lunes, 2 de noviembre de 2009

Recobrando fuerzas en el restaurante de Juanjo

Cuando saco por las tardes el coche del garaje en Salamanca, bajo a 10 por hora por la calle peatonal. Entonces siempre, en el local de la esquina, veo al dueño del bar vestido impecablemente de profesional de la hostelería, tras la barra del restaurante vacío.

El hombre, recto y elegante se estira dentro de su uniforme. El local está impoluto, todo ha quedado en orden y dispuesto para atender a los clientes. El dueño se coloca tras la barra como un músico esperando que el director le dé la señal con la batuta, espera al cliente como un torero a la puerta de toriles. El cuerpo congelado el movimiento, la vista fija en la puerta, la pose de profesional al que no pueden sorprender en un renuncio.

Y así cada tarde. El hombre incansable esperando durante horas la posible llegada de un eventual cliente que dé vida al restaurante, que lo ilumine durante un tiempo como esas velas en las iglesias que funcionan con monedas, que le dé la vuelta al negocio como cuando manejamos una de esas urnas de cristal con casitas de montaña dentro sobre las que cae la nieve al voltear la bola.

El pasado domingo, después de una noche agotadora, por fin entré en el restaurante de Juanjo. Entramos y echamos la moneda, dimos la vuelta a la bola, el local se iluminó, se encendió, explotó, la nieve caía y el bar cobraba un aspecto nuevo, se ponía en marcha, relucía en todo su esplendor.

Como un resorte se puso el profesional en movimiento, se le abrió la sonrisa, le explotaba en la cara, ya nos estaba cantando los platos de la carta. Alubias hechas con mimo, sopa castellana casera, pescado a la plancha. Caían los nombres de los platos como los copos de nieve, con quietud y con la excitación que producen las primeras nevadas. Cantaba los platos, y era la comida de la abuela, las palabras de la abuela, la preocupación de las abuelas alimentando a la prole.

Así que ya sabéis, si os apetece comida casera y reconstituyente, un plato calentito ahora que se mete el invierno, y sobre todo un trato familiar y atento, pasaos por donde Juanjo, en la plaza de la Reina.

Además de comer como dios manda, evitaréis las cadenas de producción en serie, y sobre todo activaréis durante unos minutos la luz en el local de Juanjo, que saldrá de detrás de la barra a daros su recibimiento y a realizar la función a la que dedica su vida, con honestidad y dedicación.

Para que no nos olvidemos que a veces las cosas más sencillas y auténticas las tenemos a la vuelta de la esquina.

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