jueves, 19 de enero de 2012

Caballos blancos

Recuerda que has de buscar y dar la bienvenida a tu vida tan sólo a gente que se considere la más afortunada del Universo por tener a alguien tan especial como tú en su vida. Sólo ese tipo de personas respetarán tu alma y honrarán al ser único y especial que eres, sólo ese tipo de personas te ayudarán a crecer y a ser más auténticamente tú cada día. Rosetta Forner

Un corto paseo entre dos luces mientras hablo por teléfono. Objetivo del día cumplido: comunicación con el exterior, extender la mano hasta donde está la gente, dar y recibir. Probablemente en eso consiste una parte fundamental del sentido de la vida.

En el camino de vuelta, en ese momento en el que el sol ya se ha desvanecido pero no ha llegado aún la primera estrella, corren caballos blancos sobre la hierba húmeda y entre los fresnos. Una imagen onírica, casi una aparición.

Joyce hablaba de momentos de epifanía, de revelación o iluminación. En ese momento el mundo y yo éramos uno: no se unía el exterior con mi realidad interna, sino que mi alma y la del universo eran la misma. En esa fusión probablemente consiste el auténtico vivir.

No fue un momento buscado, una sensación lograda a través de la meditación, sino solamente sobrevenida. Esa es la meditación natural, la armonía, el amor. Quizá mi cuerpo y mi mente ya estaban preparados, el terreno abonado, la sed consumida. Quizá se encuentra cuando se deja de buscar.

Cuando has llamado amor durante años a una sensación engañina en la que la felicidad depende del brillo falso de otros ojos, en la que únicamente se encuentra la paz en otros brazos como grilletes, en la que  para que el mundo esté en orden necesitas el permiso de otro, cuando has dejado de ser estrella para ser planeta... entonces ¿no es un momento de epifanía volver a sentir por unos instantes que la paz, la alegría y el amor solo dependen de ti?

Solo cuando respetas tu alma, cuando destierras de tu vida a aquello y aquellos que se limpian en ella el barro de los zapatos y la utilizan para airear el mal olor de la ropa sucia... es entonces cuando encuentras tu luz. Y como el haz de una linterna en la noche, esa luz ilumina el camino y reconoce el amor en cada persona que se cruza contigo.

Cuento todo esto porque lo más importante que he aprendido en esta etapa es a ver el amor en la gente. Cada día me continúa sorprendiendo descubrir en tanta gente amabilidad, sonrisas e interés por los demás. Todo eso debía de estar ahí antes, debe de haber estado ahí siempre. Pero yo no tenía linterna, caminaba a oscuras, sin luz propia, el camino me lo marcaba la luz de una estrella lejana y errante. Quizá las estrellas se reconocen entre sí y tintilean.

El día mágico de Reyes lloraba histérica, pero esta vez era de admiración ante los buenos sentimientos en contraposición exacta a tantas lágrimas atónitas y agónicas por falta de amor. Y no dejo de admirar cada día los actos gratuitos de amor, los destellos de luz como bengalas de fiesta, el compás exacto del universo, la naturaleza lenta pero imparable que sigue su curso en susurros ajena a la destrucción de los hombres.

Quizá estoy hablando de algo que todos sabéis: pero yo soy como un niño que comienza a balbucear y a mirar con asombro e inocencia el mundo. El amor que he dado me vuelve limpio y puro, ese amor me pertenece solo a mí, es mi forma de estar en el mundo. Sale el pájaro de la jaula, y aprende a vivir en la selva, a donde siempre ha pertenecido. Voy a dar una patada a la tentación de la jaula, voy a cambiar la dependencia por la libertad, se han fundido los cables de acero. Solo queda el pasado, y de ese pasado ya solo soy yo la dueña. Recojo los ojos que un día de hace demasiado tiempo deposité con cuidado en otras manos con la inconsciencia de quien se quita unas lentillas.

No quiero gafas para ver, va a pasar la rueda de un tráiler por encima de estas lentes oscuras de ciego que velan mi mirada. No quiero intermediarios entre mi mirada y el mundo, quiero seguir topándome de lleno con lo que hay ahí fuera, quiero abrasarme y tener frío, quiero mis propios ojos. Porque el día que depositas tu felicidad en otros ojos, cavas como una tumba tu perdición, se cierra el puente levadizo y caes al foso de los cocodrilos, destruyes a martillazos la perfecta escultura griega.

Volverá a haber momentos en que mi alma se alíe con el mundo, en que el amor que me admira ahí fuera no sea sólo una linterna que me alumbra, una fogata que me calienta los pies fríos... sino que al amor que es solo mío, al amor que descansa como un pajarillo en el nido de la libertad y el respeto recobrados, le llegará el tiempo de volar... y entonces su haz de luz iluminará el camino de otros, atraerá lo auténtico como un faro que guía, calentará a los harapientos, contribuirá al bienestar y a la dignidad del mundo.

Además de caballos al galope, hoy veo que flotan en el campo multitud de pelusas etéreas provenientes de esas plantas ligeras que soplamos pidiendo un deseo mientras las lanzamos al aire. Bajo la luz dorada, se carga la atmósfera de deseos sin fin y de caballos blancos.

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