Sentí desilusión porque estaba previsto que toreara allí y no pudo ser. Aún así, la vida viene como viene y hay que saber entenderla. El de arriba es el que manda y si el ha querido que sea así... yo acepto las cosas como vienen. Otro año podré poner el broche allí y con eso me quedo.
Miguel Ángel Perera
Me voy a mudar. Pero hasta que no esté instalada no me lo creo. A veces pienso que soy las camas que he dormido. Ya sé cómo era la vida que me devolvía cada noche hasta esta cama; ahora me lanzo a ver la vida desde la perspectiva de otra cama diferente. Esta cama tenía sábanas, edredón rosa a juego con las paredes que había pertenecido a una de las hijas antes de que su padre se marchara y la madre se dedicara a alquilar la habitación a estudiantes de cursos de inglés, y otro edredón sin funda que hacía las veces de manta por si tenía frío como la otra chica española que estuvo aquí durante el verano.
La nueva cama aún está vacía, no viene con nada: yo lo voy a comprar todo según donde me lleve mi gusto y la oferta inglesa del Asda, el equivalente a nuestro Carrefour. Tengo que decir que hay en todas partes en England venden cositas monas para poner la casa acogedora, porque las casas inglesas son muy cálidas, llenas de cojines, jabones y sales de baño, y de moquetas, of course. La señora de mi casa de lo primero que me dijo fue que no me preocupara, que iba a poner enseguida la moqueta del baño. O sea, y por si ha quedado alguna duda, en los baños de las casas inglesas os podéis imaginar donde queda todo eso que las madres españolas se afanan por barrer y fregar dos veces al día...
Y el teorema sobre la vida inglesa del día de hoy es: los ingleses ponen las casas tan cálidas y acogedoras por dos razones:
A. Nunca hace calor. (Imaginaos almohadones, mantas, alfombras y demás en cada rincón de una casa de España. En verano bien moriríamos, bien lo tiraríamos todo en un ataque de histeria por la ventana).
B. Los ingleses nunca están por la calle más allá de las 6.3o, hora en la que ya han venido del trabajo y en la que las tiendas han cerrado. Y me atrevo a decir más: los ingleses nunca están por la calle más allá de las 5.30, que es la hora en que la cena empieza a servirse.
Yo como no soy inglesa, quizá no ponga la casa tan acogedora, e incluso puede que actúe como una simple inmigrante sin la mínima intención de integrarse y esté fuera de casa a las 6 de la tarde. ¡Y que venga el Primer Ministro a expulsarme del país por modificar las costumbres inglesas!
Me voy a mudar, lo que me produce al mismo tiempo miedo y excitación. Miedo por ver cómo será mi vida en la nueva casa, cómo se dormirá en la nueva cama. Excitación por todo lo que esa vida esté por traer, por cómo quedará la casa cuando me ponga a vivir en ella y qué vida haré allí.
El miedo siempre es la reacción inicial. Ahora la va sustituyendo la excitación. Empecé a comprobar que estaba en el camino correcto cuando al llegar a casa estaba cenando la señora con dos amigas. Yo cogí mi plato, y allí me senté entre ellas, que siguieron hablando de sus cosas y comiendo su otra comida con su propio vino. Y no es que fueran desagradables o maleducadas. Al contrario, son gente normal y hasta yo diría que amable: sencillamente tienen otros códigos de conducta. Yo ya lo sabía cuando vine aquí: no iba a ser tan fácil relacionarse con gente inglesa. Sin embargo, la experiencia de relacionarse con gente internacional, esto es, de cualquier otra cultura que no sea la inglesa, es impagable.
Si hubiera estado en Estados Unidos y me hubiera unido a la cena de las tres amigas de mediana edad, desde ese momento yo me hubiera erigido en reina absoluta. Allí una es maravillosa, y su país interesantísimo, y su contribución al país valiosísima e indiscutida. Cada vez estoy más convencida de que al final no somos más que lo que hemos vivido, los esquemas que hemos llegado a dominar, los contextos en los que nos hemos desarrollado. De nuevo, las camas en las que hemos dormido. Lo que hemos conocido y por ello amado es lo único que nos puede dar forma. Yo voy de cama en cama en un continuo trans-formarme.
A veces anhelo la cama de sábanas con suavizante de familia de orden y horarios fijos, para al momento hacer un guruño y lanzarme al edredón de las noches de frío que no se sabe lo que traen. Entre cambio y cambio siento que nunca podrá haber estación final.
Respecto a la cultura inglesa, sé que al final del viaje, en mayo, todas las impresiones y vivencias cristalizarán y la experiencia cobrará sentido. Para entonces, con el conocimiento, habrá venido la valoración, y amaré la vida inglesa como en su día lo hice con la americana. En un nuevo país, en un nuevo contexto, te vuelves nada, una hoja en blanco, una ameba de esas que había en el agua y desde las que empezó la vida (bueno, no sé si era una ameba o qué es una ameba; por favor alguien de ciencias que me lo aclare).
Siento entonces que básicamente lo que soy no viene de mí, de lo que soy intrínsicamente, sino que me ha sido dado por las experiencias que he tenido: si no fuera española, no sería yo, o más exactamente, mi yo se habría desarrollado de una manera muy diferente. Pero me gustaría pensar que si de una u otra forma, en cualquiera de mis yos, acabara por venir a otro país, tal vez ahora e Inglaterra, seguiría buscando lo bueno y valioso que viene de serie en la vida y en la gente, independientemente del contexto y de la cultura.
Seguramente lo que encontrara sería diferente dependiendo de quién fuera ese yo. Pero en cualquier caso supongo que ese yo, quienquiera que sea, seguirá creciendo y aprendiendo a ser mejor a partir de las nuevas experiencias.
La última imagen del año es emocionante. Tuvo lugar ayer, cuando cruzaba el ruedo, con el muslo abierto y la oreja del toro de Valdefresno en la mano. Miguel Ángel reconoce que iba roto de felicidad, de ilusión, de satisfacción y sobre todo de orgullo por lo que había hecho. Si no me hubiesen dado la oreja a lo mejor la sensación era otra, más triste, pensando que el esfuerzo no habría valido la pena, pero con esa oreja, esa plaza emocionada, los gritos de ¡Torero, Torero!... esa satisfacción no me la quita nadie.
Miguel Ángel Perera
lucía me preocupas, no sé si cogerme el coche e irte a buscar y de paso te llevo una botella de vodka y paso por 3 ó 4 carrefour de camino y te lleno el maletero de nórdicos, mantas y sábanas térmicas y 3 ó 4 batas!
ResponderEliminarPues yo he de decirte que me siento orgullosa de que seas mi hermana, que será el síndrome premenstrual o lo que quieras pero que se me ha puesto una gotita en el ojo leyendo esto y pensando que me encanta cómo escribes, que me encanta que seas tan valiente, que me encanta que seas capaz de dormir en tantas camas y hacerlas tuyas.
ResponderEliminarje je je, el comentario de la otra es muy bueno. Me sumo a él. Oye, hay muchas costumbres inglesas que se parecen a las suecas. Pero bueno, me quedo con los suecos de todas formas. Lo de la ameba me ha gustado porque eso es que te queda la huella de mis palabras. Amebas fueron mis agradables compañeras en el río Loretoyacu, allá por el Amazonas colombiano. Y de ahí te salen a tí ahora... creí haberlas dejado a raya con el metronidazol. Puedes hablar de moléculas y así quedas bien y no te lías. Pero bueno, también bacteria, que, originada de las moléculas esas, se puede decir que serían las primeras formas de vida como tales.
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