Conservamos sólo lo que amamos,
amamos sólo lo que entendemos,
y entendemos sólo lo que nos han enseñado
Proverbio bajau (los Gitanos del Mar)
Vuelvo a este pequeño país tras tres meses de ausencia. Digo pequeño porque aunque para algunos se encierre en él toda la vida posible, para el resto del mundo probablemente existe tanto como para nosotros Uganda.
En las últimas semanas se me iban despertando poco a poco las ganas de volver. Como un monstruo que permanece agazapado hasta que el olor de la sangre fresca lo mueve a la acción. Pienso que siempre es así: la mente se prepara para una espera de tres semanas, o tres meses, o tres años. Entonces, en los últimos días, echa abajo el muro de contención preparado para retener la nostalgia, el pasado, las costumbres cotidianas que han llegado a hacernos quienes somos, los amigos y familia que han quedado atrás, y la corriente resurge de nuevo con toda su fuerza e ímpetu para recuperar el cauce ya casi seco.
UN RELATO
Me gusta ir de acá para allá, pero lo que más me gusta siempre es la vuelta. Las sensaciones se agudizan, las pequeñas escenas de la vida cotidiana cobran una significancia nueva, y te golpean como vistas a través del prisma de un libro o de una película. Como si alguien hubiera seleccionado esas escenas para mí, y quisiera dotarlas de un sentido estético y de una relevancia moral, como si me las pusieran allí para ofrecerme una nueva interpretación de la vida.
Vengo, y me sorprende la dura estepa castellana, conformada por colores secos y marrones, ásperos y descorazonadores. La cámara presenta una perspectiva desde lo alto, en el avión. Después comienza a bajar, y al ritmo de una banda sonora que inquieta y enerva, hace un rápido barrido que atrapa al espectador en el viaje a través de los campos secos y los montones de pacas. Hasta que la cámara sube de nuevo y la imagen se pierde en un cielo interminable, amplio y claro, que encierra todas las promesas del mundo.
Empieza el mes de abril, y la imagen es la de una creciente desertización. Pasamos por Valladolid, en el vórtice de la estepa, y de nuevo los personajes caracterizados con indumentarias marrones y apagadas, que enfatizan los surcos en los rostros de las gentes, terregosos y sedientos como la tierra de labor de la que han surgido. Son personajes clásicos y orgullosos, con un aire altanero que roza lo rancio. Siguen paseando por las calles, aislados y con paso monótono, camino a ninguna parte. El espectador los deja atrás.
Siguiente escena. En el interior de un bar. Un mesonero serio y enjuto que de repente se rompe en una sonrisa contenida, de la misma manera que se rompe la tierra para alumbrar el cereal. Una sonrisa que rezuma amabilidad y socarronería a un tiempo. Una tierra partida en ásperos terrones que produce el milagro de la comunión del pan.
Y el olor, ¿no puedes sentirlo, revivirlo por un momento? ¿No te hace cosquillas el seco polvo de la espiga, que te molesta y te llega hasta la garganta, pero que te inunda y llega hasta la yema de los dedos y te hace sentir tierra y querer tierra? Fundirte con la tierra, desaparecer con el polvo que permanece en aire, incapaz de escapar al despótico calor del infinito cielo.
El mesonero fuma detrás de la barra, de lado, como mirando a través de una ventana lateral que el espectador ha de adivinar. La mirada perdida en el imaginario ventanuco, los pies firmemente enraizados en el suelo.
Es media mañana. Dos chicas, apurando la juventud, beben a sorbos un vaso de café con leche. El espectador, a estas alturas, reconoce inmediatamente la tonalidad marrón de la bebida. La cámara presenta un primer plano desde arriba de la superficie del vaso. En el círculo que forma el recipiente el espectador cree ver reflejado por un momento la tierra y las gentes que se han presentado con anterioridad, en una sucesión de silenciosas imágenes perturbadoras que naufragan entre las olas de un proceloso mar. Ajenas a la cámara, las chicas, ávidas y obstinadas, parecen querer buscar en el brebaje toda la firmeza y vigor de la tierra.
No esperan a nadie. Terminan el café y la cámara las sigue hacia la calle. Al salir, dos parejas pardas, mayores y vestidas de domingo a pesar de ser viernes, se saludan efusivamente con gestos de genuino placer: ¡Cuántos años sin vernos! En esta modesta ciudad es posible perderse, encontrarse al cabo de los años, y que las emociones se mantengan inmutables. Los vecinos celebran su reencuentro siguiendo los pasos de un ritual que no por cotidiano parece menos ancestral.
Las voces de las parejas se van perdiendo. La música toma su lugar, maciza y perturbadora como un día de viento. La cámara recupera a lo lejos la figura de las dos treintañeras que se montan en un coche. La cámara las sigue hasta que el coche se pierde en una interminable carretera, los campos marrones y amarillos a los lados, el cielo claro e inabarcable la última imagen que se ofrece al espectador antes del THE END.
UN RELATO
Me gusta ir de acá para allá, pero lo que más me gusta siempre es la vuelta. Las sensaciones se agudizan, las pequeñas escenas de la vida cotidiana cobran una significancia nueva, y te golpean como vistas a través del prisma de un libro o de una película. Como si alguien hubiera seleccionado esas escenas para mí, y quisiera dotarlas de un sentido estético y de una relevancia moral, como si me las pusieran allí para ofrecerme una nueva interpretación de la vida.
Vengo, y me sorprende la dura estepa castellana, conformada por colores secos y marrones, ásperos y descorazonadores. La cámara presenta una perspectiva desde lo alto, en el avión. Después comienza a bajar, y al ritmo de una banda sonora que inquieta y enerva, hace un rápido barrido que atrapa al espectador en el viaje a través de los campos secos y los montones de pacas. Hasta que la cámara sube de nuevo y la imagen se pierde en un cielo interminable, amplio y claro, que encierra todas las promesas del mundo.
Empieza el mes de abril, y la imagen es la de una creciente desertización. Pasamos por Valladolid, en el vórtice de la estepa, y de nuevo los personajes caracterizados con indumentarias marrones y apagadas, que enfatizan los surcos en los rostros de las gentes, terregosos y sedientos como la tierra de labor de la que han surgido. Son personajes clásicos y orgullosos, con un aire altanero que roza lo rancio. Siguen paseando por las calles, aislados y con paso monótono, camino a ninguna parte. El espectador los deja atrás.
Siguiente escena. En el interior de un bar. Un mesonero serio y enjuto que de repente se rompe en una sonrisa contenida, de la misma manera que se rompe la tierra para alumbrar el cereal. Una sonrisa que rezuma amabilidad y socarronería a un tiempo. Una tierra partida en ásperos terrones que produce el milagro de la comunión del pan.
Y el olor, ¿no puedes sentirlo, revivirlo por un momento? ¿No te hace cosquillas el seco polvo de la espiga, que te molesta y te llega hasta la garganta, pero que te inunda y llega hasta la yema de los dedos y te hace sentir tierra y querer tierra? Fundirte con la tierra, desaparecer con el polvo que permanece en aire, incapaz de escapar al despótico calor del infinito cielo.
El mesonero fuma detrás de la barra, de lado, como mirando a través de una ventana lateral que el espectador ha de adivinar. La mirada perdida en el imaginario ventanuco, los pies firmemente enraizados en el suelo.
Es media mañana. Dos chicas, apurando la juventud, beben a sorbos un vaso de café con leche. El espectador, a estas alturas, reconoce inmediatamente la tonalidad marrón de la bebida. La cámara presenta un primer plano desde arriba de la superficie del vaso. En el círculo que forma el recipiente el espectador cree ver reflejado por un momento la tierra y las gentes que se han presentado con anterioridad, en una sucesión de silenciosas imágenes perturbadoras que naufragan entre las olas de un proceloso mar. Ajenas a la cámara, las chicas, ávidas y obstinadas, parecen querer buscar en el brebaje toda la firmeza y vigor de la tierra.
No esperan a nadie. Terminan el café y la cámara las sigue hacia la calle. Al salir, dos parejas pardas, mayores y vestidas de domingo a pesar de ser viernes, se saludan efusivamente con gestos de genuino placer: ¡Cuántos años sin vernos! En esta modesta ciudad es posible perderse, encontrarse al cabo de los años, y que las emociones se mantengan inmutables. Los vecinos celebran su reencuentro siguiendo los pasos de un ritual que no por cotidiano parece menos ancestral.
Las voces de las parejas se van perdiendo. La música toma su lugar, maciza y perturbadora como un día de viento. La cámara recupera a lo lejos la figura de las dos treintañeras que se montan en un coche. La cámara las sigue hasta que el coche se pierde en una interminable carretera, los campos marrones y amarillos a los lados, el cielo claro e inabarcable la última imagen que se ofrece al espectador antes del THE END.
RAÍCES
Volver al país, a las raíces, es siempre necesario, más allá de lo que pueda apetecer. Es necesario porque sin raíces no se puede vivir. Al menos para mí así es la forma de la que me gusta ver mi vida. Ir fuera, de acá para allá, me permite estirar la cuerda al máximo, conocer mis límites y superarlos. Es un camino donde cada paso te lleva al siguiente, y el destino final no existe. Sólo existe la destinación local donde cada paso te va conduciendo. Pero siempre estos pasos son alrededor de un centro.
Entonces voy recorriendo círculos concéntricos cada vez más amplios, como variaciones y ampliaciones sobre un mismo tema musical, que al final resultan ser las líneas de mi vida. Tan predecibles y tan inciertas como las líneas marcadas en la palma de la mano. Predecibles porque cada vez estoy más convencida de que nuestras coordenadas culturales determinan quién somos, cómo pensamos, qué somos capaces de hacer, cómo nos enfrentamos a la vida. Inciertas, porque es sólo nuestra respuesta individual a esas circunstancias la que es responsable de la forma que toma nuestra vida y la que finalmente determina la clase de personas en la que nos convertimos. Aunque también nuestro carácter personal, que no podemos cambiar, limita nuestras posibilidades de elección y de acción.
Salir fuera, volver después, me permite ampliar los límites de mi experiencia, yendo más allá de las limitaciones del entorno y de la personalidad, y sobre todo en último término me permite comprender cuáles son esas coordenadas culturales e individuales en las que está escrito que mi vida se tiene que desarrollar.
AMOR, AMOR
En mi trabajo tengo que preparar temas de la actualidad española con mis alumnos que se preparan para ir a la universidad. Son chicos inteligentes y en su mayoría inquietos, pero aún así, creo que les resulta imposible poder entender la esencia de la cultura española. Les trato de proporcionar datos, información y diferentes perspectivas desde las que aproximarse a la sociedad española, pero creo que al final siempre sigue habiendo un abismo que no son capaces de saltar. Creo que es el abismo del sentimiento. Se trata quizá de dos culturas, la inglesa y la española, demasiado diferentes para que puedan entenderse. Y ya se sabe que no puede amarse lo que no se comprende.
Yo tampoco, tras todos estos meses allí, puedo decir que haya sido capaz de llegar a amar la cultura británica. Sin ninguna duda, amor es una palabra que le queda muy grande a mi experiencia en Inglaterra. Me gusta vivir allí, y hay muchas cosas que echaré de menos. También tengo ganas de volver estas semanas que me quedan allí para seguir disfrutando de los lugares y costumbres que conozco, y conocer otros nuevos. Sobre todo me apetece disfrutar de la campiña inglesa, que es muy… campiña. Verde y tan cuidada que parece que los ingleses, tan aficionados a las moquetas que esconden el suelo, han decidido extender una por todo el sur. También se me ocurre ahora que la idea del campo inglés como una naturaleza ordenada, pintoresca y plácida, responde al carácter inglés, siempre tan contenido y distante.
Parecería que cuanto más se conoce y profundice en una cultura, más se amaría y disfrutaría de ella. Sin embargo, para algunas culturas basta un par de días para que parezca que has captado su esencia, para que puedas amarlas sin necesidad de tener un conocimiento enciclopédico de ellas. Así, es precisamente el flechazo o la posibilidad entrevista de lo que ese país te puede aportar, lo que hace que quieras conocerlo más. Así me ocurre por ejemplo con Portugal, o incluso con Turquía tras apenas unos días allí. En otros casos, como con Estados Unidos, es preciso vivir durante un tiempo más largo para entender y apreciar la actitud de sus gentes, de forma que con la experiencia directa de la cultura se puede aprender a ver más allá de los prejuicios y las ideas preconcebidas.
Con Inglaterra, pienso que la relación podría definirla más bien como un ejemplo de "el roce hace el cariño". En ocasiones es difícil llegar a conocer la cultura, quizá porque la gente no permite tan fácilmente que la conozcas. En este sentido, es significativo que en unas pocas horas oyera las quejas sobre el carácter de los ingleses por parte de tres extranjeros diferentes contando su experiencia en Inglaterra. Una chica de Corea del Sur compañera de piso de unos amigos que decía que ya había tenido suficiente, y que tras seis meses estaba muy contenta de regresar por fin a su país; unas chicas francesas también asistentes como yo repitiendo de nuevo que este tiempo aquí era más que suficiente; un chico de Arabia Saudí que me contaba en el autobús que se sentía cercano al carácter español, pero que era muy difícil conocer o hablar con ingleses. En general, estas son ideas que he oído repetidas veces: que es difícil hablar con los ingleses, que árabes y turcos se sienten próximos al carácter español.
Lo he oído tantas veces que quizá ambas ideas, más allá de los tópicos, encierran algo de verdad. Yo misma tengo la sensación de que en la sociedad inglesa fluyen dos corrientes paralelas que rara vez llegan a juntarse: la de extranjeros e inmigrantes y la de ingleses nativos. En Bournemouth se puede apreciar esta diferencia, pues es un destino muy popular entre estudiantes extranjeros que vienen a aprender inglés, y además también (aunque probablemente en menor medida que en otros lugares del país) hay muchos inmigrantes, como puede verse en los rótulos de tiendas y restaurantes.
En cuanto a la afinidad que los turcos y árabes en general dicen sentir por el pueblo español, yo también siento que son dos culturas que sorprendentemente tienen mucho en común, aunque sólo sea la importancia que se da al grupo y a la hospitalidad. En Estambul nos hablaba todo el mundo por la calle; al volver a Inglaterra, tuve la sensación física de que podía oírse el silencio. El otro día llevaba unas delicias turcas en la mano; un chico turco se paró a hacer un comentario. Por supuesto, los ingleses están muy bien educados y no hablan con desconocidos por la calle.
Mi relación con Inglaterra es la que tendría con una abuelita inglesa ideal, muy correcta, educada y atenta, a la que me gustaría escuchar por un tiempo tomando una taza de té en su hogareña casita con su cuidado césped. Después saldría corriendo en busca de emoción, impredictibilidad y calor.
Mi relación con Inglaterra es la que tendría con una abuelita inglesa ideal, muy correcta, educada y atenta, a la que me gustaría escuchar por un tiempo tomando una taza de té en su hogareña casita con su cuidado césped. Después saldría corriendo en busca de emoción, impredictibilidad y calor.
Pero estar en Inglaterra me permite profundizar en mi propia cultura. Darme cuenta de sus valores y su excepcionalidad. Una excepcionalidad que quizá un inglés no logre llegar a aprehender, a no ser que supiera cómo hacer que el sentimiento tome posesión de él.
ESPAÑA
Leo en Inglaterra un artículo en español que comenta que “España es un país profundamente igualitarista, en todos los aspectos, desde el Estado de bienestar hasta la política exterior, pasando por las relaciones entre varones y mujeres”. Quizá no estoy muy de acuerdo en que haya una igualdad efectiva entre hombres y mujeres, pero sí creo que estamos en el camino de luchar por ella. Sí estoy de acuerdo con la afirmación de que España es uno de los países más igualitaristas, y cuando nos comparo con otros países tradicionalmente más avanzados, estoy orgullosa del espíritu español. Estoy orgullosa de que tengamos una de las legislaciones más avanzadas en materia de inmigración, así como en otros aspectos como por ejemplo el matrimonio entre homosexuales. Me da cierta esperanza que el carácter español pueda llegar a hacer que la realidad de la inmigración se resuelva de manera más pacífica y justa que en otros países, que la integración sea posible y que todos nos beneficiemos de ello.
A veces veo a España como un país muy joven, apenas treinta años desde la dictadura, que camina con el ímpetu y el idealismo de la juventud hasta alcanzar y superar a sus mayores, estancados en sus modos aprendidos durante años y en sus quejas. Por ejemplo, puede que el problema de la violencia de género sea mayor que en otros países, aunque no sé las cifras exactas. Puede que sea así porque Inglaterra y otros países han comenzado la revolución de la mujer mucho antes que nosotros. Mientras que en Inglaterra se desarrollaban los movimientos feministas, España trataba de sobrevivir a los efectos de una guerra. Pero España en la actualidad empieza a tomar conciencia del problema, y es estimulante comprobar cómo el país va dando sus pasos hacia la igualdad que comienza por la concienciación. Es apasionante asistir a cómo se escribe la historia en vivo y en directo.
Me da cierta esperanza porque me permite empecinarme en creer que la gente todavía puede caminar hacia un futuro mejor, que puede construirse un proyecto común donde se luche por la igualdad y donde el débil tenga oportunidad de desarrollarse y acceder a una vida digna, una sociedad donde siga multiplicándose y aprovechándose el potencial de cada individuo.
Si Rousseau decía que el hombre es bueno por naturaleza, mientras que se corrompe en sociedad, yo pienso lo contrario. El hombre es capaz de ruindades y bajezas que una mente serena no es siquiera capaz de imaginar. Es cierto que en ocasiones la masa anula la capacidad de razonar del individuo, pero también es verdad que el idealismo, la energía y la esperanza se multiplican cuando se comparten por todo el grupo. Para Rousseau era necesario el contrato social para que la vida en sociedad fuera posible; para mí es necesario un sistema social fuerte y firme que limite la capacidad del individuo para el mal y multiplique la energía y el idealismo que fluye en el grupo.
Si Rousseau decía que el hombre es bueno por naturaleza, mientras que se corrompe en sociedad, yo pienso lo contrario. El hombre es capaz de ruindades y bajezas que una mente serena no es siquiera capaz de imaginar. Es cierto que en ocasiones la masa anula la capacidad de razonar del individuo, pero también es verdad que el idealismo, la energía y la esperanza se multiplican cuando se comparten por todo el grupo. Para Rousseau era necesario el contrato social para que la vida en sociedad fuera posible; para mí es necesario un sistema social fuerte y firme que limite la capacidad del individuo para el mal y multiplique la energía y el idealismo que fluye en el grupo.
La sociedad española es una sociedad donde el grupo tiene mucha importancia, mientras que Inglaterra es más individualista. Así que la legislación inglesa tiene suficiente con intentar armonizar y respetar las individualidades de los componentes de la sociedad; yo tengo la esperanza de que la relevancia que el grupo muestra en España actúe como una fuerza canalizadora que enfatice el bien común, la idea de derechos para todos, y el respeto a la diferencia.
Un ejemplo del individualismo inglés y del igualitarismo español lo tenemos en el sistema educativo. Los profesores en los colegios públicos en Inglaterra son elegidos como en un colegio privado: pasan un proceso de selección, y es el equipo directivo quien los elige, y en último término los puede echar si no está de acuerdo con su actuación. Pienso que este principio sería difícil de aplicar en el contexto español. Podría parecer que de este modo se garantiza la excelencia y el trabajo duro (pues es necesario para mantener el empleo), pero también cabe argumentar que en el sistema educativo inglés no tiene cabida la discrepancia, ni siquiera el reconocimiento de dificultades que puedan enturbiar la reputación de un profesor. Así, termina resultando más importante el parecer que el ser. La posición de cada miembro del sistema está mucho más definida: al jefe se le puede odiar pero nunca en público, a la asistente de lenguas se le puede mandar a comprar un bocadillo.
Un ejemplo del individualismo inglés y del igualitarismo español lo tenemos en el sistema educativo. Los profesores en los colegios públicos en Inglaterra son elegidos como en un colegio privado: pasan un proceso de selección, y es el equipo directivo quien los elige, y en último término los puede echar si no está de acuerdo con su actuación. Pienso que este principio sería difícil de aplicar en el contexto español. Podría parecer que de este modo se garantiza la excelencia y el trabajo duro (pues es necesario para mantener el empleo), pero también cabe argumentar que en el sistema educativo inglés no tiene cabida la discrepancia, ni siquiera el reconocimiento de dificultades que puedan enturbiar la reputación de un profesor. Así, termina resultando más importante el parecer que el ser. La posición de cada miembro del sistema está mucho más definida: al jefe se le puede odiar pero nunca en público, a la asistente de lenguas se le puede mandar a comprar un bocadillo.
Nuestro denostado sistema de oposiciones no será el más ideal, pero al menos garantiza la igualdad de oportunidades. Y lo que es más importante para mí, asegura que en tu trabajo con los alumnos puedes guiarte por la independencia, el espíritu crítico, y siempre siempre la exigencia de denunciar lo injusto para mover a la acción. Y además siempre puedes también tomarte un café con los compañeros para comentar la situación, quejarte de todo un poco y encontrar apoyo para no rendirte. Porque, señores, en Inglaterra no existe el concepto "me tomo un café con los compañeros", ¡y no, tampoco un té!
Vuelvo a España con sed de toros, de procesiones, de vino, de cante y baile. Incluso para muchos españoles estas ideas no serán más que una sucesión de tópicos, pero también para muchos otros son una realidad sin la cual la vida sería mucho más apagada y superficial. Vuelvo con ganas de leer los periódicos, de tomar como en una guerra bares y cafés, de oír los comentarios banales de la gente sobre los sucesos que trae la actualidad, de reírme con los chascarrillos, de poder comunicarme sin tener que pensar antes lo que voy a decir, sabiendo que comparto una perspectiva común.
En Inglaterra a veces la diferencia de lengua o cultura se convierte en una barrera. Pero no son las diferentes perspectivas las que crean la barrera de la incomunicación, sino la creencia de que sólo una de las perspectivas es la buena.
REGENERACIÓN
Escribo todo esto en mi primer día de vuelta a España, con la capacidad de análisis que proporciona la distancia física y el fin de una etapa. Vuelvo también con muchas ganas de familia, de amigos, de mi campo y la tranquilidad de la que siempre es una fuente inagotable. De todo y todos que me permiten seguir en contacto con quién soy en realidad, de todo y todos que me dan el calor y los principios que me hacen intentar vivir una vida que merezca la pena, de todo y todos los que me permiten no perderme en el camino.
Han sido también estos tres meses desde Navidades en Inglaterra, estos tres meses en los que no he escrito, un proceso inesperado, aunque absolutamente necesario, de búsqueda de un nuevo presente. No ha sido fácil, y el fin todavía no ha llegado, pero si miro atrás me puedo sentir satisfecha del camino recorrido. Hoy, el sol de la tarde en la cara y el campo ante mí, veo las dificultades pasadas y las que quedan por venir, y soy también capaz de apreciar lo ganado. Recupero y me doy cuenta de todas las cosas que son importantes para mí, me doy cuenta de que tengo que seguir luchando por seguir haciéndome mejor y más yo cada día, que tengo que seguir aprendiendo a quererme y a luchar por crecer, y doy gracias por todo lo que tengo, por la luz, el agua, las palabras y todas las formas de expresión que me hacen sentir en lo más profundo, por mi familia y las personas que conozco que de una forma u otra me han hecho sentir su apoyo, a Cristina que no me ha permitido desfallecer ni un solo día, y también a ti, porque sin perdón no hay regeneración, y hoy, de vuelta a España, ahora, por primera vez, siento que todas las cosas que he luchado estos tres meses por conseguir, amor, respeto, alegría y paz interior, empiezan por fin a llegar y a llenar mi vida de nuevo.
Vivan los tópicos!!!!
ResponderEliminarPD. Sobre la violencia de género: creo recordar que no es cierto que el número de muertes por esta causa sea mayor en España, lo que pasa es que se le está dando mayor visibilidad.
Carolina tiene razón. Tampoco conozco datos, pero en Suecia, proporcionalmente al número de población (sólo son, o somos, 9 millones), hay mayor número de agresiones machistas y mucho mayor de violaciones. Y eso que Suecia es el país que encabeza la lucha de la mujer no sólo en Europa sino en el mundo entero, y se conoce como el país que es "dominado" por la mujer (y se nota). Pero...
ResponderEliminarTu verbo un 10! me gustó