Hoy ha sido mi día libre, un miércoles cada dos semanas. Lo he pasado tratando de estar calentita en casa porque me encuentro un poco mala. Pues bien, me levanto, me pongo a limpiar, y a la hora, ¡el agua caliente que no sale¡ ¡Y la calefacción que no funciona¡
Ay, que esto ya nos pasó otra vez, y tardaron una semana en arreglarlo. Mandamos un mensaje a la china para que se pusiera "inmediatamente" en contacto con la agencia. Haciendo los debidos cálculos, llegamos a la conclusión de que no contactaría con ellos antes de mañana. Entonces se pondría en marcha la operación inoperancia por parte de la agencia. Puedo decir y digo que la agencia a la que la china contrata el piso que a su vez nos subcontrata se ríe de la china en sus narices, a buen seguro por ser china, joven y pava. Y de rebote, en las nuestras.
Después de sufrir la operación arreglo del calefactor el mes pasado, nos enfrentamos a la ardua tarea de conseguir una llave para el portal, pues nos veníamos apañando con una para las dos. El hecho de compartir llave y por tanto estar al tanto de los horarios respectivos, y de ser capaces de dejarlo todo en el momento en que la otra decía ven, seguramente ha desempeñado un papel fundamental a la hora de estrechar lazos entre dos perfectas desconocidas, unidas solamente por una lengua común y un vivir a la pata la llana.
Pero consideramos que llegó el momento de poner a prueba nuestra relación y comprobar si resistía al hecho de llevar llaves separadas. Había llegado el momento porque juntas habíamos ido librando una batalla tras otra a la conquista de esta casa es una ruina. Primero fue el ruido, pero la gente que se reúne los lunes de madrugada bajo nuestras ventanas no fue capaz de disuadirnos de cambiar nuestro lugar de asentamiento. Tampoco las campanas de la iglesia vecina que tocan los fines de semana desde las 9 de la mañana en horario ininterrumpido. Al mismo tiempo el acceso a internet nos fue denegado. Lo pusimos inmediatamente en conocimiento de la casera, quien a su vez traspasó el problema al odiado chino que cada vez que lo veo o huelo literalmente me da un bajón de tensión. El odiado chino dijo que era un problema de la línea y que ya lo había puesto a su vez en conocimiento de la compañía. Una semana después seguíamos igual. (Al final la china confesó que es que el inútil no había pagado la factura. Aunque el problema llegó a solucionarse, yo mantengo una relación de encendido apagado con mi ordenador. A todos los interesados les remito al sketch humorístico de La Muchachada Nui basado enteramente en mi hecho real particular. La conexión se va y como se va viene, sin apiadarse de las trescientas veces que entre medias apago el ordenador enciendo el ordenador apago el ordenador enciendo el ordenador apago el ordenador). Al mismo tiempo nos faltaban los enseres básicos para la casa, incluido el mobiliario. Inmediatemente lo pusimos en conocimiento de la casera, quien rauda resolvió el asunto proporciónandome un armario consistente en una barra de la que se cuelgan las perchas. El número, peso y proporción de cosas a colgar de las perchas tiene que ser ponderado cuidadosamente de forma que las ruedas no casquen, la barra no ceda, el presunto armario no se incline peligrosamente hacia un lado u otro. Con esto y un bizcocho, pensó la casera, apaño yo a estas dos. Así que desde ese momento el libro de páginas del Argos se convirtió en mi libro de cabecera. Noche tras noche buceaba en sus 1798 páginas para encontrar la percha que colgar detrás de la puerta para poder colgar todo lo que no cabía en el presunto armario, para encontrar el colgador de radiador donde poder tender mi ropa, para hacerme con el flexo que me permitiría conservar mi vista (lo que seguramente mi santa encontrará sabio), para rastrear la tostadora más barata, la plancha más económica del mercado, los edredones con mejor relación estampado-precio, la cajonera de 60 centímetros que entrara bajo mi mesa modelo comedor y que fuera... ¿cuál de las 3 bes voy a emplear?... ¿buena, bonita, barata? ¡Bingo! Buena efectivamente no ha salido, porque venía con esas ruedas de serie gemelas de las del presunto armario y contra las cuales voy a dirigir mi próxima campaña (otros se dedican a salvar el mundo, mi tarea es más humilde pero no por ello menos necesaria); lo de bonita daba igual que para eso medía los 60 cm requeridos para caber debajo de la mesa.
Argos es una tienda donde eliges el artículo en el catálogo, apuntas el número, y te lo sirven en un mostrador. O sea, que los objetos vienen a ser sorpresa. Inmediatamente desarrollé la habilidad para localizar los artículos equivalentes a los de dicho catálogo en el Wilkinson, en su versión carne y hueso e increíblemente aún más económica. Voy a abrir un grupo en el Facebook de fans del Wilkinson. En sucesivas incursiones he mercao un juego de tres bandejas por 1.50 libras (oferta especial mitad de precio), un juego de 6 o 7 cazos y sartenes por 8 libras que el árabe se encargó de cargarse el primer día que lo dejamos solo (solo doy gracias de que la sartén de hacer tortillas de patatas de Cristina se librara del envite, porque sino la paz no podría haber vuelto jamás a nuestro pequeño reino), los candados y cerraduras para nuestras puertas de las habitaciones que tuvieron que ser fijados con puntas, el destornillador para tratar de fijar los tornillos del pomo suelto de mi puerta (aunque al final la operación resultó ser más complicada y hubo que cambiar los tornillos por otros más largos), así como la mesita baja que utilizamos en nuestro pasillo-comedor.
También en el Wilkinson se dirimió la batalla final en la lucha con las cortinas. Una batalla que finalmente también, y contra todo pronóstico, acabé ganando. Todo empezó porque tenía unos cortinones colgados de una cuerda naranja toda combada porque no daba para sujetarlos. El riel se había roto y alguien decidió tirar por la calle de en medio. Pero yo no iba a conformarme tan fácilmente. El punto álgido de mi decepción con la casa fue cuando caí en la cuenta de que la parte de atrás que faltaba en la cochambrosa cómoda, la parte que taparía la cajonera por detrás, estaba colgada con puntas encima de la puerta de un armario que hay en mi habitación donde un ser inteligente decidió que en lugar de ropa se iba a colocar el calentador del agua (aunque ahora que lo pienso, quizá esa era su función originaria, teniendo en cuenta que mi habitación es el salón, por lo que también tiene una ventana comunicando con la cocina, que ha quedado debidamente clausurada con un mapa de Londres). Pero como digo, me crecí ante el castigo de la cómoda sin parte de atrás, y decidí coger el toro por los cuernos: arreglaría las cortinas. Dicho y hecho, abrí la sección correpondiente en mi catálogo de autoayuda, o guía para la vida, o enciclopedia que reúne todo el saber posible y necesario, y me puse manos a la obra: comparé en el catálogo arguiano sistemas, cierres, enganches, materiales, medidas y precios. En estas que vino mi príncipe salvador y se ofreció a arreglarme las cortinas. Sí, sí, Jess la casera lo dejó en manos del chino odioso que tiene por apaño, y que desde esa actuación estelar pasó a ser más conocido como el mayor inútil del planeta tierra. Mi caballero andante se presentó ante mi puerta pertrechado con un riel que no le llegaba a mi ventana victoriana ni para el hueco de una muela, y... ¡con nada más! ¿Pero este tío imbécil cómo espera colgar nada si no tiene herramientas? ¡Que se necesita un taladro, que lo pone bien claro, hombre¡ Bueno, pues cuando lo veo que se ha subido a mi mesita baja del pasillo-comedor para coger la caja de herramientas del armarito de la cocina (o sea una caja de cartón con un martillo y cuatro puntos) con zapatos y todo (mi pobre pequeña mesa, delicada como la flor del Principito), para aprovisionarse de su paupérrima mercancía. En la siguiente escena aparece dando saltos en mi cama, tratando de llegar a lo alto de la ventana (es muy bajito), para clavar las puntas, dios sabe con qué finalidad. Después de destrozar la ventana con la punta ominosa, resulta que la finalidad era, ejem, colgar el riel. Como el plan A no funcionó, pasó al plan B, que consistió en tratar de recolocar la cuerda naranja que previamente había arrancado. Antes de que pasara al plan C, decidí que ya era suficiente y con toda la firmeza que mi estupefacción y mala leche me permitieron les conminé a dejar de pegar saltos en mi cama (ahora la china se había sumado a la acción) y a marcharse como habían venido. Pero no, me dejaron aquí el riel, ocupando sitio en mi pasillo-comedor.
En fin, la solución final fue tan fácil como ir al Wilkinson, comprar una barra que se ajusta al marco interno de la ventana sin necesidad de herramientas, y comprar unas cortinas ligeras que soportaran el peso de la endeble barra, lo que significa que entra la luz por ellas y q no se pueden correr porque si no se cae la barra. Entre la luz que entra por las cortinas y la de la ventana de mi habitación que da a la cocina, la vida me da mi preciado antifaz. Pero lo mismo da, yo me apunto el tanto.
Antes de explicaros cómo conseguimos finalmente la llave del portal cinco o seis semanas después de mudarnos, quiero tener un recuerdo muy especial para el producto estrella de mi casita: una mesa plegable que se ajusta perfectamente a las reducidas dimensiones de la cocina, y que feriamos en una charity shop o tienda de segunda mano donde la gente dona cosas que luego se venden con fines benéficos. No sé a quién beneficiarán las 10 libras que pagamos por nuestra mesa; sólo sé que a mí me hicieron la mujer más feliz del planeta. Para conseguir la mesa, hicimos varias incursiones a Boscombe, conocido como el barrio más chungo de la ciudad. Sin embargo, o por ello, yo me siento allí como pez en el agua. Se ve vida por las calles, gente en las terrazas: se ve que a la gente pobre o digamos simplemente inmigrantes o extranjeros les gusta más vivir en la calle, salir de casa, mezclarse los unos con los otros. Me encantan los sábados que voy al mercadillo, veo las bolsas sorpresa de fruta esparcidas por el suelo (por un par de libras, te puedes llevar toda la fruta que haya dentro), compro ricas fresas en pleno invierno, me paseo por las tiendas de 20 duros (bueno, aquí hay dos modalidades: la de todo a 1 pound, y la de todo a 0.99. Como veis, siempre hay clases, y Boscombe no iba a ser una excepción). Después podemos volver andando dando una gran caminata a lo largo de la playa hasta casa. Bien, nuestra primera incursión al mercado de muebles de segunda mano de Boscombe fue un reconocimiento de terreno. Comprobamos los precios prohibitivos del mobiliario en las diferentes tiendas (hay miles, todas juntas, vendiendo muebles de segunda mano), y finalmente vinimos a parar al escaparate de la charity shop. Allí estaba ella, la reconocimos inmediatamente. Ya era demasiado tarde, la tienda estaba cerrada, debíamos volver otro día a su rescate. ¿Estaría ella dispuesta a venirse con nosotras? No dormíamos por las noches esperando el gran día en que pudiéramos acudir a su encuentro, temerosas de que cualquier desalmado nos la hubiera levantado. Pero no, nuestra mesa nos fue fiel y leal, y nos vinimos las tres tan contentas en el autobús, contagiando nuestra alegría a nuestro alrededor, como prueba la pareja de ancianitos que no pararon de reir y sonreír en todo el trayecto, y es que sólo nos faltaba sacar el picnic o las cartas en el autobús y ponernos a merendar/jugar en nuestra linda mesita, que desde ese momento demostró haberse integrado perfectamente en su futuro hogar.
(Con esta historia me he enternecido toda. Esperad un momento que me voy a levantar y darle un beso. Vale, de tu parte también).
Y sí, señoras y señores, me voy acercando al momento llave. El día en el que no-firmamos-el-contrato (o sea, el día en el nos mudamos, porque contrato no hay), nos encontramos con la sorpresa de que sólo tenemos una llave del portal para las dos.Vale que no tengamos mesa, tendedero, lámpara, plancha y demás, pero ¿llave? ¡Cómo no vamos a tener llave, mujer de dios, en qué cabeza cabe¡ Al final nos debió de ver en la cara que por lo de la llave ya sí que no pasábamos, así que en ese mismo momento quedó inaugurada la batalla llave. El problema es que la llave no se puede copiar, que lo pone bien claro en la misma cabeza de la llave: "Do not copy". Llegaron a ofrecernos los chinos 100 libras si éramos capaces de copiarla. Le dijimos a la china que tratara de hablar con la agencia, pues era de cajón de madera de tabla que hacía falta otra llave, pero la china parecía reacia, dijo que en la agencia no le hacían más llaves. Ella esperaba toda pancha que fuéramos a compartir la llave, pues éramos amigas. No sé, será una cosa cultural, su concepto de la amistad. Fuimos a Boscombe, cómo no, a intentar copiarla, pero nos dijeron que hacía falta un permiso. No sé si dijo a letter o a card, pero en cualquier caso nosotras le dijimos a Jess que necesitaba una carta de la agencia. Pasaron una, dos, tres.... dejémoslo en varias semanas, de mensajes y llamadas continuas por nuestra parte (que alcanzaron el paroxismo cuando se juntaron en un mismo mensaje las quejas por la falta de calefacción, agua caliente, internet y llave. Ese día podría haber matado a cualquier pobre vieja que se me cruzara en el camino), que finalmente se tradujeron en Jess toda contenta y pegando saltitos anunciando que por fin tenía la carta de la agencia.
¿Iba a ser todo tan fácil? Obviamente, no; si quisiera las cosas fáciles me habría quedado en casa. Para contribuir al grado de desafío y reto que toda estancia fuera de casa demanda, el cerrajero denegó la petición de copia aduciendo que faltaba un número o que un número estaba mal, con Jess nunca se sabe cuál es la versión correcta. Nos dijo que iría a que la agencia subsanara el error y que vendría al día siguiente, martes. Bueno, pues era domingo y todavía no sabíamos nada de ella, pues no se había dignado contestar nuestros mensajes. El domingo, día de pago, nos suele avisar de a qué hora va a venir, pero este domingo en cuestión lo que pasó es que se presentó aquí el chino inefable. Que venía a cobrar claro, y a decir que la llave no la íbamos a tener, que era imposible y punto. Es un chino que viene y se posa donde le sale de ahí, por ejemplo tirándose en el sillón del pasillo aunque esté lleno de cosas, es un tío que le abres la puerta y cuando te quieres dar cuenta lo tienes en medio de tu habitación. Le dijimos que no habíamos ido a sacar el dinero (mentira) porque normalmente esperamos a que Jess nos avise de que va a venir, y como todavía estábamos esperando noticias suyas desde que el martes dijo que iba a venir, pues estábamos a la espera. Siguieron unos momentos dramáticos en los que pasó a discutirse el tema llave, el argumento estrella siendo que no la íbamos a tener y punto, y el chino venga a reírse. Después el chino se dedicó a hablar por teléfono en chino, a hablar en chino con otro amigo que había traído (y que el pobre no sabía dónde meterse), y a reírse. En chino también. Si no fuera por Josie, ahora mismo estaría odiando a los mil millones de chinos.
Yo no podía más. Entré en la cocina a beber agua a ver si me calmaba, porque me estaba poniendo enferma, allí plantado en medio de mi casa. Luego estratégicamente cogí posiciones para irlo empujando hacia la puerta. En este momento Cristina inesperadamente se levantó como un resorte y dijo muy seria, "tú, fuera de mi casa". El chino cutre pareció bajar del limbo ese donde está habitualmente instalado, y sólo acertó a balbucear, "yo no me voy de aquí sin el dinero", momento en el cual a mí se me hinchó la vena del cuello y me escuché de pronto gritando a mí misma, "are you FUCKING kidding me?", lo cual no sé como se traduce (podeis hacer los deberes vosotros mismos, kidding es tomar el pelo, lo de fucking lo doy por dado), seguido de una perorata sobre lo caradura y cobarde que era presentarse a por el dinero sin dar la cara por tenernos esperando desde el martes ni explicaciones por la llave, y que nosotras hacíamos las cosas con Jess, que era a la que le alquilábamos el piso. El chino se guardaba un as en la manga: que el día anterior Jess le había puesto el piso a su nombre por no sé qué problema con el pasaporte, creí entender. Aun noqueada por este golpe de efecto, y dado que la situación no parecía tener mucha salida, cogí el teléfono y llamé a Jess, casera nuestra o no, y quedé con ella para el día siguiente, lo que comuniqué al chino incompetente, que finalmente se marchó oyendo nuestro alegato de paz: que somos muy buenas y lo único que queremos es que las cosas se hagan bien.
Mientras tanto nos dedicamos a pensar qué número era ese que faltaba en la carta de la agencia, y a maquinar cómo conseguirlo. Tras una intensa búsqueda en internet, resulta que ese tipo de llaves requieren una tarjeta que parece una tarjeta de crédito con una serie de números, que por lo visto ha de tener el propietario. Mientras tanto, mi compañera dedicó sus esfuerzos a contactar cerrajeros via internet que le aconsejaran sobre cómo conseguir una llave.
Yo, queridos lectores, también me guardaba un as debajo de la manga: conocía la dirección de la agencia porque me había encontrado una carta por el piso. Así que, visto que la situación no se iba a solucionar, y consciente del absurdo de la película que se estaba montando a cuenta de algo tan simple y básico y que se encuentra en la declaración de los derechos humanos, como es el poder tener acceso a tu propia vivienda, decidí presentarme en la agencia. Quizá desde vuestra situación de propietarios de una llave, no podais haceros cargo de que esa noche no pude dormir a causa de los nervios. No por la excitación de poder alcanzar mi objetivo, sino por la preocupación de cuáles podrían ser los enemigos que iba a encontrarme en el camino. ¿Sería ilegal el que mi casera nos subarrendara el piso? ¿Sería ilegal que mi habitación fuera el salón? ¿No tendríamos derecho ninguno dado que no teníamos contrato?
Nuestros miedos de quedarnos sin hogar a cuenta de la llave eran tan grandes, que tuve que pedirle a una amiga que me acompañara. Al final Cristina también pudo venir, porque se suspendieron las clases en su colegio del bosque porque había viento o algo. Ay, qué terrible momento. ¿Debíamos decir la verdad sobre que no teníamos llave, o más bien mentir sobre que se nos había perdido? Al final, decidí ir sola y poner cara de buena, para no apabullar, así que armándome de valor me dirigí a la boca del lobo: allí estaba la causa de todos los males, pero también era el único sitio donde podíamos encontrar las palabras mágicas que abrieran nuestra puerta.
Me encontré con una secretaria que sin yo decirle nada, asumió que habíamos perdido la llave y que sin ningún empacho me abrió su corazón en un momento, dándome toda la información que me convertiría en más sabia y poderosa. Me dijo que la china sí que había estado allí varias veces, pero que el jefe (que en ese momento se encontraba fuera, a la puerta) pasaba de ella porque el jefe no se llevaba bien con el propietario del piso, un tal Álex, y entonces pasaba de llamarle. Ah.
Ya os dicho que la china es un poco pava y encima china, y no habla mucho inglés, así que no llegué a ver la cara del jefe pero podeis estar seguros de que me la imagino perfectamente. Un imbécil impotente, fijo.
La secretaria llamó delante de mí al Álex este, que resulta que no estaba, así que habló con su mujer, que no tenía ni idea de nada pero que se puso a buscar tarjetas y revolver papeles. Obviamente, no encontró nada, con lo que la agencia a través de esta trabajadora, que no del jefe, quedó en que se pondrían en contacto conmigo tan pronto como supieran algo.
La cara de la china cuando vino al piso por la tarde fue un poema al decirle yo que me había presentado en su agencia a resolver el problema. ¿Pero dónde, en mi agencia? Sí, sí, ahí mismo. El miércoles tenía que ir ella a la agencia a pagar así que quedamos en que preguntaría por cómo iba lo de la llave. Lo que nos dijo fue que los de la agencia habían dicho que no la iban a hacer, y que si se perdía una llave había que pagar 200 libras. (Vino acompañada del chino, a quien Cristina llamó maleducado, y Jess se unió y le leyó la cartilla al hombre).
Ay, ay, ay. Nuestro último cartucho era ir con la carta de la agencia (que Jess tardó otros cuantos días en traer) a un sitio que nos había indicado el cerrajero con el que contactó Cristina por internet. Allí nos presentamos, y el tío miró la carta, comprobó algo en un libro, y en un pis pas nos hizo la llave por 7 libras con una carta a nombre de una china.
No empezamos a dar rienda suelta a nuestra alegría hasta habernos alejado prudencialmente de la cerrajería, pues no queríamos levantar sospechas. Allí, dimos unos cuantos saltos. Aunque tengo que decir que mi alegría fue un tanto agridulce, pues el hecho de haber conseguido la llave por nuestros propios medios me privó de la ocasión de ir a cantarles las cuarenta a los de la agencia, y de prenderle fuego si fuera necesario.
Al llegar a casa con la llave en nuestras manos, ocurrió que el presunto armario se había venido abajo. Pero la lucha con la casa me ha convertido en una mujer de provecho, de armas tomar, que se crece ante las dificultades, que no ve los problemas sino las soluciones, con una mente práctica y decidida. Así que me dirigí a la presunta caja de herramientas, me pertreché con el celo baratucho, y apañé el armario. Apaño que, a dios gracias, se mantiene en pie hasta el día de hoy. (En este momento tengo que agradecer las enseñanzas de mi padre y Bauti, quienes con un cacho de cinta aislante arreglan lo que sea, incluido el sistema entero de tuberías si es necesario, y quisiera igualmente romper una lanza a favor de la cinta aislante negra o gris y de su pariente más humilde el celo baratucho, pues no han sido siempre bien comprendidos por mentes obtusas y cerradas al progreso como la de mi madre, que no han dudado en denostarlos e infravalorarlos una y otra vez, en una lucha denodada, sin tregua ni cuartel).
Como os decía, ayer (bueno, empecé diciendo hoy, pero la escritura de esta entrada se ha dilatado, menos mal que a cuenta del catarro me he tomado el día libre) se nos estropeó el agua caliente y la calefacción. Ya nos temíamos que estaríamos una semana empantanadas como la otra vez, pero por fortuna Cristina apareció con buenas noticias: ¡el gas de la cocina tampoco funciona! Buenas noticias, porque eso significa que el problema no era con el calentador. ¿Podéis imaginar con que era el problema? Tic tac, tic tac, tic tac... ¡Eureka! ¡Con el chino inútil que no había metido dinero para el gas!
Así que el paso siguiente fue esperar a que se presentara, quedamos a las 3, pero como a las 4 no había venido, tuvimos que salir, a comprar comida entre otras cosas, que no podíamos cocinar. A las mil llamó diciendo que había venido pero que no había nadie, y por fin volvió. Tiene que venir aquí porque por lo visto hay que venir a donde el contador del gas que está en el portal a meter el dinero, con una tarjeta. A las 6 se fue, el agua caliente vino poco después, no así la calefacción (y estábamos heladas, lo que no es la situación ideal teniendo en cuenta que estamos maluchas). De forma que me tiré una hora estudiando en internet el sistema de funcionamiento de un calentador. A la hora me sentí preparada para levantarme y darle al botón correspondiente, era el programador que estaba puesto para funcionar tres horas sí tres horas no. Había que darle al on.
Pero no creais que una vez solucionado este problema se acabaron nuestras desgracias. Al poco viene Cristina, que seguía erre que erre tratando de hacer las lentejas reconstituyentes que no pudo al mediodía debido a la falta de gas, desesperada porque no funcionaba el abrelatas (lentejas en lata, ya cocidas, a las que hay que añadir lo demás, patatas, verduras, y eso, chorizo no, que no tenemos, quien lo pillara). Pero ella también es una mujer de mundo y decidida, así que no me pregunteis cómo, pero esa noche comimos lentejas.