jueves, 5 de noviembre de 2009

Y los sueños, sueños son

Dormí bastante mal, tuve pesadillas en las últimas horas de sueño. Soñé que estaba por aquí haciendo cosas, y de pronto me di cuenta de que tenía que ir a dar clases. Me volví loca buscando el horario, porque no sabía bien en qué día vivía. Pero sí, parece que tenía que dar clase, y que ya llegaba muy tarde. Mis primeros pensamientos: ¡los niños estarán solos! Luego intenté convencer a una tía mía para que llamara diciendo que estaba mala, pero como no estaba por la labor, cogí el coche para intentar ir a la ciudad. Nada, el coche iba muy lento y no llegaba a ninguna parte. Me llamó una amiga para que la llevara a la ciudad, pero la mandé a paseo porque bastante prisa tenía yo ya. Luego salía yo conduciendo una motocicleta, pero por más que pisaba el acelerador (um, ¿tienen acelerador las motocicletas?) aquello no avanzaba mucho que digamos.

Parece ser que al final llegué. Y aquí surge otra de las grandes preocupaciones: ¡y yo sin la clase preparada! Bueno, abriremos el libro y algo haremos.

Eran unos pocos niños, de 10 u 11 años, absolutamente manejables por tanto. Y sin embargo no querían abrir el aburrido libro de ejercicios. En esto que entra la supervisora por la puerta, pues como no querían trabajar estaban en cambio hablando y haciendo ruido. ¡Menos mal que al menos estaban sentados y no colgados de la lámpara, por lo que la supervisora salió con cara de pocos amigos pero sin reprochar nada!

Cuento esto primero porque es mi blog y cuento lo que me da la gana. Tengo yo esta amiga que cuando estábamos en el internado y quería yo contar los sueños a la hora del desayuno siempre me decía que me callara. Afortunadamente ahora la tecnología acude en mi auxilio.

Pero lo cuento porque el sueño saca a la luz los miedos de toda profesora: no llegar a los alumnos, no conectar con ellos, que todo se vaya de las manos. Y una vez que se cruza la línea del viva la pepa, es muy difícil volver atrás.

Ahora me dedico a estudiar para poder cumplir mi objetivo de estar algún día frente a una clase con todos los derechos que el estado me otorga. Pero por debajo siempre yace la inquietud de que todo el esfuerzo sea en vano, de llegar al aula y no poder disfrutar enseñando.

Porque de eso se trata, de disfrutar enseñando, de aprender con ellos, de ilusionarse por encontrar nuevos materiales que lleguen a los alumnos y que les hagan reflexionar, de sacarlos de la zona a la que están acostumbrados, de despertarles la curiosidad por ir más allá.

Pero todo esto es muy ambicioso. En mi experiencia básicamente definiría dar clase como un continuo reajuste. Intentar algo, si sale mal ver por qué, y tratar de hacerlo mejor la próxima vez.

Agotador, especialmente cuando el fuerte de una no es la autoconfianza. En fin, lo que tengo claro es que a dar clase sólo se aprende dando clase, así que estoy como loca por poder empezar a aprender de la experiencia. Quién sabe, quizá dentro de 10, 15 años me habré convertido en una buena profesora. Eso sí, si no desfallezco en el camino.

2 comentarios:

  1. Ánimo chatina, que tu puedes con eso y mucho más.

    Carlos

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  2. luci cariño, como lo plasmas!!
    muaaaaaaaaaaac

    jemita

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