jueves, 26 de enero de 2012

A los 35, ¡piruletas!

Durante un tiempo he estado orgullosa de mis primeras canas. O quizá son mis primeras canas solo porque hace un tiempo que no me tiño... El caso es que tenía ya ganas de alcanzar la mítica cifra de los 35, para poder dejar por fin atrás la juventud y las exigencias que ser joven trae consigo: la primera, parecerlo. Ya no hay que ser monas, ni deseables, ni delgadas, ni lucir bien en bikini. Por fin nos podemos convertir en invisibles para la sociedad, irnos de casa, cambiar Zara por Ikea, y dedicarnos a trabajar y a decidir sin más presión que la del tiempo lo que de verdad queremos ser y cómo queremos vivir. Por fin nos dejan en paz de exigencias de triunfo fácil, de sonrisa perenne, de aspecto despreocupado.

Los 35 era ese límite fatal en el que la mujer rozaba su última posibilidad de tener un hijo, y para ello antes debía procurarse su vestido de novia, su casita con garage y la correspondiente hipoteca, su nómina a fin de mes, sus creencias bien asentadas. Si a los 35 no habías alcanzado todo esto... solo se extendía ante ti el fracaso y el vacío.

Yo después de los 35 ya no voy a cumplir 36: por ahora tengo un mes y algunos días. La oportunidad de nacer de nuevo, de que te cuiden como a un bebé, de aprender a balbucer y gatear, de mirar el mundo con inocencia y asombro. La ocasión propicia para tomarte la vida como si fuera un juego, para descubrir quién eres y qué hay a tu alrededor, para soñar despierta y dormida, para no poner límites a la imaginación.

A los 35 ya no merece la pena tomarse la molestia de callarse (qué nos importa ya lo que los otros piensen), ni se puede creer en nada ni nadie por quien pueda justificarse el silencio (nos importa lo que por fin nosotros hemos llegado a pensar y saber, en libertad y madurez). Los 35 es época de compromiso: con una misma lo primero, y después con las cosas que verdaderamente consideramos importantes y propias, definitorias de quién somos y hacia dónde queremos ir.

Yo, a mi mes y pocos días, construyo mi casa sin pensar aún en el tejado. Vino el viento fuerte y derribó la casa de paja del cerdito menor. Quizá todavía no es tiempo de la casa de cemento, pero me estoy haciendo una bonita cabaña de madera en la soledad del soleado bosque. Aguantará en pie hasta que venga otro viento, más fuerte aún, de cambio.

Mi casa tiene paredes infinitas y gira siguiendo al sol. Cada pared se multiplica cuando descubro algo que me convierte en más yo. Por la noche se recarga a la luz de la luna. Por ahora no necesito tejado porque los árboles me protegen, pero cuando por fin remate mi cabaña, pondré una cubierta de rojo piruleta en forma de corazón y una chimenea de nubes de golosina. El humo olerá a limón y la cabaña a fresa, chocolate blanco, galleta de mantequilla y leche condensada, dependiendo claro está de la hora del día.

Por el suelo se puede andar calentito con unos calcetines hechos a mano con una lana especial proveniente de ovejas felices; en verano los pies se suavizan con un ungüento de mentol que despide la madera de fresno. Aunque de todas formas en verano no voy a parar mucho dentro: iré a ríos y lagos y me sentaré en el porche entre el verdor.

Mi casa va a tener muchas ventanas, para veros a todos, y una puerta grande con un felpudo donde dejaremos las penas. Tendré un sillón para leer, una mesa para tomar café en tazas inglesas, miel de las abejas, un tablero gigante para estudiar y aprender, y una cesta con materiales para jugar y crear. Hay también una cama gigante con veinte cojines y un nórdico con flores que cambian de color: a veces dormiré sola y otras acompañada.

No tengo duda de que después de balbucear, comenzaré a hablar, de que tras gatear me lanzaré a andar, y cuando corra seré la más veloz del reino, o al menos correré riendo siguiendo a los más rápidos. Mi casa de infinitas paredes por ahora solo tiene tres, o quizás ya cuatro: la de la familia, la de la literatura, la de la necesidad vital de expresarse con vehemencia y fe, y puede que ya también la del deseo de crecer y expandir el espíritu como una bandada de pájaros que oscurecen por un momento el cielo.

Ahora duermo en una cama sin nórdico, con sábanas con el olor a lavanda del amor de madre, abrazada a recuerdos como peluches, con un solo cojín y, eso sí, un flexo cálido para leer. Comparto lecho con una sombra oscura a la que he llegado a apreciar y hasta a querer: sin ella no hubiera nacido de nuevo al cumplir los 35.

La sombra se apoderó de mí como un espíritu embrujador que pide ser exorcizado: la ansiedad de no reconciliar la idea con la realidad. La angustia, el pánico de las noches vacías y los días sin sol. Después la sombra se hizo más profunda pero más callada, y me envolvió como un velo mortuorio, como gas que se escapa en silencio de la bombona, como humo que te asfixia mientras aún no se ve fuego. Se convirtió en la depresión que te esconde el camino, en manto de nieve que te confunde, en hollín que tizna el aliento, en sal que escuece los recuerdos, en urraca negra que te saca los ojos como un tesoro para su nido.

Después se hizo el silencio y llegó la nada, el silencio que sigue a las grandes tragedias y que precede al fin del mundo. Pero el útero de la naturaleza clamó, y el fondo de la tierra se removió, las profundidades de la madre tierra comenzaron a arder y un alarido sin fin me trajo de vuelta al mundo: nací sin llorar, reboté dos o tres veces sobre el suelo desnudo. Atónita, sola y con miedo miré hacia el frío.

Me recogieron los campesinos hospitalarios y sencillos de la tierra a la que siempre había pertenecido: me dejaron al calor de la lumbre y me alimentaron con leche de sus animales. Ahora gateo, balbuceo y a veces hasta río con los ojos achinados; mientras, se multiplican las paredes infinitas de mi casa de madera.

No tengo 35 años: tengo un mes y pocos días. Un mes y pocos días cargados de los recuerdos felices de los veranos pasados y del calor de los inviernos, de todo lo experimentado y exprimido hasta el fin, de toda la fe recobrada, de la imaginación y la vehemencia sin límites. A los 35 años, mi amiga la sombra me ha traído la verdad y me ha hecho nacer a la luz. Ahora, a mi mes y medio, comprendo que la oscuridad y la luz están en uno mismo, que la única verdad es la del amor, y que nunca debemos dejar que el amor, como la luna, muestre su cara mentirosa. De lo contrario, moriremos en vida, y yo quiero seguir naciendo cada día como el rocío y llegar a alumbrar cada noche con la luz de la primera estrella.



After a While

After a while you learn
The subtle difference between
Holding a hand and chaining a soul
And you learn that love doesn't mean leaning
And company doesn't always mean security.

And you begin to learn
That kisses aren't contracts
And presents aren't promises
And you begin to accept your defeats
With your head up and your eyes ahead
With the grace of a woman
Not the grief of a child

And you learn
To build all your roads on today
Because tomorrow's ground is
Too uncertain for plans
And futures have a way
Of falling down in mid flight

After a while you learn
That even sunshine burns if you get too much
So you plant your own garden
And decorate your own soul
instead of waiting
For someone to bring you flowers

And you learn
That you really can endure
That you are really strong
And you really do have worth
And you learn and you learn
With every good bye you learn.

Veronica A. Shoffstall





1 comentario:

  1. Feliz mes y medio :)
    Una de tus múltiples cualidades es Escribir como lo haces.
    Darte cuenta de cómo te sientes, y ser capaz de expresarlo con ese lenguaje inmejorable.
    Llega a lo más profundo de tu ser, al leerlo.

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