sábado, 7 de julio de 2012

Mi amiga Manola

Para mi coach particular

Mi rabia se llama Manola, y tiene un humor la jodía que pa qué.  Hasta hace nada me daba bastante miedo. La oía ladrar a mis espaldas y, petrificada, optaba por taparme los oídos, a ver si así me parecía que estaba más lejos. Cuando la rabia se ponía a aullar, me topaba de repente con un muro de muchos metros de alto imposible de traspasar. La pared sin fin me asfixiaba y paralizaba; sus alambres de espinas en la invisible parte superior me protegían de un más allá inquietante e incierto como una amenaza.

Hoy, gracias a mi coach particular, me he dado cuenta de que todas las emociones se producen por algo, y por ello tenemos derecho a sentir y expresar cualquiera de ellas. Si las enterramos vivas, seguiremos oyendo sus nudillos golpeando ansiosos la tapa del féretro. La rabia es mía, que surge de mi estómago, que se enroca en mi esternón, que brota de mi pecho como un géiser y me hace apretar los puños, cerrar los ojos y quedarme con ganas de dar un buen puñetazo. La rabia es mía, y tengo derecho a expresarla, a sentirla, a darle salida. Hay una razón para experimentar cada una de nuestras emociones. Y yo voy a escuchar a mi rabia y ver qué tiene que decirme. 

El problema con la envidia lo solucioné hace muchos años. A raíz de algo que leí en una revista cualquiera, empecé a verla como una aliada. La envidia me indica qué quiero conseguir, me ofrece modelos, me proporciona metas, pone voz a mis carencias y a mis anhelos escondidos.

Fue en Inglaterra. durante mi verano de au-pair, cuando cambió mi consideración de la envidia, que es verde en España y amarilla en los países anglosajones, pero en todo caso asquerosa. Es una de las emociones con peor prensa. Es como la bilis en el estómago que vomitamos con dolor cuando ya no queda más por sacar afuera. Porque la envidia nos produce dolor, nos coloca en un estado de ansiedad, de frustración, de odio al prójimo, al que deseamos lo peor. Como toda emoción experimentada de forma negativa, la envidia nos pone en un sinvivir. Sus víctimas somos nosotros mismos; nunca quien o lo que nos la provoca.

Sin embargo emociones como la ira, la tristeza, la rabia o la frustración no necesariamente han de verse de forma perjudicial. Es cierto que nos pueden crear un gran malestar y que nos traen dolor, pero se producen por algo, y nos proporcionan la oportunidad de mirar de frente a sus causas. Yo tenía envidia a una pareja de novios con la que coincidía con frecuencia en la biblioteca a la que por aquel entonces acudía a estudiar diariamente. La chica parecía doña perfecta: mona, dulce, bien vestida, de sonrisa simpática. Y el novio babeaba tras ella.

Cuando comencé a ver a aquella pareja como un modelo de la pareja que a mí me gustaría tener (no exactamente un novio que babeara por mí, sino simplemente que me aceptara y quisiera, que fuera cariñoso y sano), la envidia dejó de hacerme sufrir. Ahora sabía lo que quería, y lucharía por conseguirlo. Bueno, en realidad este plan no salió muy bien. Más me valdría haberme fijado en las carencias en mi relación que la envidia me indicaba, y haber asumido que hay cosas que no se pueden cambiar. Pero me ha costado mucho aprender que el amor no es lucha, como para esperar haberlo sabido a los veinte años.

En todo caso, lo importante es que desde entonces la envidia no ha vuelto a hacerme daño. Si alguna vez he sentido sus arañazos, enseguida los he neutralizado enfocando la situación de una forma positiva. ¿Qué dice la envidia que no tengo? ¿Realmente quiero tenerlo? Y si es así, ¿cómo conseguirlo?, ¿qué puedo aprender de estas circunstancias que me sirva de modelo, que guíe mi camino?

Con la rabia me ha pasado algo parecido. Me asalta de vez en cuando por sorpresa, y yo trato de apaciguarla. Sentir rabia es algo negativo, me trae odio y asco, rencor y desdén. Y una terrible sensación de daño irreparable. Se produce la rabia cuando alguien te hace mal y ni siquiera se para a planteárselo: se limita a escurrirte como si fueras un spontex, con el perjuicio ignorado hace gala de su poder, afirma su superioridad sobre ti, pobre mosquito espachurrado, cuya voz no es capaz de oír. Así se desgañite y se revuelva panza arriba el dichoso mosquito. 

Mientras siento la rabia, sé que estoy lanzando mi energía a un pasado que no la merece. Creo que esa rabia no va a conseguir nada más que causarme un dolor gratuito, provocarme ganas incontrolables de borrar de un guantazo la sonrisa bobalicona e ignorante de la jeta de los inseguros ejecutores del mal. Pareciera que la rabia solo lograra quitarme tiempo para apreciar lo bello y bueno de mi vida.

Pero hoy la rabia se ha hecho mi amiga, y resulta que tiene nombre, y se llama Manola. Manola es un perro bastante alborotador, pero al que se le va toda la fuerza por la boca. Mira que es pequeño, pero ladra y grita como un condenado. A veces me da vergüenza toparme con los vecinos, a ver qué van a pensar. Otras veces, sobre todo cuando salimos a pasear al parque, apenas la puedo sujetar de la correa. Los niños la miran asustados, pero después se acercan y me preguntan si pueden acariciarla. 

Manola es mi perra, y es mi amiga. Si viviera en el paraíso terrenal, en ese en el que estamos instalados hasta que se nos rompe la inocencia (el germen inocente de la propia inocencia hace inevitable que la inocencia se rompa antes o después...), pasearía de la correa con un tierno cordero o con un pacífico rinoceronte. Pero como ya me he caído del guindo, gracias a dios tengo a mi rabia que me acompaña, me defiende y me aleja de los peligros. O me hace enfrentarme a ellos. 

Manola sabe que su dueña es cabezona, pero ella lo es más, y a ladradora y alborotadora no hay quien la gane. Ciertas personas se le han metido entre ceja y ceja, y a varias situaciones y lugares les tiene una manía que no veas. Así que en cuanto huele a esos personajillos o nos acercamos a determinados lugares, me la monta gorda. Y como con tanto ruido, estrés y griterío no podemos parar en ningún sitio, damos media vuelta y nos alejamos hasta que mi perra se tranquiliza.

Otras veces, Manola ladra y ladra hasta que yo no tengo más remedio que ponerme a aullar también y lanzarle al causante de mi rabia mis cuatro verdades. Por dignidad y por autorrespeto, porque lo normal es que el otro esté tan cegado en sus razones y sus justificaciones que sea incapaz de sentir el mínimo de empatía que se exige a un ser humano. Pero los miedos y las inseguridades están en el origen de todo mal, de la cerrazón, de la autojustificación, de la insensibilidad, de la incapacidad para comprender y rectificar. 

Mi rabia ya no me produce rencor del que quema ni sentimiento de culpa por no disfrutar al cien por cien del presente. Asumo mi rabia, y camino con Manola, de la correa si es necesario, para que huela a las personas tóxicas, para que me alerte de los lugares a evitar, para que espante con su escándalo a los viandantes cotillas. Normalmente corre libre y suelta, orgullosa asumiendo el papel de guía que yo le dejo que adopte. 

Manola me indica que no aún no es tiempo de bajar la guardia, que el daño y el dolor no deben olvidarse, que es necesario estar alerta para que no nos lo vuelvan a hacer, que la herida está aún tierna y no debemos exponerla al aire. Que no debemos volver a los lugares donde fuimos infelices. Y, mientras tanto, camino y salto con Manola por ríos y valles, subo colinas, me enciende el viento las mejillas. 

Antes escribía cartas de amor; ahora cuento historias de emociones negativas que pueden convertirse en las mejores aliadas. Suenan las teclas blancas del piano, y a veces también las negras: con la música que su armonía produce corro tatareando al aire libre, en dirección al mar redentor.

1 comentario:

  1. Thank you. Es genial poder ayudarte un poquito...
    Yo toy luchando también con lo que no sé exactamente qué es, pero lo acepto, lo tolero, y me descubro a mí misma sonriendo cuando lo libero, dándome cuenta de lo grande que me estoy haciendo gestionando una forma de enfrentarme al mundo que lleva tanto tiempo acompañándome... Ahora, liberada, puedo ver las cosas y a mí misma con aceptación. Esto es genial!!!

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