jueves, 6 de noviembre de 2008

We can

Estoy viendo el discurso de Obama de aceptación de la presidencia. Lo ley ayer en El País, y ahora quería oírlo en versión original. Parece lo "in" rechazar todo lo americano, tachándolo de simple, superficial e hipócrita. Al menos esa es la reacción de mucha gente ante cualquier manifestación americana, y yo seguramente podría incluirme en ese grupo antes de mi año en USA. Los Estados Unidos tienen la culpa de todo, son unos ignorantes que creen que su forma de vida es superior y la única posible, su único objetivo es el económico y para lograrlo no dudan en utilizar e intervenir en otros países bajo el pretexto de extender la democracia...

Sin duda las cosas pueden verse desde este punto de vista. Pero también hay otros. Yo vi un pueblo dinámico y activo, que cree que las cosas pueden mejorar y que la única forma de conseguirlo es poniendose a ello. Vi empuje y optimismo, por lo que a veces pienso que en Estados Unidos es el único sitio donde pueden surgir cambios para la humanidad. Y seguramente en China y otros países emergentes también: al fin y al cabo, ¿de dónde vienen todos los adelantos tecnológicos? Puede que los europeos estemos demasiado lastrados por el peso del pasado, por un lado esclavos de la tradición y por otro atrapados en el pesimismo de todas las veces que nuestros intentos por lograr algo mejor han fracasado.

De ahí que considere que a veces nos puede la inacción, el para qué intentarlo si ya se sabe cuál va a ser el resultado. En Europa el estado tiene mucho peso: esperamos que pague nuestras pensiones, la educación de nuestros hijos, que cuide de nuestra salud y que nos asegure que nunca vamos a dejar de difrustar del bienestar. Y yo estoy absolutamente de acuerdo con este modelo. Siendo una pesimista yo misma, espero que haya una estructura por encima de cada individuo que garantice que el interés común prevalecerá sobre los egoísmos y mezquindades particulares. Sin embargo, en ocasiones confiamos demasiado en que otros decidirán adecuadamente cuál va a ser ese marco común, y tenemos una tendencia a protestar por todo lo que no nos gusta, una tendencia a protestar que no se traduce en propuestas de cambio o acciones concretas. Sólo unos pocos grupos marginales reúnen a individuos que tratan de conseguir que sus ideales se lleven a cabo; los demás nos limitamos a observarlos como bichos raros o simplemente demasiado ingenuos y en todo caso pensamos que sus esfuerzos apenas podrán cambiar nada. De nuevo el ¿y para qué hacer nada entonces?

Me ha gustado el discurso de Obama porque se muestra comedido y humilde. Y no obstante, tiene en mente realizar un gran cambio. Es concreto en lo que se refiere a qué pretende cambiar:"dos guerras, un planeta en peligro, la peor crisis financiera desde hace un siglo". Se muestra realista en las dificultades que la empresa presenta, en el largo tiempo que acercarse a esos objetivos puede llevar. Llama a la unidad entre partidos, y aún más, se reconoce en los valores de los republicanos. En realidad, mira más allá de los intereses partidistas hacia los valores que conforman al pueblo estadounidense en general. La fuerza de los americanos proviene precisamente de la visión que todos comparten. Es cierto que el que no consiga realizar el sueño americano se quedará en el camino, pero también es verdad que los que lo consiguen sienten que tienen que poner su buena estrella al servicio de la comunidad. Entonces me gustan las palabras de Obama: "Así que hagamos un llamamiento a un nuevo espíritu del patriotismo, de responsabilidad, en que cada uno echa una mano y trabaja más y se preocupa no sólo de nosotros mismos sino el uno del otro".

También me gusta cuando agradece a todos los que han colaborado en su campaña, bien con una pequeña aportación económica, bien dedicando desinteresadamente su tiempo. Me gusta porque reconozco en ellos a muchas de las personas que conocí en Louisville. A veces me parecía que sus logros eran insignificantes o más bien inexistentes, pero en todo caso ahora me parece que lo importante puede ser también simplemente mostrar lo que uno cree, aunque solo sea a uno mismo. O sobre todo a uno mismo.

Y a veces sin duda el esfuerzo de muchos puede traer un cambio, más grande o más pequeño. Normalmente creo que no tengo esta forma de pensar. Quizá las intenciones de Obama no lleguen a hacerse realidad (uy, aquí me ha salido claramente la vena escéptica), pero al menos sirven para que hoy sienta un poco también que el cambio es posible, siempre posible.

Mientras escribo esto dudo si soy realmente escéptica o en el fondo es un idealismo reprimido. En todo caso, lo importante no es qué se es, sino qué se hace. Intentar mantenerse alerta para que la costumbre, la pereza, el miedo o la falta de fe no nos impidan actuar cuando nuestra acción podría significar un cambio. Y hoy también pienso que incluso si lo que nosotros podemos hacer no cambia la situación, cumple su función si al menos vale para que nos reencontremos con nuestra conciencia.

Ayer fue el 5 de noviembre, el dia de Guy Fawkes, un tío que intentó volar el Parlamento en 1605, y ahora se celebra el evento con fuegos artificiales, no sé bien si recreando la explosión que al final no tuvo lugar o más bien en señal de alegría de que The Houses of Parliament sigan ahí plantadas para recreación de los turistas y los euros que dejamos. Si no hubiera sido porque cada año en España me explican o explico en clases de inglés el famoso evento, ayer ni me hubiera dado cuenta de que en Inglaterra era tan importante, pues no oí ni vi ninguna mención al hecho. Sin embargo, como yo ya me venía con la lección bien aprendida de España, me puse a la búsqueda de unos fuegos artificiales. En Bournemouth no eran el día 5, sino el viernes 8, y ya no tiene ningún sentido según lo veo yo celebrar Guy Fawkes Day un día que no es. De todas formas había que pagar en Bournemouth, lo que tampoco entiendo mucho: ¿cómo vas a pagar por ver una cosa que llega al cielo y todo el mundo lo ve? Entonces en Poole, que es un pueblo cercano (prácticamente unido a Bournemouth) había fuegos el día 5 y gratis, así que allí nos dirigimos. También parece que había unos puestos y diferentes actividades para entretener a niños y familias, pero a pesar de que salimos con mucha antelación, había demasiado tráfico, por lo que llegamos sólo a tiempo de ver los fuegos. Los fuegos me recordaron bastante a los de Tamames, con lo que podéis llegar a la conclusión de que quizá los fuegos de Bournemouth sean más como los de Salamanca capital, con eso de que hay que pagar por ellos. Dicho esto, tengo que añadir que los fuegos de Tamames es una de las cosas que me hacen más ilusión de las fiestas. En general, no sé por qué, los fuegos artificiales me hacen mucha ilusión. Me producen una alegría como infantil.

De los de ayer sin embargo esperaba más. Debe de ser porque me los había imaginado con el mar de fondo, pues eran en el puerto. Pero había tanta gente y llegamos tan tarde que desde donde estaba el mar no se podía ni oler. Pero en realidad los fuegos no eran más que una excusa para romper la rutina de los días laborables. La vida aquí es muy tranquila, a partir de las seis ya no se ve un alma por la calle, a las cuatro de la tarde tienes la sensación de que son ya las ocho. Tan tranquila que es casi una sensación física la idea de que nada nunca va a pasar en este lugar, es como si viviéramos bajo un lago helado, y nada pudiera romper o traspasar la placa de hielo.

Así que ayer, Guy Fawkes nos brindó una excusa para salir en masa de nuestras guaridas y dirigirnos en riadas hasta el puerto; tomábamos las calles como esos ratones que en algún país del norte llegan hasta el borde del mar cada año y desde allí se lanzan al vacío. Sólo que Inglaterra ofrece una oportunidad mejor de suicidio colectivo, que es celebrar la presencia humana con unas pintas de cerveza. A mí no me gusta la cerveza, pero podéis estar seguros de que igual celebré el descubrimiento de seres humanos como nosotros.

Para coger el autobús de vuelta estábamos Cristina, nuestro nuevo compañero de piso (un chico de Dubai o Arabia Saudi, según le dé, de 19 años) y yo. Estábamos haciendo cola, pues había bastante gente esperando el bus. Una chica inglesa empezó a colarse, de lo cual yo no me estaba dando mucha cuenta, pues no suelo prestar mucha atención. Pero cuando llegó a nuestra altura de la cola, Cristina le dijo que no se colara, a lo que la chica reaccionó gritando que ella se ponía la primera porque era inglesa y los ingleses eran los que tenían que ir primero. Cristina le repitió que no se colara, y entonces la chica elevó aun más si cabe el tono de voz gritando "¡No me toques!" varias veces. Yo, en mi línea, le dije a Cristina que se calmara, porque no merecía la pena. Y ya es triste pensar que no merece la pena, que la gente está tan corrompida que no se le puede dar siquiera la oportunidad de cambiar. La chica no tendría más de 16 años, pero yo estoy convencida de que ya es demasiado tarde para ella. Era una macarrilla, una buscabullas que sólo puede saciar su sed de comunicación buscando gente que responda a sus provocaciones. Es una chica con la que la educación ha fallado, a duras penas sabrá deletrear en inglés, a saber en qué ambiente familiar se habrá criado, nunca podrá salir de su limitado mundo social. Es el producto de capas y capas de influencias que han ido haciendo un callo en su sensibilidad y un velo en su entendimiento.

Así que pensé, sigo pensando, que la única opción posible es apartarse de su camino, dos mundos paralelos que nunca podrán juntarse en una intersección a pesar de chocar en un autobús.

A pesar de que la chica finalmente se coló, encontramos asiento en el bus, pero cada uno de nosotros en un asiento diferente, cada uno inevitablemente con los pensamientos y reacciones que el pequeño incidente nos fuera produciendo. Cristina dijo que no debería haberse puesto así, pues al fin y al cabo era la adulta. Nuestro compañero de piso dijo que claro que él hubiera reaccionado violentamente enfréntandose a quién le dijera algo así. A mí me entró una necesidad de hacer el bien, de ir esparciendo buenos sentimientos por el mundo, porque de pronto sentía que el mundo tenía que ser un lugar bueno, que era un lugar bueno a pesar de todo, y que sólo hacía falta que no nos olvidáramos de ello. Pensé en otra anécdota que había ocurrido esa mañana en una de mis clases. Estaba con cuatro chicos de unos 14 años, de los más pequeños con los que trabajo, todavía no más que unos niños. Uno de ellos estaba especialmente inquieto, y lo encontraba molesto para la clase (también porque yo me sentía irritada en general). Le dije algo en español para que cambiara su comportamiento (lo que normalmente no hago de forma tan directa, prefiero utilizar formas indirectas que permitan salvar la cara al alumno, y que al final son más efectivas para mantener el buen clima de la clase y favorecer el aprendizaje- pero como digo quizá influyó que ese día tuviera una tendencia a la irritación). Como no me entendió, se lo repetí en inglés (lo que tampoco suelo hacer), y al sentirse puesto en evidencia, murmuró entre dientes: "Como si así la hubiera entendido".

Yo dejé pasar el comentario, no porque pensara friamente que era lo mejor, sino simplemente porque me sentía un poco harta y mi máxima aspiración era que no me marearan demasiado. En definitiva, y como pasa muchas veces, los propios sentimientos y estado de ánimo del profesor limitan su objetividad y distancia profesional. No siempre se puede evitar que esto pase, pero pienso que un buen profesor es el que consigue controlar más veces su caracter. Debe de ser como los toreros, el miedo siempre está ahí: se trata de dominarlo.

Me vino a la cabeza en el autobús, tras el incidente con la chica inglesa xenófoba que pensó que Cristina era paquistaní ("You, paki") el niño de mi clase. Quizá no estaba más que nervioso ante el estrés que una lengua nueva puede producir, nada más que inseguro ante sus propias capacidades, vacilante ante el juicio de sus compañeros. En el autobús pensé que no tenía que haber dejado la oportunidad de enseñarle que cabe otra opción ante los extranjero, ante la diferencia que suponen. Pensé que debía haberle indicado que puede elegir la clase de persona en la que quiere convertirse, una abierta y respetuosa ante otras culturas, o alguien temeroso de lo diferente encerrado en su pequeña torre.

Pero ahora, según escribo esto, según me doy la oportunidad de llegar a capas más profundas, pienso que lo que más hubiera podido ayudar a que se convierta en la persona abierta y respetuosa con otras culturas que busco con mi trabajo, es simplemente que le hubiera comprendido. Que por encima de mi mal humor hubiera sido capaz de comprenderlo y quererlo. Porque como dijo Cristina ante la chica inglesa, yo soy la adulta.

3 comentarios:

  1. VAYA !! me alegra leerte despues de tantos días.
    Cuántas reflexiones !! le haces pensar a una que tenía la mente dormida. Está muy bien.
    Me gustan tus artículos.
    Te veo como pez en el agua.

    besos

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  2. Dice Charo que te gustan tanto los fuegos artificiales porque querías ser astrónoma...
    Hemos estado tus papis y los de Teresa alrededor del pc leyendo este último artículo, que es bastante comentado en Tamames -ya me han pedido la dirección de tu blog para leerlo.
    Tu padre dice que "desde luego tenía que haber hecho periodismo" -tú haberle dejado y terminabas haciendo otra carrera...-. Le he dicho que para escribir of course que no necesitas ser periodista, y se ha quedado pensándolo.
    Me gusta eso de que el cambio es posible. Y me gusta que contemples esa opción -cuándo fue la última discusión que tuvimos por este tema?-.

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  3. Hay que ver qué bien escribes.
    Yo digo que el futuro no está en los avances tecnológicos de países como USA ni China, que están creando unos problemas ambientales que son auténticas bombas de relojería... que Dios nos pille confesados. El futuro está en unos pueblos y culturas que ya no reencontraremos: aquellos que tinen la inmensa fortuna de ser capaces de vivir en armonía con el medio natural. Lo demás son patrañas; la tecnología... ufffff patrañas y bien gordas.
    Por cierto, los roedores del norte son los lemmings.

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