no os extrañéis si os digo que hay hasta quien le sigue la corriente y se pone a jugar, y no solo por solidaridad, sino por conversión repentina a la nueva religión de viva el espíritu familiar.

Y resumo otra vez, esta de verdad: la Navidad está para reunirse con la familia y ponerse el chip de vivir unos días de paz y unión. Y todo muy entrañablemente, eso es clave, y esto es lo que explica que año tras año nos empeñemos en repetir los mismos rituales. Estoy seguro que cada uno de vosotros estará pensando en las manías de su familia, en esas cosas que una vez o dos se hicieron porque convenía, y que ahora se han convertido en una dulce carga. Yo, por ejemplo, en cuanto termine esto, me tengo que poner a redactar el menú de la cena, que es una cosa que hacemos todos los años. Claro, que teniendo en cuenta que todos los años también hay que cenar lo mismo, el de este año me lo guardo, no escribo la fecha, y ya lo dejo hecho para el año próximo. Lo de la dulce carga es un poco como el turrón, metáfora donde las haya de la Navidad: no le gusta a nadie, pero no falta en ninguna casa, nos lo comemos nosotros, se lo ofrecemos a todo el mundo, y encima hacemos como que está muy rico, voy a coger otro trozo. Pero como la Navidad, una pequeña dosis es una bomba de relojería, que llena y repite, y sin embargo, como hacemos con la Navidad, nos zampamos una tableta entera, dos si se tercia. Y claro, luego venga que es que no me gusta la Navidad. ¡Pues contrólate, hombre de dios!

Pero sí que hay dos cosas que no me gustan de la Navidad, aunque realmente pueden reducirse a una sola palabra: consumismo. No me gusta la manía de gastarse el sueldo de un mes en 100 gramos de chirlas, ni la bobada de tener que cambiar el dinero por regalos que ni dan alegría al que los compra ni al que los recibe. Y todavía nosotros tuvimos una infancia con alguna carencia, a dios gracias, porque los niños de hoy en día ya están saliendo todos tontos perdidos. Pero para rematarlos, para que no se salve ni uno, ya está el Corte Inglés con el anuncio ese de una niña que está aprendiendo a leer, y titubea al leer los rótulos de las tiendas, pero "El Corte Inglés" lo dice todo de carrerilla, no necesita leerlo porque lo tiene ya metido en el genoma, con cinco años es eso como su segunda casa, y la madre sonríe y mira cómplice al padre. ¡Pero desgraciada, es que no ves lo que le estás haciendo a tu hija!

Ya no sé si en ese mismo anuncio o en otro, sale también esa misma familia u otra muy parecida, básicamente intercambiable, alrededor de un árbol de dos metros (no de un belén, que eso creo que está ya muy mal visto) venga a abrir regalos y a sonreir beatíficamente, y entonces El Corte Inglés va y se nos tira a la yugular, viniendo a decir: "Con El Corte Inglés tendrás las Navidades que te mereces". Moraleja para el potencial consumidor cuyo juicio está obnubilado ante los embites de la Navidad, y su voluntad mermada por las oleadas de espíritu navideño que lo embargan: langostinos dignidad, carolina herrera dignidad, oro de 20 kilates dignidad, quinientos regalos inútiles dignidad... dignidad dignidad dignidad, espiral de dignidad que arrastra y confunde, oigo voces, me fallan los sentidos... ahgggggggggggggggg (grito en alto como en medio de una pesadilla), ¿dónde está el vórtice, el centro del huracán donde la vorágine no te arrastra?

Pero que mi familia no se preocupe, que sin regalos no se quedarán. Inmateriales, eso sí, pero yo hoy les dedico una actuación de cante y baile, les dono mi arte, y si me quieren, como decía Lola Flores, pero al contrario, ¡¡no irse!! Así les doy también, en mi generosidad, la oportunidad de corresponderme a mí...


Hay unos libros infantiles muy populares en Estados Unidos escritos por un tal Dr. Seuss. Uno de ellos se titula "How the Grinch stole Christmas", esto es, cómo el grinch (un bicho) robó las Navidades. Como odiaba las Navidades, se metió por todas las chimeneas después de que Papá Noel hubiera entregado los regalos, y se los metió p'la saca. Pensaba él que de esta manera fastidiaría la Navidad a todos los habitantes del pueblo, que ya no cantarían ni bailarían en corro cogidos de la mano mostrando su alegría. Así que el grinch en cuestión alucinó cuando a la mañana siguiente se despertó con los cantos y la algarabía de todos sus vecinos. Y entonces se le ocurrió: ¿y si la navidad no viene de una tienda?

¿Y si es posible la Navidad, y la dignidad, sin El Corte Inglés? Y aún más, ¿no es la Navidad en muchas ocasiones indigna, no nos degrada, no os chirría?

Y cuando el grinch se dio cuenta de que la Navidad no venía de una tienda, su corazón se hizo tres veces más grande. Pero eso sí, la fuerza así ganada la aprovechó para... devolver todos los regalos. Y digo yo, ¿no habíamos quedado en que los regalos no hacían falta ninguna? Claro, que un regalo bien dado, a nadie amarga...


Desde aquí os felicito a todos, no esperaréis un sms ¿verdad?; una se ha vuelto defensora de la Navidad, pero sigue teniendo sus limitaciones.

Y ahora contadme, ¿os gusta a vosotros la Navidad?

miércoles, 16 de diciembre de 2009

No es sólo una canción

Ayer estaba hasta los huevos, así que me pareció mejor dejar lo de escribir para más tarde. El problema es que hoy la indignación y la pena han dado paso al aburrimiento y a un cansancio absoluto. Cansancio que está relacionado con la impotencia.

Muchas veces me imagino qué podrán hacer todos esos a los que la justicia condena injustamente y no pueden demostrar su inocencia. Es más, a nadie le importa su inocencia. Porque están condenados de antemano, y todo lo que traten de decir o explicar será utilizado en su contra. Una situación como la que describe por ejemplo El Proceso de Kafka, o alguna de las obras de Ismael Kadaré.

Y cuando la injusticia no acierta en nuestro país, el condenado tiene además que soportar la humillación y la vergüenza pública. Salimos a la calle a gritar nuestra rabia aún antes de oír las explicaciones y conocer las pruebas en un juicio, les insultamos y escupimos, les lanzamos objetos. Aunque luego el tribunal superior de no sé qué demuestre su inocencia, al acusado siempre le acompañará la sombra de la duda, y quedará ya marcado de por vida. Apestados hasta la muerte.

Porque el hecho de que haya un juicio ya implica una acusación. Y entonces viene la necesidad de defenderse. Y a veces los argumentos chocan contra la fuerza de la mayoría bienpensante. Los distintos tienen poco sitio en la sociedad, y sólo pueden ganar sus derechos a través de una lucha en la que caerán muchos en los caminos. Así han ganado trabajadores, mujeres, homosexuales sus derechos. Pero aún hay otros a los que la sociedad considera apestados, y deja caer todo el peso de su moralina sobre ellos.

¿Acaso podían aquellas mujeres acusadas de brujería evitar la muerte a la que la inquisición o los primeros americanos en las colonias las condenaban?

¿Tiene alguna fuerza el amor de padres del niño obeso gitano? ¿Será este el único niño gordo de España? Gorditos y padres de gorditos, avisados quedáis, cualquier día viene papá estado y os separa a la fuerza, porque no sois capaces de llevar vuestros asuntos como las mentes superiores disponen. Aunque bueno, quizá vosotros los ricos no tengáis de qué preocuparos. Ya se sabe que la obesidad es cosa de pobres, que no saben alimentarse correctamente y gastan el dinero sin conocimiento. Y ya se sabe que los gitanos son los peores de entre los pobres. Ignorantes y descarados, ¿cómo no van a ponernos nerviosos?

Pero hoy la que se siente una apestada soy yo. Y no sé por qué tienen que ofenderme, por qué tengo que verme en la necesidad de defenderme, por qué siento que me dejan sin voz, por qué colocan un grueso muro que no pueden atravesar mis razones, por qué salen con palos y hachas dispuestos a acabar con mi mundo. Por qué ellos se arogan el derecho a pensar por mí, a decidir por mí, a decirme qué es lo correcto, y a llevarme por el buen camino aún a costa de mí misma. Por qué tengo yo que aguantar a todas estas mentes moralistas y pseudopogres que se erigen en defensores del bien y la verdad absolutos, y no dudan en destrozar todo lo que encuentran a su paso con tal de imponer su superioridad moral, en llevarse por delante a todos nosotros.

¿Y dónde está el Estado que no me defiende? Ah, no, que es precisamente el estado el que ofrece la vía a todos esos fanáticos para que legitimen sus ideas con el sello de lo políticamente correcto y social y moralmente aceptable.

Y yo, una apestada en esa sociedad de ignorantes y cortos de miras. Como siempre, la mediocridad al poder, la falta de pensamiento riguroso y la capacidad para sobreponerse a prejuicios e intereses.

Me gusta mucho Amaral. Ayer mismo encontraba el título a mi entrada de blog en una de sus canciones, que en algunas ocasiones han dado forma a mi mundo. Y al escribir lo del universo que cae sobre mí, me acordé que me habían comentado que eran antitaurinos, y busqué la canción. No he sido capaz de escucharla, porque si lloré sólo con leer la letra, cómo voy a soportar el sentimiento de la música oponiéndose tan fuertemente a mis sentimientos más profundos. Sería una mezcla fatal, un torbellino para alguien a quien las cosas del alma dan mareos. Y lloré porque el ataque me pilló por sorpresa, o más bien por sentirme atacada por ellos. Había oído antes esa canción, pero no había reparado en la letra.

Claro que no voy a dejar de escuchar a Amaral, ni a dejar de leer y apreciar las obras de Saramago, que por lo visto también es antitaurino. Pero me rebelo contra la canción de Amaral porque no entiendo por qué tienen que ofenderme, si por ejemplo estoy en un concierto y se ponen a cantar la canción, ¿qué hago? ¿Me subo al escenario a confesar mi pecado y a redimirme en público? Sé que Amaral no me iban a tirar piedras porque condenaron a aquellos que profanaron la tumba de Julio Robles. Ellos eligen su manera de protestar contra los toros, y es de forma pacífica, y están en su derecho de tener su opinión. Y entonces escriben una canción, de la que dicen que "es solo una canción/ para calmar mi corazón/ lo que yo siento/ lo que yo quiero".

Y bueno, parece que están dando su opinión personal, y sienten la necesidad de escribir la canción para tratar de encontrar la paz ante todas las cosas que no entienden en el mundo, como los toros y los "paparazzi sin conciencia", y en general todo lo que echan por la televisión. Se sentían como nos sentimos cualquiera al ver el telediario con atención, y tomar conciencia de las barbaridades que pasan en el mundo, y contra las que nada podemos hacer, más que cerrar los ojos para poder seguir con nuestras vidas. Niños que mueren de hambre, guerras absurdas, crueldad gratuita... y gente que mata toros, y gente que disfruta viendo cómo matan toros.

Están en su derecho de expresar su antitaurinismo, pueden hacer lo que les dé la gana en sus conciertos y seguir convocando a la gente a manifestaciones antitaurinas; deben regalarnos su música que calme nuestra ansiedad, que apacigüe el sinsentido de todo lo que no entendemos y nos hace sufrir, deben seguir dando forma a nuestro mundo.

¿Pero por qúe siento yo que todo el peso de la canción cae injustamente sobre mí? ¿Por qué me siento excluida, por qué me señalan con el dedo? ¿Por qué tengo que dejar que destruyan aquello en lo que creo?

Y por eso escribo esto, a pesar del cansancio infinito de sentir que la lucha está perdida incluso antes de que empiece. Porque es hora también de que se oiga nuestra voz y de que se respeten nuestros sentimientos. Pero no puede haber verdadero respeto si antes no hay entendimiento. Y no puede haberlo cuando Amaral canta que no quiere entender: "Y el matador acaba la faena/ con sangre sobre la arena/ No quiero entender por qué hay que matar/ a veces siento que soy ese animal".

A veces siente que es ese animal. ¿Le costaría mucho sentir que es yo? Sí, porque no quiere, porque se niega de antemano. Su decisión está tomada. Por muy bonito que quede, es imposible sentir como un animal, absolutamente imposible.

Si no hay entendimiento y empatía, no puede haber respeto. Por ahora me conformo con que haya tolerancia, que es soportar y legitimar aquello con lo que no se está de acuerdo, asumir que los demás tienen derechos aunque nosotros no compartamos su situación. Aunque no tengo mucha fe en la tolerancia que el estado nos va a conceder. No tengo mucha fe en que los políticos consideren el asunto de la prohibición de las corridas de toro como una cosa seria.  Ahora la pelota está en el tejado del Parlamento Catalán, y es su responsabilidad, no la mía.

La mía es escribir a pesar de mi cansancio y de mi pena, o precisamente por mi pena, porque tengo derecho a mis sentimientos, y a pedir respeto, y no sólo tolerancia, hacia ellos. Aunque cada día gente como Amaral me lo pongan más difícil al extender no sólo el odio, sino lo peor de todo, la ignorancia y la indiferencia.

...vivimos en un mundo cada vez más globalizado... y no cabe duda de que las referencias y los modelos de vida de los países del norte, especialmente anglosajones, están en vía de imponerse a los demás pueblos... La corrida no tiene cabida en estas sensibilidades norteñas, sobre todo por el espectáculo de la muerte, y muchos quieren acabar con ella. Es la razón por la cual los aficionados hoy en día no pueden mantenerse en una actitud pasiva. Frente a sus adversarios empedernidos tienen la obligación de defender y justificar, pacíficamente pero con firmes argumentos, su amor por la Fiesta.

François Zumbiehl

...que nosotros, los aficionados de los ocho países, reconozcamos y afirmemos la legitimidad de nuestra afición, seamos conscientes de los valores éticos y estéticos inherentes a la Fiesta.
François Zumbiehl

Yo siempre he estado con los marginados, con los proscritos. En Roma hubiera sido cristiano; en la Alemania nazi, judío. Por eso he sido torero en la España posmoderna.
Esplá, discurso en la Sorbona.





martes, 15 de diciembre de 2009

El universo sobre mí (cumpleaños)

El domingo tuve un día estupendo. Y voy a escribirlo para que no se me olvide. Cuando era pequeña a veces me soñaba que se me pasaba el cumpleaños, que cuando quería darme cuenta el día se me había echado encima y no me había dado tiempo a prepararme para disfrutarlo. O directamente el día ya se había pasado, y me lo había perdido. A veces creo que me soñaba también lo mismo pero con el día de Reyes. Y es que tanto Reyes como el cumpleaños eran dos días mágicos para mí. Bueno, la magia en general era muy importante para mí, y por eso quería volar, y mi libro favorito era La pequeña bruja (un libro estupendo estupendo que no me cansaba de releer, y mis hermanos tampoco), y mi ídolo era Peter Pan, y nunca se me olvidarán las palabras de mi abuela cuando iba yo a cumplir once años, contándome que ella a los once se había plantado y había decidido no crecer más.

Pues este año casi se me pasa el cumpleaños de verdad. Ay qué agobio con la celebración del cumpleaños, que si hay que ir de cena aquí, o mejor allá, que con quién lo celebro, que cómo lo hago. Pues me entran ganas de no celebrarlo, cuánto hay que armar. Hasta que me planté, me relajé, y decidí hacer lo que me diera la gana. Y entonces llegó la idea, me di cuenta de lo que realmente quería, estaba ahí pero no lo podía ver con tanto lío.

Llevo todo el otoño con que quiero ir de excursión, con los sitios tan preciosos que tenemos alrededor, y la mayoría de ellos no los conozco. Así que ya es hora, que se apunte el que quiera. Y entonces lo comenté con mi tía, en una de esas maravillosas comidas en paz y orden a las que me autoinvito, una comida que parece como respirar una barra de incienso, u oler los aceites en un local de yoga, y por la que encima me dan las gracias por ir. Y mi tía tenía el mapa del lugar mágico, con nombres que parecen de un libro de aventuras: Los Pájaros del Alba, el Laberinto de los Paredones, las Tarmas de Babel, los Confines de la Luz, el Pasadizo de las Revelaciones. Había hasta una ermita de Santa Lucía, así que no había duda: ese sitio estaba predestinado para mí ese domingo, y por suerte había sido capaz de relajarme y sentir la fuerza que me llevaba a él.

Estaba emocionadísima, y el frio no nos importaba, ni el sueño a los que no habían dormido e hicieron el esfuerzo. Pero luego nos hizo hasta sol, y el frio se evaporó. Y efectivamente el camino era mágico. En la ermita de Santa Lucía, unas ruinas enmarcadas por una vidriera abierta a la sierra, podías ponerte en el centro de un círculo de piedras y sentir allí la armonía del universo y las corrientes de fuerzas escondidas.




En el restaurante del pueblo nos juntamos todos. Yo comí patatas meneás, que saben muy ricas en la sierra, y después nos dimos un paseo. Tengo que romper la magia del momento para criticar el estado del pueblo, que se supone que es un sitio que vive del turismo, y resulta que está lleno de basura, descuidado, y sin un solo detalle. Hombre, tampoco van a convertirse todos los pueblos en la Alberca, ni falta que hace. Pero entre ser el Benidorm de la Sierra, que es en lo que se ha convertido la Alberca, y estar dejado de la mano de dios, hay un trecho que podría salvarse con un poco de conciencia, cariño, y gusto por los detalles.

Los que quedamos pasamos la tarde en la chimenea. No podría haber pedido nada más, porque estuve relajada, feliz, activa, y disfrutando de buena compañía. Pero para que la ecuación saliera perfecta, tuve unos fantásticos regalos de cumple también. Primero una tarta de manzana hecha con mucho cariño, con la que me regalaron tiempo y azúcar, que es una combinación perfecta. Después un libro, comprado también con mucha dedicación e interés. Tuve también una super wii sport para que siga estupenda a mis años, dinero suficiente para meternos la comida en la sierra, un bono para un spa y un masaje, que es de lo que más me puede gustar en el mundo, y que va a venir fenomenal para coger fuerzas mentales esta navidad, y para terminar un boli de Campanilla, ya el colmo para satisfacer mis caprichos.

En suma, ¿quién no quiere cumplir años así? Si los cumpleaños siempre me han parecido un día para estar con la gente que quieres y para que te mimen, este cumpleaños cumple todas mis expectativas. No sólo por el amor que me puedan dar, sino por el que yo soy capaz de coger, de la familia, de los amigos, de ti y de la Naturaleza, cuando dejo que el Universo caiga sobre mí.

miércoles, 9 de diciembre de 2009

Velador de café


Así estaba yo esta tarde, en un bar bastante parecido, con mesas de mármol, tan de mármol y forja de hierro, tan de café antiguo, con su silla negra y todo, que no estaba yo sentada a una mesa, sino con mi taza de café con leche y mi libro perfectamente dispuestos sobre la mesa convertida ya y para siempre en fantástico velador.

Es curioso, estoy terminando un libro de relatos de Alfredo Bryce Echenique (que me ha decepcionado, no puede haber nada a la altura de No me esperen en abril, y tú lo sabes bien, ¿verdad?), y la frase anterior está en estilo Echenique total.

Sí, dijiste que yo no me movía según soplara el viento, sino más bien dependiendo del libro que leyera en esa altura. Me rebelo contra eso, contra el sentido despectivo del comentario que me acusa de volubilidad, aunque en el fondo ("y como siempre", estarás añadiendo tú) seguramente tengas razón. Y sin embargo visto desde mi perspectiva no tiene por qué ser algo negativo: que me afecten los libros no convierte necesariamente mi personalidad en débil y cambiante, sino que la ensancha y la enriquece, cada libro revelando una parte oculta de mí, haciéndome partícipe de las miserias y heroicidades de cada uno de los seres llamados reales, y que a veces parecen encontrarse a años luz, mucho más lejanos que cualquier personaje de libro. Cada lectura un prisma, y la realidad cambiando de color continuamente.

Cada autor descubre mis límites y expande mis potencialidades. Porque te he dicho mil veces que los escritores dicen la verdad más que nadie, pues son los únicos que se han parado a pensar, para poder decir lo que saben, y descubrir lo que no saben. Y descubrírnoslo a los que después nos adueñamos de sus libros.

Así que soy influenciable, y a mucha honra. Ojalá que me lloviera todo el planeta encima, que me regara y alimentara, y yo explotara en mil flores y frutos diferentes, exóticos, sencillos, puros, venenosos, de colores o terrosos, en la exuberancia de la jungla o en la aridez del desierto donde nada parece crecer. Ojalá que pudiera tener acceso a miles de influencias, que me enriquecieran y conformaran, que me desarrollaran y educaran.

Entonces sería yo pero mucho mejor. A la espera del improbable cambio climático, la mediocridad aparece como algo difícil de asumir y aceptar, pero sólo se rebelan contra ella unos pocos, y por eso los llamamos genios. Los demás nos limitamos a tratar de no hacer una montaña de nuestro pequeño grano de realidad. Pero para los mediocres, ay cómo pesa el grano ese dichoso.

Mi mente es mucho más lista que yo, que me creo que puedo dejarme llevar por la inercia y por la fuerza del día a día, cubrirme con la sábana de la pulcritud y el orden, pero viene ella, mi mente, y dice basta por hoy, se acabó, necesitas algo más, otra cosa que no es esta. Y hoy me ha mandado al bar del velador a tomarme un café y a leer un libro de Belén Gopegui, que es combativa y lúcida, racional e incendiaria, y ha sido un oasis de sentimiento, de autenticidad y de ser yo, como era antes, cuando se era joven, y los días pasaban y no había que asirse a ellos, cuando se estaba simplemente agazapada esperando el momento en que saltara el corazón, cuando no había planes, ni futuro, y la sociedad no estaba para que contribuyéramos a ella, sino para ofrecernos un laberinto de callejas donde ser libres y probablemente infelices. Pero eso ya qué importa ahora. Porque nunca seremos infelices de la misma manera.