martes, 6 de marzo de 2012

Ser o no ser

Inspirado en la visita de Nuria y María, y en la subida a la Peña

Un reciente artículo en una revista científica argumentaba que el aborto podría extenderse, desde el punto de vista ético, a los primeros días de la vida del niño. La tesis principal equipara al feto y al recién nacido, en cuanto que ambos son personas en potencia, pero aún no realizadas. Entonces, si en determinados supuestos está permitido el aborto -plantean estos científicos italianos- ¿por qué no extender esa prerrogativa un tiempo más después del parto?

La noticia puede sorprendernos, y parecernos más bien una broma de mal gusto. Lo irónico es que bienintencionados defensores del derecho a la vida de los niños han proferido amenazas de muerte contra los autores del artículo. ¿Ha de vivir un niño inocente, mientras que podemos decidir sobre la vida del hombre que ya ha desarrollado su potencial, que ya ha probado la manzana venenosa del Paraíso, que ya sabe de la mentira, de la corrupción, de la pérdida de la inocencia? ¿Podemos acusarlo y condenarlo?

Yo veo más las ideas de estos científicos como un mero ejercicio teórico. Me recuerda a  The Modest Proposal, un breve panfleto de Jonathan Swift, el de Los viajes de Gulliver, autor que se caracteriza por su ironía y terrible mordacidad. Pensamos que Gulliver no es más que un libro para niños, con gigantes y diminutos en un mundo mágico. Pero si nos lo leyéramos de verdad, las páginas se convertirían en diatribas desesperanzadas contra la vanidad e injusticia de la sociedad. Swift era un misántropo en toda regla; su prosa incisiva y derrotada. Revelaba las limitaciones de nuestra razón, y la falta esencial de moralidad del ser humano. El mismo término "yahoo", que utilizamos hoy sin saber de dónde proviene, hace referencia en Los viajes de Gulliver a un tipo de caballos demasiado semejantes a los hombres, pues comparten los mismos vicios y defectos: la avaricia, el egoísmo, la agresividad. Los yahoos son utilizados como sirvientes por los houyhnhnms, caballos sabios que han logrado supeditar el instinto a la razón. Para estos caballos racionales, la palabra mentira no existe, pues es un concepto que ni siquiera son capaces de concebir. De esta forma, a través de los yahoos y su contraste con los houyhnhnms, Swift denuncia la falta de racionalidad y de ética de los seres humanos... No se me ocurre por qué habrán decidido bautizar así al motor de búsqueda Yahoo.

A Modest Proposal despertó el mismo tipo de reacciones incendiarias que el artículo de los italianos a favor del infanticidio. Swift proponía que los campesinos irlandeses pobres deberían vender a sus hijos, engordados debidamente, a los terratenientes ricos, de forma que así pudieran remediar la terrible miseria en la que se encontraban. El panfleto está tan cargado de razones, tan bien argumentado, que es difícil refutar la idea en un ejercicio dialéctico. Sin embargo, la itención de Swift era denunciar la explotación y pobreza en la que los terratenientes irlandeses, con la complicidad de Inglaterra, sumían al grueso de la población de Irlanda. Sus coetáneos no acabaron de entender la ironía del escrito, lo que supongo que no debió de sorprender a Swift lo más mínimo. En vez de preocuparse por los problemas que realmente se denunciaban, optaron por poner el grito en el cielo ante la barbaridad que el autor sugería. Engordar niños para comerlos nos parece terrible; no así la miseria en la que el interés de unos pocos sume a un país entero.

Ahora, ante el artículo científico que igualmente propugna el infanticidio, nos escandalizamos, y no sabemos si acabar de tomarnos en serio o no la propuesta. Probablemente el artículo está cargado de buenas razones, pero ninguna de ellas puede justificar el asesinato de un niño. Si te pregunto a ti, querido lector, qué dirías a los científicos para explicarles por qué no podemos deshacernos de un bebé, ¿qué razones lógicas y éticas utilizarías?... Quizá, simplemente, un "porque no".

Desde mi punto de vista, el artículo en cuestión no debería tanto hacernos llevar las manos a la cabeza ante semejante atrocidad, como hacernos reflexionar sobre los límites del concepto de persona. Las personas tenemos derecho a la vida, incluso en un país presuntamente civilizado como el nuestro ha desaparecido la pena de muerte. El Estado no puede arrebatar la vida de quienes atentan contra los principios de la sociedad, ni el hombre puede tomarse la justicia por su mano. Tenemos derecho a la vida, e intentamos convertir la muerte en una mera fatalidad que hay que resolver de la manera más aséptica posible. Morimos en hospitales, los abuelitos se van de viaje, los perros se van a jugar al cielo, nos amortajan gente a la que pagamos, visitan nuestro ataúd de seis mil euros en una sala preparada al efecto.

La muerte debe estar lejos de nuestras casas, de nuestra realidad, de nuestros hijos. Sólo la permitimos en los telediarios, siempre y cuando sean sirios u otros seres de nacionalidades extrañas los que mueran. Mueren con sangre, con saña, con violencia, sin razón. Pero no nos lo acabamos de creer, o no nos acaba de importar o conmover: esos seres no son más que una masa amorfa y anónima, sin nombre, sin derechos, sin oportunidades, sin personalidad. ¿Realmente acabamos de ver a esos seres humanos, hermanos nuestros, hijos del mismo mundo injusto, como personas? ¿O más bien para ser personas necesitamos como condición sine qua non ser integrantes del primer mundo, del mundo que nosotros creemos de cultura superior y más civilizado?

El artículo científico argumenta que si un feto puede ser exterminado, ¿por qué no podría considerarse que también podemos acabar con un recién nacido, si concurren las mismas circunstancias legales en las que está permitido el aborto? Aquí el argumento debería llevarnos a reflexionar no sobre el derecho a la vida de un recién nacido, sino sobre el derecho a la vida de un feto. Yo no soy quién para decirle a nadie si debería abortar o no, pues yo tampoco sé qué haría si me encontrara en determinadas circunstancias. Lo que no me gusta es que el tema del aborto se trate simplemente de una manera política: si eres liberal, el aborto es un derecho inalienable de la mujer; si eres conservador, el derecho a la vida del niño en potencia está por encima de todo. El tema es demasiado serio para que lo despachemos desde la ideología. Es muy difícil llegar a una conclusión, dictar moralmente qué es o no correcto. Pero limitarnos a polarizaciones extremas y tratar de extraer conclusiones metiendo el problema con calzador en la ideología de turno me parece demasiado frívolo.

Parece claro que toda persona tiene derecho a la vida. ¿Pero cuándo comenzamos a ser personas? ¿Justo en el momento en que nos dan la palmadita en el culo para que nos pongamos a llorar? ¿Será en ese momento en que tomamos conciencia de la triste realidad del mundo? ¿Cuáles son los límites en los plazos del aborto? ¿Es aceptable abortar un feto de tres meses, pero inmoral hacerlo un día después? ¿Es sustancialmente diferente un feto de un día y otro de ocho meses? ¿Dónde radica la diferencia? ¿Quizá en la formación de los órganos? ¿Cuántos órganos deberían estar formados para empezar a hablar de asesinato? Si un feto de cinco meses no llega a ser una persona, ¿qué pasa si el bebé nace de forma prematura, y logra salvarse con tan solo cinco meses, como ya va permitiendo la ciencia? ¿Se convierte automáticamente el feto en persona por estar fuera del útero de la madre, aunque necesite permanecer en una incubadora con condiciones semejantes a las de la barriga materna?

¿Qué es lo que nos convierte en personas? Los científicos del artículo revolucionario argumentan que está extendida la idea de que el feto no es persona puesto que no es más que una persona en potencia. Y dan entonces un paso más allá: si el bebé igualmente no es más que potencialidad, ¿cuál es la diferencia ética entre un feto y un recién nacido?

Me impactó en un programa de la BBC el argumento irrefutable de una persona con una grave discapacidad física de nacimiento. Los partidarios del aborto defendían que en caso de discapacidad grave, como recoge la ley, el aborto está justificado. Y entonces este chico desde su silla de ruedas se limitó a contestar: ¿Me está diciendo que gente como yo no tenemos derecho a vivir? Igualmente pienso en los niños de Síndrome de Down. Podemos abortar los fetos con estas características, ¿pero quién le dice a unos padres que su hijo es una anomalía, que no debería haber nacido? ¿Nos cuesta entender que esa familia quiera al hijo enfermo como a cualquier otro hermano, y que el hijo con esa u otra discapacidad pueda proporcionarle a la familia el mismo amor y alegría que tu niño "normal". ¿Pero qué pasa si a tu querido hijo normal le sobreviene una enfermedad o un accidente? ¿Dejas de quererle como antes, cambia tu actitud hacia él, dejas de considerarle persona?

Hoy me siento yo, decimos. O lo contrario: estaba atrapada, no me reconocía, no era yo. Todos somos potencia, siempre tendemos a nuestra realización, pero esa realización acostumbra a estar en un plano futuro. A veces basta con saber que estamos en el camino correcto, en un camino en el que sorteamos los obstáculos que atacan nuestra esencia, en el que forcejeamos con la ansiedad que nos avisa de que estamos dejando de reconocernos, en el que propiciamos las oportunidades que nos acercan a nuestra verdad, en el que gozamos de los momentos de plenitud en los que sentimos que nos hemos encontrado. Perdernos y encontrarnos, en eso consiste el camino. ¿Somos siempre nosotros mismos, podemos dejar de serlo? ¿Existen gradaciones, cuantitativas y cualtitativas, en el ser?

¿Es justificable la eutanasia? ¿Siempre, nunca, en qué casos? Si tu madre padece Alzheimer, ¿en qué se convierte? ¿Pierde su dignidad al olvidar primero sus recuerdos, al no reconocer después el momento presente? En el Alzheimer, los seres tornan a su estado primitivo, se van volviendo niños, bebés cada vez más indefensos y necesitados, y al final tan incapaces que se asemejan a fetos. ¿Dejan de ser ellos mismos los enfermos de Alzheimer, los que padecen demencia senil, los que sufren daños cerebrales? ¿Dejan de ser personas? Me impactó el caso de un chico que perdió la capacidad de escribir. Y él era periodista, esa era su vocación y toda su vida. Ahora solo acertaba a escribir, en fondo y forma, como un niño de cinco años. ¿Podía seguir siendo él si perdía algo que tanto definía su auténtica esencia?

Sin llegar a los extremos del Alzheimer, ¿qué pasa con alguien que sufre un daño cerebral y pierde parte de sus recuerdos, o su memoria completa? ¿Puede saber ese alguien quién es? ¿Importa saberlo? Recuerdo a veces un libro, cuyo título jamás he recordado, en el que una cantante lírica despertaba cada día sin memoria. Un admirador se enamoró de ella, y los días se sucedían en un cortejo siempre repetido pero con ligeras variaciones. Y de esas variaciones dependía la esperanza del enamorado. Conocía las reacciones de la mujer, y podía manipularlas. Pero aún así la cantante reaccionaba de manera inesperada ante la variación en los estímulos, y esto, pese a su desmemoria, la iba convirtiendo en otra. En otra que al final el eterno enamorado ya no supo amar.

Finalmente, ¿qué sucede con una persona que sale del coma y debe comenzar una rehabilitación para recuperar las funciones básicas, o con otra que sufre cualquier tipo de enfermedad que le limita? ¿O un torero que pierde la capacidad de realizar adecuadamente su profesión, que es su vida? ¿Pueden estas personas simplemente asumir sus limitaciones, aceptar una nueva forma de vida, y seguir siendo ellas de forma plena? ¿Pierden algo irremediablemente? ¿O quizá se convierten en otras? Seguramente la vida de todos es un continuo devenir, una incesante transformación, y la sabiduría radique en aceptar los cambios e incluso enriquecernos con ellos, a pesar de lo duros que resultan algunos.

Me pregunto quién o qué nos ha metido en la cabeza, como si se tratara de un anuncio de la tele, que la vida debe ser felicidad, éxito, placer, reconocimiento. La vida a veces es eso, pero acostumbra a ser mucho más. Hay más formas de ser persona que las que nos muestran nuestra ambición o vanidad, nuestro egoísmo y comodidad. La dignidad, el hecho de ser personas auténticas y de contribuir a que otras lo sean, no tiene que ver con nuestra situación o capacidades, sino con el respeto a nosotros mismos, con el darnos a los demás, con la aceptación, y con la entrega a la vida y al ciclo de muerte y resurreción.  No sabremos vivir si confundimos la realidad con un anuncio de coches o colonias.

Pienso todo esto simplemente porque ahora, a ratos cada vez más largos, empiezo a sentirme yo, a reconocerme, a saber qué me gusta, a recordar quién era, a tener una idea de futuro. Pero entonces... ¿quién era yo cuando no era yo, cuando me fui anulando y quedándome pequeñita, perdiendo mi esencia como arena que cae de los bolsillos? ¿Cuándo la montaña piedra a piedra construida, sentimiento a sentimiento, cayó sin que yo supiera interpretar las señales, y me sepultó debajo? ¿Quién era yo cuando el ave de rapiña oscura de la enfermedad  me arrancó las entrañas y me dejó sin respiración? ¿Qué pasó cuando el conducto de mi garganta quedó taponado por tanta sinrazón en nombre del amor, dejando a mi confianza atrapada dentro, permitiéndome apenas alimentarme con una pequeña sonda, haciendo el tapón imposible el intercambio entre mi yo y el mundo?

¿Qué pasa cuando la depresión te hace olvidar quién eres, y te roba la esperanza de llegar a ser alguna vez, cuando el pájaro carroñero te susurra al oído que tu potencial definitivamente se escurrrió  por el desagüe? ¿Era yo cuando mi ser dependía del amor y aprobación de otro? ¿O me vuelvo yo cuando comienzo a comprender que el amor verdadero solo ha de venir del sol, que nadie puede poseer o limitar mi esencia?

Sin embargo tú no dejaste de creer en mí, seguiste viéndome en mi esencia, en mi verdad, aún cuando solo era una sombra, una vasija sin forma, rota en  trozos imposibles de recomponer, un puzle de piezas irreconciliables. Acertaste a tratarme como a una partitura que un día podría convertirse en una pieza de música tocada de forma magistral, con horas de ensayo, con vocación, con amor a la música. Nota a nota recreándome, tecla a tecla repitiendo, aprendiendo, avanzando. Hasta que un día la sinfonía resuene por la sierra entera.

¿Quién era yo antes, en el pasado de mi amor, cuando conocí la vida, y después, cuando me la arrancaron a tiras, como se descuartiza una pieza de carne muerta? ¿Era mi yo auténtico el que se sentía en la cima de la vida? ¿Seguía siendo yo cuando me costaba reconciliar la idea del amor que aprendí a amar, la idea por la que caminaba como en un milagro sobre las aguas, con lo que mis ojos veían en el fondo del mar? ¿Podía ser yo cuando me sujetaba sobre la cuerda floja tratando de equilibar el amor con la realidad que fue mostrando sus hierbas secas, sus pulgones para los que no buscamos insecticida, sus hojas muertas sin recoger? ¿Era yo cuando me movía entre dos planos, a duras penas sostenida sobre el vértice de la ansiedad acusadora, la ansiedad que te avisa de la disociación entre el deseo y la realidad? ¿Era yo cuando me despojé de mi ser para entregarlo inconsciente y temeraria a quien no sabía qué hacer con él, dando aquello de lo que nunca debemos deshacernos quizá porque yo tampoco sabía dónde ponerlo?

¿Puedo encontrarme de nuevo, me reconstruiré como una vasija pegada trozo a trozo? ¿O seré un cántaro nuevo, de una sola pieza, sin restos de pegamento ni cinta adhesiva? A veces no sé quién fui, a veces no sé si soy, no tengo claro quién seré, quién quiero o puedo ser, por dónde caminaré. Pero sí sé, porque ahora lo siento, que ya no quiero ser quien muchas veces fui, que voy siendo, que seguiré siendo, que quizá todos -fetos y afectados por el Síndrome de Down o el Alzheimer, personas en sillas de ruedas o limitadas en lo que para ellos era más importante, los azotados por la muerte, la enfermedad o el desamor- siempre somos, que vamos tocando con diferente música, pero que todas las músicas conviven armónicas, que cada momento se acompaña de su necesaria melodía, y que la sinfonía del mundo resuena mágica e infinita en la mezcla de canciones trágicas o ligeras, alegres o terribles, suaves o atronadoras. 

Al final comprendemos que la vida, en sus múltiples formas, siempre es digna, siempre es pura, siempre es auténtica. Puede que seamos nosotros los que en demasiadas ocasiones somos indignos de ella. Siempre somos, pero debemos escuchar el ritmo de la vida, la música callada del mundo, para no perder el camino, para encontrarnos, para fluir, para dejarnos arrastrar hacia el sol a través de las nieblas y de la mano del amor. El mundo está interconectado: la dignidad, la alegría, la autenticidad, dependen de todos. ¿Qué será de los bebés, de los niños, de los fetos y los viejos, de las personas en sillas de ruedas, de los tristes, de los enfermos, de los que están perdidos, de los que han perdido la memoria, de los que han perdido a alguien, de los que buscan, de los que encuentran, de los que tienen algo para dar, de los que no ven el sol, de los que lo tocan con las manos... si no nos tenemos unos a otros para cuidarnos?  Nadie es sin los demás, nuestra dignidad es la de todos.

Lc
Desde las alturas, vemos cómo la niebla se funde con el paisaje
A ratos todo lo cubre el vacío
Después, una brisa suave deja los valles al descubierto



Lc
La vida se abre paso



Lc
En el camino, a veces con música de otoño, a veces de verano



Lc
Momentos en que se contemplan, se huelen, se tocan, SE SIENTEN los almendros


Tu destino está en los demás
tu futuro es tu propia vida
tu dignidad es la de todos.

Otros esperan que resistas
que les ayude tu alegría
tu canción entre sus canciones.

(De "Palabras para Julia", de José Agustín Goytisolo)



No hay comentarios:

Publicar un comentario