lunes, 2 de noviembre de 2009

Democracia, o la indiferencia de la mayoría

“Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas, guardé silencio, porque yo no era comunista,
Cuando encarcelaron a los socialdemócratas, guardé silencio, porque yo no era socialdemócrata,
Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas, no protesté, porque yo no era sindicalista,
Cuando vinieron a buscar a los judíos, no protesté, porque yo no era judío,
Cuando vinieron a buscarme, no había nadie más que pudiera protestar.”
Martin Niemöller








Está claro que no hay discusión más estéril que aquella entre un aficionado y un antitaurino. Por eso me ha parecido la única posible la postura de Dragó: no discutir sobre los toros en sí sino sobre la posibilidad o no de legislar sobre el tema.

Pero su intento de debate no ha tenido tampoco mucho éxito: los antis han dicho que por supuesto que se puede legislar puesto que están protegiendo a los animales.

Quizá os podéis ahorrar el video, pues es lo de siempre. Y encima ponen de antitaurina a la Rahola, que es que pone de los nervios a cualquiera, sea de la opinión que sea. Esa tía es una histérica y una intrasigente, por lo que cualquier intento de debate con ella seguramente tenga mucha audiencia, pero intelectualmente da un juego muy escaso.

¿Y por qué todos los antitaurinos que salen en la tele atacan y se ufanan como si estuvieran en posesión de la verdad absoluta y los que no piensan como ellos son unos pobres ignorantes en el mejor de los casos, cuando no abiertamente unos salvajes e insensibles? Pues a mí que queréis que os diga, los que muestran actitudes agresivas e irrespetuosas me parece que son ellos, los antis de la tele y de las pancartas, que son aquellos que no sólo no le gustan los toros, sino que piensan que saben algo que no saben los demás y que por lo tanto tienen que ponerse a salvar la humanidad, y la animalidad, regulando a diestro y siniestro y estableciendo prohibiciones.

A mí todo esto me parece tremendo. Porque cada uno puede tener la opinión y los gustos que su carácter y su educación le marquen, pero de ahí a pensar que lo saben todo y por tanto pueden dictar a los demás qué hacer hay un trecho que me parece muy, muy gordo.

Ya conocemos de sobra los argumentos antitaurinos:
  • los toros son una tradición como lo era el circo romano, así que en este siglo XXI no se pueden mantener
  • los toros son tortura, son una barbarie, una crueldad
  • por ende los aficionados son gente insensible y cruel que no respeta a los animales
Y ya está, esto es lo que ven, todo lo que ven, y no pueden ver más allá. ¿Y qué hacemos nosotros, pegarnos cabezazos contra la pared? ¿Nos van a hacer callar, nos van a borrar del mapa? Lo que está claro es que jamás van a oír nuestra voz. De ahí que el debate sea estéril.

Como decía una de las antis del programa, resulta que Dragó no quería discutir el tema porque sabía que llevaba las de perder. Y efectivamente las llevaba, porque ¿qué se puede debatir cuándo no hay quien baje del burro de que los toros son una barbarie? Demanda una tertuliana: "¿Por qué no asumís que os gusta la tortura de los animales?"

Lo que pasa es que los tertulianos del programa ya se ponen a decir unas barbaridades que creo yo que insultan a la inteligencia de cualquiera. Dice uno que hasta tiene respeto por algunos de los que van a los toros, indicando que lo normal es que todos los que van a los toros no merecen respeto como personas.

Contesta un tertuliano que le parece una necedad, por obvio, que haya que defender que los taurinos pueden ser tan inteligentes y sensibles como los demás.

Pero ante los antis incluso nuestra dignidad está en entredicho. ¿Cómo vas a esperar entonces que puedan ver el espectáculo desde otra perspectiva? No digo que lo acepten ni que les guste, digo simplemente que puedan hacer un ejercicio de empatía, de ponerse en el lugar del otro, de oír más razones que las suyas. Porque yo puedo entender perfectamente su postura, pero a la vez comprendo la de otros. Sólo desde la comprensión me parece a mí que puede mantenerse un debate sobre cualquier cosa. ¿Cómo vas a discutir de aquello que no conoces?

Dice la Rahola que la votación es una oportunidad de dignificarnos como sociedad, de mejorar la sociedad y hacerla más sensible y caritativa. Dios de mi vida, ¿pensarán así todos los antitaurinos? ¿Pensarán que están luchando contra hordas de salvajes indignos e insensibles? Siguiendo esos razonamientos no me extraña que emprendan su cruzada.

Pero es que la realidad es mucho más compleja, y no me cabe en la cabeza que se pueda barrer toda discusión y análisis de la realidad en una simple votación, que se pueda jugar así con las ilusiones de los demás, que sea tan fácil acabar con todo.

Dice Luis Herrero: "No conozco  a nadie antitaurino que entienda lo que son los toros, que tenga ni la más repajolera idea de lo que son".

Ante lo que contesta la Rahola toda fresca y convencida: "Ni la pienso tener. ¿Quieres que te lo diga más claro? No pienso dedicarme a entender una barbaridad como esa".

Pide otro tertuliano que los políticos hagan un ejercicio de racionalidad y voten a favor de la prohibición. Le contesta otro, Melchor Miralles, que no está especialmente interesado por las corridas pero que dice sentirse aterrado por este recorte de libertades, que lo racional no es sólo lo que coincide con su manera de pensar.

Ahí va la Rahola y suelta en una defensa de su postura: "Sois minoría". Pues claro que somos minoría, también son minoría los que van a la ópera o los que leen libros, por qué va a interesar lo mismo a todo el mundo.

Y ahora resulta que las minorías no tienen derechos porque no coinciden con las ideas que Pilar Rahola, la salvadora del mundo, la adalid de la dignidad humana, tiene a bien tener, o más bien no tener. Porque a ella no le hace falta tener conocimiento para juzgar, le vale con sus pasiones.

Salga el resultado que salga, y yo soy optimista, lo que me aterra es el recorte de las libertades, la falta de un debate serio, el peligro en el que se encuentran las minorías en esta democracia que tengo entendido nació para protegerlas de la indiferencia de la terrible, moralista mayoría.

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