martes, 21 de octubre de 2008

Foreigners in someone else's land

La nueva casera es china parece ser, aunque a mí me parece más bien japonesa. Sí, definitivamente yo creo que es japonesa, me voy a fiar más de mi intuición y de mi conocimiento de la moda internacional que de la aseveración de mi compañero de piso árabe que no tiene mucho conocimiento de estilos de vestir y tampoco acaban de resultarme fiables sus fuentes de información, teniendo en cuenta que nos pide la nueva plancha maravillosa que hemos adquirido, comenta que no sale vapor, le contesta Cristina que tampoco podemos pedir mucho por las cuatro libras que ha costado, y el árabe en cuestión no hace el comentario subsiguiente, de "ah, ¿sólo cuatro pounds?". Sin embargo, sí lo hizo al cabo de un rato cuando Cristina volvió a comentar el precio de la plancha, y cuando al fin captó el significado reaccionó con la lógica y esperada sorpresa al darse cuenta, una vez más, de las compañeras de piso más apañadas que tiene.


Pero el que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Justo antes de mudarme, me llegó a la otra casa la tarjeta de débito (creo, espero, que efectivamente sea del tipo ese que no te deja pagar si no tienes dinero en ella) y el pin. La verdad que todavía no la había abierto ni nada, y ayer estaba buscando estas cartas del banco para probar mi dirección para apuntarme a la biblioteca (inciso para señalar que efectivamente en ninguna otra ciudad de España ni país del extranjero existe una biblioteca como la de la Casa de las Conchas) (y sí, les he dado la dirección antigua), y resulta que no aparecen por ningún lado. Realmente es una cosa extrañísima, porque por fin he convertido la habitación en un sitio habitable y ordenado, y no hay muchos sitios en nuestro pequeño hogar donde estas cartas se hayan metido. Será cualquier cosa, una razón tipo ovni, es decir, existe pero no sabemos cuál es. No tengo razones para pensar mal de nadie (y sí bastantes para desconfiar de mi proverbial despiste), y tampoco muchas para preocuparme, pues no he cobrado todavía. Y además, hemos quedado que es de estas en las que uno no se puede gastar lo que no tiene, ¿no?


Pero a lo que iba: al no encontrar la tarjeta, he ido al banco a pedir otra. Allí la señora de información seguía tan amable como lá última vez, lo que muestra que no se debe a que tuviera un mal día. Esa vez anterior necesitaba perentoriamente (mira qué palabra más chula, y me viene al pelo, la voy a usar que la pobre no sale del diccionario muy a menudo) abrir la cuenta, pero la tía se empeñó en que necesitaba no sé qué papel que desde luego era imposible que pudiera conseguir si no abría la cuenta del banco. Conclusión, que después de ponerme pesada porque no tuve más remedio, me miro con cara de maldita extranjera me estás poniendo dolor de cabeza con eso que me estás contando que no estoy tratando de entender lo más mínimo porque eres extranjera y seguro que no te enteras de nada. Ya por fin me mandó a que me hicieran la cuenta, donde una chica de lo más majo estuvo abriéndome la cuenta durante 45 minutos, y al mismo tiempo dándome conversación, seguramente porque forma parte de sus obligaciones el preguntarte por toda tu familia y tu vida entera para entretenerte mientras se van procesando los datos, pero no todo el mundo sabe o quiere cumplir con su obligación. Una posible conclusión de esta anécdota es que ir a abrirte una cuenta del banco es una buena ocasión para tomar gratis una clase particular de conversación.


La señora de hoy seguía tan abierta como el último día a las penurias de una pobre extranjera. Le intento contar cómo he perdido la carta, pero lo debió considerar demasiado descabellado para estarlo entendiento adecuadamente, así que se limitó a mandarme a un teléfono para que llamara para arreglarlo. ¿Pero dónde ha quedado la educación inglesa? En general, las tiendas y la actitud de los dependientes no es un buen lugar para buscarla.


En fin, me pongo al teléfono y trato de contarle mi nombre y mi dirección a un tío de a los que le entran ganas de colgarte el teléfono cuando ve que eres extranjera, y no hacen más que poner en duda todo lo que dices. Digo una cosa que si la dijera en mi idioma a otra persona de mi idioma, tendría que preguntarme qué quiero decir exactamente, si puedo dar detalles, a qué me refiero, o simplemente explicarme cómo es el proceso porque yo no estoy familiarizada con él y puede que necesite dar otros datos. Pues bien, hay gente con la que es imposible entenderse porque no están dispuestos a escucharte o a darte el beneficio de la duda. Eres extranjera, por lo tanto es una lata hablar contigo, porque no vas a entender nada, no tanto o sólo de la lengua, sino de los contenidos. Como si vinieras de Marte.

Y te entran ganas de decirle, "que soy extranjera, no gilipollas", así, en español y en plan echar una maldición, total, porque de todas formas no se iban a enterar, y por lo menos se da una el gusto de confirmarles lo bestias y primitivos que somos los extranjeros.


Claro que venir a un país extranjero implica tratar de adaptarte a los usos y costumbres nativas, incluyendo la forma de llevar a cabo una conversación, pero también se espera cierta actitud abierta de la población ante los que no son exactamente como ellos. Ya se sabe que se tiene esta idea de que los ingleses son cerrados, de que esperan que todo el esfuerzo lo hagas tú, y de son incapaces de valorar lo que viene de fuera. No creo que sea una característica de los ingleses sino de las sociedades que viven encerradas en sí mismas (no hay que olvidar que esto es una pequeña isla) y de las personas de cualquier nacionalidad y lugar que no están habituadas a salir de sus esquemas conocidos. Aún me acuerdo de personas con buena voluntad que gritaban a un amigo cubano que vivía en Estados Unidos cuya lengua nativa era el español para que les pudiera entender.


De nuevo, la dificultad está en saber cuándo es pura ignorancia y cuándo es simplemente maldad.


Extracto del libro que he cogido en la biblioteca sobre una familia escocesa que compra una finca de naranjos en Mallorca y se va a vivir allí:


Only once do you ask a waiter for his testicles when you really want rabbit, or a butcher for his pennis when you mean a chicken. But at least she was trying to communicate in the language of her adopted country. We all were, because we had never forgotten that we were the foreigners in someone else's land, so the onus was on us to adapt to their ways and to converse with them in their tongue. Standing shouting in English at a Spaniard in the way that a certain type of Brit holiday maker is noted for won't get you far in a close-knit rural community like the one we'd settle in. Nor would a patronising attitude towards the native country folk have contributed to our becoming accepted by them. Bad enough to be regarded as loco withouth coming across as being condescendiente as well.

Peter Kerr, From Paella to Porridge.


Pero os iba a contar las aventuras con mi casera y los diálogos de besugo que mantenemos con ella, ya sea china o japonesa...

1 comentario:

  1. Bueno, tengo que decir que en Suecia puede que sean introvertidos e individualistas pero muy amables y educados. Y la biblioteca de la casa de las Conchas es muy buena para una ciudad tan pequeña, pero nada que ver con una de las muchas bibliotecas de Gotemburgo: la stad biblioteken. Así que sí que las hay en otros países.

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