lunes, 14 de noviembre de 2011

Es el viento

In the mountains, there you feel free

Domingo por la noche. He caminado por el mismo sendero de hace un año, pero ahora lo recorro en dirección inversa. Las dos veces sola, las dos veces escapando de la gente, marcada y triste. La vez primera, me alejé de ti porque no quisiste que fuera; la segunda, fui yo quien decidió huir en dirección opuesta.

Me paro en una piedra saliente del muro bajo: hablo por teléfono y lloro. El campo a mis pies; la montaña pone un límite al fondo. Sé que puedo echar a correr entre la hierba si quiero, y sé que el monte y el vallado podrán contener mis ansias alocadas.

Los dos paseos, separados en el tiempo externo por un año, marcan un hito en la vida: el fin de una manera de vivir, y de nuevo el final de otra. Entre medias, no ha pasado mucho, o quizá ha pasado todo. Yo aquí sigo, a los pies del sendero.

Aullaba el viento en la ventana esa noche, y yo no me quería poner los tapones para poder dormir. Era en el viento donde estaba la respuesta, donde se encerraba la liberación. Tenía que oírlo, tenía que dejar que azotara mi ventana.

Al día siguiente volví a saber de ti, volvieron las palabras cálidas que se clavan como banderillas, la sangre acude a la herida gélida. Palabras bellas, palabras llenas de sentido común, y sin embargo tan explícitas que se vuelven dardos.

Me arrodillé (en la alfombra, eso sí), se me quitó el hambre, pedí un clínex. Y por fin salí a la calle. Llovía a mares, agarré las katiuskas burdeos que esperaban apostadas en la puerta. Elegí un camino diferente: más ancho, más recto, en compañía. Llegué hasta un pequeño puente y encontré calma en las aguas embravecidas. Al regresar oscurecía, la niebla se había cerrado, arreciaba la lluvia.

Y entonces volé, volé como un pájaro con alas de plástico, de plástico negro como bolsas de basura gigantes. Después regresé, y me cobijé bajo el paraguas que me esperaba sereno. Ahora como dulces, escribo al brasero, y hablo con amigos. Puede que quizá, después del ostracismo y la amargura, haya razones para la alegría, puede que quizá algún día vuelva la risa, el impulso vital. Decía Vicente Aleixandre que no es bueno quedarse en la orilla. Decía, baja, baja despacio y búscate entre los otros. Porque allí se es joven, y se canta.

Pero mi intuición del día, la cura secreta que esperaba escondida en el sótano de los versos que fueron, es una línea de T.S. Eliot, su soniquete me ha acompañado andando bajo la lluvia. Cómo era, me decía tratando de apresar las palabras en la música, qué decía del bosque y de lo que éste traía.

Encuentro ahora la respuesta: in the mountains, there you feel free. En las montañas, ahí se siente uno libre.

Con un abrazo para mi amiga J, con quien hablo mientras escribo esto, y quien en la distancia del tiempo me trae de vuelta el cariño.

Voy a escuchar a la intuición, voy a seguir la fuerza del destino, esa fue la revelación tremenda que me trajo el día de ayer y mis acertadas e increíbles premoniciones sobre tu nueva vida. La razón me asfixia y me limita, me encierra y empequeñece en círculos concéntricos. He decidido oír al viento, caminar bajo la lluvia, sentir el aire en la cara. Y el destino, por abrirme a él, por hacerme de nuevo su hija, me trae hoy a J. y me recuerda que estamos todos unidos por la misma sensibilidad. Tenemos derecho a la magia, a la fe, y a ser nosotras mismas.

Por encima de ti y de todos.