jueves, 29 de abril de 2010

De toros y hombres

Ayer se publicó esta viñeta sobre toros en El Mundo. Me ha llamado la atención porque me ha parecido chocante al principio, e incongruente tras reflexionar un poco sobre qué es lo que me había parecido raro.

Miradla un momento: ¿veis vosotros algo extraño?

¿Qué mensaje nos quiere transmitir el autor? Una padre, una madre y un hijo con pinta de querer aparecer como ejemplo de la familia media, charlando en un momento también de lo más cotidiano y normal. Tenemos a la madre comiendo a carrillo lleno, el padre encorbatao recién llegado de su trabajo representativo de la clase media urbana, y el niño con pinta de sabihondo y un tanto cargante.

Conversan igualmente sobre cualquier cosa intrascendente y cotidiana. Entre bocado y bocado, el padre comenta sobre la mejoría del torero tras su cornada, pues la espeluznante cogida ha sido portada de todos los noticiarios.

El niño, la nueva generación, replica enseguida y se preocupa por el toro. No es baladí que sea un niño quien pregunta por el toro. Es una pregunta retórica: ya sabemos todos que el toro está muerto. El niño, en su mundo ideal, no puede concebir el destino del toro, y opone su preocupación por el animal al comentario del padre sobre la recuperación del torero.

Son dos generaciones separadas por la mesa camilla, y por el tiempo histórico. El niño trae los nuevos ideales, la nueva conciencia ideológica, el despertar de una nueva sensibilidad. Y se opone aún más a las viejas formas e ideas del padre, heredadas del pasado. Seguramente el padre no tiene ni idea de toros, y le dan absolutamente igual. Pero nunca se ha planteado abolirlos o no, simplemente ha aceptado esa realidad sin más, de la misma manera que ha aceptado la corbata y su trabajo insustancial como moneda de cambio.

¿Quedamos, pues, en que -como parece- la viñeta ofrece un mensaje antitaurino?

Volví a mirarla con detenimiento porque no me parecía todo tan simple: me había parecido que algo no encajaba, y tenía que descubrir qué era.

El padre se preocupa por un hombre que, contra todo pronóstico, ha salvado la vida. El hijo se interesa por un animal que, como cabía esperar, está muerto.

Y todo esto -la vida de un hombre y la de un animal- se contrapone en la misma frase.

Alexander Pope, escritor británico del siglo XVIII, describe la hipocresía y trivialidad del mundo que le rodea de la única forma que le queda, convencido de que la razón es insuficiente para cambiar la situación, o para hacérsela entender a sus contemporáneos: con  ironía demoledora. Según Pope, los valores de la sociedad están trastocados, pues se da importancia excesiva a la belleza y a las apariencias en detrimento de la sensatez.

Pero esperad que os explique por qué he pensado en Pope al leer esta viñeta. La técnica concreta que usa en sus versos es oponer en la misma línea o en líneas sucesivas, usando el paralelismo, un hecho nimio con otro importante. Trata de ridiculizar con este recurso estilístico a una sociedad incapaz de diferenciar lo trivial de lo fundamental, así como de ocuparse debidamente de lo importante.

Os pongo un ejemplo: un duendecillo o espíritu previene a la protagonista de uno de los poemas de la amenaza que se cierne sobre ella. No está muy claro todavía cuál es el peligro, pero se trata en todo caso de algo muy grave: puede que le arrebaten la virginidad, o que una jarra de china se descascarille; puede que mancillen su honor, o su nuevo brocado; puede que olvide sus oraciones, o quizá se le pase una fiesta; puede que pierda su corazón, o tal vez el collar, en un baile.

¿Conclusión? Pues que me parece que en esta viñeta el antitaurino Ricardo sin darse cuenta está revelando lo trivial y vacuo de su argumento: pone a la misma altura, en la misma línea,  la vida de un ser humano y la de un animal.

Y eso, en el mundo de Pope y de la razón, más allá de la opinión que cada uno tenga sobre los toros, supone equivocar la perspectiva.

Leo en Burladero unas declaraciones de Fernando Savater sobre los toros:
Preguntado sobre la moralidad de los toros y sí consideraba acertado prohibirlos, Savater fue claro: "Claro que no se debe prohibir. Los animales no son humanos, así que esta idea de que son como nosotros, pues no. Son seres vivos pero no tenemos obligaciones morales con ellos, sino quizá otro tipo de obligaciones.



sábado, 17 de abril de 2010

Las lágrimas de El Juli

Llego a tiempo para ver las lágrimas de El Juli. Y a Castella sin inmutarse bajo la lluvia. Y luego saldrá Perera. Es en la repetición, y los toros tienen algo del aquí y el ahora, es necesario darlo todo en el momento adecuado, ni antes ni después, a la hora convenida.

Y a esa hora están siempre los toreros preparados. Nunca hay excusas, ni miedos, ni renuncias. Por eso son superhombres, los últimos héroes de la época posmoderna.

Y por eso son los toros el último reducto de lo aútentico.

Enciendo la tele, y torea El Juli como esculpiendo en frio granito, y sale una escultura clásica, perfecta y pura.

Es la repetición, y puede que los toros sean un arte del aquí y el ahora, pero las lágrimas de El Juli están presentes todavía, y son nuevas, congeladas para siempre en el instante eterno de lo auténtico.

Mata bien parece, pero tarda el toro en caer. Llora luego también el puntillero, que levanta al toro. Se prolonga la agonía del toro, es siempre difícil que la muerte venga a rematar la vida con dignidad. Da la vuelta al ruedo El Juli, y llora también una señora que veo entre el público.

Ha sido llegar a casa tras una semana en la que no hay tiempo casi para pensar, y la vida concentrada se me ofrece en una píldora mágica. Sí, aquí era donde estaba la esencia, donde ha seguido todo el tiempo.

Llora El Juli porque dice que ha sido dura la lucha, que le ha costado mucho llegar hasta aquí, que hasta el último momento nada estaba claro.

Lucha, sin saber el resultado, sin saber si alcanzará el éxito, si el triunfo existe. Es la misma batalla que han librado Castella y Perera, y el mérito es el mismo.

Sale a hombros solo El Juli, y sigue llorando. Lloraba el peón que levantó al toro, lágrimas toscas, y le abrazó El Juli con sus lágrimas de agua de colonia.

Ha sido por una Puerta del Príncipe, son las sensaciones de unos pocos minutos, y los sueños que no tienen fin.

Hoy tenía yo ganas de llorar. Pero ya no me va a hacer falta. En esas lágrimas de manantial antiguo llora el último sentimiento del siglo XXI.

Para que lo lea mi padre, que las vio conmigo

domingo, 11 de abril de 2010

Inmigrantes sin papeles: seres humanos sin derechos

Esto se publica ayer, 10 de abril, en el editorial principal de El Mundo, y es una de las cosas que me parecen más graves:

Mientras, el líder de PP se sacó de la chistera una ocurrencia tan disparatada como la de que se deben conceder todos los derechos a que da lugar el padrón -como el de asistencia sanitaria ambulatoria o el de escolarización- "a todos los seres humanos, por el hecho de serlo", sin necesidad de registrarlos en sitio alguno.

Y a vosotros, ¿qué os parece grave: que el líder del PP se saque de la chistera una ocurrencia tan disparatada, o que los líderes de la prensa consideren una ocurrencia disparatada el que todos los seres humanos tengan derechos básicos?

El el editorial de El Mundo se expone la idea de que debe aprovecharse que los inmigrantes ilegales se han apuntado en el padrón (de forma que sus hijos puedan ir a clase y todos al médico), para denunciarlos y echarlos a patadas, que vuelvan a su rincón, a su hura de ratas, y nos dejen a nosotros en paz, pobrecitos, con la crisis que tenemos.

Primero, que lo que es de ratas es aprovecharse de que los inmigrantes sin papeles se han apuntado al padrón porque era lo que el marco legal permitía para asegurarles unos derechos mínimos, para coger ahora y a cuenta de eso, en un hábil giro, conseguir que sean los propios inmigrantes ilegales los que se echan la soga al cuello. Y segundo, lo único que van a conseguir es que no se apunten al padrón.

O sea, que los niños no vayan al colegio y que una serie de personas se queden sin derecho a la salud. Por eso es mucho más conveniente, infinitamente más inteligente, conseguir catapultarlos de vueltas a sus países o tirarlos al fondo del mar, que para el caso no debe de haber mucha diferencia. Allí ya se pueden juntar con los miles de millones que se mueren de hambre y que no tienen derecho a nada. Esa es una parte del mundo que es así, ya lo tenemos asumido, es tan normal que ni siquiera se nos cae la cara de vergüenza, forma parte del pack.

Que vayan cuatro ONGs a arreglar un poco la situación, pero eso sí, sin mi dinero, porque a saber en qué se lo gastan. Y los gobiernos que sigan con sus políticas económicas de libre comercio que expolian y sangran a los países menos competitivos, que nosotros tenemos derecho a estar gordos. Y que no se le ocurra a mi gobierno darle una sola migaja al Tercer Mundo, con los problemas que tenemos aquí.

Aunque ahora a lo mejor ya nos parece normal discriminar a las personas en nuestro propio país, y condenarlas a vagar como seres invisibles, según un criterio tan obvio y diferenciador como tener o no un papel donde te diga que eres un ser humano con derechos. Parece que Europa, que por lo visto es la que está que trina, no es más que un montón de burocracia que muere sepultada bajo el peso de sus propios papeles.

Escribo este rollo porque me cuesta abordar la frase que encierra la cuadratura del círculo. Impotencia y cansancio y mucho pesimismo de que gente inteligente y preparada, parte de la élite intelectual del país,

considere una ocurrencia disparata el que todos los seres humanos, por el hecho de serlo, tengan derecho a la educación y a la salud.

Lo puedo decir más alto, pero no más claro:

Negarles los derechos básicos a gente que vive en nuestro país será comparado un día, que espero no muy lejano, con la esclavitud. Y los aviones en los que quieren repatriar a los inmigrantes sin papeles, con los vagones de trenes donde mandaban a los judíos a los campos de concentración. Porque, como ellos, lo único que van a encontrar al otro lado es la nada, el olvido, y algo que es menos que la vida.