Día 1. Viernes 28 de noviembre
1. Sentirme tranquila en el máster. Me cuenten lo que me cuenten, yo estoy segura de dónde estoy y abierta a lo que pueda aprender que encaje ahora conmigo o pueda hacerlo más adelante.
2. Vuelvo a la que fue mi casa, ahora cubierta de polvo y de trastos sin colocar, y selecciono unos cuantos objetos del pasado, ya en desuso, ya sin sentido, para dar al mercadillo solidario. Me gusta la sensación de ir encontrando otros tesoros que me siguen diciendo quién soy porque marcan lo que he sido y sigue en mí. Otras cosas ya no están, aunque probablemente fueron, y me deshago de ellas sin excesiva pena, casi con alivio. Otro día vuelvo y tiro otros cuantos zaleos a la basura.
3. Llueve, y C. va a buscar un paraguas. Nos resguardamos y vamos a ver a Nuria y a Iván, quienes nos cuentan sus proyectos, nos hablan de su trabajo y de sus viajes. Da gusto tener amigos tan activos, inquietos e inteligentes. Más que nada por si se me pudiera pegar algo, lo que no estaría de más.
Día 2. Sábado 29 de noviembre
1. Momento de aceptación y felicidad en el descanso del máster concentrada a solas con mi café. Recordar que todo está en orden y es como tiene que ser; saber que yo ya soy lo que tengo que ser, y que nada más que en ese orden y tranquilidad reside mi felicidad.
2. Sentimiento de comunidad al llegar a casa: esta es la gente que quiero, la que conozco, la que no me pide nada, a la que nada hay que hacer o demostrar para ser tú, en la que siempre hay un lugara para cada uno. Acudo a acompañar a Ricardo en el cabo de año de Serafina, y luego vamos de visita. Tomamos café, larga charla con amiga que se agradece después de tanto tiempo sin tiempo de verse.
3. No sé qué película antigua, de Cary Grant y Katherine Hepburn hemos visto en la tele en familia, pero me encanta el blanco y negro, la elegancia de los vestidos de la época, la oposición entre los valores de los personajes, y cómo al final cada uno logra vivir de acuerdo con los suyos, y con la gente que comparte la misma visión. Me gustan hasta los gritos de alegría de Lorenzo y las quejas de su tío porque no hay quien oiga nada. Me gusta que estemos todos juntos como si fuera el autocine.
Día 3. Domingo 30 de noviembre
1. Que mi padre me pregunte por el libro que empezamos a leer el otro día. Lo había conseguido especialmente para él, porque pensé que le gustaría, aunque el contenido sea tan poco optimista y a mi padre a veces le invada el desánimo que apareja la preocupación. Se perdió el ejemplar entre el barullo de la casa, pero encontramos el libro en internet. La lluvia amarilla, de Julio Llamazares. Sigue leyendo, dice mi padre. Y leemos junto a la chimenea un capítulo tras otro.
2. A eso de las ocho todos los niños están ya en casa. Lorenzo mueve la manita para pedir cosas, Carla regala sonrisas, Teresa mira al mundo con amor y asombro. Yo aprendo a pedir, a sonreír, a mirar.
3. Se agradece volver al orden del piso después de un día de cansancio. Sé que puedo arrastrar el cansancio y hacerlo llevadero gracias al cuidado y al interés de Carlos. Le agradezco que se preocupe por todos, que ayude en casa a mi familia, que juegue con los niños, y que nos quiera tanto.
Día 4. Lunes 1 de diciembre
1. Ir a ver a mis niños de Cáritas y pasar una hora haciendo sus deberes y después leyendo y pintando con los libros que cuidadosamente selecciono para ellos.
2. Un paseo bajo el cielo cristalino de diciembre y su luna como un hielo cortante que se echa a la copa de la noche para comprar los pocos juguetes de madera con los que no han arramplado en el Lidl.
3. Por la mañana investigo, busco, estudio. Me quedo con esta frase que encuentro en mi loca búsqueda: "He aprendido, sobre todo, que el mundo es bello independientemente de cómo sea el sistema. No se trata del sistema, sino de las personas que están en él." Y en un giro freudiano, la uno al comentario de mi tía Gema en un breve encuentro por la calle: "Con lo responsable y trabajadora que tú eres, seguro que..." Que no tenía problema o que me iba bien, no recuerdo exactamente.
Puedo y quiero ser responsable y trabajadora, tengo ese potencial y esa manera de trabajar desde el compromiso, el entusiasmo y la fe en lo que hago. Solo tengo que conectar con mi centro, enfocarme y volver a asirme a lo que siento y creo. Acepto este tiempo en que poder crear una nueva visión desde la tranquilidad, la conexión conmigo misma y la necesidad de ser y de creer.
2. Tras un tirón en el trapecio alargado en el tiempo como el niño que argumenta unas décimas para no acudir al colegio, la necesidad de volver a ejercitar el cuerpo me arrastra a la escuela de pilates. Retomo los ejercicios de glúteos y abdominales con cierto esfuerzo pero perfectamente realizable, y me siento bien de cuidarme, de hacerme vieja y de actuar desde el quererme. Vuelvo a las enseñanzas de la depresión: cuerpo y mente son la misma cosa.
3. Gracias a mi prima Esther, avanzo en el "yo puedo": primero frío estupendamente un filete de salmón, con su ajo, sal y pimienta; a continuación siento que sí que es posible ir aprendiendo para ayudar con el coaching educativo, y que merece la pena esforzarse por avanzar en este terreno, paso a paso, hasta ver dónde me lleva el camino.
Puedo y quiero ser responsable y trabajadora, tengo ese potencial y esa manera de trabajar desde el compromiso, el entusiasmo y la fe en lo que hago. Solo tengo que conectar con mi centro, enfocarme y volver a asirme a lo que siento y creo. Acepto este tiempo en que poder crear una nueva visión desde la tranquilidad, la conexión conmigo misma y la necesidad de ser y de creer.
Día 5. Martes 2 de diciembre
1. Nos ponemos a cenar viendo Página Dos en el proyector. Hoy no nos convence el programa, pero de fondo se escucha una canción: "My home is nowhere without you". Siento pena y lloro lágrimas: mi casa no está sino donde está mi padre, su ejemplo de coherencia y entrega, su alma de niño, sus enseñanzas de fe y trabajo. Después sigo poniendo música y danzo y danzo sobre la alfombra, feliz, libre, infantil: porque la muerte y la vida son caras de una misma moneda cuyo valor es la alegría y las ganas de vivir.
(Pienso también en el tiempo que tiene que pasar tras una depresión para que las emociones arrasadas como piel quemada puedan ir lentamente regenerándose, como ahora esta alegría liberada en el baile. Despaciosamente, a través de la espera y la aceptación se vuelve a recuperar lo perdido, aquellas sensaciones que un día parecían firmes como el ver o el oler. Y pienso en ello porque las escasísimas cosas que llego a leer sobre la depresión me parecen tan raras y descarozanadoras, como si nosotros, los que hemos enfermado, no fuéramos capaces de fuerza e inteligencia, como si otros tuvieran que describir nuestros síntomas desde la confusión y el pesimismo. Es todo mucho más normal y verdadero de lo que otros dicen: ni saben de lo que hablan los que se refieren a síntomas depresivos, ni son de ayuda los que ven la enfermedad como una condena causada y mantenida en el tiempo por alguna debilidad en nuestra manera de ser.)
2. Tras un tirón en el trapecio alargado en el tiempo como el niño que argumenta unas décimas para no acudir al colegio, la necesidad de volver a ejercitar el cuerpo me arrastra a la escuela de pilates. Retomo los ejercicios de glúteos y abdominales con cierto esfuerzo pero perfectamente realizable, y me siento bien de cuidarme, de hacerme vieja y de actuar desde el quererme. Vuelvo a las enseñanzas de la depresión: cuerpo y mente son la misma cosa.
3. Gracias a mi prima Esther, avanzo en el "yo puedo": primero frío estupendamente un filete de salmón, con su ajo, sal y pimienta; a continuación siento que sí que es posible ir aprendiendo para ayudar con el coaching educativo, y que merece la pena esforzarse por avanzar en este terreno, paso a paso, hasta ver dónde me lleva el camino.
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