jueves, 15 de marzo de 2012

Corazón de manzana verde

Bello doncel, debajo de los árboles tu canto
ya no puedes cesar, como no pueden ellos deshojarse.
Osado amante, nunca, nunca podrás besarla
aunque casi la alcances, mas no te desesperes:
marchitarse no puede aunque no calmes tu ansia.
¡Serás su amante siempre, y ella por siempre bella!

John Keats


Basta un frasquito de agua del cielo para que los campos broten amorosos, tras una cópula divina. A pesar de la escasa lluvia, la naturaleza presurosa se las apaña para traernos primavera, verdura, esplendor, y un poco de alegría en forma de tarde soleada.

¿Quién podría estar triste mientras la luz templada te acaricia y la brisa suave te acuna? Ah, ese olor a primavera que se zambulle dentro y nos inquieta, que comienza a fundir el hielo de las venas rojas.Los vientos de marzo arrastran por campos y ciudades deseos azarosos de vida como polen amenazante; por el aire se transmite el frenesí de las mariposas que no saben dónde posarse.

Días como estos te ponen la cabeza loca: mil estímulos reclaman la atención a un tiempo, y no acertamos a decidir en cuál detenernos. La primavera gira imparable como un carrusel de colores múltiples, de agitación febril, de efervescencia vertiginosa. Y es en el mero movimiento, en la excitación estéril que no se posa en parte alguna donde radica la atracción por el abismo. Estas tardes de sol primerizas nos conducen hasta el borde mismo del enajenamiento.


Así andamos todos, atolondrados. Pero seguimos adelante porque hay algo en estos días tiernos, recién cocidos, que nos recuerda a los juegos interminables de la infancia. En medio de la confusión, del horno maternal fluye un raro sosiego. Olfateamos la confianza en que una sucesión de días idénticos nos aguarda, y nos perfumamos con la convicción de que en ellos será sencillo vivir, amar, gozar.

Por eso, aún en medio de la vorágine primaveral, atinamos a lanzar nuestras flechas y nos atrevemos con dianas móviles, persuadidos de poder acertar en el centro mismo de nuestros corazones. En realidad no podemos resistir el movimiento que nos empuja con fuerza centrífuga, no somos capaces de frenar el carrusel. Nos montamos en la primavera carnívora como sobre un potro indómito, nos disponemos a cabalgar en el caballo hasta que escape del círculo maquinal del tiovivo y sienta qué es la libertad.


Después llega el invierno, y de nuevo nos refugiaremos en nuestras casas y echaremos la llave a los arcones, temerosos tanto del dolor como del placer que la libertad inflinge. Pero mientras tanto disfrutemos alocados, gocemos, vivamos, persigamos al galope el amor y la libertad. Todos formamos parte del mismo ímpetu febril, dados de la mano bailamos en corro. Juntos nos movemos, giramos, volamos. En el entusiasmo colectivo solo sentimos el ardor y la fiebre, la adrenalina impide medir el alcance de las heridas, deliramos juntos en la creencia de que nuestro corazón caerá en blando: la primavera lo acogerá entre sus amplias carnes. Marzo ha acabado con los pocos sobrios que podrían delatar a los borrachos infractores.


Llueve una nube apenas, y el campo muestra orgulloso su pecho verde. ¿Cuántas gotas necesitamos nosotros para desprendernos de las mantas asfixiantes, para retirarnos del fuego que nos provoca cabritillas en las piernas, para deshacernos del nido de hielo que se vuelve agua en el tejado, para decidirnos a vestir de colores frescos y abrir la puerta al riesgo? No es fácil salir afuera para los que saben de las mentiras del deshielo, para los que han embalado su corazón con la cinta marrón de los aeropuertos. Unos recuerdan inviernos eternos, otros conservan la memoria de veranos que les abrasaron la vista.

¿Es posible tirar la puerta abajo, romper el candado de las siete llaves, salir afuera y olvidar, acaso aferrarse a una memoria nueva o puede que vacía? ¿Podrá sentirse el ardor de marzo con la misma furia que en los años de la juventud? Quizá deberíamos hacer como los jóvenes enamorados del ánfora de Keats, permanecer para siempre petrificados en el tiempo antes del momento de la pasión, antes del estallido de la primavera, de forma que el amor no perezca, no caduque ni se marchite. Una manzana verde ácida para siempre aferrada a un árbol.


Pero quién podría resistirse a la llamada del amor ácido, de la locura verde, del delirio fresco. Parece que llaman a la puerta, tocan la aldaba, y es un viento mágico. Vendrá la vida de nuevo, como las hierbas brotan sin necesidad de excusa año tras año, como los caballos del carrusel vuelan alborotados cada marzo. Salgo a la puerta con las manos vacías, el pelo suelto, las pulseras nuevas sobre el vestido ligero. Trae la primavera como siempre la inflamación y el rapto.


Los enamorados ignorantes siguieron adelante, devoraron ávidos la manzana verde, y luego trataron de volver al jardín prohibido, y ya no pudieron encontrarlo. Acorralados por el hambre, arrancaron por igual hierbas venenosas y frutos sensuales. De todos probaron, y todos rechazaron. Desaparecieron dolor y placer mortales. Abandonados a su suerte, condenados a avanzar sin remedio, arrastrados por el espacio y el tiempo fuera de su vasija protectora, conocieron otras heridas de las que no morían, goces que no los elevaban sobre la tierra parda. Encontraron finalmente cobijo bajo un árbol famélico.


Supieron de la ceguera del verano que abrasa, y de la quemazón del invierno helado. Se abrazaron fuerte y comieron gusanos. Una noche la tormenta rugió desatada, y del árbol cayeron miles de manzanas como rayos ácidos. En el pueblo vecino se oyó el estruendo, y de mañana temprano acudieron los lugareños al rescate. Encontraron a los amantes sepultados bajo el manto verde, y aún alcanzaron a oír los últimos latidos de un único corazón de manzana.


Si os acercáis por la villa, podréis admirar los antiguos corazones rojos convertidos para siempre en fruta esmeralda tras los cristales de una vitrina sucia. Se conserva la reliquia en la iglesia vieja, y hay quien dice que en las tardes soleadas de primavera del corazón destila el néctar como lágrimas agridulces. Cuenta la leyenda que, si tienes la fortuna de apresar un poco de este líquido en un frasco, los jóvenes amantes regresarán para retozar sin fin en su ánfora.

Pero has de saber, desventurado u osado lector que en el vértigo de esta tarde de primavera crees poder escapar a tu suerte mortal, que el precio es alto y las condiciones estrictas. Debes huir con tu frasco al galope en el aire alocado de marzo, tendrás que escapar más aprisa que la primavera demencial, ser más veloz que el amor consumado, beber el jugo raudo como las manzanas que se desploman desde los árboles. De lo contrario, como siempre ocurre sobre esta tierra parda, solo fugazmente enverdecida, probarás el fruto ácido de la primavera, y te condenarás al invierno eterno.



 Fair youth, beneath the trees, thou canst not leave
Thy song, nor ever can those trees be bare;
Bold Lover, never, never canst thou kiss,
Though winning near the goal—yet, do not grieve;
She cannot fade, though thou hast not thy bliss,
For ever wilt thou love, and she be fair!

John Keats

Dibujos: CRLS
Tratamiento de imágenes: Lc

1 comentario:

  1. Un cuento precioso.

    Un trabajo para valorar, el de Lucía: Me presenta un borrador de la idea, y realizo los bocetos que van perfilando sus letras.

    De veinticinco dibujos (esta vez con rotuladores y ceras), ha seleccionado ocho, que luego ha tratado digitalmente, multiplicando su belleza.

    Un placer de colaboración.

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