jueves, 26 de abril de 2012

Dulces del mar Cantábrico

Para todos los que compartimos el "café cántabro"

Nada es casual. Puede que avancemos hacia el caos, pero aún así pienso que las cosas suceden por alguna razón. Y siempre para que nos demos cuenta de algo. A través de sucesos y casualidades nuestro inconsciente habla. Así es como nuestra realidad se expande.

No es casual que haya acabado por leer un poema (¿o será más bien un antipoema?) de Nicanor Parra sobre el embrutecimiento y el vacío de las horas gastadas impartiendo clases. Y me encontré leyéndolo ante profesores competentes y comprometidos. Al final siempre acabamos encontrando historias para nosotros mismos.

Ha llegado hasta mi casa el recorte de un periódico inglés informando sobre la caravana del amor organizada en un pueblo cercano. ¿Podría ser este hallazgo simplemente el resultado de una sucesión de casualidades inocuas? La casualidad justamente demuestra que estamos todos conectados, unidos por lazos que cruzan mares y corazones. Las casualidades nos montan en acontecimientos como pequeñas embarcaciones y acercan nuestras islas individuales.

Las historias que cuentan mis collages parecen comenzar por casualidad. Los dibujos son el resultado de una sucesión caprichosa de imágenes y palabras. Pero luego la obra acabada comienza a susurrar cuentos al oído, y entiendes que la casualidad no existe. Es el inconsciente quien escribe nuestras verdades.

No es casualidad que hoy no pueda dormir. Sigo despierta porque miro, siento, contemplo. Escribo rodeada de flores. Cuelgan de las paredes, se suben por los manteles, conquistan el baño, se cuelan en la cocina. Por las noches encuentro campanillas amarillas debajo de la almohada.

Mi casa es un jardín flotante, con duendes escondidos tras cortinas de hojas. De la higuera podada en invierno comienzan a surgir brotes como bebés con los ojos muy abiertos. Los besos son capullos que se abren desperezándose.

No es casualidad que hoy haya sido tan liviana y contundentemente feliz en el camarote grande de la embarcación de mi casa. La luz se filtraba a través de seres resplandecientes como peces de plata. Julia, el pececillo más pequeño, nada en la pecera con sus escamas rubias. En sus brazadas infinitas de niña, nunca alcanza los  límites de cristal.

Mi casa-barco se mece ligera entre las fragrancias salvajes de las plantas. Aspiro con los ojos cerrados el aroma de las rosas que hierven en las calderas. Cierro los ojos para no dejar de ver las estrellas claras.
 
Velo lo que queda del día en un barco henchido de coronas de flores que se desliza plácido por aguas suaves. Desde lo alto del tejado, más alto que las montañas que encierran el valle, me inunda la certeza serena de que nos movemos en el espacio abierto.

Me aposto en la torre de vigía. El barco, por unas horas sin necesidad de timonel, avanza impulsado por las margaritas que esta noche canturrean sí. Mientras, las violetas crecen sobre los corazones de los muertos proclamando en la noche líquida que todo sucede por algo.

La oscuridad madura dilata las pupilas,  y en medio de los ojos reluce la estrella del norte. Os veo a todos, y os llevo conmigo en el barco de flores. Navegamos con entrega serena a las olas sabias.  Nos dirigimos hacia el caos para encontrar el orden. Nos arrastramos hasta el último tronco en la orilla antes de las cataratas.

Al borde del torrente, sabrá mi fuerza verde que todo sucede para algo, que avanzamos en línea recta hacia las Américas para acabar por encontrarnos a nosotros mismos en la redondez perfecta de la tierra. Remo con golpes acompasados entre las aguas calmas de flores blancas.

Llevo de avituallamiento sobaos y quesada, me guío por la caracola que las olas del mar Cantábrico me han puesto por corazón. Como en todas las grandes aventuras, no voy sola en este barco. En la serenidad nocturna, tu presencia dormida despierta y me abraza. Mientras soñáis en suspenso, las velas de mi barco se esponjan con los vientos favorables de vuestros carrillos.

Remo sin esfuerzo en mi barca de espuma nívea. Mientras el mundo duerme y deja de existir, disfruto del silencio cargado de sueños callados como rayos de tormenta. De pronto restalla un trueno que rasga las aguas y las azota con energía eléctrica. Cogidos de la mano danzamos y reímos bajo las gotas quedas que hacen cosquillas a las flores y acarician la hierba.



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