lunes, 15 de octubre de 2018

Crónicas impresionistas. Zaragoza, día del Pilar.

CRÓNICAS IMPRESIONISTAS. Zaragoza, 12 de octubre de 2018. Toros de Puerto de San Lorenzo para Enrique Ponce, Diego Urdiales y Miguel Ángel Perera.

El 12 de octubre, me hago en Zaragoza una foto en la fuente que rinde homenaje a la Hispanidad. El día del Pilar asisto atónita al desfile incansable de aragoneses que acuden con su traje regional a honrar a su Virgen con un ramo de flores. Después voy a los toros, y aplaudo el himno nacional.

Los baturros ofrendan flores a la Pilarica; Diego Urdiales ofrece su muslo al toro.

El ruedo del Coso de la Misericordia es del color de los membrillos y redondo como el sol de octubre.

Los focos juegan en el vestido del torero como el sol en el mar, arrancando destellos de oro. El traje de luces pone estrellas en el cielo de arena.

A veces me sorprendo con los pelos de punta en un pase indiferente, como si detrás de la muleta se traslucieran presencias del otro mundo.

El hierro del Puerto es redondo, pleno, cerrado. Me gustaría que así fuéramos en mi familia, que hubiera un nosotros viviendo en el círculo infinito.

Perera pierde la zapatilla, y yo el boli. El se agacha a ajustarse la manoletina y yo a recoger mi bolígrafo.

El público brama y yo, que no estaba mirando, no sé si son gritos de admiración o de reproche. Así de volubles somos en las corridas de toros.

Perera ha ejecutado el truco más difícil del mago: ha hecho desaparecer los reproches del público. Por un momento parece que también toro y torero van a desaparecer bajo un doble fondo del ruedo.

Como un mago, saca Ponce del sombrero de arena pases blancos que escapan revoloteando. Mucho después de que hayan volado las palomas, en el ruedo vacío se sigue oyendo el eco de su aleteo.

Nada por aquí, nada por allá. No hay truco, señores. Esto es el toreo, el arte de la verdad.

“Los abanicos se abren como capotes”, dice el niño de la fila de atrás. Yo me vuelvo a mirarle pero parece que a nadie más le deslumbran las metáforas del niño poeta.

Ha toreado Ponce. Una lección de magisterio que tendrán que aprender las generaciones presentes y futuras. Los manuales para futuros toreros tendrán que incluir un capitulo sobre la faena de Ponce al manso Garavitillo.

La gente protestaba con palmas de tango. Ponce los miraba con la capacidad infantil intacta de asombrarse de la ignorancia, de que los demás no vean lo que es diáfano. Con el mismo asombro había interpelado a la banda que no se arrancaba a tocar el himno de España en el día de la Hispanidad. Ponce ordenó tocar a la banda y nos manda callar ahora al público ignorante. ¿No comprendéis que un toro manso no es razón para protestar? ¿No sabéis reconocer la calidad del toro? ¿Acaso es que no podéis verlo, ciegos en los confines del ruedo, excluidos del círculo de magia? Después Ponce torea, y vemos un toro, y el público asiste en pie al milagro, incrédulo, con la fe del que necesita meter los dedos en la herida para notar la afluencia de la sangre, los latidos del dolor. Ponce torea y la carne palpitante se cierra en torno al dedo, lo apresa, lo absorbe. Hay una sola carne, la de un espectador de diez mil cabezas y diez mil corazones con el puño entero taponando la llaga. Más tarde, el presidente negará el premio de las orejas del toro. La gente lo increpa, exaltada. Ponce saluda desde el centro del ruedo, sereno: sabe de la tristeza del ignorante, y lo compadece.

Pero algunos hemos visto, si. Hemos visto y hemos creído. Hoy el Verbo se hizo toreo.

Me gustaría ser como Ponce con mis alumnos. Mirarlos, y cuadrarlos con la mirada, sin necesidad de recurrir a trucos o engaños. Me gustaría tener su facilidad, su magisterio, poder bailar en medio de la faena. Quisiera tener su capacidad de ver el conjunto, y después, con la misma serenidad, desmenuzar el todo en cada parte para darle a cada uno la lidia que necesita, minimizando sus defectos y sacando a la luz su potencial, y que de pronto todo el mundo vea que allí hay un toro bueno, desplegando sus facultades. Me gustaría ser con mis alumnos como Ponce con los toros para saber ver y poder llevar a los demás a la calma, conminarlos a saber esperar porque no hay duda de que llegará el momento en que el magisterio se convierta en arte y nosotros estaremos allí para aplaudir las cualidades de la bestia.

Desde la cubierta de la plaza, Dora la exploradora respira toda la emoción de la tarde. Agradece a la niña que perdió el globo su posición privilegiada. Ahora sabe que la habían engañado con su mundo de dibujos animados.

Javier Ambel ha puesto un par de banderillas que ovaciona el público en pie. Yo no lo he visto pero me uno al aplauso como el que va a comulgar a pesar de haber llegado tarde a misa.

“De nuevo el presidente va en contra del espectáculo”, leo en la prensa.

Si vienes a los toros una tarde como esta de Zaragoza y me dices que no has visto, que no has sentido, entonces, no lo dudes, es que estás muerto.

Lechucito, tu embestida para el tiempo.

Remata la tanda el torero, y culmina el pasodoble. A veces sí pueden llegar los dos al mismo tiempo.

Lechucito, recordaré la despaciosidad de tu embestida.

“Y para ser presidente, ¿qué hay que ser?”, clama la chica de delante, “¿gilipollas?”.

Le pido la oreja a Perera, a pesar de que yo he visto solo un toro (como cuando en una película solo ves al actor haciendo de si mismo, sin llegar nunca a creerte al personaje que interpreta), a pesar de la mala ejecución de la estocada. Pero veo que mi padre, en la lejanía del tendido, pide la oreja, y para mí eso es bastante.

“Se te ha ido”, le gritan a la estocada de Perera.

Que valga igual la oreja de Perera que la de Ponce, exclama Carlos. Se lamenta de que se hayan perdido tantas orejas.

Pero a mí me basta mi corazón lleno para saber que la tarde ha sido redonda.

Imperfecta y emocionante como la vida que se atreve a vivirse.



Ilustración: CSB

domingo, 12 de marzo de 2017

Niños en la playa


Children At The Beach - Bernardus Johannes Blommers



Niños en la playa, Jozef Israels

El niño mayor, con la cara inundada de responsabilidad, se ha remangado los pantalones para caminar entre el agua fría. Vienen del barco, los tres hermanos. Allá quedaron los adultos. A sus faenas, a sus obligaciones. No hay en alta mar sitio para los niños. Ahora estamos solos.

Tú, hermano mayor, responsable y serio, llevas al pequeño a cuestas. Al hermano predilecto, noble y cariñoso, el que media en las peleas infantiles. Tan mayor y tan pequeño. El maestro de todos.

Detrás camina la hermana mediana, la que te sigue. No sabe su lugar en el mundo, calla y no llega a entender, y después olvida y juega. Juega a que es princesa, a que lleva vestido largo y rosa. Con su hato de libros a la espalda tras un día de escuela, ilusa y desamparada, arrastra los pies en el agua mientras solo desea salir, escapar, conocer gente. Gente importante que la haga a ella importante.

Y tú delante, niño mayor, que todo lo sientes y lo acarreas dentro, y quizá no haya parte de ese fardo que puedas ordenar en palabras, porque eres solo un niño. Un niño solo. Entonces callas, y con tu mirada seria caminas delante, te remangas los pantalones y llevas a cuestas a tu hermano. Lo quieres, sientes a esta criatura, y sientes al tiempo que todo el peso de la oceánica soledad del niño, de tu soledad y de la que percibes en el mundo, es menos.

Porque estáis juntos, porque cargas con tu hermano y sientes su calor, porque sabes de tu hermana, de su indefensión, del lastre ahora ligero de su mochila y de sus sueños de raso rosa.

Camináis en el agua, los pies fríos, y que al tiempo el agua anima. Hueles el mar húmedo, el aire pesado. Y adviertes, tú niño solo, que estás vivo, que tienes frío y que hay lugar para el calor, y que ya estáis más juntos, y que eso es todo lo que requiere un infante.

Y quizá un día estéis separados de verdad, cada uno en su barco como los adultos, y mires al mar y veas a lo lejos los niños en la orilla, y te preguntes qué ha sido de ellos.

Ahora tú sigues caminando, caminando delante, buscando el cuidado en el silencio, la inocencia en las respiraciones próximas, el abrigo en los pies que avanzan juntos hacia la orilla, y que juntos ya entran en calor.

Y te preguntas qué recordarán ellos, los hermanos, si les ayudaste o no, si sintieron tu cuidado y afecto, tus deseos de armonía y trabazón. Y quizá ya da lo mismo, lo que digan, lo que recuerden, porque tú sabes de las brasas, de los pies fríos que caminan y en los otros echan a arder.

sábado, 26 de noviembre de 2016

25 de noviembre


25 DE NOVIEMBRE

No hay olvido para quien quiso
para siempre.
Pasan los años y se amontonan
las cenizas.
El fulgor del oro vuelto
latón
te persigue
impávido.
No es posible volver atrás,
desandar
lo andado.
Quedan la vergüenza, el odio
a veces,
la amargura
que no lava el agua.

La luz
y la rabia se tocan en las mañanas
en las que la niebla
no levanta.
Entonces sangra la carne
con el metal
del estropajo.
Odias
por las palabras
que no fueron.
Te culpas
por las que vinieron.
No perdonas
ni te perdonas.
Pero vives. Y eres.
Sabes
que llegaste AQUÍ
por fuerte.
Y por valiente.
Sentiste el sol.
(Y a veces aún quema la mentira de sus rayos.)
Quisiste
para siempre.
Y ya no quieres.
Fue nada el otro, y esa nada
te horada.
Y te vacía.
Un cuerpo exangüe,
del que cuelgan los despojos
de la lepra.
Te pusiste EN PIE. Caminas.
No entiendes
cómo aquello que fue nada
-él menos que nada-
te carcome
y deshabita.

Te negaré una vez
tras otra.
Las mismas
que a mí me condenaste.
Y sí, seguiré adelante.
Cada vez más y más
lejos
aquello
que quise y nunca fui.
AHORA
plena
y
feliz.
Yo
en mí.

lunes, 10 de octubre de 2016

Autorretrato

Autorretrato
Voy a cumplir cuarenta años.
Mis padres viven. Me hablo con mis cuatro hermanos.
No tengo hijos. Me gusta contar cuentos a mis sobrinos.
Me casé hace un par de veranos. Mi marido cocina y cuelga cuadros.
Estudié unas oposiciones. Quería cambiar el mundo.
Después el mundo me cambió a mí. Dejé el trabajo.
Tuve un novio. Tardé quince años en darme cuenta de que no me convenía.
Pasé varios meses metida en casa, llorando y tomando pastillas.
A los treinta y cinco años me hice mayor. Ahora convivo con canas y desengaños.
Hablo idiomas. He pasado temporadas en el extranjero.
Me gusta comer, dormir, estar tranquila.
Quisiera vivir en una casa grande en el campo.
No trabajo ni tengo ingresos. Estoy convencida de que esto no es un problema.
Montar en piragua o en bicicleta, nadar y correr me ponen contenta.
Me duele bastantante la espalda. Parece que tengo una hernia.
Voy a los toros. Escucho flamenco o fado.
Me molesta el humo del tabaco y la suciedad de las ciudades.
Seguramente, por historia familiar, me pille un cáncer de pulmón.
No me gustaría morir de pena.
De pequeña quería volar. Lleva toda una vida aceptar que solo vuelan los personajes de ficción. Es por eso que a veces vivo de mentira, para crear una realidad a mi medida.
Soy sensible. Me gusta cuando me califican de inteligente.
Me cuesta concebir la existencia del mal, aun siendo consciente de sus efectos.
Creo en Dios. Su existencia me resulta irrelevante.
Me dan asco los viejos en las residencias. Me dan pena los niños en las guarderías.
Si todo el mundo dice blanco, yo negro. Me indigno con frecuencia.
Defiendo con facilidad los derechos de los demás. A mí, en cambio, resulta fácil atropellarme.
Mi padre tiene alma de niño. Esa inocencia inmaculada es lo que más admiro.
En los espejos soy como un fantasma que no reconoce su reflejo.
Cumplo cuarenta en diciembre. Quizá basta ser para la felicidad.
Me llamo Lucía. Una vez limpiando la piscina lancé tantas veces mi nombre al agua y a la luz clara que dejé de saber si me pertenecía.

miércoles, 13 de julio de 2016

Raquel

Somos muchos los nos acostamos por la noche pensando en Víctor, en su familia, en Raquel. Y volvemos a pensar en ellos al levantarnos. Seguimos llorando, y no podemos siquiera imaginar vuestro dolor, aunque nos gustaría tanto poder aliviarlo de alguna manera. Hoy sois vosotros, la esposa y la madre, las que cuidáis del nuestro. Vuestra entereza y orgullo dan todavía más sentido a la ida de Víctor. El sufrimiento es inconmesurable, porque esconde tanta vida, tanta intensidad, tantos sueños. Esta muerte terrible es tan de verdad, y es tan de verdad el dolor, pero también las ganas que nos infunde de seguir viviendo, viviendo la vida y el toreo, que vienen a ser lo mismo. Mi admiración tremenda para vosotras, Raquel. Os tengo siempre en mi pensamiento. Pensar, acompañaros, compartir noticias y homenajes... nada puede ser suficiente, pero sentimos tanto la necesidad de hacerlo, de amparar nuestro dolor. Y luego volvemos a imaginar el vuestro, y no podemos, y se nos seca el alma. Estamos con vosotros, Raquel, contigo y con Víctor siempre. Orgullo y gloria.

sábado, 9 de julio de 2016

Víctor

Ha muerto Víctor Barrio. Ojalá estuviera ahora en mi casa y hubiera consuelo en las encinas, la luna y el mugir de los toros. Pero estoy aquí encerrada en la ciudad como un perro rabioso. Llorar y querer salir corriendo, a lo amplio, a la noche, a los demás. Víctor Barrio, torero, ha muerto. Para muchos hoy el mundo se resquebraja. Y al tiempo qué ganas de vivir, de abrirse, de elevarse, de hundirse, de llegar al fondo. La verdad absoluta, el juego de la muerte. Tan bello, tan tierno, tan serio Víctor Barrio. Sus ojos oscuros, fijos, redondos. En la profundidad del ruedo ha muerto. Lloramos tu muerte, Víctor; los hombres duros de Lorca no aguantan el frío de la piedra. Y, sin embargo, te cantamos, Víctor, Te cantamos. Cantamos tu sueño, tu alegría y tu fuerza. Ojalá sientas el clamor, las lágrimas, la admiración. Ojalá sientas cómo maldecimos las cinco de la tarde, adivines la furia de nuestro estupor, la pesadez que sobreviene después. Lo siento tanto, Víctor. Recuerdo tan hondo tu rostro, tu apostura, tu verticalidad. Pienso en ti y en todos los que son como tú. Me niego a dejar de pensar, no voy a olvidar. No vamos a olvidar, Víctor, que morís por todos nosotros. Que vivís y sentís por todos nosotros, que amáis y creáis para defender la vida, su verdad y belleza. Pienso en ti, Víctor. Cuánto lo siento. Hoy no puede haber consuelo. Mi corazón está con tu familia, con tus allegados, con tus amigos. Ojalá que hallen aliento en nuestras palabras, en nuestro llanto, en nuestros gestos, y que puedas descansar en paz. Iré a despedirte en tu vuelta al ruedo final. También yo busco sosiego.

viernes, 8 de julio de 2016

Cenicienta

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C.S.B.

OTRO FINAL PARA UN CUENTO: DIVERTIMENTO
Cuando el reloj dio las doce campanadas
Cenicienta se convirtió en piña colada.
“Ay, por dios, y qué es eso,
ni siquiera sé si lleva queso”.
Así que hizo una contorsión,
se miró la etiqueta pegada en el mentón:
“Piña sin nata”-leyó- “pero con colorantes,
conservantes y un poco de rata”.
“Lo que no engorda, mata”, recordó ella,
deseando ponerse oronda cual ballena.
Llegó el príncipe con el zapato,
a Cenicienta no le cabía por ningún lado.
“¡Albricias, me he salvado!”, exclamó la muchacha con agrado.
Después cogió la escoba, y salió volando.
“¿Adónde va esa gorda?”, se preguntaron las hermanas,
Y llamaron a la madre para que la dejara sin ensalada.
Pero de Cenicienta nunca más supieron.
Yo os digo que llegó a una playa. Una pajita,
un par de hielos: se bebió entera.
Se supo tan rica que allí sigue, llenándose el buche.
Con su escoba gastada espanta fantoches
y a veces sube a las estrellas en plena noche.
Monta en ella solo a quien conoce la medida exacta:
Tanta piña como rata, y pajita para dos.
El vaso, siempre de cristal.

miércoles, 6 de julio de 2016

Me acuerdo

Me acuerdo de pocas cosas
De algunas que preferiría olvidar
Y de otras que no sucedieron

Me acuerdo de cuando me tragué un pez naranja en la playa de la Concha
De cuando tú y yo fuimos felices
De cuando mi padre mataba los lobos que entraban por la ventana

Me acuerdo de lo que otros dijeron que yo era
Que no sabía cantar
Que yo no había dibujado aquella flor morada
Que yo era la más fea de las hermanas

Me acuerdo del colegio alegre de mi infancia
De jugar todas las tardes
De los partidos en el recreo
De cuidar el sueño de mis cuatro hermanos

Me acuerdo de tantas cosas de cuando era niña
Que no quiero seguir acordándome

Me acuerdo de que mi abuela me dijo cuando cumplí once años
Que a esa edad ella ya no quiso seguir creciendo

Me acuerdo de que yo quería volar
que me llamaran niño con mi pelo corto
correr en libertad
caerme de la bicicleta y que me salieran costras

Me acuerdo de que yo tampoco quise crecer
De que a las ocho en punto les daba un beso a mis padres
Quería que me echaran de menos cuando me fuera al internado

Me acuerdo de toser siempre en aquel edificio desvencijado
De la tristeza de los domingos por la noche
De las baldosas frías del suelo y el polvo de las escaleras
De las monjas agrias
De mi hermana reprochándome que ya era otra
Otra más triste y más callada

Me acuerdo de cuando saqué la nota más alta en selectividad
Y el asco que sentí cuando se acercó la madre superiora
Me acuerdo del último día de COU, cuando amaneció
Y yo bailaba descalza entre los cristales del bar

Me acuerdo de que entonces la vida se volvió una página en negro
Y yo me matriculé en derecho
Aquellos dos años comí muchas galletas
Y soñaba que me cortaban la cabeza

Me acuerdo de que entré en la primera clase de Filología
El profesor llevaba unos pantalones azul piscina
Atroces
Me acuerdo de saber que había encontrado mi sitio

Me acuerdo de la garganta apretada en clase de poesía
De vivir en el extranjero
De escribir mucho en aquella universidad americana

Me acuerdo de los viajes que nunca hice con el amor de vida
De los billetes perdidos
De que en Bournemouth mi compañera de piso fue la primera en decirme
Que estaba cancelando algo más importante

Me acuerdo de todos los años que pasaron en balde
De las doce lágrimas de cada nochevieja desde aquella primera

Me acuerdo de la negrura más absoluta, del abismo, del cuerpo desmembrado
Me acuerdo de un ángel acariciándome

Me acuerdo de las caras de muchos de mis alumnos
Del nombre de alguno menos
Me acuerdo de mi trabajo, de mi dedicación
De mi afán de salvarnos a todos

Me acuerdo del sofoco, de los barrotes
De la fe tan angosta que se escribe solo con dos letras
Me acuerdo de salir un día a las dos y media
Y de no volver a la mañana siguiente a las nueve

Me acuerdo de quién fui y voy recordando quién soy
Me acuerdo de que soy lo que queda cuando nada más existe
El polvo traslúcido en la claridad del sol
La luz que baila sobre el agua

Me acuerdo también de lo que está por venir
Los hijos que tendremos
Los lagos en los que nadaré
El mundo bello

sábado, 2 de julio de 2016

Bulls in Lucia Berlin

En B.F., uno de los cuentos de la nueva escritora de culto Lucia Berlin, la narradora describe a personas y situaciones imperfectas, reales, absolutamente genuinas y vitales. El hombre viejo que viene a arreglarle el baño, con su olor a sudor y alcohol, del que dice que inmediatamente le gustó. Toros y toreros son también parte de la escritura de Lucia Berlin, de su mundo vigoroso y auténtico donde torrentes de vida se encuentran en lugares y sentimientos de extrañeza y ardor en los recovecos de lo convencional y timorato:
"Bad smells can be nice. A faint odor of sunk in the woods. Horse manure at the races. One of the best parts about the tigers in zoos is the feral stench. At bullfights I always liked to sit high up, in order to sit it all, like at the opera, but if you sit next to the barrera you can smell the bull".
He recordado este pasaje al leer en El País una crítica de los pueblos y sus olores, sus tradiciones, su calor de verano, su sudor:
"Y no es que Coria sea un caso único; solo es un punto más en la sanguinolenta y densa geografía de fiestas con toros, cabras, vino barato, calor y moscas tabaneras" (Jesús Mota, 28 de junio de 2016).
Supongo que es más fácil escribir desde la comodidad del aire acondicionado y una oficina con moqueta que bajarse a la vida a oler, a sentir, y a entender.

sábado, 23 de abril de 2016

El pastor y el niño


Te observo un día más, encino, y hoy te revelas desvalido e imperfecto. Noto tu tronco retorcido, tus ramas dispares, tu copa demasiado cerca de la tierra. Alrededor, zarzas, ramas caídas, pedruscos y carrascos voraces invaden tu terreno. Un ejército de fealdad y desorden que aúna sus fuerzas para amenazar lo que de puro y alto batalla en ti. La primavera desorganizada se engancha entre los árboles como jirones de ropa vieja. Tus hojas son está tarde airada del verde intenso y doliente de las lluvias de los últimos días. Yo vengo aquí y, como siempre, no sé si hablo de ti o de mí.

Vengo cansada, cansada de luchar contra los brotes verdes que pugan por clavarse como garrapatas en mi alma. No ser, no sentir, no hacer, tampoco escribir. Limitarse a contemplar el terreno sucio y pedregoso, como si la naturaleza hubiera decidido utilizarlo de estercolero. Pararse en el paseo a observar a las ovejas con sus crías mamando, y percatarse del cordero cojo que sigue con paso presuroso al rebaño en su huida; contemplar los espinos de flor blanca que rasgan el paisaje de árboles estériles con la furia de un abrecartas cuando se espera un mensaje temido.

La luz tenue del sol se mueve como la llama de una vela en un baile de amor y desamor con el viento incierto. La tarde es un amante al que nos entregamos con fruición, aún a sabiendas de que acabará por traicionarnos. Va el pequeño bebé en su carro, dormitando. También es imperfecto su llanto, y el temor a que despierte. Y sin embargo no cabe más que amarlo, como amo al árbol, a las ovejas, al campo duro y a ratos hasta a lo mejor que yo tengo.

Las flores de los espinos arañan los troncos escuálidos de los árboles secos que se mantienen en pie a un lado del camino. Somos las flores del espino, hiriente y blanco.

Eso es todo, aunque este niño aún no lo haya aprendido. Vamos de vuelta a casa. Le ocultaré el secreto durante el tiempo exacto en que él sea fuente sagrada de magia e inocencia. Y quizá después despierte y acepte el secreto con la verdad del campo, y sepa amar mi encino y no conozca el sufrimiento de anhelar lo que no existe.

LLega el pastor a atender el rebaño. Le sigue su pequeño hijo con pasos cortos y presurosos como los del cordero lisiado. El niño renquea en el terreno encharcado. El joven padre lo toma en brazos. Se adentran los dos en la primavera del prado en busca de los corderos.

La tarde se ha detenido. Paseo y escribo. Ya no hay viento ni llanto. Así se crea lo que no existe.

miércoles, 13 de abril de 2016

13 de abril

Esta mañana nació Nicolás. En el paseo de la tarde no hemos llegado hasta el encino: un mastín apareció en medio del camino. Solo tendría nombre el niño cuando naciera. Su madre tuvo un sueño, y hoy lleva su hijo el nombre de nuestro tío querido. En clase sonó la primavera de Vivaldi; "pero hoy hace mal tiempo, teacher". Entonces les anuncié el nacimiento de mi sobrino.
Después supe que salió del útero de su madre con gran facilidad, de forma muy rápida, en la misma ambulancia que vino a recoger a la familia. Su hermano Lorenzo asistía al parto desde su silla del coche parado detrás de la ambulancia, en medio de la urbanización madrileña de donde no habían llegado a salir.
Hoy ha nacido Nicolás, y yo no he llegado hasta el encino. No en todas las clases sonó la primavera: tengo clases más difíciles y menos propensas a distracciones y confesiones. A unos alumnos les pedí de forma explícita que comenzaran a construir un mundo mejor para nuestros niños; en los otros, traté de creer y de aportarles confianza.
Bondad y esperanza, ese será el único legado que pueda transmitir a mis niños. Será una herencia labrada con determinación, porque a veces no es primavera aunque el calendario marque 13 de abril, porque hay tardes en que un mastín muerde con rabia el cobijo de mi encino sabio.
Nos enseñó mi tío la fidelidad a uno mismo, a transmitir cariño en un gesto contenido y digno, a vivir con la alegría de saberse en un mundo abierto y firme, a aderezar con gozo la compañía de los demás. Qué ganas de vivir tenía, y cómo murió sin quitarse los botos de su gran pasión.
Hoy un nuevo Nicolás llega al mundo desde las profundidades espirituales de los planetas y las estrellas, las mismas donde mi tío emprende su camino de vuelta. Eligen los niños unos padres, una familia, un lugar al que venir al mundo.
Nicolás tardaba en nacer, pero cuando lo hizo llegó con naturalidad y rapidez. Hoy es 13 de abril, y es primavera aunque a ratos no lo parezca, y suena la música alegre y fresca, y yo no llego hasta el encino porque orado un túnel negro que avanza hacia las profundidades de la tierra, pero hay una realidad suprema, espiritual y auténtica, de donde vienen los niños y adonde van los muertos. Allí tenemos todos nuestra estrella.
Mi encino muelle y suave siempre espera al final del camino: más allá del cielo encapotado, contemplo el baile del universo. Hoy es 13 de abril, y ha venido Nicolás al mundo. Puedo oír perfectamente el regocijo de todos los seres espirituales que nos acompañan, invisibles y etéreos, y escuchar su mensaje:
Nicolás, bienvenido. Te acompañaremos, te querremos, volveremos a hacer el mundo juntos. Con alegría divina cumpliremos el decreto de nuestra estrella. Traes oro para nuestras alas. Un día devolveremos al cosmos el polvo de los astros.