Sueño con mi antiguo colegio. Largos corredores, pesadas escaleras, corrientes a través de la ventana, tos impertérrita, polvo en el suelo, frío en las rodillas. Mis padres esforzándose por darme la mejor educación. Yo en manos de las monjas sin corazón. Me lo decía mi madre: ¿pero qué te pasa, si antes eras decidida, alegre, independiente? Me lo repite mi hermana: Me hacías daño porque volvías a casa (tras la semana en el internado) y ya no eras cariñosa.
Sueño con el colegio, al que durante muchísimos años evitaba mirar volviendo la cabeza si tenía que pasar por allí, y me digo que ya no quiero ser profesora. Que ya no quiero serlo más porque las cosas no han cambiado tanto. Sueño con las mesas aisladas de formica marrón de mi clase de 2º de BUP, y una de mis actuales compañeras de trabajo da allí, en mi sueño, clases de historia. Menos mal, me digo, porque es una compañera a la que admiro por su energía, su compromiso, su saber, su profesionalidad.
Pero aún así, nada cambia. Las mesas de formica, una a una, como islas de un archipiélago al que han dejado de llegar barcos. Un chico en la esquina parece que ya no se entera de nada. La profesora lo nota y le anima, aunque con cierto sarcasmo. Al menos no lo ha ignorado, y siento en sueños cierto alivio.
¿Habéis traído la entrevista?, pregunta la profesora luego. Y yo de nuevo respiro un poco pensando que a pesar de los contenidos teóricos hay lugar para un trabajo más personal e interesante.
Pero sigo atrapada en el aula de mi olvidado colegio, entre silencios, sueños muertos, alegrías abortadas, tristezas sobrevenidas, inseguridades aprendidas. Y no quiero ser más profesora. Porque ya he salvado a muchos alumnos, con mis palabras, mi dedicación, mi manera de trabajar, mi atención. Con mi vocación, mi compromiso, mi entrega y mi ardor.
Y ahora quiero seguir salvándome a mí. Porque no quiero que naufrage la ilusión, que se ahogue la decisión que un día el colegio me robó y que pude recobrar a través de la fe en el poder de la educación; porque no quiero que mi pasión incorrupta se hunda al chocar con el iceberg de un sistema que sigue anclado en aquellas prácticas de hierro y hielo.
Un día me hice profesora para lanzar un salvavidas a todos los que el sistema dejó de lado, a aquellos que experimentaron el fracaso y la incapacidad de las que yo, gracias a mi facilidad y a mis horas de estudio, estaba condenada a escapar.
Hoy pienso que ya no quiero serlo más. Que ya no quiero ser profesora para salvar así a aquellos y a aquellas que, como yo, pasaron por el sistema con aparente éxito y refulgente brillantez, y sin embargo perdieron lo mejor que traían en islas vacías de amor, como lana de oveja abandonada en los picos de la alambrada que van saltando los animales en su aborregada carrera.
Digo que hoy no quiero ser profesora porque me quiero salvar. Porque quiero salvar la decisión y el caracter que un día una educación a la deriva trató de echar por la borda, y que solo la fe en otra manera de educar logró recuperar.
Otra manera de educar es posible, y no está entre estas mesas de plástico marrón que aún nadan arrastradas por la corriente del sistema. Otra manera de ser es posible, y soy yo, y la decisión, la alegría y el coraje de seguir siendo, y educando, y viviendo... y salvándome.
jueves, 5 de febrero de 2015
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