Se abre el telediario de Tele5 con la noticia del enfrentamiento entre taurinos y antitaurinos. Y una recomendación de profesor paternalista: niños, esto de agredir a los antis está muy mal.
Antes de tratar la noticia con más profundidad, vemos cómo tiran a unos cachorros vivos a un río, después a otros sádicos que abandonan cerdos vietnamitas, a una tía loca que acaricia a un gato y acto seguido lo tira a un contenedor.
Bien, ahora ya estamos preparados para comprobar cómo son de salvajes los vecinos del pueblo de Guadalajara que están celebrando un encierro a campo abierto como parte de las fiestas patronales.
"Vamos a tirarlos por el puente p'abajo" y "¡A matarlos!" son algunas de las lindezas que dedican los del pueblo a los antis. Y de ahí pasan a la acción: les patean el coche y tiran a uno por un terraplén de 10 metros (según he deducido, aunque por cómo lo han dicho en la noticia parece que ha volado 10 metros en caída libre).
No seré yo la que defienda como medida de protección a la Fiesta tirar a los antis por un puente. Pero sí digo que no creo que ninguno de esos antis haya ido hasta ese pueblo, se haya situado en el puente, haya desplegado la pancarta, y se pensara que les iban a empezar a aplaudir por su buena acción.
Si hubieran pensado que nada iba a pasar, no hubieran llevado con ellos al cámara de Tele5 para que grabara lo que sí iba a pasar.
Claro, que calcularon mal su posición estratégica y el alcance del peligro: en su buen corazón nunca pudieron imaginar que los salvajes fueran a llegar tan lejos. Moraleja: puentes no, y coches si eso tampoco.
Pero siendo honestos, ¿quién puede esperar que frente a la provocación todos y cada uno de los vecinos del pueblo vayan a hacer gala de la flema y contención más absolutas?
Los antitaurinos tienen derecho, faltaría más, a tener su opinión y a expresarla. Pero no lo tienen a provocar y a alterar el orden público. Y si ellos se creen que pueden presentarse en casa de los demás y darles lecciones de moralidad, es porque piensan que su razón está por encima del bien y del mal.
Pero no lo está, y la función de la ley y los agentes de seguridad es garantizar el orden de un espectáculo absolutamente legal. Me parece que todo lo demás está fuera de lugar, y que los habitantes del pueblo no tienen por qué aguantar que nadie venga a fastidiarles las fiestas, a decirles qué es correcto y qué no, colocándose por encima de la ley. Y mucho menos que vengan a alterar la paz y agriar la convivencia.
Taurinos y antitaurinos tienen derecho a manifestar sus pasiones, y no podemos juzgar una causa por las debilidades e incongruencias de sus defensores y detractores. Pero la razón está por encima de arrebatos, y si no está bien agredir, tampoco lo está provocar.
No tienen los antitaurinos de Guadalajara lo que merecen, pues nadie debería ser agredido, pero sí han conseguido lo que andaban buscando: provocación y cobertura mediática. Creo que ahora mismo los antis y sus acólitos deben de estar revolcándose en su pátina de héroes y en la aureola de santidad que se han adjudicado.
Por último, mi conclusión sobre el tema: las lecciones de moralidad son muy bonitas, pero los medios con coherencia no están para alentar cualquier postura llamativa y efectista. Y la finalidad de las fuerzas de seguridad es garantizar el orden y prevenir problemas de convivencia; desde mi punto de vista, esos antis nunca deberían haber estado allí.
Y si no se dejan las cosas claras desde el principio, a ver quién es el guapo que se mete con ese toro resabiado.
Lo mismo, lo mismito pensé yo cuando lo vi por la tele. No me cabe duda, todo estaba perfectamente planificado, y cuanto más patearan el coche, cuantos más empujones recibieran, mejor que mejor. Así son, así de retorcidos, falsos héroes de medio pelo
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