Día 1. Martes 18 noviembre.
1. Volver a clases de portugués. Perderse, frustarse por la incapacidad de manejar google maps desde el teléfono, preguntar, encontrarse. Descubrir gracias a la desorientación la calle Lorenzo Niño. Sentir el mismo gusto por la lengua, por expresarse, agradecer que te escuchen y que te digan que no se nota el tiempo sin práctica. Ganas de seguir aprendiendo por el mero hecho de disfrutar haciéndolo.
2. Una conversación incómoda pero necesaria sobre qué queremos y adónde vamos. Seguimos sin encontrar el camino, pero estoy segura de que las respuestas las traerá el viento. Solo necesitamos paciencia y calor, para que los sueños no nos sepulten, la mera palabra "crisis" no nos cercene los miembros, para que comprendamos las diferentes maneras de abordar el concepto de seguridad.
3. Toca sesión de peli en pareja, aunque sea en nuestros sillones separados. La maldición del Escorpión de Jade, de Woody Allen: ambientada en los años 40, y con un guión medido, contenido, rápido y agudo como el de las comedias de Hollywood de aquella época dorada. Ya no se hacen películas como las de antes, pero esta comparte su espíritu.
3. Ay, una cena con berberechos, gambas a la plancha, buen rosado y lubina que tenía pinta de ser salvaje. ¿Alguien da más? Pues sí, señores, helados con su correspondiente barquillo, y el envase brillante de éstos que se vuelve caja de juegos para el niño.
Día 2. Miércoles 19 noviembre.
1. Qué larga mañana de confusión y zozobra. Quizá por ello, cuando salgo de casa después de toda la mañana en casa, me pongo hecha un pincel: con vestido nuevo y mi abrigo más elegante.
2. Más confusión y vacío en las explicaciones del curso de formación. Lo salva el buen hacer, el interés y la calidad humana que se adivina en gran parte del alumnado. Yo opino que el sistema educativo cercena el potencial de sus profesores, pero de lo que no tengo duda es de que en la enseñanza pública podemos encontrar los profesionales más entregados, cálidos y sencillos.
3. Para rematar el día, al llegar a casa tras la sesión de teatro para torpes (para mí, concretamente) me da un tirón en hombro y cuello que no me permite ni moverme. Me arrastro como un gusano de un lado a otro de la cama, buscando una postura donde aguante el dolor, mientras mi marido me arropa y cuida, y ríe con los movimientos de esta pobre oruga.
Día 3. Jueves 20 noviembre.
1. Nada como levantarse con un buen tirón de espalda, y saber que eso lo arregla mi hermana la enfermera no desde el cuerpo sino desde el pensamiento, porque mi cuerpo pinta y escribe todo lo que yo siento: una buena sesión de coaching del bueno, y fuera todo este humo y falsedad que me ha traído el máster. En mi visión yo camino con mi abrigo elegante y mi pequeña bola de luz en el pecho parándome en el paseo de vuelta del trabajo a observar los árboles. Pero ahora aún estoy recién llegada del pueblo con esta luz que me rodea, me desborda y me envuelve, con una planta entre las manos que pide crecer, florecer, y que no se arredra ante nuevos espacios todavía desconocidos. Sabe que la alienta toda la luz que trae del campo puro pero que la vuelta atrás no es posible si se quiere avanzar en el camino del conocimiento. Las pavesas de la ciudad cuyos hornos arden con el mercantilismo no reposarán sobre esta flor cándida y fresca. Mis zapatos brillantes llegarán a conquistar estas calles y a fundirse con ellas en paseos afanosos y con sentido.
2. Mi prima linda viene a comer, y trae siempre consigo una lámpara que ilumina con risas, simpatía e ideas claras los mediodías de jueves. Hoy además tenemos tarta de queso y forma de corazón, gentileza del cocinero de este reino.
3. Por fin el curso acaba. Siempre se acaba por aprender algo, y los pasos que se dan podrán llevarte a lugares insospechados. Disfruto de la compañía de mis colegas profesores: no puede negarse que, aunque a veces no comparta algunas opiniones, son buena gente. Y de muchos de ellos podría aprender tantísimo. Puedo entrever algo de lo que podrían enseñarme su compromiso y experiencia, y eso es lo que me llevo del curso.
Día 4. Viernes 21 de noviembre.
1. Ir a clase de inglés. Se ve que esto de ir a clases me gusta mucho: de clases en las que aprender y que conecten con lo que soy y me apasiona y se me puede dar bien, y donde sentirse a gusto (de las otras, puede que ya haya tenido bastante).
2. Incursión a una librería pequeña y especializada, donde disfrutar de una buena selección de libros y del trato atento de quien ama su trabajo. Acabo comprando un par de cuentos para regalar a adultos, y es es el regalo que me hago a mí. Umm, y dejo algún otro libro pendiente para volver pronto.
3. Un rato de lectura en calma, que aparece como por arte de magia, y yo me monto en la alfombra mágica: me sumerjo en el libro del club de lectura que me engancha desde la portada y que narra la relación de un hijo con su padre ya muerto. Desde nuestros sillones enfrentados, ponemos los pies en el regazo del otro, mientras C. mira sus imposibles problemas de física.
Día 5. Sábado 22 noviembre.
1. El momento en el que unas lágrimas abren el camino de la comunicación profunda, como quien echa unas monedas y pide un deseo al pozo de la verdad, y después sigue su camino con el puño cerrado y ya vacío aferrado a su anhelo. Y ahí el día se endereza y se echa a la carretera. Pí, pí, abran camino que el tiempo no espera.
2. Una tarde de risas en un teatro musical recomendado para niños de cinco a diez años, del que recomiendo a sus gestores que incluyan en las edades un ámbito que vaya desde los diez meses hasta los treinta y siete años, pues está clínicamente probado que los bebés saltan, jaelan y bailan sobre las butacas mientras que las tías piensan que en la anterior vida debieron de reencarnarse en artistas callejeros. Como nos dice uno de los actores al transmitirle tras la función dicha recomendación sobre la ampliación de la edad de la audiencia: "Ah, entonces es que este niño lleva el blues dentro".
3. Ay, una cena con berberechos, gambas a la plancha, buen rosado y lubina que tenía pinta de ser salvaje. ¿Alguien da más? Pues sí, señores, helados con su correspondiente barquillo, y el envase brillante de éstos que se vuelve caja de juegos para el niño.
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