Nosotros no somos racistas, pero queremos que se vayan y que no vuelvan más
El telediario es el fast food de las noticias. Noticia tras noticia, sólo unas pocas relevantes, todas resueltas en un par de pinceladas. Apenas se ofrecen unos cuantos datos, insuficientes para interpretar lo que te están diciendo (a veces ni siquiera te da para entender lo que te cuentan). Demasiada grasa, y mucha escasez de nutrientes. Con anemia mental vamos a acabar todos.
¿Y cuando te cuentan una historia o un problema, te dejan intrigado, preocupado, removido por dentro o simplemente con curiosidad, y después nada se vuelve a saber de la noticia y de sus protagonistas? Y tú te acuerdas de vez en cuando, como de viejos conocidos con los que se ha perdido el contacto: qué habrá sido de ellos, qué tal les irá, habrán salido adelante, cómo irán de lo suyo.
Estos días se ha hablado de los negros de Rosarno, un pueblo de Italia donde los han echado a todos a palos, a patada limpia.
Me pongo a escribir porque no logro entenderlo. No logro entender cómo seguimos aquí todos de brazos cruzados, cómo apenas se ha mencionado un par de veces el incidente en los periódicos, cómo los hemos abandonado a su suerte. Cómo permanecemos indiferentes.
Porque no son unos pobres negritos muriéndose en África, donde nuestras conciencias han resuelto no llegar, parapetadas tras la distancia infinita de los 14 kilómetros del Estrecho de Gibraltar. Se nos han metido en Europa, los tenemos aquí mismo, y aun así seguimos optando por no mirar. ¿Nos tendrán que poner uno a nuestra puerta, colocárnoslo en la mesilla de noche?
Claro, que quizá es mejor que se mantengan lejos, no sólo es que los metamos debajo de la alfombra, es que podemos echarlos a la sopa, tentarles con el veneno que nos ha sobrado de los topillos, colgarlos o arrojarlos en un saco al río como antes se hacía con los perros. Pero mejor nos lo ahorramos, basta con sacarles los dientes, hacerles sentir que no son bienvenidos, y ya se darán cuenta ellos solos que aquí no los queremos, que tienen que marcharse. Es mucho mejor si no tenemos que mancharnos las manos.
Aunque siempre alguien tendrá que hacer el trabajo sucio. Así que podemos declarar a los italianos los héroes de Europa. Por lo bajini en público, un poco más alto en los bares, y ya a grito pelado en nuestro hogar, más seguro y fuerte que nunca.
Mi padre ya había nacido, y millones de judíos seguían muriendo en las cámaras de gas. La idea misma del holocausto no deja nunca de sorprenderme. Que a los judíos no se les hacía la vida imposible primero y se les exterminaba después en tiempos remotos, que no es una barbarie de siglos pasados, que no es un acto de gente ignorante: que caían como moscas a los pies de la generación de mis abuelos, unos pocos años atrás.
Hoy son otras moscas las que mueren de los mismos manotazos, y siguen amontonándose a nuestros pies. Pienso que dentro de unos pocos siglos hablar de la inmigración de África, de seres humanos dejándose la vida en el drama de las pateras, de nuestra indiferencia o aun abierta hostilidad, será como referirnos ahora a la existencia de la esclavitud. Y los relatos de su pobre vida y de las injusticias que cometimos nos impactarán como si leyéramos hoy de nuevo la historia de Kunta Kintie, haciéndose sus necesidades encima mientras viajaba de pie atado con el resto de esclavos en el fondo del barco.
Hoy echan los italianos a los negros de su pueblo. Y los echamos nosotros cada día, unos con los comentarios racistas que se oyen cotidianamente entre gente de bien, clase media, con educación. Los negros, ya se sabe, no se integran. Otros con su silencio ante estos comentarios. Con el terrible y culpable silencio de los borregos.
Ahí van unas perlas:
Medio centenar de vecinos armados con palos, bastones y bidones de gasolina están apostados en las cercanías de una antigua fábrica abandonada, y han manifestado su intención de no moverse del lugar hasta que no se hayan ido todos los inmigrantes.
En esa fábrica se hacinaban los 2.500 inmigrantes, que estaban contratados para recolectar naranjas en Rosarno. Sus condiciones de vida eran muy precarias, sin luz ni agua corriente, y con tan solo seis retretes químicos.
"Hay una escuela enfrente. Los niños veían a esos negros haciendo sus necesidades delante de sus narices, y eso no se puede consentir".
"Claro que me voy. Nos vamos todos porque si nos quedamos nos matan. Están disparando contra nosotros. Por no hablar de las palizas, de los insultos... Nos llaman esclavos, negros, animales, camellos, perros. Y encima mira en qué condiciones vivimos".
"Nosotros no somos racistas, pero queremos que se vayan y que no vuelvan más".
El ministro del Interior, Roberto Maroni, dijo que el Gobierno había "resuelto brillantemente el problema de orden público" y dio las gracias a la policía por organizar el éxodo "de un modo ejemplar".
De todas estas barbaridades, la que más me impacta es la de que no se puede consentir que los niños vean a los negros haciendo sus necesidades. O sea, que se puede consentir que vivan en condiciones infrahumanas, pero no que nuestros inocentes niños tengan que verlo.
Parece absurdo que tenga que venir nadie a separar el bien del mal, a contarnos que los negros son seres humanos. ¡Pero es que aunque parezca increíble la gente parezca no tener ni idea¡ ¡Nosotros, borregos, los más ignorantes de todos! Las palabras del Papa no dejan de resultarme blandas, pero por lo menos parece que alguien no ha perdido la cordura:
"Un inmigrante es un ser humano que se diferencia sólo por su lugar de origen, su cultura y su tradición.
El inmigrante es una persona a la que hay que respetar, con sus derechos y responsabilidades, y debe respetársela especialmente en el ámbito del trabajo, donde existe la tentación de explotarle".
¿Volverán a acordarse de los negros en las noticias? ¿O se pudrirán todos sin que nosotros lleguemos a verlo?
Pues que sepas que yo no había escuchado nada de todo esto, primera noticia.
ResponderEliminarLe he preguntado a mi padre y dice que le suena, pero no sabe muy bien de qué va el tema.
Increíble.
Me hace sentir fatal.