jueves, 3 de septiembre de 2015
El horror a cada ola
Ahora nos echamos las manos a la cabeza porque vemos un niño muerto. ¿Acaso me vais a decir, de verdad me lo vais a decir, que no sabíamos el sufrimiento del absurdo montón de niños que mueren injustamente cada día, todos los días, y ahora mismo mientras yo escribo esto, y después otros cuantos, mientras tú lo lees? Hoy, yo la primera, vomitamos la comida. ¿Y luego? Ah, sí, exigimos ayuda humanitaria. Exigimos, digo. Y para ello le damos a un botón del facebook. Eso, que alguien haga algo, que den dinero, que manden aviones que tiren bombas o corazones de papel. Puagh. Veo al niño muerto, y veo a todos a los que nuestra hipocresía le queda por matar. Ah, no, que tú no tienes nada que ver. Es verdad, que tú solo pasabas por aquí y este mundo de asco no lo inventaste tú. Que tú no llevas dentro la parte de muerte y horror, que tú no te agarras como una garrapata a tus privilegios del primer mundo, que los bárbaros son otros, que el mundo es de otros. Que a esos niños los van a salvar tu dinero, tu buen corazón, tus exigencias, tus vómitos. Pues sigue vomitando, o para, porque si no nos volveríamos todos locos. Pero mira un día de tu vida, un solo día, y dime que no hay nada en ti ni en las estructuras de las que disfrutas que participa del horror. Dime que no, y no habrá esperanza. Quedará la muerte, el vómito, tu dinero que a nadie salva, tus exigencias que nada cambian. Resulta que vamos todos de salvadores del mundo, y en nuestros esfuerzos por hacer el mundo a nuestra medida condenamos al otro. Creo que desde lo que somos y hacemos, es imposible que el mar deje de traer el horror a cada ola. Ojalá podamos paliar algo desde nuestras limitaciones, eso sin duda ya será mucho. Y, sin embargo, nada cambiará, porque nosotros seguiremos siendo los mismos.
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