sábado, 21 de noviembre de 2009

En la pelu (para todo lo demás, Mastercard)


Hoy era mi día libre. La cabeza no me daba para más. Ni para más intento de estudio, ni para hacer nada decente con ella. Quizá tampoco indecente.  Desde hace un mes venía recurriendo a todo tipo de diademas, pañuelos e inventos varios para disimular el hecho de que no había quien pudiera con ella.

Y ya se sabe que según la ciencia moderna el cuerpo y la mente forman un todo indisoluble. Así que en aras de un mayor rendimiento en mi vida intelectual, hoy, sábado por la mañana, tenía una cita ineludible con mi peluquera.

En mi peluquera se puede confiar. Ella te dice, "ya me encargaré yo de que no tengas mal el pelo", y entonces una se relaja, se repachinga en el sillón, y se deja hacer. Dos, tres horas que podrían parecer un suplicio, una pérdida de tiempo, y que sin embargo se convierten en un oasis, dos horas de no pensar, de que otros se ocupen de ti.

Aunque al final salgas con el pelo naranja, compartiendo tonos con mi amiga la Rahola. Pero total, en unos años, todos calvos.

Yo siempre he ido a la peluquería un poco de espectadora. Ves como el resto de clientas se enfrascan en entretenidas conversaciones con sus respectivas peluqueras, y yo como mucho hojeando la revista del corazón de hace tres semanas.

Pero hoy he ido a la peluquería dispuesta a integrarme, a ser una más, a pasar por el rito de iniciación que toda mujer debe superar para ser una mujer de verdad, en la que se pueda confiar una conversación y a la que se la escuche. Además, que era mi día libre, qué porras, y es una de las contadas opciones que me quedan para socializarme tras pasar una semana de reclusión.

Así que a socializarse se ha dicho. Entro pisando fuerte, una mujer segura de sí misma, dispuesta a contar el rollo de su vida aunque no le interese a nadie, preparada para escuchar los comentarios vanos de los peluqueros aunque me importen un pimiento, mentalizada hasta para meterme en las conversaciones del resto de clientas, y armada con desfachatez y egocentrismo para imponer mi comentario por encima de los demás, para luchar por que sea mi voz la que se oiga y mi vida la que se comente.

Bueno, por intentarlo no ha quedado. Ya sé cómo se llama mi peluquera, y no tengo que buscarla tratando de describirla (pues no sé, así, ni alta ni baja, ni gorda ni flaca, así, morena, con un mechón de color- ¡como si hubiera alguna peluquera sin un mechón de color suelta por el mundo!). Además, ella ya sabe dónde vivo yo, y hasta a qué me dedico. Sabe cómo me peino por las mañanas, y hemos debatido un remolino que se ha empeñado que tengo en el flequillo.

Lo único que mi peluquera me ha salido discreta, quizá por eso inconscientemente la elegí. ¡Sólo me tocó un día la del pelo amarillo pato, y desde entonces decidí hacerme snob y decir que o mi peluquera, o nadie me toca un pelo!

Pero en fin, mi peluquera puede que entienda mi pelo, pero no me valía demasiado para mis nuevos propósitos y actitud ante la vida. Así que, ya entrada en materia, lanzada y ebria en mi atrevimiento, puse la oreja en la conversación de al lado. Y efectivamente socializarse es mano de santo para dolencias varias, entre otras el dolor de pies, y quiero compartir este descubrimiento con todas vosotras.

Por lo visto, cuando te duelen mucho los pies, por los tacones, por ejemplo en una boda, te das NOLOTIL en ampollas, no te lo tragas, que será mala combinación con la barra libre, sino que te refriegas el contenido de las ampollas por los pies, "como es líquido"... Se lo dijo a la chica su hermana, y se nota eh. No sé si se lo dará hoy, que tiene una cena con la peluquera y otra que se ha lavado la cabeza junto a mí, lo cual también une mucho. Me sé hasta cómo va el embarazo de su vecina... ¿Significará esto que también me he unido a esta vecina?

En fin, hay todavía otro gran descubrimiento del que me gustaría haceros partícipes. A la clienta de dos sillones más allá se le ocurrió comentarle al peluquero que Llongueras era una marca muy buena. El tío se tiró veinte minutos lavándole el pelo para poder lanzarle en chorro todo lo que pensaba de Llongueras, de los productos que anuncian en la tele y de los champús de supermercado. Parece ser que en otros países meten en la cárcel por vender Farmatint, y en cambio aquí lo encuentras en la farmacia. Pero ya se sabe que aquí somos diferentes, y así nos va.

Yo desde luego me aprendí muy bien la teoría, y decidí poner mis nuevos conocimientos en práctica, como mujer proactiva que soy. El resultado de mi incursión en el mundo peluqueril ha sido el siguiente: 16 euros en  un cepillo especial para el presunto remolino de mi flequillo, más champús varios, cuyo precio no voy a revelar. Pero no os preocupéis por mi economía: es un champú tan bueno que con una nuez de nada ya me limpia todo el pelo. Y mantiene el color vivo e intacto de mis mechas naranjas. Y eso, queridas amigas, no tiene precio.

7 comentarios:

  1. toma! un anónimo y encima para no comentar nada. La pera!!

    ResponderEliminar
  2. Me recuerdas a "VENUS, SALÓN DE BELLEZA".
    dOÑA cHAMPUE!!!!

    ResponderEliminar
  3. ¡Ese era el título del q no podía acordarme!! Lo quería para la foto!

    ResponderEliminar
  4. pero solo m salia en internet "el marido de la peluquera", y claro, no era plan, je je
    T acuerdas de lo q llovía aquel día al salir del cine?

    ResponderEliminar
  5. jajajaja, que bueno luci,a mi me pasa tb un poco lo mismo pero aun no he conseguido integrarme del todo (como no tengo tiempo no voy casi nunca y claro se pierde la conexion...),lo que si tengo claro es que lo disfruto como 2 o 3 horas de relax, de abstracción del mundo, de no pensar,de solo sentir.....

    jemita

    ResponderEliminar
  6. pues a ir más a menudo, que nosotras lo valemos... y cuando vengas a verme te voy a llevar un spa en la sierra q nos van a dejar como nuevas...

    ResponderEliminar