domingo, 23 de septiembre de 2012

La inocencia violada

Si pudiera, todo lo borraría. No los recuerdos, puesto que no hace daño lo vivido y extraviado en el tiempo. Suprimiría en cambio las huellas en el cuerpo, recuperaría la tersura de mi cara de niña. Duele el cuerpo de la misma forma que las cicatrices son sensibles al cambio de temperatura. Arrastro las heridas como un mutilado de guerra impulsa con los brazos su silla de ruedas.

No me quedan recuerdos que atesorar u olvidar. No me lastima el presente de flores y libertad. Se trata de la inocencia perdida. No sé dónde buscarla. ¿Quedó en el pasado, regresará en el futuro, se reconstruye en el día a día? No perdono la corrupción del entusiasmo y la fe en la vida. 

Yo fui vasija que la contuvo, y la inocencia era yo. Estaba en mi risa y en mi lucha; era mi esperanza y mi piel suave. Decías que el mundo era hostil y áspero; criticabas que en mi ingenuidad optara por saborearlo como un caramelo.

Ahora puedo localizar en el mapa el punto exacto de lo inhóspito y lo duro, de lo impasible y estéril: ese lugar lo llevabas contigo. Ahora sé que necesitabas mi inocencia como los peces precisan del mar, y por eso te la llevaste atravesada por el arpón timorato con el que se extermina a las ballenas blancas. 

Hoy, oculta mi desnudez revelada con una sábana áspera, maldigo la felicidad polvorienta. Agonizan los recuerdos: permanece la marca de tus dedos. En la papelera de mi cuerpo, rebota la bola arrugada de la inocencia extinguida. 

Si pudiera abandonar este cuerpo, comenzaría de nuevo, inocente y bella. Me dispondría entonces a caminar sobre las cenizas del recuerdo, avanzaría al ritmo de las estaciones hasta sentir la hierba fresca brotar bajo mis pies ligeros. Caminaría entre el sol y el hielo hasta que nadie jamás pudiera volver a relacionar tu nombre con el mío.

Si pudiera, todo lo borraría, hasta llegar de nuevo a la fe primigenia y a la alegría innata. Volvería hacia atrás, hasta el origen de la existencia, hasta que mi sangre no contuviera una gota impura, hasta que tú cesaras de haber tenido un lugar en mi vida. Rejuvenecería hasta  conseguir la devolución de la inocencia violada, el elixir eterno de fe y pureza que un día de amor vertí en tus ojos transparentes.



domingo, 9 de septiembre de 2012

Toros y árboles

¿Se puede vivir sin raíces? Los arboles desde luego no. Quizá los pájaros. Pero los pájaros buscan los árboles para posarse y resguardarse.

Los pájaros saltan alegremente de rama en rama, van de árbol en árbol, y mientras vuelan libres y despreocupados. Pero los árboles siempre están ahí.

¿Qué sería de nosotros sin los árboles?

Es septiembre, y llega el tiempo de emigar los pájaros. Nosotros, los pájaros interinos, nos posamos donde la Junta nos lleve. A volar, polluelos. Da siempre miedo dejar el nido, abandonar nuestros bosques. Nos dejaremos arrastar por las corrientes de aire caliente, traeremos pajas y pequeñas hierbas para crear un hogar fresco en el secarral de nuestro nuevo destino.

Yo pienso en mis árboles, en mi gran bosque. Me preocupo por mi compañera cigüeña: qué lejos ha de volar, con cuántas dificultades parece que se encontrará. ¿Dónde quedará el nido? ¿Lo destrozará la inconsciencia de los niños del pueblo?

Por ahora aquí nos quedamos, este tendrá que ser el árbol madre. Queremos chupar su savia, explorar sus venas, remontar la corteza, columpiarnos de sus ramas, esperar la maduración de los frutos. Aunque mientras tanto tengamos que levantar temprano el vuelo cada mañana. Aunque los árboles no nos recojan hasta el caer de la tarde. 

Pero incluso estos árboles qué solos están. Se refugian del páramo en el abrazo de la sierra. Son otros bosques los que riegan la tierra, los que renuevan la savia, los que comunican los corazones. Dice mi padre que hoy no hace falta que vayamos a comer al Puerto, que hoy torea Carlos, el chico del pueblo, y él se va a la novillada.

Eso son las raíces, el bosque que como una Amazonia amenazada se convierte en el pulmón de la tierra seca. De ahí el estupor y la pena con los declaraciones baratas como esta de Antonio Elorza en El País (siguiendo, una vez más, su decidida línea editorial contra la fiesta de los toros)  me alcanzan mientras busco las flores por entre el páramo impuesto:

Por debajo sigue el avance de su contrarreforma, cuyo emblema sería la exaltación de la cultura de los toros a costa de la destrucción de la cultura. (El País, 8 de septiembre de 2012)

¿Salvar la cultura a costa de destruir los toros? ¿Hacer caer los toros (como tan bien se empeñan en conseguirlo los propios periodistas taurinos del periódico) como cae y se destruye todo lo demás? ¿Oponer la cultura en general a las particularidades de la manifestación taurina? ¿Menospreciar al mundo del toro y a todos los que de él forman parte?

Necesitamos bosques, pulmones, respirar hondo. Olvidar el polvo seco que sube del páramo y se abre por las fosas nasales hasta irritar la garganta. Quiero agua, quiero flores. Necesito mis toros como necesitamos los árboles.