Niños en la playa, Jozef Israels
El niño mayor, con la cara inundada de responsabilidad, se ha remangado los pantalones para caminar entre el agua fría. Vienen del barco, los tres hermanos. Allá quedaron los adultos. A sus faenas, a sus obligaciones. No hay en alta mar sitio para los niños. Ahora estamos solos.
Tú, hermano mayor, responsable y serio, llevas al pequeño a cuestas. Al hermano predilecto, noble y cariñoso, el que media en las peleas infantiles. Tan mayor y tan pequeño. El maestro de todos.
Detrás camina la hermana mediana, la que te sigue. No sabe su lugar en el mundo, calla y no llega a entender, y después olvida y juega. Juega a que es princesa, a que lleva vestido largo y rosa. Con su hato de libros a la espalda tras un día de escuela, ilusa y desamparada, arrastra los pies en el agua mientras solo desea salir, escapar, conocer gente. Gente importante que la haga a ella importante.
Y tú delante, niño mayor, que todo lo sientes y lo acarreas dentro, y quizá no haya parte de ese fardo que puedas ordenar en palabras, porque eres solo un niño. Un niño solo. Entonces callas, y con tu mirada seria caminas delante, te remangas los pantalones y llevas a cuestas a tu hermano. Lo quieres, sientes a esta criatura, y sientes al tiempo que todo el peso de la oceánica soledad del niño, de tu soledad y de la que percibes en el mundo, es menos.
Porque estáis juntos, porque cargas con tu hermano y sientes su calor, porque sabes de tu hermana, de su indefensión, del lastre ahora ligero de su mochila y de sus sueños de raso rosa.
Camináis en el agua, los pies fríos, y que al tiempo el agua anima. Hueles el mar húmedo, el aire pesado. Y adviertes, tú niño solo, que estás vivo, que tienes frío y que hay lugar para el calor, y que ya estáis más juntos, y que eso es todo lo que requiere un infante.
Y quizá un día estéis separados de verdad, cada uno en su barco como los adultos, y mires al mar y veas a lo lejos los niños en la orilla, y te preguntes qué ha sido de ellos.
Ahora tú sigues caminando, caminando delante, buscando el cuidado en el silencio, la inocencia en las respiraciones próximas, el abrigo en los pies que avanzan juntos hacia la orilla, y que juntos ya entran en calor.
Y te preguntas qué recordarán ellos, los hermanos, si les ayudaste o no, si sintieron tu cuidado y afecto, tus deseos de armonía y trabazón. Y quizá ya da lo mismo, lo que digan, lo que recuerden, porque tú sabes de las brasas, de los pies fríos que caminan y en los otros echan a arder.