lunes, 2 de marzo de 2015

PEQUEÑO MAMUT

En una pequeña cueva vivía Pequeño Mamut. Como a todo mamut, su madre le había enseñado a hibernar durante once meses al año, para poder crecer así fuerte y sano. Solo al mes doce, coincidiendo con el brotar de la primavera, podrían salir los mamuts fuera para buscar más comida que les permitiera afrontar el duro y largo invierno. Es bien sabido que los mamuts habitan en zonas gélidas donde el invierno se extiende durante once interminables meses. Después, tras las cuatro semanas de primavera, todos los mamuts regresan a sus cuevas.

Pequeño Mamut se aburría mucho dentro de su cueva. Para pasar el tiempo pintaba historias en las paredes. Su madre abría el ojo y le regañaba: “Pequeño Mamut, ponte ahora mismo a dormir que tienes que crecer sano y fuerte”. Pequeño Mamut se echaba la manta de hojas por encima, pero al rato se aburría y se ponía de nuevo a contar historias en las paredes. Esperaba fervientemente que volviera esa primavera de la que todos hablaban y que él, por ser aún muy joven, no había conocido nunca.

¿Qué criaturas habitarían ahí fuera? ¿Esos animales a los que llaman pájaros? Entonces quizá podría escuchar sus cantos y contarles él sus historias, esas que ahora estaban en la pared sin que ningún mamut les prestara atención, más que para reñirle por pintar en vez de dormir y por emborronar las paredes. “¿Serán los pájaros amigos míos? ¿Les gustarán mis historias? ¿Podré contarles mis cuentos?” Pequeño Mamut se moría de ganas de poder salir de aquella cueva oscura y aburrida donde todos dormían y nadie le hacía caso.

Poco a poco comenzó a llegar la primavera y a sentirse su aroma embriagador desde la cueva. Entonces, Pequeño Mamut dejó de pintar en las paredes. Su madre estaba contentísima: “Este niño que bien me duerme, y cada día está más gordo y fuerte”. Cuando explotó la primavera, la madre entusiasmada fue a llamar a Pequeño Mamut, pensando en lo feliz que este se pondría. Pero Pequeño Mamut dormía tan profundamente que la madre no logró despertarlo.

“Pequeño Mamut, Pequeño Mamut, despierta”. Pero Pequeño Mamut no abría el ojo. Entonces su padre se acordó de cómo en cierta ocasión habían despertado a una cría de marmota que dormía tanto que a punto estuvo de perderse la primavera. Y fue a por un cubo de agua al riachuelo cercano, que ya corría deshelado. En la pradera, el resto de pequeños mamuts ya jugaban y brincaban y retozaban en la hierba. “Pequeño Mamut, te voy a tirar este cubo de agua por encima como no te levantes”.

Al oír estas palabras, Pequeño Mamut saltó de su cama de hojas sin ni siquiera pensarlo. “Jo, papá, qué fastidioso eres”, dijo. Y se fue a la calle. La hierba era de un verde fresco y limpio que él no había contemplado jamás, acostumbrado como estaba a la vegetación húmeda de la cueva. Ahora era tierna, intensa, rozagante.

Por las noches, Pequeño Mamut no dormía: visitaba a las aves nocturnas, escuchaba sus historias y le contaba las suyas. Por el día, acompañaba a su familia a cazar, se bañaba en el río, retozaba en la hierba y jugaba con los otros pequeños mamuts.

Cuando la primavera llegó a su fin, todos los mamuts tomaron sus pesadas presas cazadas y regresaron a sus cuevas. Pero ¿sabéis qué? Nuestro Pequeño Mamut había aprendido con sus amigas las aves nocturnas a cazar por la noche, y por el día contaba cuentos entre el cobijo de los árboles a todos los animales que acudían a escucharle. Se corrió la voz de que Pequeño Mamut contaba historias nunca antes oídas y venían por cientos a escucharle de más de ocho leguas a la redonda.


Y cada primavera, cuando los mamuts abandonan por un tiempo la cueva, su familia y amigos se sienten orgullosos del pequeño mamut que se quedó en el bosque contando historias, y que cada día crece más grande y fuerte. 

Curso Cuentos para crecer y hacer crecer
La Casa del Lector 28/03/2015

No hay comentarios:

Publicar un comentario