martes, 31 de enero de 2012

31 de enero

Olvidamos las fechas. Quizás nos pasan demasiadas cosas. ¿O es que los días se sucededen iguales? Puede que no tengamos disposición para hacer un huequito para lo especial en nuestras vidas. O quizá lo especial nos resulta indiferente. ¿Sabemos reconocer mientras ocurre el instante de alegría que marcará nuestra existencia, el momento de plenitud que nos revela quiénes somos, la secuencia feliz que después trataremos inútilmente de reproducir en la grabadora de la memoria hasta rayar la cinta?

Se dispersan las fechas como cereal colado por un tamiz, pero al cabo quedan algunos grumos en el cedazo, unos números a los que volvemos cada año al pasar las hojas del calendario. No importa lo que esas fechas fueron en el pasado: lo que cuenta es que hubo un pasado al que damos significación en el presente.

Esas fechas se convierten en hitos en el camino, unen los días que se arremolinan inconexos, dan la impresión de que hay un camino, y se vuelven talismanes que nos ayudan a recorrerlo. Nos ofrecen la certeza de que hubo un pasado que nos pertenece, un pasado que nos lleva hasta quien somos ahora, y como antorchas en la noche nos recuerdan qué es importante para nosotros.

Son esas hojas que arrancamos del calendario de hoy con una mirada nostálgica al pasado las que nos afianzan en el presente y nos indican cómo vivir. Son las migas de pan que tiraba Pulgarcito con la esperanza y la tenacidad de quien confía en volver a casa. Son las piedras de toque que nos recuerdan que hubo vida, que fuimos distintos, que nuestras historias se entrelazaron con las de otros como escalpelo que nos cincela, que esos lazos nos atarán suavemente y para siempre como a globos que flotan en el aire sin escaparse al cielo.

Una de mis fechas favoritas es el 17 de diciembre, porque ese día nació mi abuelo y, tras su muerte, mi abuela esperó a morir otro 17 de diciembre. Se unieron en la muerte como lo habían estado en la vida. Me gusta el 17 de diciembre no porque recuerde a mis abuelos muertos, a los que lloro todavía, sino porque es la celebración del amor, el compromiso y la coherencia de la vida vivida en valores. Recuerdo el sonido del chasquido de los besos de mis abuelos en la cocina mientras yo esperaba la comida en el salón.

Cuando murió mi abuela habló el cura de que somos amor, y yo pensé que quizá decía eso no por cumplir con el trámite, sino porque quizá llegó a conocer a mi abuela. Sin embargo, tú no me acompañaste en sus muertes para saber que mi abuela era amor. Quizá por eso aún no la he acabado de llorar.

Otra fecha marcada en rojo en el calendario es el día de mi cumpleaños, un día dedicado a recordar que tenemos la capacidad de hacer cualquier día especial, la necesidad de los amigos y una rendija por la que siempre sopla la corriente de la alegría.

Hoy es 31 de enero, y quizá sigue sin ser especial para quien no tiene esta visión de los cumpleaños, pero para mí no deja de ser un hito en el calendario, una miga de pan que me recuerda que hubo un hogar. Pasamos las hojas del calendario, y no solo miramos hacia el pasado, sino que la sucesión de días nos conduce vertiginosamente al futuro, de modo que al fin lo que nos recuerda el almanaque es la necesidad de afianzar los pies en las 24 horas que nos ofrece la hoja de hoy.

Planto los pies en el pasado feliz e imposible que cada noche vuelve anhelante en sueños incómodos de los que despierto bañada en miedo. Los enraizo en la alegría de sorprenderme bailando "Singing in the Rain" en la mañana de sol, en las conversaciones sencillas compartidas en un consultorio de pueblo, en viejos reencuentros que dan cuerda a la maquinaria del presente, en llamadas cálidas de los amigos que atraviesan conmigo las puertas acristaladas del pasado y el futuro. Pongo los pies firmes en la certeza de que siempre se cuenta con un hogar donde juntar calor, con unos recuerdos que te permiten flotar en el aire con cintas de colores, con unas vivencias que te dicen quién eres y de las que aprendes quién quieres ser.

Con los pies bien asentados en las 24 horas del día de hoy, sé que existe el amor porque quedó apresado en tantos tacos de calendario, en todas las cartas fechadas, en las servilletas firmadas, en los miles de besos hondos sin fechas de caducidad. Sé que existe la plenitud porque la viví a tu lado, comprendo que todo el amor derrochado mereció la pena aunque derribara la presa al desborbarse  y anegara todo a su paso.

Este, aunque confío en que nunca vuelvas a leerme, es mi regalo para ti hoy en el día de tu cumpleaños. Y este el regalo que en el tiempo que quede por venir me traerá cada año el 31 de enero pintado en el calendario: no la condena del ahogo en el río desbordado de amor infectado de lodo, sino la libertad de inhalar frente al lago límpido la fragancia fresca del amor y la felicidad pura que vuelve, se repite y se renueva como siempre ha sido.

Respiro la calidez del pasado que asciende desde la criba como el humo de una tarta recién horneada,  y miro al futuro para seguir caminando en busca de los momentos felices de cada día del año. El 31 de enero trae la libertad de poder volar con un corazón como un globo dulcemente amarrado a cintas de colores. Regalo y presente no dejan de ser sinónimos: el regalo del 31 de enero es poder vivir el momento actual sabiendo que el amor y la plenitud nos pertenecen por el mero hecho de poner los pies en las hojas del calendario.





CUMPLEAÑOS DE AMOR (Ángel González)

¿Cómo seré yo
cuando no sea yo?
Cuando el tiempo
haya modificado mi estructura,
y mi cuerpo sea otro,
otra mi sangre,
otros mis ojos y otros mis cabellos.
Pensaré en ti, tal vez.
Seguramente,
mis sucesivos cuerpos
—prolongándome, vivo, hacia la muerte—
se pasarán de mano en mano,
de corazón en corazón,
de carne a carne,
el elemento misterioso
que determina mi tristeza
cuando te vas,
que me impulsa a buscarte ciegamente,
que me lleva a tu lado
sin remedio:
lo que la gente llama amor, en suma.
Y los ojos
—que importa que no sean estos ojos—
te seguirán a donde vayas, fieles.












viernes, 27 de enero de 2012

Cuentos de verdad y mentira, y unas cuantas ovejas

...lo que me da rabia es que expongas en público TU verdad como si fuera LA verdad


Mi tía A. lo ha entendido bien: escribo cuentos. Nada de lo escrito es verdad, nada es mentira. O si preferís, todo es verdad, todo es mentira.

Bajo la nieve que no cuaja, parecen las ovejas copos gigantes. Un cordero arranca con la boca ramas del jardín; a mi espalda, oigo balidos incensantes como una canción de cuna para un niño que no duerme. A veces toda la verdad del mundo se reduce a un momento como este, porque el blanco de las ocho ovejas y de sus balidos basta para cubrir la tierra de olvido.

La vida es más verdad cuando más irreal parece, como hoy en que el cielo gris no sabe si llorar copos o si reír lanzándolos a carcajadas. Es mediodía pero parece que aún no ha amanecido. Podría ser también la hora del anochecer en que los muertos atraviesan en barca la laguna de la sabiduría. A este lado del valle, nieva el cielo y nos cubre de ignorancia. En medio de la confusión, de la nieve que tiñe la tierra de irrealidad y sueño, a veces se vomitan unas cuantas certezas. Certezas que nunca llegan a ser verdad, sin  ser mentira.

La certeza de que siguen balando las ovejas, de que el día triste definitivamente ha optado por seguir llorando. Las ovejas podrían balar frío y desvalimiento, pero también podrían intentar apaciguar el descontento del cielo. Nada es verdad, nada es mentira, y menos que nada lo que en mí provocan las ocho ovejas y sus puntos suspensivos de corderos. ¿Por qué me producen calma y seguridad, por qué me causan tanta ternura los corderos? Porque se ve en ellos la vida segura, natural, que fluye sin dudas de día y de noche, entre el frío y la paja, entre nacimientos y vejez, sin alegrías ni tristezas, con fe, sin cuestiones, con certeza. ¿Son verdad las ovejas? ¿O son copos de nieve que han cuajado y permanecen entre nosotros?


La vida claramente no es verdad, pero tampoco lo es la muerte. Si lo fuera, no nos dolería, no nos daría miedo, no nos traería recuerdos, no nos rebelaríamos contra ella. La muerte es mentira, porque no hay olvido de la vida. Tienen que caer muchas nevadas para que la muerte verdaderamente muera, pero entonces ya no le importará a nadie.

La vida es mentira, porque solo la vivimos a ratos. Porque existe la vida y existe su contrario, porque la plenitud no tendría sentido sin el vacío, la alegría no se explicaría sin la nostalgia, el amor va unido a su frágil equilibrio. Por eso tampoco el amor es verdad ni es mentira. ¿Es mentira que te quiero? ¿Es verdad que sobreviene el olvido?

Nadie lo sabe, porque todo acontece a un tiempo: el presente y el pasado, los balidos y los copos de nieve, la melancolía y la esperanza, las ovejas madre y los corderos, el recuerdo y la desmemoria, la mentira y la verdad, la muerte y la vida, el adiós y el bienvenido.

Todo sucede a un tiempo, y a veces parece que nada pasa. No se puede distinguir entre la ausencia del amor y su presencia, entre lo que se desea y lo que no se quiere, entre el corazón y el pensamiento, entre el orgasmo y la soledad. Todo el pasado siempre sucede en un único momento al que nos aferramos para que pueda haber presente.

Unas tormentas violentas y terribles asolan en estos momentos, según informe astronómico publicado en los periódicos, la superficie solar. Los astronautas se refugian en habitáculos especiales, los sistemas de comunicación de la tierra están en peligro. A pesar del terremoto solar, aquí sigue nevando mientras la luz del sol deambula en guerra por otros planetas vecinos. Todo está interconectado: el sol está a tan solo ocho segundos de la tierra. ¿A cuántos segundos estás tú de mí? ¿Recibo las señales? Todo está interconectado, y las tormentas solares han acabado con la comunicación en la tierra. Se ha perdido toda señal, los signos son ininteligibles, las palabras solo sirven para crear confusión y dolor, ni siquiera se puede confiar más en ojos transparentes y puros de los que quizá un día nos enamoramos, las miradas aparecen veladas.

No hay lugar para la ingenuidad, hemos perdido la inocencia pero seguimos sumidos en la ignorancia. A veces certezas como fogonazos que solo sirven para quemar el corazón. Bajo el limbo de la nieve, del día gris que llora no con lágrimas sino con hielo y que enloquece a las ovejas que balan sin fin, no hay verdades ni mentiras, amor ni olvido, solo hay unos corderos llenos de vida que oyen a sus madres y por primera vez intuyen que también repta la muerte junto a sus tibias pezuñas.

El sol sigue su lucha interna, el cielo se desprende de su blanca melancolía que cae gris sobre nosotros, el pasado queda cada día más lejano y a la vez más presente, el amor camina como un niño columpiándose de las manos de la memoria y del olvido, la nieve de quince años después sigue siendo la misma que la de aquellas nevadas de enero en la imberbe juventud. El fuego y el frío son eternos, el amor es un círculo perenne que siempre huye para retornar, la vida en rueda se acerca y se aleja ante nuestros ojos expectantes mientras nuestros pies caminan sin desclavarse nunca del mismo suelo.


Los momentos se unen en el tiempo, y no existe el hoy ni el mañana, todo es siempre pasado. No existe la verdad ni la mentira, el amor y el olvido se alimentan mutuamente, no es posible la presencia sin la ausencia, la vida y la muerte echan un pulso en el que nunca hay ganadores; tú eres y al tiempo desapareces, mi corazón está lleno porque está vacío, ardo y me hielo, el todo y la nada se acuestan juntos; se echa de menos lo que se echa de más, en el sexo y en el amor cada primera vez es la última.

Y es entonces cuando uno entiende que los puntos que une el tiempo no son verdad ni son mentira, que ni la vida ni la muerte son para siempre, que el amor nunca se olvida y que sin olvido no hay amor, y entonces vemos que en la línea que une esos puntos cronológicos se leen las únicas palabras posibles para el hombre: la palabra ahora, y la palabra felicidad.

jueves, 26 de enero de 2012

A los 35, ¡piruletas!

Durante un tiempo he estado orgullosa de mis primeras canas. O quizá son mis primeras canas solo porque hace un tiempo que no me tiño... El caso es que tenía ya ganas de alcanzar la mítica cifra de los 35, para poder dejar por fin atrás la juventud y las exigencias que ser joven trae consigo: la primera, parecerlo. Ya no hay que ser monas, ni deseables, ni delgadas, ni lucir bien en bikini. Por fin nos podemos convertir en invisibles para la sociedad, irnos de casa, cambiar Zara por Ikea, y dedicarnos a trabajar y a decidir sin más presión que la del tiempo lo que de verdad queremos ser y cómo queremos vivir. Por fin nos dejan en paz de exigencias de triunfo fácil, de sonrisa perenne, de aspecto despreocupado.

Los 35 era ese límite fatal en el que la mujer rozaba su última posibilidad de tener un hijo, y para ello antes debía procurarse su vestido de novia, su casita con garage y la correspondiente hipoteca, su nómina a fin de mes, sus creencias bien asentadas. Si a los 35 no habías alcanzado todo esto... solo se extendía ante ti el fracaso y el vacío.

Yo después de los 35 ya no voy a cumplir 36: por ahora tengo un mes y algunos días. La oportunidad de nacer de nuevo, de que te cuiden como a un bebé, de aprender a balbucer y gatear, de mirar el mundo con inocencia y asombro. La ocasión propicia para tomarte la vida como si fuera un juego, para descubrir quién eres y qué hay a tu alrededor, para soñar despierta y dormida, para no poner límites a la imaginación.

A los 35 ya no merece la pena tomarse la molestia de callarse (qué nos importa ya lo que los otros piensen), ni se puede creer en nada ni nadie por quien pueda justificarse el silencio (nos importa lo que por fin nosotros hemos llegado a pensar y saber, en libertad y madurez). Los 35 es época de compromiso: con una misma lo primero, y después con las cosas que verdaderamente consideramos importantes y propias, definitorias de quién somos y hacia dónde queremos ir.

Yo, a mi mes y pocos días, construyo mi casa sin pensar aún en el tejado. Vino el viento fuerte y derribó la casa de paja del cerdito menor. Quizá todavía no es tiempo de la casa de cemento, pero me estoy haciendo una bonita cabaña de madera en la soledad del soleado bosque. Aguantará en pie hasta que venga otro viento, más fuerte aún, de cambio.

Mi casa tiene paredes infinitas y gira siguiendo al sol. Cada pared se multiplica cuando descubro algo que me convierte en más yo. Por la noche se recarga a la luz de la luna. Por ahora no necesito tejado porque los árboles me protegen, pero cuando por fin remate mi cabaña, pondré una cubierta de rojo piruleta en forma de corazón y una chimenea de nubes de golosina. El humo olerá a limón y la cabaña a fresa, chocolate blanco, galleta de mantequilla y leche condensada, dependiendo claro está de la hora del día.

Por el suelo se puede andar calentito con unos calcetines hechos a mano con una lana especial proveniente de ovejas felices; en verano los pies se suavizan con un ungüento de mentol que despide la madera de fresno. Aunque de todas formas en verano no voy a parar mucho dentro: iré a ríos y lagos y me sentaré en el porche entre el verdor.

Mi casa va a tener muchas ventanas, para veros a todos, y una puerta grande con un felpudo donde dejaremos las penas. Tendré un sillón para leer, una mesa para tomar café en tazas inglesas, miel de las abejas, un tablero gigante para estudiar y aprender, y una cesta con materiales para jugar y crear. Hay también una cama gigante con veinte cojines y un nórdico con flores que cambian de color: a veces dormiré sola y otras acompañada.

No tengo duda de que después de balbucear, comenzaré a hablar, de que tras gatear me lanzaré a andar, y cuando corra seré la más veloz del reino, o al menos correré riendo siguiendo a los más rápidos. Mi casa de infinitas paredes por ahora solo tiene tres, o quizás ya cuatro: la de la familia, la de la literatura, la de la necesidad vital de expresarse con vehemencia y fe, y puede que ya también la del deseo de crecer y expandir el espíritu como una bandada de pájaros que oscurecen por un momento el cielo.

Ahora duermo en una cama sin nórdico, con sábanas con el olor a lavanda del amor de madre, abrazada a recuerdos como peluches, con un solo cojín y, eso sí, un flexo cálido para leer. Comparto lecho con una sombra oscura a la que he llegado a apreciar y hasta a querer: sin ella no hubiera nacido de nuevo al cumplir los 35.

La sombra se apoderó de mí como un espíritu embrujador que pide ser exorcizado: la ansiedad de no reconciliar la idea con la realidad. La angustia, el pánico de las noches vacías y los días sin sol. Después la sombra se hizo más profunda pero más callada, y me envolvió como un velo mortuorio, como gas que se escapa en silencio de la bombona, como humo que te asfixia mientras aún no se ve fuego. Se convirtió en la depresión que te esconde el camino, en manto de nieve que te confunde, en hollín que tizna el aliento, en sal que escuece los recuerdos, en urraca negra que te saca los ojos como un tesoro para su nido.

Después se hizo el silencio y llegó la nada, el silencio que sigue a las grandes tragedias y que precede al fin del mundo. Pero el útero de la naturaleza clamó, y el fondo de la tierra se removió, las profundidades de la madre tierra comenzaron a arder y un alarido sin fin me trajo de vuelta al mundo: nací sin llorar, reboté dos o tres veces sobre el suelo desnudo. Atónita, sola y con miedo miré hacia el frío.

Me recogieron los campesinos hospitalarios y sencillos de la tierra a la que siempre había pertenecido: me dejaron al calor de la lumbre y me alimentaron con leche de sus animales. Ahora gateo, balbuceo y a veces hasta río con los ojos achinados; mientras, se multiplican las paredes infinitas de mi casa de madera.

No tengo 35 años: tengo un mes y pocos días. Un mes y pocos días cargados de los recuerdos felices de los veranos pasados y del calor de los inviernos, de todo lo experimentado y exprimido hasta el fin, de toda la fe recobrada, de la imaginación y la vehemencia sin límites. A los 35 años, mi amiga la sombra me ha traído la verdad y me ha hecho nacer a la luz. Ahora, a mi mes y medio, comprendo que la oscuridad y la luz están en uno mismo, que la única verdad es la del amor, y que nunca debemos dejar que el amor, como la luna, muestre su cara mentirosa. De lo contrario, moriremos en vida, y yo quiero seguir naciendo cada día como el rocío y llegar a alumbrar cada noche con la luz de la primera estrella.



After a While

After a while you learn
The subtle difference between
Holding a hand and chaining a soul
And you learn that love doesn't mean leaning
And company doesn't always mean security.

And you begin to learn
That kisses aren't contracts
And presents aren't promises
And you begin to accept your defeats
With your head up and your eyes ahead
With the grace of a woman
Not the grief of a child

And you learn
To build all your roads on today
Because tomorrow's ground is
Too uncertain for plans
And futures have a way
Of falling down in mid flight

After a while you learn
That even sunshine burns if you get too much
So you plant your own garden
And decorate your own soul
instead of waiting
For someone to bring you flowers

And you learn
That you really can endure
That you are really strong
And you really do have worth
And you learn and you learn
With every good bye you learn.

Veronica A. Shoffstall





jueves, 19 de enero de 2012

Caballos blancos

Recuerda que has de buscar y dar la bienvenida a tu vida tan sólo a gente que se considere la más afortunada del Universo por tener a alguien tan especial como tú en su vida. Sólo ese tipo de personas respetarán tu alma y honrarán al ser único y especial que eres, sólo ese tipo de personas te ayudarán a crecer y a ser más auténticamente tú cada día. Rosetta Forner

Un corto paseo entre dos luces mientras hablo por teléfono. Objetivo del día cumplido: comunicación con el exterior, extender la mano hasta donde está la gente, dar y recibir. Probablemente en eso consiste una parte fundamental del sentido de la vida.

En el camino de vuelta, en ese momento en el que el sol ya se ha desvanecido pero no ha llegado aún la primera estrella, corren caballos blancos sobre la hierba húmeda y entre los fresnos. Una imagen onírica, casi una aparición.

Joyce hablaba de momentos de epifanía, de revelación o iluminación. En ese momento el mundo y yo éramos uno: no se unía el exterior con mi realidad interna, sino que mi alma y la del universo eran la misma. En esa fusión probablemente consiste el auténtico vivir.

No fue un momento buscado, una sensación lograda a través de la meditación, sino solamente sobrevenida. Esa es la meditación natural, la armonía, el amor. Quizá mi cuerpo y mi mente ya estaban preparados, el terreno abonado, la sed consumida. Quizá se encuentra cuando se deja de buscar.

Cuando has llamado amor durante años a una sensación engañina en la que la felicidad depende del brillo falso de otros ojos, en la que únicamente se encuentra la paz en otros brazos como grilletes, en la que  para que el mundo esté en orden necesitas el permiso de otro, cuando has dejado de ser estrella para ser planeta... entonces ¿no es un momento de epifanía volver a sentir por unos instantes que la paz, la alegría y el amor solo dependen de ti?

Solo cuando respetas tu alma, cuando destierras de tu vida a aquello y aquellos que se limpian en ella el barro de los zapatos y la utilizan para airear el mal olor de la ropa sucia... es entonces cuando encuentras tu luz. Y como el haz de una linterna en la noche, esa luz ilumina el camino y reconoce el amor en cada persona que se cruza contigo.

Cuento todo esto porque lo más importante que he aprendido en esta etapa es a ver el amor en la gente. Cada día me continúa sorprendiendo descubrir en tanta gente amabilidad, sonrisas e interés por los demás. Todo eso debía de estar ahí antes, debe de haber estado ahí siempre. Pero yo no tenía linterna, caminaba a oscuras, sin luz propia, el camino me lo marcaba la luz de una estrella lejana y errante. Quizá las estrellas se reconocen entre sí y tintilean.

El día mágico de Reyes lloraba histérica, pero esta vez era de admiración ante los buenos sentimientos en contraposición exacta a tantas lágrimas atónitas y agónicas por falta de amor. Y no dejo de admirar cada día los actos gratuitos de amor, los destellos de luz como bengalas de fiesta, el compás exacto del universo, la naturaleza lenta pero imparable que sigue su curso en susurros ajena a la destrucción de los hombres.

Quizá estoy hablando de algo que todos sabéis: pero yo soy como un niño que comienza a balbucear y a mirar con asombro e inocencia el mundo. El amor que he dado me vuelve limpio y puro, ese amor me pertenece solo a mí, es mi forma de estar en el mundo. Sale el pájaro de la jaula, y aprende a vivir en la selva, a donde siempre ha pertenecido. Voy a dar una patada a la tentación de la jaula, voy a cambiar la dependencia por la libertad, se han fundido los cables de acero. Solo queda el pasado, y de ese pasado ya solo soy yo la dueña. Recojo los ojos que un día de hace demasiado tiempo deposité con cuidado en otras manos con la inconsciencia de quien se quita unas lentillas.

No quiero gafas para ver, va a pasar la rueda de un tráiler por encima de estas lentes oscuras de ciego que velan mi mirada. No quiero intermediarios entre mi mirada y el mundo, quiero seguir topándome de lleno con lo que hay ahí fuera, quiero abrasarme y tener frío, quiero mis propios ojos. Porque el día que depositas tu felicidad en otros ojos, cavas como una tumba tu perdición, se cierra el puente levadizo y caes al foso de los cocodrilos, destruyes a martillazos la perfecta escultura griega.

Volverá a haber momentos en que mi alma se alíe con el mundo, en que el amor que me admira ahí fuera no sea sólo una linterna que me alumbra, una fogata que me calienta los pies fríos... sino que al amor que es solo mío, al amor que descansa como un pajarillo en el nido de la libertad y el respeto recobrados, le llegará el tiempo de volar... y entonces su haz de luz iluminará el camino de otros, atraerá lo auténtico como un faro que guía, calentará a los harapientos, contribuirá al bienestar y a la dignidad del mundo.

Además de caballos al galope, hoy veo que flotan en el campo multitud de pelusas etéreas provenientes de esas plantas ligeras que soplamos pidiendo un deseo mientras las lanzamos al aire. Bajo la luz dorada, se carga la atmósfera de deseos sin fin y de caballos blancos.

miércoles, 18 de enero de 2012

Par de poemas de Francisco Brines

Un anónimo brillante me ha recordado a quién pertenecían los versos "¿Y a quién le contaré lo que ahora siento?", que usaba yo en una vieja entrada.

Son de Francisco Brines, y aquí va el poema completo:

En las horas de amortiguada luz, y música,
en las alegres noches de nuestra juventud,
velamos hasta que el alba llega,
y en el humo se quedan las palabras
que la sombra golpea,
las palabras borradas que fueron nuestra vida.

Hace tiempo que callo,
y son tristes las noches de nuestra juventud,
y el alba llega muerta.
Rodeado de frío vuelvo a la hostil ciudad,
y el clandestino amor me despide furtivo
desde las rotas sombras de los descampados,
y el día se alza lívido
como si sólo un muerto lo hubiese de habitar.

Con el recuerdo sólo de tu vida, porque fuiste mi vida,
qué abandonado estoy,
¿Y a quién le contaré lo que ahora siento?

Aprovecho para incorporar otro de mis poemas favoritos de Brines, poema que me acompaña desde hace muchos años: "Aquel verano de mi juventud".

¿Y qué es lo que quedó de aquel viejo verano
en las costas de Grecia?
¿Qué resta en mí del único verano de mi vida?
Si pudiera elegir de todo lo vivido
algún lugar, y el tiempo que lo ata,
su milagrosa compañía me arrastra allí,
en donde ser feliz era la natural razón de estar con vida.

Perdura la experiencia, como un cuarto cerrado de la infancia;
no queda ya el recuerdo de días sucesivos
en esta sucesión mediocre de los años.
Hoy vivo esta carencia,
y apuro del engaño algún rescate
que me permita aún mirar el mundo
con amor necesario;
y así saberme digno del sueño de la vida.

De cuanto fue ventura, de aquel sitio de dicha,
saqueo avaramente
siempre una misma imagen:
sus cabellos movidos por el aire,
y la mirada fija dentro del mar.
Tan sólo ese momento indiferente.
Sellada en él, la vida.

Si os apetece leer un poco de poesía, y compartir versos especiales con todos, aquí tenéis una selección de poemas de Francisco Brines. ¡Sería estupendo si pusiérais alguno de los que más os lleguen en los comentarios!






lunes, 16 de enero de 2012

negra sombra, nieve blanca

Tener sueño. Tener hambre. Asombrarse de la nieve que cae queda en la noche bajo el foco. Tener fuerzas para ducharse en vez de tener que tomar un baño. Preocuparte por tu padre. Alegrarte por tus hermanos. Sentir el sufrimiento de otros cercanos a los que les ocurren tragedias. Rezar por ellos. Sentir como un bultito en el pecho un embrión de esperanza. Volver a atisbar por un instante, resurgiendo dentro de ti, tu idea de la felicidad: asumir lo bueno y lo malo con el corazón abierto, fluir, mantenerse a flote en la balsa de la serenidad y la hondura en medio del caótico e incierto vaivén de las olas. Sentir que se puede crecer y seguir para adelante. Mirar de frente a la vida. Creer que hay verdades.

Algún día, más pronto que tarde, no me temblará el pulso de mañana, estaré a tope de trabajo y entusiasmo, recobraré la energía de los juegos de la infancia, me tiraré a los lagos de cabeza, romperé los cristales para beber el sol, romperé las copas de tanto brindar, saldré en chorro como una manguera que se abre y luego bajo el agua reiremos todos juntos. 

Que nadie nunca os diga quiénes sois, cuánto valéis, qué tenéis que hacer. Y jamás en nombre del amor.

Que nunca tengáis que buscar con la mirada suplicante que unos ojos os miren, que no os arrastréis por unas pepitas de oro falso, que no aceptéis las migajas del amor.

Que no os encadenen con hilos de acero, que no os castiguen con el silencio, que no os silencien con voces, que no os entierren bajo paladas de discursos cargados de incoherentes razones. Que no os convirtáis en víctimas de la superioridad de los que se creen inferiores.

Que no os traten como moneda de cambio, que os escuchen, que os vean, que os sientan.

Que no lleves el amor dependiente por bandera, que no creas que el amor basta, que no luches hasta destruirte por alguien que no quiere ser salvado, que no creas en relaciones donde la rabia justifica un insulto, que oigas las señales de tu consciencia, que no te aferres a la idea del amor infinito. Que mires a los que se aman en el tiempo y te regocijes, que veas a los que se quieren y aprendas de ellos, que nadie te despoje de tus valores. Que sepas que en una relación el amor no es suficiente, y si lo es, entonces es que no es amor.

Que me ponga el amor por montera, el amor que he dado y que ahora me vuelve, el amor  que es solo mío, que surge de mi interior. Un amor bonito, pequeño, cuidado, sensible, hecho de perlas sencillas y de emociones verdaderas. Un amor abierto al mundo y a los demás, que coge oxígeno del aire, de las sonrisas y de todo y todos los que se cruzan en mi camino. Un amor como una planta que crece descargando dióxido de carbono en la soledad. Un amor como una caja de música con una bailarina, como un cofre secreto del que solo yo tengo la llave, aunque a veces sea bueno tirarla al fondo del mar, matarile rile rile. Un amor sin jaula, un amor que a veces es laguna y a veces río juguetón.

Vuelve todo mi pasado, libre del dióxido de carbono, lleno solo de felicidad y momentos únicos. Atesoro lo que he dado, lo que he sentido, lo que he vivido, y sé que es solo mío. Libre, empiezo a creer que para mí también existe un futuro. Sobre todo porque siento que puede llegar a haber un presente. El velo se rasga, la niebla empieza a disiparse con el sol de la mañana, los demonios de mi cabeza hace un tiempo que no me hablan o quizá soy yo quien cada vez los oye menos, el agujero negro no ha llegado a succionarme, el amor de todos vosotros ha convertido el hielo en una fina capa que se resquebraja. A través de la negra sombra se vislumbra belleza, sigue existiendo la fe en la montaña alta, en algún lugar a través de los agujeros de mis costillas resplandece más pura que nunca la verdad como una vela que nunca se extingue.

La negra sombra de Rosalía de Castro se iba para volver, la sentía parte de ella, se mofaba en su cara y jamás podría deshacerse de su presencia. Entonces no había tratamientos ni comprensión de la enfermedad. Existía el alivio momentáneo de la belleza y el desahogo bendito de la escritura. Hoy nos recuperamos con altibajos, pero nos dicen que siempre hay una salida. Hoy tengo ganas de vivir: porque hay pasado, hay futuro y poco a poco irá habiendo un presente. Se van los demonios: en su lugar todos los que me han querido y cuidado: mi familia, todos y cada uno de ellos seres únicos y auténticos, mi familia adoptiva de Charo y el calor de la lumbre, el cobijo fundamental de las mantas y la amistad de Teresa, el cariño y la atención de Carmen, los abrazos y el afecto de mis maravillosos compañeros de La Adrada, las ideas claras de mi primo David, el cariño renovado en el tiempo de viejos amigos, los mensajes de aquellos más lejanos pero que sé que siempre están ahí. Y la dedicación infinita, entregada, serena y desinteresada, el amor verdadero del pianista bajo la luna.

La blanca nieve cae queda y oculta la negra sombra. Solo resta calzarse las botas, abrigarse un poco y romper a andar entre los senderos. La lumbre permanece encendida en el hogar. Cuando corresponda llegará otro tiempo y el sueño de una sucesión infinita de veranos.

Cando penso que te fuches,
negra sombra que me asombras,
ó pé dos meus cabezales
tornas facéndome mofa.
Cando maxino que es ida,
no mesmo sol te me amostras,
i eres a estrela que brila,
i eres o vento que zoa.
Si cantan, es ti que cantas,
si choran, es ti que choras,
i es o marmurio do río
i es a noite i es a aurora.
En todo estás e ti es todo,
pra min i en min mesma moras,
nin me abandonarás nunca,
sombra que sempre me asombras.



jueves, 12 de enero de 2012