Hay verdades, pero pocas veces las encontramos. Mientras tanto, caminamos con la luz vicaria que viene de alguna estrella que una vez fue real. Seguimos adelante esperando una nueva revelación que venga a iluminarnos, aunque no sabemos cuándo ni cómo aparecerá. Puede que nos atemos a rituales, que interpretemos indicios, que llamemos al vidente de la tele. Esperamos la verdad futura como quien se cambia el anillo de mano para no olvidar un recado.
Ah, pero el futuro nunca llega. El tiempo no trae el olvido, el perdón no existe, el pasado no se supera. Aunque todo queda lejos, lejos, y se ve pequeñito como desde la cima de una montaña. Y se van cerrando los ojos, hasta que todo se confunde, y no se sabe ya si un día se fue, se vivió, se sintió. Si un día fuimos con los otros.
Desde esta ventana no se ven árboles, pero se suceden pequeños cambios de luz y un tenue murmullo, como el de una olla a punto de ebullición, viene de las calles adyacentes, más amplias y transitadas. Desde esta pequeña calle mía, que por un tiempo me ha tocado en suerte, pienso que la respuesta ha de estar en la luz sutil y en las hojas de los árboles otoñales que no pueden alcanzarse desde esta pequeña altura de mi segundo piso.
Busco una respuesta pequeñita, una verdad que me quepa en la palma de la mano. Atreverse a sostener por un momento una víscera viscosa y visceral, caliente y repelente, terrible y mortal. Higienizar al momento siguiente la mano con peróxido de alcohol, y encontrar en su lugar un hoja de otoño, rígida y quebradiza.
Llevar el otoño en la mano como el rescoldo de una primavera pasada. Atreverse, erguirse, soltar, buscar, abrirse. En un pasado que se repite en espiral, porque el futuro no existe.
Llevar el otoño en la mano como el rescoldo de una primavera pasada. Atreverse, erguirse, soltar, buscar, abrirse. En un pasado que se repite en espiral, porque el futuro no existe.
Todo lo que queda es esta luz tímida y dorada, unas cuantas hojas en el suelo, y la esperanza empecinada y vana de una revelación y de un abrazo de fría combustión.
No sé qué escribo. Pero sueño. Y en las mañanas sin árboles se confunden los sueños con los deseos, las verdades con las esperanzas, las revelaciones con la búsqueda, el pasado con el futuro.
Todo queda lejos, muy lejos, y a veces lo miro con los ojos entrecerrados, sin saber qué ver, y después me ducho, y sin más continúo caminando.
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