Palmas de tango en el tendido 7. "Por algo no quiero yo venir a la plaza en Madrid". Pues anda, durante casi 30 años has acabado viniendo varias veces por temporada, y las que te quedan.
Los toros no son para pusilánimes. Si a los que están tristes les recomiendan forzar la sonrisa hasta que por imitación del gesto físico el alma termine por contentarse, con la misma prescripción acudo yo a la plaza. Hasta que por mímesis recobre el valor de mirar de frente a la vida.
Cada corrida en Madrid como si fuera la primera. O aún peor: la carga de lo que alguna vez lograste, el peso de todo lo que sueñas alcanzar. La sensación repetida y paradójicamente siempre recién nacida de asomarse al abismo, de lanzarse al vacío en caída libre. De estar en el circo romano esperando el veredicto del emperador: ¿hacia dónde apuntarán los pulgares esta vez?
Imposible acostumbrarse; inútil tratar de aprenderse la lección de cómo sobrellevarlo. Cada año la herida me hace costra. Sólo cabe esperar que supure con optimismo consciente y afición.
La emoción volverá como un contundente pase de pecho: profundo, templado e infinito. Como el pase de pecho definitivo que aparece y deslumbra cada cierto tiempo. El cometa Halley.
Puff, si lo pienso bien, esta plaza imponente y enorme me ha visto crecer. Los rezos inútiles de niña, la presión adolescente por elegir cuidadosamente el vestido, los besos a escondidas, las comidas familiares, los madrugones, el frío a la vuelta, el bocadillo de Villacastín, los nervios compartidos en silencio, los mensajes de los amigos, la entereza forzada, la alegría siempre contenida, el ejemplo del temple, unos cuantos pases ya olvidados pero indelebles en la memoria de la sensibilidad. Cierto orgullo y cierta resignación, tu compañía. Y ahora un nuevo camino por el que se vuelve sola y en autobús.
¿Cómo será ver los toros desde la barrera? ¿No tener el corazón encogido? ¿Ignorar lo que hay detrás? ¿Poder obviar la dedicación?
Toro, responde de lejos, arráncate, no desaires al matador que te llama ni al ganadero que te invoca. Pero hombre, quédate luego, ¿no ves que el torero insiste, que el ganadero aprieta los puños, que la multitud tiene sed de eternidad?
Esto son los toros: una montaña rusa de medias verdades y de buenas intenciones.
Suenan las campanillas de las mulillas minutos antes de terminar la faena. Avisan del final: la suerte está echada. Sin embargo, el torero se afana y el público sostiene la esperanza. Con sus expectativas mantiene en el aire la bola de corcho blanco de los juegos infantiles.
Y al final hubo palmas.
Y al final hubo palmas.
Las intermitencias de la vida, de la muerte, del toreo. Se resumen en una expresión: "qué pena". El toro muy noble muy noble... pero rajao.
Ahá, esa es la sonrisa que provocan la verdad y la hondura. Inicio de faena. Con eso a veces basta. Suficiente para esperar. Se entreabre la puerta de algo más. Esa luz, ese túnel: ¿está el cielo al final?
Ahora se lo pasa por delante y le aguanta. Y ahora lo llama y se pasa el abismo de los cuernos por detrás. En las bernardinas finales torea las guadañas. Palmas de verdad y un qué bonito ha sido. Los del 7 le recriminan la colocación en el pase de pecho.
¿Una estocada, un aviso, una oreja? La vuelta al ruedo que nunca se da en Madrid me la llevo para mí.
El sexto en el medio del ruedo. Las verónicas de saludo en el mismo centro. Ahí es donde se hunde la plaza y donde se sube al cielo.
Primera de feria. Unos cuantos capotazos... y algunas verdades.
Pases de pecho con tus palabras, sigue escribiendo
ResponderEliminarImpresionante!! Me ha emocionado!!!!
ResponderEliminarSi sólo con esto...: "la entereza forzada, la alegría siempre contenida, el ejemplo del temple, unos cuantos pases ya olvidados pero indelebles en la memoria de la sensibilidad. Cierto orgullo y cierta resignación, tu compañía. Y ahora un nuevo camino por el que se vuelve sola y en autobús."
Y somos nosotros los que esperamos que un día te lances al ruedo, cojas al toro por los cuernos y te crezcas en lo que mejor sabes hacer, en lo que tienes innato...