sábado, 13 de febrero de 2016

El barro de dos días y una noche

Levantarse cada mañana y aprender a vivir. Subo las persianas: hoy llueve. Recuerdo paseos por la playa en sábados ingleses: caminar a conciencia para crear un espacio donde existir. Ahora los días han dejado de ser un trozo de barro al que dar forma, y se han convertido en alfareros: yo soy la arcilla, y me dejo modelar. Las manos creadoras reposan en mi regazo. Por eso me levanto y me esfuerzo en cada paso, en ir hasta la ventana, en mantenerme primero en pie, y después abrir la puerta y deshacerme en el frío o el calor. Que allí me coja el día, y me cree, que me extienda, me amase y amalgame todas las piezas juntas. Que después sople sobre el resultado, y yo comience a ser.

Ayer vimos una película que me encantó: "Dos días y una noche", francesa, con Marion Cotillard. Varias personas se enfrentan al dilema de cobrar una prima en su trabajo o de que una compañera pierda su empleo. La trabajadora pendiente de su trabajo va a visitar a cada compañero, uno por uno, y les confronta. Y ahí vemos que no hay una respuesta única o preestablecida, sino que cada uno tiene que encontrar y dar la suya. Algunos tienen claro, desde el egoísmo y la violencia, que votarán por la prima. Pero son los menos: otros realmente parecen no tener más remedio que optar por el dinero. Otros pocos también se cuentan a sí mismos que necesitan ese extra, pero seguramente no es así, o no tanto como les parece. Están poniendo un precio no demasiado alto a su moral: mil euros de prima.

Y están los otros, los que puede que sí necesiten el dinero, pero lo dejan ir, y con ello ganan en libertad, convirtiéndose en las personas que son, en las que quieren ser. Un compañero, desde el campo de fútbol donde entrena a niños, llora liberado y agradecido: que votó en contra de la compañera por miedo, que gracias por la oportunidad de arreglar su error, que ahora todo está en orden. Otra colega se enfrenta por primera vez a su marido, y la reacción de este a favor del dinero le permite a ella abandonarle. Un padre es golpeado por el hijo egoísta, y cuando vuelve en sí después del violento empujón, sus primeras palabras son que votará a favor de la compañera. Otro chico, que acaba de comenzar a trabajar y cuyo contrato pende de un hilo, sabe que su dios le dice que debe apoyar al prójimo, pero teme perder su empleo. Finalmente, hace caso a dios, y a él mismo.

Al final, hubo personajes que apostaron por mil euros, y otros que ganaron mucho más. La última parte de la película encierra otro giro moral, que no voy a desvelar, pero que de nuevo te hace  (o me hace a mí, que el tema de la libertad y moralidad me interesa mucho últimamente) darte cuenta de que las respuestas enlatadas no existen, y que cada uno nos tenemos que fabricar las nuestras. Que no todas las respuestas valen lo mismo, y que no siempre lo que se pone sobre la mesa es lo que está en juego.

Tenemos un caso delicado de acoso en el instituto. El chico acosado se ha cambiado de instituto de un día para otro: no aguanta volver. Nosotros hacemos como si nada hubiera pasado, desde la normalidad y tranquilidad más absolutas. Esta situación me revuelve e inquieta como si tuviera una mordaza de mil euros pegada con celo a los labios. No son mil euros, claro está: es la complicidad, el silencio, la impotencia, un poco de desconocimiento. Como el chico que lloraba desde el campo de fútbol. ¿Tendremos nosotros una segunda oportunidad para ponernos del lado de la víctima, para poder elaborar nuestra respuesta, para educar a los que hicieron y a los que hacemos por omisión?

Hoy la vida pone barro entre mis manos. ¿Qué haré con él?

No hay comentarios:

Publicar un comentario