En B.F., uno de los cuentos de la nueva escritora de culto Lucia Berlin, la narradora describe a personas y situaciones imperfectas, reales, absolutamente genuinas y vitales. El hombre viejo que viene a arreglarle el baño, con su olor a sudor y alcohol, del que dice que inmediatamente le gustó. Toros y toreros son también parte de la escritura de Lucia Berlin, de su mundo vigoroso y auténtico donde torrentes de vida se encuentran en lugares y sentimientos de extrañeza y ardor en los recovecos de lo convencional y timorato:
"Bad smells can be nice. A faint odor of sunk in the woods. Horse manure at the races. One of the best parts about the tigers in zoos is the feral stench. At bullfights I always liked to sit high up, in order to sit it all, like at the opera, but if you sit next to the barrera you can smell the bull".
He recordado este pasaje al leer en El País una crítica de los pueblos y sus olores, sus tradiciones, su calor de verano, su sudor:
"Y no es que Coria sea un caso único; solo es un punto más en la sanguinolenta y densa geografía de fiestas con toros, cabras, vino barato, calor y moscas tabaneras" (Jesús Mota, 28 de junio de 2016).
Supongo que es más fácil escribir desde la comodidad del aire acondicionado y una oficina con moqueta que bajarse a la vida a oler, a sentir, y a entender.
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