sábado, 23 de abril de 2016

El pastor y el niño


Te observo un día más, encino, y hoy te revelas desvalido e imperfecto. Noto tu tronco retorcido, tus ramas dispares, tu copa demasiado cerca de la tierra. Alrededor, zarzas, ramas caídas, pedruscos y carrascos voraces invaden tu terreno. Un ejército de fealdad y desorden que aúna sus fuerzas para amenazar lo que de puro y alto batalla en ti. La primavera desorganizada se engancha entre los árboles como jirones de ropa vieja. Tus hojas son está tarde airada del verde intenso y doliente de las lluvias de los últimos días. Yo vengo aquí y, como siempre, no sé si hablo de ti o de mí.

Vengo cansada, cansada de luchar contra los brotes verdes que pugan por clavarse como garrapatas en mi alma. No ser, no sentir, no hacer, tampoco escribir. Limitarse a contemplar el terreno sucio y pedregoso, como si la naturaleza hubiera decidido utilizarlo de estercolero. Pararse en el paseo a observar a las ovejas con sus crías mamando, y percatarse del cordero cojo que sigue con paso presuroso al rebaño en su huida; contemplar los espinos de flor blanca que rasgan el paisaje de árboles estériles con la furia de un abrecartas cuando se espera un mensaje temido.

La luz tenue del sol se mueve como la llama de una vela en un baile de amor y desamor con el viento incierto. La tarde es un amante al que nos entregamos con fruición, aún a sabiendas de que acabará por traicionarnos. Va el pequeño bebé en su carro, dormitando. También es imperfecto su llanto, y el temor a que despierte. Y sin embargo no cabe más que amarlo, como amo al árbol, a las ovejas, al campo duro y a ratos hasta a lo mejor que yo tengo.

Las flores de los espinos arañan los troncos escuálidos de los árboles secos que se mantienen en pie a un lado del camino. Somos las flores del espino, hiriente y blanco.

Eso es todo, aunque este niño aún no lo haya aprendido. Vamos de vuelta a casa. Le ocultaré el secreto durante el tiempo exacto en que él sea fuente sagrada de magia e inocencia. Y quizá después despierte y acepte el secreto con la verdad del campo, y sepa amar mi encino y no conozca el sufrimiento de anhelar lo que no existe.

LLega el pastor a atender el rebaño. Le sigue su pequeño hijo con pasos cortos y presurosos como los del cordero lisiado. El niño renquea en el terreno encharcado. El joven padre lo toma en brazos. Se adentran los dos en la primavera del prado en busca de los corderos.

La tarde se ha detenido. Paseo y escribo. Ya no hay viento ni llanto. Así se crea lo que no existe.

miércoles, 13 de abril de 2016

13 de abril

Esta mañana nació Nicolás. En el paseo de la tarde no hemos llegado hasta el encino: un mastín apareció en medio del camino. Solo tendría nombre el niño cuando naciera. Su madre tuvo un sueño, y hoy lleva su hijo el nombre de nuestro tío querido. En clase sonó la primavera de Vivaldi; "pero hoy hace mal tiempo, teacher". Entonces les anuncié el nacimiento de mi sobrino.
Después supe que salió del útero de su madre con gran facilidad, de forma muy rápida, en la misma ambulancia que vino a recoger a la familia. Su hermano Lorenzo asistía al parto desde su silla del coche parado detrás de la ambulancia, en medio de la urbanización madrileña de donde no habían llegado a salir.
Hoy ha nacido Nicolás, y yo no he llegado hasta el encino. No en todas las clases sonó la primavera: tengo clases más difíciles y menos propensas a distracciones y confesiones. A unos alumnos les pedí de forma explícita que comenzaran a construir un mundo mejor para nuestros niños; en los otros, traté de creer y de aportarles confianza.
Bondad y esperanza, ese será el único legado que pueda transmitir a mis niños. Será una herencia labrada con determinación, porque a veces no es primavera aunque el calendario marque 13 de abril, porque hay tardes en que un mastín muerde con rabia el cobijo de mi encino sabio.
Nos enseñó mi tío la fidelidad a uno mismo, a transmitir cariño en un gesto contenido y digno, a vivir con la alegría de saberse en un mundo abierto y firme, a aderezar con gozo la compañía de los demás. Qué ganas de vivir tenía, y cómo murió sin quitarse los botos de su gran pasión.
Hoy un nuevo Nicolás llega al mundo desde las profundidades espirituales de los planetas y las estrellas, las mismas donde mi tío emprende su camino de vuelta. Eligen los niños unos padres, una familia, un lugar al que venir al mundo.
Nicolás tardaba en nacer, pero cuando lo hizo llegó con naturalidad y rapidez. Hoy es 13 de abril, y es primavera aunque a ratos no lo parezca, y suena la música alegre y fresca, y yo no llego hasta el encino porque orado un túnel negro que avanza hacia las profundidades de la tierra, pero hay una realidad suprema, espiritual y auténtica, de donde vienen los niños y adonde van los muertos. Allí tenemos todos nuestra estrella.
Mi encino muelle y suave siempre espera al final del camino: más allá del cielo encapotado, contemplo el baile del universo. Hoy es 13 de abril, y ha venido Nicolás al mundo. Puedo oír perfectamente el regocijo de todos los seres espirituales que nos acompañan, invisibles y etéreos, y escuchar su mensaje:
Nicolás, bienvenido. Te acompañaremos, te querremos, volveremos a hacer el mundo juntos. Con alegría divina cumpliremos el decreto de nuestra estrella. Traes oro para nuestras alas. Un día devolveremos al cosmos el polvo de los astros.

miércoles, 6 de abril de 2016

Primavera

Se posa en la encina seca la primavera ladrona 
Urraca oscura a la que ciega el armiño de mi sayo
La aguja del cuerpo continúa marcando las invierno y cuarto
Me aferro a mis trapos desvaídos
Recluidas al otro lado del alambre de espino
Gritan en el prado las margaritas de corazón amarillento
Agitan perturbadas sus camisas de fuerza
Entregan sus cadáveres recién nacidos
No quiero mostrar mis carnes ávidas y famélicas
En casa hay lumbre y toros en la tele
En algún lugar tienen que haber puesto el pan con membrillo
Que siempre me guardaba mi abuela para merendar

martes, 5 de abril de 2016

Dice Esaú Fernandez, tras una tarde de decepción, que es un parásito para la sociedad. Y yo digo que ojalá aprendiéramos todos de su entrega, dedicación y esfuerzo. Lo que ofreces a la sociedad con tu ejemplo es muchísimo y absolutamente necesario.
¿Para qué, dices? Los éxitos rotundos y las alegrías acabaran llegando. Pero hoy tienes el éxito de cumplir con tu vocación, de regalarnos lo mejor de ti, y de servir de luz para todos los que buscamos nuestro camino. Lo único que no vale en esta vida es arrodillarse como el buey, y eso nos lo enseñan los toros a todos los que sabemos de ellos.
Gracias, Esaú, torero, hoy y siempre, por darnos la lección de cómo enfrentarse a la vida. Solo cabe la verdad, la entrega, la pasión. Vivir como el buey no es vivir. Gracias por ser el faro en esta sociedad de éxitos falsos, de indulgencia, de vida a medio gas.
Llevas la estrella del arte, del compromiso, de la entrega y de la pasión, y eso es lo que ilumina a la sociedad y la redime de tanto parásito real. También yo acabaré encontrando mi plaza, mi puerta grande, mi arena querida. Y os lo deberé a todos vosotros que me alumbráis y precedéis en el camino.
Somos taurinos, sabemos cómo NO se puede vivir.

viernes, 1 de abril de 2016

Había nevado por la mañana; la tarde se quedó verde primaveral. En la dehesa, la luz cálida de la tarde se desparramaba sobre campanillas y margaritas, que se mecían con la elegancia discreta de las mujeres que no se pintan los labios. La sencillez de la tarde contaba la historia de lo fácil que es doblegar la tierra y vencer al invierno. Quizá nunca he estado lo suficientemente atenta para encontrar los indicios de la primera flor antes de que el calor forajido me quite las medias. Me gustaría saber si alguien, alguna vez, ha logrado despertar antes que la primavera.
Las encinas con cuerpos de gigante y el pasto con risa de niño eran el tapiz sobre el que trazar desde la furgoneta un reguero de paja y pienso para dar de comer a las vacas madre. Un banco de becerros nadaba alegre y retozón como innúmeros peces recién nacidos a la grandiosidad aún ignorada del mar. Trabajábamos con los gestos seguros de las tareas que se repiten cada día, con la entrega ardorosa a los quehaceres que devienen en rituales. Dibujábamos un camino por el que la tarde y la vida no podían perderse.
Volvíamos ya a casa, evitando el camino del río desbordado por la nieve de la mañana que la primavera había abortado. Falta una vaca, había comentado la sabiduría natural de mi hermano. Estaba allí, al otro lado del prado, apartada y sola. ¡Va a parir!, exclamé yo alborozada. Nos acercamos con la furgoneta. El churro está muerto, comentan enseguida, con la ciencia de los que saben de las flores antes de que la primavera nos hable de ellas. Parió la vaca de mañana, entre la cortina de nieve y frío que cubrió para siempre el sol. Me tapo los ojos y sollozo.
Como salteadores de casas, recogemos el peso negro del becerro muerto. La parte trasera de la furgoneta se inunda de nieve y sangre. Allí quedó sola la vaca, dando vueltas en torno a la cuna robada, bajo la luz implacable de la primavera.